La dictadura del hambre

Por Carlos Benito.


Los dictadores son propensos a dejar alguna rendija en sus sistemas para que escapen por ella sus hijos, liberados del rigor de los principios totalitarios. Estos días se ha publicado una y otra vez lo poco que se sabe sobre Kim Jong-Un, el hijo del Querido Líder y la Respetada Madre, es decir, del dirigente norcoreano Kim Jong-Il y la bailarina Ko Young-Hee: educado en Suiza, el joven ha vivido sus veintitantos años en una realidad paralela de viajes a Europa, instalaciones deportivas privadas y comida en abundancia, que le permite hacer honor a aquella mordaz coletilla que identificaba a los suyos como la única familia obesa del país. Hasta él se dio cuenta de su excepcionalidad. El que fue chef de sushi de Kim Jong-Il, una de las principales fuentes de información sobre las intimidades del Gran Dirigente, ha difundido una conversación que mantuvo hace una década con Kim Jong-Un, mientras fumaban en el coche: «Estamos aquí, jugando al baloncesto, montando a caballo, pilotando motos náuticas, pasándolo bien -planteó de pronto el joven-, ¿pero qué ocurre con las vidas de la gente corriente?».


La gente corriente de Corea del Norte, el país de cuyo gobierno se ha hecho cargo esta semana, lo pasa bastante peor. A la tristeza y las miserias cotidianas de habitar un estado-prisión se suman malas rachas como la actual: la combinación de un invierno crudo y unas inundaciones generalizadas en verano ha sumido el territorio en una gravísima crisis alimentaria, que afecta especialmente a los niños. En Corea del Norte, el 60% de la población depende para su sustento del Sistema Público de Distribución, la ración de cereales que reparte el Estado, unos 600 gramos diarios en el caso del personal de las granjas cooperativas y una cantidad que se va determinando cada temporada para el resto. Este año, esa asignación se ha reducido a 200 gramos, un tercio de la ingesta mínima establecida por la Organización Mundial de la Salud, e incluso llegó a quedarse en 150 el pasado mes de junio. La población, hambrienta, trata de completar su dieta con lo que logra recoger del campo -bellotas, bayas, setas- o, si hay suerte, con donaciones de algún pariente generoso del campo, pero simplemente no hay comida para todos en este país malgastado, con una estatura media que se ha quedado quince centímetros por debajo de la de Corea del Sur. En el recuerdo de todos está la terrible hambruna de los noventa, que mató a un millón o millón y medio de personas, según las estimaciones más aceptadas.
Un niño de cada tres
La situación actual, sin llegar a aquellos extremos, sí pone en peligro el futuro de toda una generación. «Nos preocupan sobre todo los niños pequeños y sus madres, ya sean embarazadas o lactantes. Un niño de cada tres y una madre de cada cuatro son desnutridos crónicos -explica a este periódico Kenro Oshidari, director regional para Asia del Programa Mundial de Alimentos-. Según la última misión de valoración de los cultivos y la seguridad alimentaria, alrededor de tres millones de personas necesitarán asistencia para satisfacer sus necesidades nutricionales en los próximos meses». En las regiones más afectadas, los partos de niños con menos de dos kilos se han convertido en algo habitual y las atenciones pediátricas por malnutrición se han doblado desde el año pasado. Los expertos calculan que Corea del Norte necesitaría importar más de 700.000 toneladas de grano, pero, tal como están los precios, comprará menos de la mitad, así que la solidaridad internacional trata de cubrir la diferencia a base de donaciones.
Al menos, el régimen ha dejado a un lado su tradicional opacidad y colabora con quienes intentan ayudar a sus desventurados súbditos. En los primeros nueve meses de este año, los supervisores del Programa Mundial de Alimentos habían recorrido ya más de 400.000 kilómetros por el país: «Con arrego al acuerdo estipulado con las autoridades, podemos tener acceso con un preaviso de 24 horas a todas las instituciones con las que trabajamos, incluyendo hospitales, escuelas, orfanatos y casas particulares. El Gobierno lo ha respetado a todos los efectos este año», explica Oshidari, que no desperdicia la ocasión para animar a todos a echar una mano contra el hambre, en Corea del Norte y en el resto del planeta: «Es el problema más grande para el que sí es posible encontrar una solución».

No hay comentarios:

Publicar un comentario