Ausencia de incidentes

Arcadi Espada.



  Querido J:
Habrás visto los sofisticados esfuerzos que hace el periodismo para determinar si en España hubo una huelga. La cifra objetiva, el nuevo metro patrón, es el consumo de energía, que al parecer estuvo en torno al 14,84%, ¡una o dos décimas superior! al de la última huelga. No puedo discutir la objetividad del medidor y comprendo bien que los medios acudan a cualquier clavo eléctrico cuando los sindicatos son capaces de decir que la actividad laboral, ¡ayer en España!, no pasó del 23%. Sin embargo, el problema es más profundo y desagradable. Me parece inmoral que el periodismo se aferre a la delicada objetividad del consumo de energía. Esos titulares son orquídeas: decoración,color, como dicen en el oficio. No: el periodismo no debe medir esta huelga ni ninguna de su estilo. El nivel de adhesión a cualquier objetivo colectivo no puede calibrarse si media violencia. Nadie debe tomar en serio los referéndums de una dictadura. La huelga general fue un acto de violencia y parece mentira que los periódicos le concedan el beneficio de la aritmética, tan sosegada y democrática.
La violencia de una huelga se exhibe casi siempre en su propio origen. En esa votación seminal que los guerrilleros sindicales dicen, con cándido orgullo, que fue a mano alzada. La primera violencia suele ser la intimidación del grupo, la vergüenza. De ahí que frente a la turba del brazo alzado la democracia procure la cabina individual del voto, casi religiosa. Dicen los periódicos, y no se pellizcan, amigo mío, que el paro fue mayor en la industria y en los transportes. Las causas no se detallan. El lector puede mecerse así en las fantasías sobre la clase obrera y el paraíso: la pureza de mármol de esos trabajadores no corrompidos por la insolidaridad. Ahí: en las grandes fábricas, en los grandes mercados: ahí reina el músculo, la firmeza. ¡Quia!: solo es intimidación. Y la disolución del gesto individual. Pero por si fuera poco están los piquetes. Haciendo una barrera de fuego a la entrada de Mercarbarna. Pinchando ruedas en Carabanchel. Esa es la superioridad moral del obrero industrial frente al comercio pequeño burgués: el piquete. ¿Cómo pueden evaluar los periódicos con su lavaje de manos aritmético una conducta que se ha producido en condiciones de violencia? Allí donde quema un solo neumático, donde se silicona una verja, donde se empuja a un trabajador, allí donde no se garantice la libertad de ser insolidario, traidor y cobarde no hay sumando. Los sindicatos se han llenado históricamente la boca con las intimidaciones de la patronal ante el huelguista que quiere y no puede. (Bien, de acuerdo: ésa solo es un razón más para que los periódicos no se dediquen a la aritmética en condiciones de violencia, ni siquiera simbólica.) Pero los sindicatos solo han sabido responder con sus propias intimidaciones.
No sólo la aritmética. Todos los periódicos utilizan este mantra: la ausencia de incidentes. (Salvo en Barcelona, ya te contaré.) ¡Pero cómo es posible!  ¿Cómo es posible que el eufemismo actúe de una manera tan provocadora! Una huelga es en sí misma un incidente de la democracia. Pero ni siquiera es necesario creparse (ojo linotipista, que así lo dicen en las peluquerías). Que le pregunten por la ausencia a Carmelo Jordá, periodista de Libertad Digital, que ayer, en una calle de Madrid, y ante el acoso de la turba, a un tris estuvo de cantar La Internacional en ucraniano. A los dos viejillos humillados detrás de la persiana metálica de su comercio, mientras la perra juventud los señala con el dedo. ¡Ausencia de incidentes!: ese hombre en la estación de Sants: primero, y dado que parece muy quemao con los piquetes, lo rocían con el extintor; y luego lo derriban de un buen puñetazo, que para eso ven series. Y, en fin, esos valientes del supermercado de Sagunto: mierda para cada uno. Podría listarte una decena, ciento, un millón. ¿Recuerdas cuando a primera hora de toda noche electoral sale el ministro del Interior y dice aquello tan retórico y sabido y banalmente feliz, aquella «ausencia de incidentes y la absoluta normalidad de la jornada»? Pues así se deduce que vivió ayer España la huelga general: en paz, en orden y en libertad.
Caso aparte es lo de Barcelona. Los periódicos extienden hasta allí una cierta excepción. ¡Al fin y al cabo se quemaron trescientos cubos de basura! Aunque era para que se entendiera bien lo que quería decir Pujol con las aguas podridas. Pero Barcelona no fue una excepción sino la formalización más brillante y detallada de la regla. Mira: cuando el sindicalista jefe advierte al gobierno que el conflicto se recrudecerá si no atiende al chantaje, las imágenes de Barcelona son su mejor argumento. Una proyección muy útil de lo que significa recrudecer. Así es como los incidentes sirven a los sindicatos, aunque los condenen para servirse de ellos doblemente.
Sabes que todas las noches de victoria deportiva, manifestación o juergasuponen actos de barbarie en Barcelona. Actos silenciados, sistemáticamente, por el establishment político y mediático catalán. Es maravilloso ver a los paniaguados, esos que viven de explicar cómo un hombre muerde a un perro, justificar su silencio en los periódicos para no dar protagonismo, dicen, a lo excepcional. ¡Lo excepcional! Uno tras otro, los encargados del orden catalán han fracasado a la hora de identificar, detener y extirpar la criminalidad por sistema. Entre las razones que añadir a su incompetencia está el aflojamiento de la vigilancia mediática que en una democracia defiende a los ciudadanos de los abusos. De todos: de los abusos de los despachos y de la calle. Es casual, desde luego; pero la imagen de la huelga es la de esa treinteañera barcelonesa cuya cara con lágrimas es la pedrada más brutal que ha recibido el escaparate de su tienda.


Durante muchos años ha habido caras como esa en las calles de Barcelona: abandonadas por sus autoridades y por su prensa, ese personal retorcido, canalla, cansino, sombrío, paranoico, cretino, amargado y cobarde. Adjetivos todos, menos el último, que tomo de mi corresponsal Pinco Pallino, que acaba de escribirle una carta abierta a Álvaro de Marichalar, otro apedreado.
Celebremos, a pesar de todo, estos inexorables ritos de paso de la juventud testosterónica. Mejor el gas lacrimógeno y sexy de las ciudades que el gas de las buenas viejas guerras y su flor tronchada. ¡Ha estallado la paz!, decía el profético Gironella. Pero que no se conceda a sus ceremonias el beneficio de la normalidad contable. Los estudios indican que a esta edad el cerebro es aún muy plástico. Mira si no ese Willy Toledo, que por no actuar a tiempo ya no distingue entre la farsa y la vida y ha habido que encerrarlo.
Sigue con salud.
A.
(El Mundo, 31 de marzo de 2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario