La jicotea ya llegó, ya llegó, ya llegó

Julio Cesar Álvarez.



LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -Así contaba Fernando Ortiz que le decían las jicoteas al ingenuo venado, en uno de los cuentos que recoge la tradición afrocubana. Y así también parecen decir en Cuba los administradores y gerentes de los almacenes, tiendas y empresas gastronómicas, a los auditores y policías económicos, que casi nunca encuentran faltantes, ni delitos, a pesar de que ya el funcionario compró casa, carro, y en algunos casos hasta pasaporte español.
Como en el cuento de Ambeko y Aguatí (el venado y la jicotea), donde esta última se vale de dos de sus amigas para consumar el engaño, haciéndole creer al venado de que ya había llegado antes que él a los lugares acordados, así también nuestros administradores se valen de sus amistades -y siempre de su mejor amigo, don dinero- para chulear a su antojo el capital de Liborio y desviar casi cualquier investigación que amenace con poner fin a ese bayú de Lola que es la nuestra administración estatal.
Me contaba un ex administrador de un almacén de medicamentos, en un hospital de poca  monta, que en sus 10 años al frente del almacén, ningún inventario arrojó faltantes, a pesar de que él sustraía medicamentos de primera necesidad para su familia y para hacer alguna que otra venta con vistas a reunir el “diario”, sin más ambiciones que comprar las viandas en el agro y mantener el vicio de fumar.
Él pagaba en especies (con medicamentos) al departamento económico que llevaba las cuentas y a la encargada de la farmacia que hacía los pedidos al almacén. Esta última, a su vez, tenía compradas a las enfermeras de las salas del hospital, que era el único lugar adonde el medicamento arribaba, sin que se le diera entrada ni salida documental.
De esa forma, en el vale de salida que hacía la farmacéutica para las salas, se anotaban los medicamentos de todos los que se beneficiaban de esta cadena. A los efectos legales, todo estaba en orden, y unos enfermos que nunca existieron eran los que supuestamente consumían los medicamentos sustraídos.
Si esto es así con productos que la gramática española llama sustantivos contables, porque podemos decir “una tableta”, “dos tabletas”… lo cual facilita su control, entonces es fácil imaginar cómo serán, en manos de los mafiosos de la gastronomía criolla, los sustantivos incontables, como la harina, el azúcar y el aceite, por citar sólo algunos productos. No hay que ser genios para darse cuenta del porqué las pizzas, los panes y los refrescos adolecen de una pésima calidad en los establecimientos estatales.
Y de la misma forma que en el cuento de marras era imposible que la jicotea corriera más que el venado, así que sólo mediante engaño podía hacer creer lo contrario, así también es imposible que los funcionarios encargados de la administración de bienes estatales vivan como zares, en medio de esta revolución bolchevique, sin robar y malversar.
Lo que importa no es quién le va a poner el cascabel al gato, sino cómo se le va a poner sin que el despelote que ocasionaría afecte la tan llevada y traída imagen de la revolución.
Pero mientras los jerarcas se ponen de acuerdo en cuanto a quién cae y quién no, sus funcionarios y cómplices siguen apostando a que la ladina jicotea gana la carrera, y, al compás de una conga que parece no tener fin, siguen todos arrollando y repitiendo el estribillo de Fernando Ortiz: “la jicotea ya llegó, ya llegó, ya llegó”.

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