Grandes criminales del siglo XX: Lenin

Mario Noya.


Para esos idealistas de la muerte (¡sic y siempre ajena!) que piensan porque no lo han sufrido que el comunismo es buena idea, La Idea, Lenin es el Bien, el Yin que por desgracia no pudo cerrar el paso al Yang, ese Stalin malo malísimo al que sin embargo rieron todas las gracias cuando estaba vivo y exterminando.

¡Stalin fue!, dicen como los niños chivatos. Y sí, Stalin fue el Gulag y los Procesos de Moscú y las deportaciones en masa y el terror extremo y el imperialismo, el hambre, los poetas reducidos al silencio, los intelectuales humillados y ofendidos. Pero resulta que Lenin también. Que Lenin primero. Que Lenin, en esto, fue su padre. El Precursor.

Vladímir Ilich Uliánov nació en Simbirsk, actual Uliánovsk (en vano buscarán en Austria un Hitler am Inn), el 22 de abril de 1870; en el seno de una familia acomodada que acabó por desacomodarse a modo: en 1886 muere el padre, miembro de la nobleza funcionarial, y en 1887 matan al hijo Alejandro, que quiso matar al zar Alejandro por mor de la Voluntad del Pueblo (así se llamaba su organización terrorista). En ese mismo año el brillantísimo estudiante Volodia (hipocorístico de Vladímir) se matricula en la Universidad de Kazán, es expulsado de la Universidad de Kazán por tomar parte de protestas menores y ser hermano de su hermano, es deportado a Kokushino; lee a Marx, se afilia a Voluntad del Pueblo, ceba el odio y el resentimiento. Y en 1888 está de vuelta en casa.

Se licencia con honores en Derecho y ejerce muy poco tiempo de abogado. Eso no es lo suyo. Lo suyo es la política, la Revolución.
Krúpskaya atestigua su ascetismo y nos dice que renunció a todas las cosas que le interesaban –el patinaje, la lectura del latín, el ajedrez, incluso la música– para concentrarse exclusivamente en el trabajo político. Un camarada comentó: "Entre nosotros, es el único que vive la revolución las veinticuatro horas del día". (...) Fue el primer ejemplar de una nueva especie: el organizador profesional de la política totalitaria.
Paul Johnson, Tiempos modernos, Vergara, Barcelona, 2000, p. 74.
La Krúpskaya de que nos habla Johnson en este pasaje tenía por nombre Nadezhda y por patronímico Konstantínovna, y se casó con el Pionero en 1898, estando ambos desterrados en Siberia por sus actividades subversivas (eran miembros fundadores de la Unión para la Lucha por la Emancipación de la Clase Trabajadora, creada en 1895). Las condiciones debieron de ser espantosas:
Allí vivió tres años en una situación de relativa comodidad, en una casita alquilada, con [Nadezhda], manteniendo correspondencia con sus amigos, escribiendo y traduciendo.
(Richard Pipes, Historia del comunismo, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 48).
En 1900 se exilia, y en el exilio permanecerá hasta 1905. En esos cinco años adoptará el pseudónimoLenin (al parecer, inspirado por el siberiano río Lena), escribirá su célebre ¿Qué hacer?, donde este fanático quemaherejes sentará las bases de esa megaherejía del marxismo conocida por marxismo-leninismo, y asistirá al trascendental II Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso, celebrado en Londres en 1903, donde sus ideas sobre cómo hacer la revolución generarán la división, posteriormente sangrienta, entre bolcheviques –la (muy exigua) mayoría, que eso quiere decir el terminacho en ruso– y mencheviques.

