Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda (1902-1963) por Gonzalo Sánchez-Terán‏

Terán sobre la neutralidad.

Destaco:

Leer es tomar partido: la neutralidad es la mayor mentira inventada por los acaudalados, una prestigiosa manera de respaldar al mal. La indiferencia es un crimen de lesa humanidad.

Como recuerda Tony Judt, a lo largo de la Segunda Guerra Mundial casi todos los europeos neutrales estaban íntimamente comprometidos, si bien de forma indirecta, con los esfuerzos bélicos alemanes. Durante el conflicto Alemania dependió en gran medida de la España de Franco para el suministro de manganeso. El tungsteno llegaba a Alemania desde las colonias portuguesas, a través de Lisboa. El 40% de las necesidades de mineral de hierro de Alemania durante la guerra procedía de Suecia (llegado a los puertos alemanes en barcos suecos). Y todo ello se pagaba en oro, gran parte del cual había sido robado a las víctimas de los nazis y canalizado a través de Suiza.

En 1941-1942 Suiza producía para Alemania el 60% de la industria de la munición, el 50% de la industria óptica y el 40% de la de ingeniería, por todo lo cual era remunerada en oro.

El fascismo defiende la primacía de las esencias; el humanismo defiende la primacía de las presencias, la mujer y el hombre que comparecen en el alba: ambas ideologías son antagónicas... Nos rodean el hambre, la violencia, la infelicidad, ¿en qué luchas andan ellos? Cómo no sienten vergüenza.


Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda (1902-1963)

La poesía no es ni de izquierdas ni de derechas: los mancos ni saben aplaudir ni pueden arar, y son éstas únicamente las tareas. Votar y pensar se están convirtiendo en actividades incompatibles.

Son las tres de la mañana y la noche abrasa como la correa en el cuello del inocente. Las paredes de mi casa están enlucidas de libros: no protegen o tupen, sino que desbrozan, desatrincheran el espacio, te arrastran a campo abierto. Leer es tomar partido: la neutralidad es la mayor mentira inventada por los acaudalados, una prestigiosa manera de respaldar al mal. La indiferencia es un crimen de lesa humanidad. Sobrevolar los problemas del planeta es minar sus soluciones: quienes habitan en torres de marfil pagan su alquiler a los constructores de celdas. Quienes se desentienden de la realidad la sancionan. Los libérrimos patinadores por lejanas constelaciones aleteando entre músicas y lienzos son la infantería de la iniquidad. El sistema los produce porque el sistema los requiere. Quienes viven en su mundo, viven contra el mundo.

Como recuerda Tony Judt, a lo largo de la Segunda Guerra Mundial casi todos los europeos neutrales estaban íntimamente comprometidos, si bien de forma indirecta, con los esfuerzos bélicos alemanes. Durante el conflicto Alemania dependió en gran medida de la España de Franco para el suministro de manganeso. El tungsteno llegaba a Alemania desde las colonias portuguesas, a través de Lisboa. El 40% de las necesidades de mineral de hierro de Alemania durante la guerra procedía de Suecia (llegado a los puertos alemanes en barcos suecos). Y todo ello se pagaba en oro, gran parte del cual había sido robado a las víctimas de los nazis y canalizado a través de Suiza.

Los suizos actuaron más que como simples blanqueadores de dinero e intermediarios para los pagos alemanes, lo que en sí ya constituía una contribución muy importante a la guerra de Hitler. En 1941-1942 Suiza producía para Alemania el 60% de la industria de la munición, el 50% de la industria óptica y el 40% de la de ingeniería, por todo lo cual era remunerada en oro. La pequeña empresa de armamento Bührle-Oerlikon todavía seguía vendiendo ametralladoras a la Wehrmatch en abril de 1945. En total, durante la Segunda Guerra Mundial el Reichsbank alemán depositó en Suiza el equivalente en oro a 1.638 millones de francos suizos. Y fueron las autoridades suizas la que antes de estallar el conflicto exigieron que los pasaportes alemanes indicaran si sus titulares eran judíos, la mejor manera de impedir llegadas no deseadas.

Desconfía de los neutrales: hay que implicarse, hay que tomar medidas realistas. Los países cambiarán de himno cada tres años y de capital cada diez. En el futuro se estudiará la posibilidad de que la capital de un país se halle en otro continente durante un lustro: así la capital de Estados Unidos sería Bangui, la de España, Asunción, la de Camboya, Viena, etc. Todos los países de la Tierra intercambiarán sus banderas periódicamente: habrá cierto desconcierto en la inauguración de los Juegos Olímpicos pero muchos menos conflictos. Una única autoridad mundial expedirá todos los pasaportes: solo les serán denegados a los evasores fiscales. Se abrirán las fronteras de par en par, repito, se abrirán las fronteras de par en par. Los servicios públicos, salud, educación, transporte, serán globales. El saber heredado se untará equitativamente sobre el mundo: se emprenderá un Plan Marshal del conocimiento. Los hombres serán distintos por sus obras, no por sus herramientas. La riqueza de las naciones se medirá en función de su poesía per cápita: cuantía de humanidad dividida por el número de habitantes.

Hace calor. Releo la vieja edición de Siruela de la Poesía Completa de Luis Cernuda. Hace un par de años, en Spitsbergen, una isla noruega a mil kilómetros del Polo Norte, se creó un banco de semillas para garantizar la seguridad alimentaria de nuestra especie en caso de un holocausto nuclear o una catástrofe natural. Se guardaron 268.000 muestras de semillas procedentes de un centenar de países. Si se hiciera lo mismo con las almas, si se atesoraran las más altas para asegurar la pervivencia de la sensibilidad humana más allá de toda hecatombe, la de Cernuda estaría allí,

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería aquél que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,´
La única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Cuando regreso a España y encuentro a los mismos miserables defendiendo las mismas banderas me entran arcadas: los que en Barcelona enarbolan su estandarte sintiendo agredida la esencia de su patria son dañinos para el mundo; los que en Madrid enarbolan su estandarte sintiendo agredida la esencia de su patria son dañinos para el mundo. Cómo no les da vergüenza. El fascismo defiende la primacía de las esencias; el humanismo defiende la primacía de las presencias, la mujer y el hombre que comparecen en el alba: ambas ideologías son antagónicas. Las banderas son la ropa del pudibundo dinero. Nos rodean el hambre, la violencia, la infelicidad, ¿en qué luchas andan ellos? Cómo no sienten vergüenza.

En lugar de enarbolar la verdad: el amor, el deseo.

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