Por la guerra

Miguel Ángel Belloso.

Sir Roger Douglas fue nombrado ministro de Economía de Nueva Zelanda en 1984. Desde el primer momento se propuso un programa de reformas radicales con la intención de convertir a su país en el más libre del mundo. Hoy, casi treinta años después, todavía ocupa uno de los primeros puestos en todos los ranking internacionales. Para cumplir su plan revolucionario en favor de la libertad de mercado tuvo que hacer frente a todos los intereses creados imaginables y vencer la resistencia de los numerosos grupos de presión. Sus lecciones siguen siendo hoy perfectamente válidas...por ejemplo para España. Una de ellas es que las reformas deben ser radicales, adoptarse todas al mismo tiempo y a grandes zancadas. De no hacerlo así, los lobbies tendrán tiempo para movilizarse y tratar de desbaratar el programa de cambios. Pero no sólo eso: cuando se eliminan las prebendas de muchos grupos a la vez es más difícil quejarse de las transformaciones y más rápido experimentar las ganancias de un sistema económico eficiente, que reporta beneficios generalizados. A pesar de la pérdida de privilegios que sufra cada cual, todos tienen mucho interés en el éxito de las reformas impuestas al resto de los grupos.

Naturalmente, Douglas era un político muy interesado por la supervivencia. La diferencia con otros como los que padecemos en España es que pensaba que un programa radical podía ser muy rentable electoralmente. Creía que la aceptación pública se gana cuando se es capaz de demostrar que se están mejorando las oportunidades de la nación y a la vez protegiendo a los grupos más vulnerables. En España, el Gobierno de Rajoy ha adoptado en muy poco tiempo bastantes decisiones. Mi opinión es que, a pesar de la propaganda oficial y de la acogida impresionante que han suscitado en los medios de comunicación, todavía están lejos del aroma revolucionario que necesita el país. Por eso es muy positivo, por ejemplo, que la Unión Europea nos haya obligado a recortar el déficit público en 5.000 millones más de los que manejaba el presidente. Pasar del 8,5% al 5,3% en un año puede parecer un esfuerzo extraordinario pero no hay razones sólidas para que resulte imposible. El Gobierno dispone de mayoría absoluta y está en condiciones de emprender una estrategia más radical. Se escuda en que quiere infligir el menor dolor necesario a la población, pero esto no es posible. Es preciso corregir aceleradamente el estropicio causado por los socialistas. Además, el momento oportuno para introducir transformación profundas es en los primeros meses, cuando se tiene intacta la fuerza y la credibilidad. ¡Claro que la recesión puede ser aún mayor de la prevista! Mejor. Si se aprovecha para quitar la grasa que asfixia el país, a fondo y de una vez, el rebote se producirá antes y la recuperación será más sólida. Una gran contracción fiscal a fin de reducir dramáticamente el déficit liberará recursos para el sector privado, dará confianza a las empresas y las familias sobre una presión fiscal más moderada y aliviará la prima de riesgo de la deuda. Pero el objetivo requiere una cirugía de hierro. Por ejemplo, es preciso reformar las leyes básicas de sanidad y educación para generalizar fórmulas de copago, subir las tasas universitarias y racionalizar las becas. Es la única manera de ordenar la demanda de bienes y servicios públicos que es infinita a coste cero. También sería la medida más efectiva para inyectar responsabilidad entre nuestros universitarios.

El Gobierno tenía una ocasión singular para liquidar la actual legislación laboral, reformar el Estatuto de los Trabajadores, regular la huelga y laminar el poder de los sindicatos: más de cinco millones de parados y la reputación de las centrales por los suelos. No lo ha hecho. Las empresas siguen sin disponer de la munición necesaria para adaptar el negocio a la marcha de la coyuntura. Aunque habría que desembarazarlas por completo de la presión sindical y de la intervención de los jueces, es incluso probable que la reforma laboral empeore en el trámite parlamentario si se escuchan algunos cantos de sirena que abogan por suavizarla o se cede a la enorme presión intimidatoria de Méndez y Toxo. Estos líderes sindicales, que son los más obscenos del planeta, defienden que "nos podríamos ahorrar mucho conflicto si recondujéramos la reforma a la mesa de negociación". La cuestión es que algunos como Douglas y yo mismo pensamos que el conflicto es necesario y deseable, que no es posible convertir un país en el más libre del mundo sin declarar la guerra a los grupos de presión. Incluido el más potente: los sindicatos.

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