¿Por qué dudamos?

Antón Uriarte.


Me ha invitado la fundación Miguel Torres a una jornada en la Universidad de Barcelona que se celebrará durante la mañana del lunes 14 en el aula magna, bajo el título "¿Porque no nos creemos lo que dice la ciencia sobre el cambio climático?" . Seremos cinco ponentes, de los que me parece que el único escéptico soy yo, y cada uno presentaremos una ponencia de 15 minutos.

Mi ponencia es la siguiente (todas las figuras pueden encontrarse en anteriores posts):


¿Por qué dudamos? 

Pérmitanme, con perdón, que empieze hablando de mi experiencia personal. Soy de San Sebastián y he vivido toda mi vida sobre la arena, casi en la playa, en una casa construída sobre arena, en un barrio que originalmente era un arenal, en lo que en vasco se llama “ondarreta”.

Cuando yo era niño y había mareas vivas, el agua del mar convertía en una marisma los alrededores de mi casa. Había un pequeño río por el cual, en ocasiones, en vez de bajar agua, subía. A veces casi nos inundábamos esos días con la subida del mar. Eso ya no ocurre desde hace años porque aquel campo que existía detrás de mi casa se ha urbanizado, el río ha desaparecido y el mar, no sólo no ha ganado terreno, sino que lo ha perdido. Creo que esto que he visto con mis ojos, en mi barrio y en otros de mi ciudad, es lo que ha ocurrido en casi todas las costas habitadas, no solo en donde yo vivo sino en todo el mundo.





Aparte de esta experiencia sensorial, que me hace dudar sobre el calentamiento catastrófico, el consiguiente deshielo y la subida alarmante del mar, he dedicado mucho tiempo de mi vida profesional a estudiar y dar clases en la universidad sobre las investigaciones científicas de los cambios climáticos del pasado. Esto me ha permitido saber que la ciencia tiene muchas dudas  respecto a los cambios climáticos que han afectado al planeta. Por ejemplo no se sabe bien todavía por qué y cómo comienza una glaciación, o por qué y cómo termina.

Hasta no hace mucho ni siquiera se consideraba la posibilidad de que el clima de la Tierra hubiese tenido una historia de cambios continuados desde mucho antes de que la humanidad existiese. 

Si esto es así, si tenemos dudas de los cambios climáticos del pasado, a pesar de que cada vez tenemos más métodos y datos empíricos para conocerlos, ¿cómo no vamos a tener dudas de la evolución climática del futuro? 

Hace pocos días, James Lovelock, que fue el autor de la teoría Gaia , una teoría esencial del ecologismo, comunicó por teléfono, casi clandestinamente, a una cadena de televisión norteamericana lo siguiente :

                                 

¿De qué hablamos específicamente cuando hablamos de calentamiento global? Hablamos de que la temperatura media del aire en superficie, combinada con la temperatura media del agua de la superficie de los mares, está aumentando en su conjunto. 

La temperatura media global durante el siglo XX, calculada por el Centro Nacional de datos Climáticos de la NOAA fue de unos 13,9 ºC. 

                                    

La temperatura del siglo XX subió desde unos 13.6ºC al principio hasta unos 14.5ºC al final, pero no lo hizo de una forma regular. 

La subida comenzó bastante antes de que se le pudiese achacar al CO2 el incremento, hacia 1910, y la temperatura subió hasta 1945. Después hubo un largo período de estabildad hasta 1975, y de 1975 hasta 1998 subió de nuevo. 


Por lo tanto, estamos desde hace un siglo en lo más alto, pero en los doce años que llevamos de este siglo XXI, a pesar del incremento de CO2, la temperatura no ha subido.

Esta temperatura actual de 14,5 ºC tiene una variación estacional importante, de unos 4 ºC. Varía entre unos 12.5 ºC en enero, que suele ser el mes más frío a escala global y unos 16.5 ºC en julio, que suele ser a escala global el mes más caluroso, hemisferio norte y hemisferio sur incluídos.

                                              

Como se ve en la figura son ya bastantes ciclos anuales, desde que comenzó el siglo, sin que aparezca ningún calentamiento global, ni acelerado, ni catastrófico.


El IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) publicó en 1990 su primer informe. En una de las páginas del resumen inicial se vaticinaba que la temperatura en el 2025 habrá subido probablemente 1ºC con respecto a la de 1990. 
                                        
Han pasado ya 22 años desde que se hiciera aquella predicción. Quedan 13 años para el 2025. ¿Cómo va el pronóstico ?
                                           
En la figura muestro con la línea quebrada en azul la evolución de las temperaturas mensuales globales desde Enero de 1990 hasta Marzo del 2012 y con la línea recta roja muestro la subida pronosticada como más probable por el IPCC (unos 0,3ºC por década, 1ºC de subida en el 2025) .

                                        
Es obvio que la predicción no se está cumpliendo. 

Realmente existen aún muchas incertidumbres en las predicciones, especialmente respecto al papel del vapor de agua y de las nubes y también en lo que concierne a la variabilidad interna y natural del sistema climático, tanto por cambios en la actividad solar, que pueden afectar a la radiación cósmica y a la formación de nubes,  como por variaciones en las corrientes profundas de los océanos. 

No obstante, a pesar de estas dudas y a pesar de los beneficios que un aumento moderado de las temperaturas y el incremento del CO2 reportaría a la humanidad, especialmente por la intensificación de la fotosíntesis, que es la reacción química esencial de la vida terrestre, domina en nuestra sociedad el pensamiento pesimista y autoinculpatorio, tal y como manifiesta esta portada de Nature de abril del 2009, en la que se muestra un enorme peso de “un billón de toneladas de carbono” a punto de aplastar la Tierra.