A este sabihondo siniestro, la revolución de 1905 le pilló tan desprevenido que no pudo parasitarla. También le cogieron con el pie cambiado la revolución de 1917 y la caída del zar, la Gran Guerra y la ayuda que le prestó Alemania para volver a Rusia (Berlín le utilizó "como un bacilo de la tifoidea", Churchill dixit). El socialismo científico y el determinismo histórico, ya saben. Johnson:
Lo que convirtió a Lenin en un gran actor en la escena de la historia no fue su comprensión de los procesos históricos, sino la rapidez y la energía con que aprovechó las oportunidades imprevistas que ella le ofrecía. En resumen, fue lo que según sus acusaciones eran sus antagonistas: un oportunista.
(Johnson, ob. cit., p. 77).
Era tan rápido y enérgico en tiempos de turbulencias porque, aquí el asceta rojo, no tenía escrúpulos, piedad, humanidad. Guillermo Cabrera Infante diría que fue uno de los avatares del Mal. En 1891, siendo un don nadie en la ciudad de Samara, se negó a participar en una campaña de ayuda a los hambrientos del lugar –que debieron de ser legión, si tenemos en cuenta que aquélla fue una de las peores hambrunas de la historia rusa (entre 400.000 y 500.000 muertos)– porque el hambre tenía "numerosas consecuencias positivas", según aleccionó a un amigo:
Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el Zar, también en Dios.
(Stéphane Courtois -ed.-, El libro negro del comunismo, Espasa-Planeta, Barcelona, 1998, p. 146).
Dios. A Dios, que no acababa de morirse pese a los dicterios de Nietzsche, quería él, el hijo del devoto Iliá Nikoláyevich Uliánov, rematarlo; y exterminar a sus siervos (2.961 sacerdotes, 1.962 monjes y 3.447 monjas asesinados sólo en 1922). El hambre de nuevo, pero ya con él en el poder; pero muchísimo peor, sencillamente inenarrable, y provocada por sus políticas criminales: la hambruna de 1921-22 afectó a unos 27 millones de personas, y mató a entre 3 y 5 millones. Lo que sigue es un extracto de una carta que dirigió al Politburó el 19 de marzo de 1922:
Tenemos noventa y nueve oportunidades sobre cien de golpear mortalmente al enemigo en la cabeza con un éxito total, y de ganar (...) posiciones (...) para las décadas futuras. Con tanta gente hambrienta que se alimenta de carne humana, con los caminos congestionados de centenares y de millares de cadáveres, ahora y solamente ahora podemos (y en consecuencia debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz y despiadada. Precisamente ahora y solamente ahora la inmensa mayoría de las masas campesinas puede ayudarnos, o más exactamente, puede no estar en condiciones de apoyar a ese puñado de clericales Cien Negros y de pequeño-burgueses reaccionarios (...) Todo indica que no alcanzaremos nuestro objetivo en otro momento, porque solamente la desesperación generada por el hambre puede acarrear una actitud benévola, o al menos neutra, de las masas [hacia] nosotros.
(Courtois, ob. cit., p. 148).
***
"En febrero de 1917 se abrió ante Rusia el camino de la libertad. Rusia escogió a Lenin", escribió Vasili Grossman en el memorable Todo fluye. La frase es buena pero no es cierta. Rusia no escogió a Lenin. Lenin, queridos niños logsianos (y padres que cursaron la EGB, y abuelos que cursaron lo que se cursara antes), no se encaramó al poder por obra y gracia de un alzamiento popular sino de un golpe de estado, que asesinó en la cuna a la Libertad ("Actualmente no hay país en el mundo tan libre como Rusia", dijo en abril del decisivo año 17 el propio Lenin, como recuerda Christian Jelen en su imprescindible La ceguera voluntaria ­–Planeta, Barcelona, 1985, p. 21–):
La intolerancia de Lenin, su perseverancia, su implacabilidad hacia todos aquellos que pensaban diferente a él, su desprecio por la libertad, el fanatismo de su fe, la crueldad para con sus enemigos, todo aquello que dio la victoria a la causa de Lenin había nacido y se había forjado en los abismos milenarios de la esclavitud rusa, de la no libertad rusa.
(Grossman, ob. cit., Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2008, p. 253).
Lenin el putchista (Johnson: "Dio vida a una forma brutal de gobernar que estaba extinguiéndose") sabía que sólo podría imponerse mediante el terror, de ahí que enseguida (diciembre de 1917) creara la abominable Comisión Panrusa para el Combate de la Contrarrevolución y el Sabotaje, la Checa que con tanto entusiasmo replicaron aquí en España Carillo y demás custodios de la democracia republicana:
La policía secreta del zar, la Ojrana, había contado con 15.000 miembros, y esto la convertía en el [mayor] organismo (...) de su tipo en el viejo mundo. (...) tres años después de su creación, la Checa tenía una fuerza de 250.000 agentes de dedicación total. (...) Mientras los últimos zares habían ejecutado a un promedio de 17 personas por año (por toda suerte de delitos), [para] 1918-1919 la Checa promediaba 1.000 ejecuciones mensuales sólo por delitos políticos.
(Johnson, ob. cit., p. 94).
Hay quien cifra en 200.000 el número de enemigos del Estado asesinados por la Checa, que de comisión extraordinaria pasó a ser Administración Política del Estado (GPU) en 1922. Lenin, claro que padre del Padrecito, no es que amparara a la Checa, es que la protegía de las críticas de "una intelligentsialimitada (...) incapaz de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia" (v. Courtois, p. 97). Lo del terror como "problema" fue un descuido: el terror no era tal sino la solución. La perspectiva amplia:
La primera acción de la Checa fue aplastar la huelga de funcionarios de Petrogrado [febrero de 1918]. El método fue expeditivo –arresto de los "agitadores"–, y la justificación simple: "Quien no quiere estar con el pueblo no tiene lugar en él", declaró [su máximo responsable, Félix] Dzerzhinsky, que ordenó arrestar a un cierto número de diputados socialistas-revolucionarios y mencheviques, elegidos para la asamblea constituyente. Este acto arbitrario fue inmediatamente condenado por el comisario del pueblo para la Justicia, [Isaac] Steinberg, un socialista-revolucionario (...) que había entrado en el Gobierno unos días antes. (...)
"¿Para qué sirve un Comisariado del Pueblo para la Justicia? –preguntó entonces Steinberg a Lenin–. ¡Que lo llamen Comisariado del Pueblo para el Exterminio Social y se entenderá la razón!". "Excelente idea –respondió Lenin–. Es exactamente como yo lo veo. ¡Desgraciadamente, no se le puede llamar así!".
(Courtois, ob. cit., pp. 78-79).
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Lenin y el Terror en tres actos.

