Las diez lecciones de la primavera árabe

Jordi Pérez Colomé.



Todas las revoluciones árabes han cumplido un año, menos Siria. Primero fue Túnez, luego Egipto, Yemen, Bahráin y Libia. El 15 de marzo será el aniversario de Siria. Junto a Bahráin -aunque menos- son las dos que aún colean. Las otras cuatro están en otra etapa.

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La última en pasar de momento de etapa ha sido Yemen, que desde hace una semana tiene un presidente nuevo, Abdo Rabo Mansur Hadi. Es un buen momento para repasar qué ha ocurrido en diez lecciones.

1. Los dictadores son dictadores por algo. La Liga Árabe es un club de dictadores. Hasta la primavera árabe solo dos países -Líbano e Irak- eran algo parecido a una democracia. Desde hace unos meses, Túnez es el mejor ejemplo de libertad de la región, sin ser perfecto. Egipto, Libia y Yemen están en una especie de transición. Los otros 16 -con Siria, que está suspendida- son dictaduras, alguna menos salvaje disfrazada de monarquía.

Durante este año, hemos visto con sorpresa y rabia la reacción de algunos gobiernos ante los ciudadanos que salían a la calle. Derrocar a una dictadura nunca ha sido fácil. La primavera árabe ha recordado que la violencia que se desencadena puede ser brutal. No es solo eliminar a un dictador, sino desmontar un sistema del que se benefician miles o millones a costa del resto de la población. No es labor de un día.

2. Hay que ser dictador, pero también tener amigos y no ser tonto. Los primeros dictadores que cayeron se quedaron sin amigos en su país. Zine Abedine Ben Alí, en Túnez, había malgastado una fortuna y la corrupción de su familia era pública. Hosni Mubarak, en Egipto, pretendía ceder su cargo a su hijo Gamal. Sus ejércitos les abandonaron.

Luego cayó Gadafi, que es el peor ejemplo de dictador. Reunía todos los defectos de Ben Alí y Mubarak y además en el extranjero sus amigos eran pocos. En el mundo árabe se había peleado con todos y algún nuevo amigo que encontró en Occidente, se olvidó de él en seguida. Ni siquiera Rusia y China creyeron que era indispensable.

Por si fuera poco, cuando empezó la revuelta en lugar de matar con discreción y acusar a otros, salió varias veces a gritar que los libios eran ratas. Su hijo también amenazó al país. No había modo de mirar a otro lado: el líder de Libia decía que iba a acabar con sus ciudadanos. Nadie quiso defenderle, y acabó mal.
Bahráin, Yemen y Siria lo han hecho mejor. Tienen amigos sólidos: los dos primeros son aliados de Estados Unidos, y Rusia protege a Siria. Ninguno es tonto. Los tres dictadores han culpado a extranjeros y terroristas de los males, no a todos sus ciudadanos.

Muchos dirán que el petróleo es la gran razón de que solo se atacara Libia. Pero se olvida a menudo que los dictadores necesitan vender el petróleo al mejor postor y China y otras autocracias ricas no lo compran todo. Occidente ya compra el petróleo de esos países; no le hace falta hacer la guerra para lograrlo. El petróleo iraní ya viene en parte a España. Por las sanciones, ya debe buscar alternativas. La guerra no le ayuda.

3. Mejor vivir en un país sectario o con terroristas. Además de amigos y de echar pelotas fuera en público, ayuda al mantenimiento de un régimen tener una excusa buena para seguir en el poder. Ali Abdulá Saleh sabía que Estados Unidos confiaba en él para prevenir la expansión de Al Qaeda en el país. Estados Unidos entrena a las fuerzas antiterroristas yemeníes -que un día se pueden usar contra manifestantes o contra el sur separatista- y cuando es necesario Saleh permite actuar a aviones o misiles americanos en su territorio. Estados Unidos lo ve como un aliado imprescendible.

En Bahráin pasa algo parecido. Allí está la base de la Quinta Flota, que patrulla el Golfo Pérsico. Pero además tanto en Bahráin como en Siria, una minoría gobierna sobre la mayoría. Eso hace que el grupo gobernante sea monolítico: se sienten amenazados y deben defenderse. Siria, además de matar con discreción, tiene una alianza con Rusia hasta ahora indestructible.

4. Pero mejor aún ser el rey y rico. Por ahora el ideal en esta primavera árabe ha sido ser rey y tener dinero. Excepto en Bahráin, las monarquías con petróleo del Golfo han evitado, de momento, grandes revueltas. Solo los chiíes en el este de Arabia Saudí y reivindicaciones por corrupción en Kuwait, han sido significativos.

Las dos monarquías árabes más humildes -Marruecos y Jordania- han visto manifestaciones y alguna represión, pero no han ido a más. Los reyes son más capaces de disimular, desviar las culpas y ceder poder sin perder privilegios; es más aceptable un monarca vitalicio que un presidente. Un rey puede permitir una monarquía constitucional a medio plazo, pero si un presidente acepta elecciones acabará tarde o temprano en la calle.

