Los primitos

Arcadi Espada.



Yo veo a los animales de un modo parecido a como se ven los primos del pueblo. De mi sangre, aunque algo brutos y con un concepto de la higiene distinto. Mi acuerdo con las teorías darwinianas es total, pero eso no me hace ver mejor a los animales, sino peor al hombre. Y desde luego si me repugna el populismo, cómo no va a repugnarme el animalismo: la creciente promiscuidad entre hombres y animales (a los que nuestro buen burgués llama ahora «mascotas») me parece casi siempre ridícula y a veces moralmente humillante. Un marca indiscutible del progreso humano es la segregación, duramente trabajada, entre hombres y animales. Pero en los últimos tiempos la segregación está aflojándose. Familias limpias, sin pecado concebidas, acarician, besuquean y tal vez a sus bichos con una dejación especista francamente preocupante. Lo que jamás permitirían a sus hijos, esto es atravesar el salón con las pezuñas cagadas se lo permiten al bulldog; las babas, que no tolerarían de padres ni de maridos, permiten que mojen ahora sus almohadas; ¡pero es que son babas agridulces de minino! Y no hablemos de lo que ocurre en el espacio público. Una próstata de varón cansado deshogándose en un parque provoca que las madres empiecen a dar grititos y corran a buscar a los niños; pero cuando Eleonora Duncan, que así son capaces de llamarla, levanta su pata hasta el ángulo, una indiferencia de milenios se instala, animalito. La única fiera doméstica que me infunde transigencia y hasta admiración es la boa constrictor o asimilados que algunos guardan en la bañera; pero solo porque en estos casos, extremos, pero pedagógicos, han conseguido que su dueño sea la mascota.
Dados estos antecedentes el dilecto lector convendrá hasta qué punto me he sentido aliviado con la lectura de un artículo en The Atlantic que cuenta la proeza investigadora del científico checo Jaroslav Flegr, en torno de un parásito de gato, el T. gondii. La esquizofrenia, el suicidio y las conductas de riesgo están probablemente relacionadas con la anidación en los humanos del parásito, campechanamente llamado, lo que son los azares, Toxo. El artículo incluye este memorable pasaje del mayor especialista en esquizofrenia, el psiquiatra Fuller Torrey: «La esquizofrenia no se extendió hasta la última mitad del siglo XVIII, cuando por primera vez la gente de París y de Londres empezó a tener gatos como mascotas.»
Como es natural yo no sé si las mascotas traen a sus amos la esquizofrenia. Pero que su mera presencia agobiante e insidosa describe la enfermedad de sus amos, y en su más puro sentido etimológico de escisión y quiebra… Ah, de eso lo cierto es que no tengo duda alguna.
(El Mundo, 16 de febrero de 2012)

Krugman y la LM de su propio modelo

Xavier Sala i Martín.