Por muchos aspavientos que la ciencia oficial haga, en los próximos años seguirán aumentando las emisiones globales de CO2. China, la India y otros países emergentes, fundamentalmente de Asia, no van a renunciar al gas, al petróleo, al carbón, al acero y al cemento. Todos estos sectores industriales que emiten CO2 siguen siendo fundamentales.

                                          


Es cierto que en Europa en los últimos años se ha producido una tendencia a la baja en las emisiones procedentes de la industria debido a que los avances tecnológicos permiten que cada vez se utilice menos energía por unidad de valor producido.
Si además, con el comercio de cuotas de emisión de CO2 establecido por el Protocolo de Kioto, los gobiernos permiten a las empresas europeas que no utilicen todas las cuotas asignadas y que vendan las cuotas que les sobran, se les invita en la práctica a que se deslocalicen y se marchen con su actividad y sus empleos a otra parte. Un ejemplo es lo ocurrido con la empresa más beneficiada en Europa por el Protocolo de Kioto, el gigante siderúrgico Arcelor Mittal, que ha vendido en el mercado de cuotas varios cientos de millones de euros de CO2 sobrante, no emitido, que le fueron adjudicadas gratis. Al gobierno español le ha costado el Protocolo de Kioto, unos 750 millones de euros y a las empresas españolas no les ha costado nada. Al contrario, con las cuotas no usadas han podido hacer caja.

De cualquier manera, la principal propuesta para evitar las emisiones de CO2 es la sustitución de los combustibles fósiles por otras fuentes de energía. De esta forma en Europa el lobby nuclear, muy influído  por la empresa estatal francesa Areva, ha hecho todo lo posible estos años por demonizar al CO2, para contrarrestar el hecho de que la energía nuclear tiene serios incovenientes, por sus riesgos de accidente como se ha comprobado en Fukushima, por la gestión de los residuos radioactivos y , sobre todo, creo yo, por el enriquecimiento del uranio que puede ir ligado, si no se controla internacionalmente, a la proliferación de las armas nucleares.

Finalmente, unido al paradigma vigente de que los combustibles fósiles son malos, la ciencia nos ha venido amenazando con la paradójica advertencia de que además de ser malos, se acaban. 

Hasta hace un par de años era casi un dogma el creer que los recursos de gas y de petróleo se agotarían con rapidez, pero en Estados Unidos, estos últimos cinco años, de una forma callada y silenciosa, nuevas técnicas de perforación horizontal de los estratos y de fracturación hidráulica de las rocas del subsuelo (el llamado “fracking”, tan odiado por los ecologistas) han permitido un boom en la producción de los llamados gas y petróleo no convencionales. 

De hecho, en Estados Unidos, los más de 25.000 pozos perforados estos cuatro últimos años, que utilizan la técnica del fracking, han hecho que ese país se convierta en el primer país productor de gas natural del mundo, superando a Rusia, y que los precios del gas hayan bajado drásticamente hasta ser en la actualidad cinco veces más baratos allí que en Europa. 

                                               
En casi todo el mundo estas técnicas de explotación van siendo aceptadas políticamente. Uno de los casos recientes más llamativos es el del gobierno peronista de Argentina, que ha mostrado su júbilo por la posibilidad de explotar con estas técnicas de “fracking” los esquistos del yacimiento de Vaca Muerta, expropiado a Repsol.

Pero en Europa, el pesimismo dominante y las trabas ecologistas ha logrado frenar hasta ahora estas explotaciones de gas y petróleo no convencionales.  El país que más se opone a las prospecciones es , naturalmente, Francia, cuyo parlamento votó hace un año un acuerdo en su contra. “Francia no tiene gas”, le oí decir textualmente a Sarkozy en un debate televisado. Pero se sabe que haberlo, haylo, tanto en la cuenca de París como en la región del sudeste de Francia.


Aparte de gas no convencional, estas nuevas ténicas han permitido en Estados Unidos aumentar también la producción de petróleo, especialmente en Texas y en Dakota del Norte. 

En otras partes del mundo, por métodos más clásicos, se han descubierto nuevas bolsas en el subsuelo marino, como es el caso de Brasil y ha aumentado la explotación de crudos pesados y de arenas bituminosas en  países políticamente muy diferentes como Canadá o como Venezuela.

Finalmente el carbón, igual que fue fundamental en el desarrollo de Europa durante el siglo XX, lo está siendo ahora en el desarrrollo de países como China o la lndia. Las reservas globales son muy importantes, suficientes para ser explotadas durante siglos, y su producción aumenta cada año.

En conclusión y en resumen, si dudo de la ciencia cuando la ciencia habla del cambio climático es porque tengo la sospecha de que la ciencia es parcial y además exagera. No niego que las moléculas de CO2 absorban la radiación infrarroja y calienten la atmósfera. Lo que no creo es que el incremento del CO2 esté produciendo un calentamiento catastrófico. Creo que el pesimismo sobre la humanidad y sobre el clima se vende bien y que la demonización del CO2, al que se trata falsamente de principal contaminante del aire, ha obtenido tanto éxito porque esta idea de la catástrofe climática ha ido acompañada de intereses económicos y políticas egoístas, que han manipulado la presentación al público de los datos.

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