5. Si eres Catar o has vivido un conflicto hace poco, es lo mejor.Catar es el país árabe que más ha impulsado y aprovechado los cambios. Su influencia ha crecido, tanto con Al Jazeera como con la intervención y reparto de fondos en los países que han cambiado de régimen. En Siria intenta lo mismo, pero allí el riesgo y el premio son mayores: debilitar a Irán al dejarle con un aliado clave menos.

Argelia, Sudán e Irak, cada cual con sus motivos, se han ahorrado disgustos en la primavera árabe. Aunque, como todos, han tenido que hacer concesiones para evitar males mayores. Los dos han vivido conflictos recientes; no hay ganas de más. Líbano, con su democracia particular, también se ha salvado.

6. Internet puede ayudar, pero no siempre. Egipto fue el gran ejemplo de que las redes sociales pueden ayudar una revuelta. Primero, en una sociedad con medios censurados, Facebook deja ver que hay más opiniones que las oficiales, que los disidentes no están solos. Durante el proceso, les permite coordinarse. A Mubarak solo se le ocurrió cortar internet. No sirvió de nada.

En Siria han sido más listos. Como ya hacen en Irán y, sobre todo en China, por un lado vigilan la red y censuran lo que conviene y por otro espían por dónde pueden llegar las amenazas al sistema. Siria vio que no podía aceptar lo de Egipto y aprendió de Irán que las manifestaciones de centenares de miles y los campamentos en plazas debían evitarse como fuera. También intuyó que internet puede ser un instrumento de represión.

Hasta los activistas y periodistas deben ir con cuidado. Es probable que Siria disponga de tecnología que le haya permitido detectar y bombardear lugares desde donde operaban teléfonos vía satélite. Según el periodista del New Yorker Jon Lee Anderson, “sería mejor que los periodistas no usaran teléfonos por satélite desde Siria ni hicieran conexiones en directo”.

7. Los nuevos islamistas ganan. El islam político es el gran ganador de momento de la primavera árabe. Sus ciudadanos no hicieron las revueltas para contentar a occidente, sino para pedir más derechos. Resulta que en esas sociedades la mayoría es musulmana y muchos creen que la religión puede ser una buena guía para políticos. Así han votado.

Los Hermanos Musulmanes habían visto siempre la política desde la oposición, el exilio o la cárcel. Ahora deberán gobernar. Cuando uno tiene que decidir, se equivoca, y es el responsable si llegan los problemas. Habrá que ver qué logran y si convencen a sus votantes. De momento, nadie tiene intención de parecerse a Irán e incluso Hamás -rama palestina de los Hermanos- se aleja de la órbita iraní. Está todo en el aire, pero podría ser peor.

8. Los árabes son normales. Los países árabes tienen sus rasgos: la religión, la tradición y el petróleo son importantes en la mayoría. Pero ya no podremos decir que prefieren vivir en regímenes represores. Muchos árabes han salido a la calle para pedir libertad y derechos.

Aún hay quien cree que los árabes no han nacido para ser libres. Esto es algo que los nuevos gobernantes y los nuevos estados que surjan deberán demostrar. Hoy todo está en el aire. Aunque quizá adapten -y no copien- el modelo occidental, habrá unos mínimos exigibles: derechos de la mujer, libertad de expresión y de culto. Uno de sus modelos, Turquía, es un ejemplo con defectos. Se ha iniciado un proceso de décadas.

9. Las transiciones son aburridas. Las revoluciones son emocionantes. El pueblo sale a la calle y arriesga su vida por la libertad y un futuro más justo. Un año después empiezan las transiciones, que son más aburridas, pero son igual de importantes. Ahora las noticias que llegan de Túnez, Egipto y Libia tienen que ver más con economía, tribunales o sindicatos. Son procesos más difíciles de entender y la gente pierde interés. Es lógico, pero hay que estar tan atentos como sea posible.

10. Algo ha cambiado para siempre. Las transiciones pueden ir mal. Pero imaginar que Túnez aceptará un nuevo Ben Alí o Libia un nuevo Gadafi parecen fuera de lugar. La población ha perdido el miedo, que es el primer paso y que en algunos países ocurrió antes de que caiga el dictador. El miedo se siente en seguida: en Siria lo viví al hablar con la gente y en Egipto ya no.

Los líderes más nerviosos de la región no son por tanto los tunecinos o los egipcios, sino los saudíes u, obviamente, los sirios. Hasta Irán, por mucho que dé la bienvenida al nuevo islamismo, sabe que tiene más que temer. Esta es la mayor lección: algo, aunque aún no todo, ha cambiado para siempre en el mindo árabe.

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