Primero: "Camarada [Dimitri] Kursky [comisario de Justicia en 1922] (...) Hay que plantear abiertamente el principio, justo políticamente (...), que motiva la esencia y la justificación del terror (...) El tribunal no debe suprimir el terror (...) sino fundamentarlo, legalizarlo en los principios claramente, sin disimular ni maquillar la verdad" (Courtois, ob. cit., pp. 150-151).
El régimen zarista fusiló a 3.932 personas en los 92 años que median entre 1825 y 1917. El leninismo ya había rebasado esa cifra en marzo de 1918, esto es, sólo cuatro meses después de tomar el poder.
Segundo.

Tercero, protagonizado por su esbirro Martyn Latsis, uno de los jefes de la Checa, el 1 de noviembre de 1918:
No hacemos la guerra contra las personas en particular. Exterminamos a la burguesía como clase. No busquéis, durante la investigación, documentos o pruebas sobre lo que el acusado ha cometido, mediante acciones o palabras, contra la autoridad soviética. La primera pregunta que debéis formularle es la de a qué clase pertenece, cuáles son su origen, su educación, su instrucción, su profesión.
(Courtois, ob. cit., p. 22).
El colofón corre por cuenta de otro semejante de Lenin el venerado, Grigori Zinóviev, al final y qué pena asesinado por sus iguales. Septiembre de 1918:
Para deshacernos de nuestros enemigos, debemos tener nuestro propio Terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado digamos a noventa de los cien millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados.
(V. César Vidal, Paracuellos-Katyn, Libros Libres, Madrid, 2005, p. 40. Con este comentario: "Si se desea ser honrado con la verdad histórica, hay que señalar que Zinóviev se quedaría corto en sus cálculos, porque el comunismo le costaría a Rusia mucho más de diez millones de muertos").
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Lenin y el Terror y Lenin y la Guerra. La Mundial le hizo ser quien fue, el primero de los dictadores totalitarios del siglo de la Megamuerte. Bramó contra la participación de Rusia, pero no por pacifismo sino por tacticismo. Él quería la guerra; pero no esa, no entre naciones, sino en el seno de las naciones. Y consiguió que Rusia –entre 1,7 y 3 millones de soldados y entre 1,5 y 3 millones de civiles muertos– se siguiera desangrando: la guerra civil (1918-20) que desataron los bolcheviques se saldó con dos millones de soldados (de los ejércitos Blanco y Rojo) y dos millones de civiles muertos, y quizá otros dos millones de exiliados.

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"Pero resulta que Lenin también. Que Lenin primero".

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Afortunadamente, tuvo una mala muerte: tres infartos en dos años, el cuerpo paralizado, mudo, puede que sifilítico. Acabó amargado, rabioso por no poder seguir al frente, como Hitler acusando a su pueblo de no haber estado a la altura. Dejó de hacer daño en Gorki –afueras de Moscú, enseguida Gorki Leninskiye– el 21 de enero de 1924. Contraviniendo sus deseos, lo embalsamaron y dejaron expuesto por los siglos de los siglos en el mausoleo de la Plaza Roja que lleva su nombre, aunque si por los rusos fuera se convertía en polvo mañana mismo. Los idealistas de la muerte, que ven como ven (¡Revel en Jelen!) y leen lo que quieren, nos remiten a su testamento para decirnos que él sabía, que no quería a Stalin por malo malo malo.
¡Pero resulta que Lenin también! ¡Que Lenin primero!
Lenin murió. Pero el leninismo no murió. El poder conquistado por Lenin no se escapó de las manos del Partido. Los camaradas de Lenin, sus colaboradores, sus compañeros de lucha y sus discípulos continuaron su obra. 
... aquellos en cuyas manos dejó el país
en un desbordamiento convulso
lo deben aprisionar en cemento.
A ellos no les dirás: Lenin ha muerto,
su muerte no les desalentó.
Siguieron cumpliendo su empresa,
con más tesón todavía... 
La dictadura del Partido que Lenin había instaurado perduró después de su muerte al igual que perduraron los ejércitos, la milicia, la Checa, las organizaciones para la liquidación del analfabetismo y las universidades populares.
(Grossman, ob. cit., p. 257).
Oh, sí. Las organizaciones para la liquidación del analfabetismo y las universidades populares.

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