Krugman sigue con su obsesión (casi enfermiza) de criticar al partido republicano estadounidense y, de paso, repetir su chiste del "hada de la confianza" ("confidence fairy") utilizando a Europa como ejemplo.
Yo me pregunto:
(1) Si un país como España decidiera hacerle caso a Krugman, ¿exactamente quien le prestaría dinero y en qué condiciones? Krugman puede tener razón cuando dice que Estados Unidos debe seguir política fiscal expansiva y por lo tanto, debería seguir endeudándose hasta el gorro, porque hay una montaña de chinos que están dispuestos a prestarles dinero a tipos bajos. Pero ese no es el caso de España. La pregunta para España es: dado que los tipos de interés son del 4, 5, 6 y ha habido momentos que han llegado hasta el 7 y casi el 8%, ¿sigue siendo cierto que es deseable aumentar el déficit? Y mucho más importante, ¿es sostenible? Krugman siempre recomienda más déficit y más deuda para todos los países como si la sostenibilidad no fuera nunca un problema. Pero a veces lo es. Es posible que un vaso de vino sea muy bueno para la salud cardíaca de muchos ciudadanos. Pero el doctor debe saber que cuando el paciente es un alcohólico, una copa de vino al día puede degenerar en una situación insostenible para ese paciente específicio, aunque haya funcionado durante 60 años en otros pacientes desde la gran depresión. Utilizar a Europa para ganar pequeñas batallas intelectuales en los periódicos de los Estados Unidos me parece incorrecto.
(2) El riesgo de "demostrar" teorías haciendo correlaciones mentales entre tres o cuatro observaciones es que uno llega a decir tonterías como que la política fiscal en países como España ha sido contractiva: el déficit español ha fluctuado entre el 11% al empezar la recesión y el 8% cuando el gobierno socialista abandona el gobierno y se produce la recaída del último trimestre de 2011. Si un déficit de 8% és contractivo, ¿cual es la magnitud del déficit para España que defiende Krugman? De hecho, y puestos a hacer correlaciones baratas, el gasto público en España subió un 3,7% en 2009 (¿recuerdan las políticas de estímulo Keynesianas, plan renove, plan E, cheques bebé, etc,?). Ese mismo año el PIB cayó un 4,3%. ¿Es eso una demostración de que el "hada de la desconfianza" (cuando el gobierno sube el gasto, la desconfianza entre empresarios que ven como le van a subir los impuestos para pagarlo hace bajar el PIB)? ¡No! Lógicamente no estoy diciendo que la expansión del gasto, contrariamente a lo que dicen los libros de texto keynesianos, provoca recesiones! Tampoco estoy diciendo que en España en 2009 el "hada keynesiana que todo lo arregla" no existiera!!! ¡Dios me libre! Yo ya entiendo que se podría argumentar que, de no haber aumentado el gasto, el PIB podría haber caído mucho más... pero fijaos que lo mismo es cierto para todos y cada uno de los ejemplos de correlación simple que pone Krugman: se podría argumentar que si Grecia hubiera gastado 500.000 millones más, habría sido pasto de los tiburones y hoy su PIB sería la quinta parte de lo que es.  ¿Cómo sabe Krugman que eso no es cierto? Respuesta: no lo sabe. De hecho, nadie lo sabe (aunque me resisto a creer que Krugman realmente piense que Grecia estaría mejor hoy si hubiera gastado 700.000 millones de euros más y hubiera seguido en la senda del despilfarro infinito). Y los economistas no lo sabemos porque, a diferencia de los médicos, no podemos hacer experimentos aleatorios donde ponemos a la mitad de los países con déficit y a los demás les damos un placebo y comparamos los resultados. Y dado que los economistas no lo podemos hacer, la presunta demostración de Krugman de que "el hada de la confianza" no existe me parece, como mínimo, un poco aventurada.
(3) Finalmente, a mitad del artículo, Krugman da en el clavo: la política MONETARIA. La obsesión por repetir el chiste del "hada de la confianza" ha hecho que Krugman se concentrara, durante muchos artículos, única y exclusivamente en la política fiscal y olvidara que también existen la política monetaria y la de oferta de fomento de la competitividad (*). Desde estas páginas llevo años(**) defendiendo que Europa debe seguir una política fiscal contractiva que consista en reducir el déficit ESTRUCTURAL, manteniendo el déficit cíclico (no porque crea en hadas sino porque en las actuales nadie va a prestar a tipos de interés razonables y con tipos elevados, la deuda se convierte en insostenible), JUNTAMENTE CON UNA POLITICA MONETARIA EXPANSIVA. La política monetaria expansiva es exactamente lo que el BCE ha estado haciendo desde el 9 de Diciembre de 2011 y finalmente Krugman explica que es lo que ha funcionado en España e Italia (aunque él, muy listo y barriendo para casa, lo pone como un triunfo de la "anti austeridad", intentando confundir al lector como si la política monetaria y la fiscal fueran una misma cosa!).
Por lo tanto, todos debemos celebrar que Krugman conceda que si el BCE hace políticas monetarias expansivas, no hace falta creer en hadas para pensar que se puede salir el pozo. Solamente hace falta creer, en el modelo macroeconómico que propone el libro del propio Krugman: el modelo IS-LM.
  
(*) Krugman no lo menciona pero yo sigo insistiendo: no hay que olvidar que en la economía hay ofertas y hay demandas y que no todas las crisis son de demanda. En particular, la crisis de España es una crisis de oferta (y una crisis de balances bancarios): una secular pérdida de competitividad que nadie en España supo detectar debido a que la burbuja inmobiliaria la camuflaba al dar la sensación de que las cosas iban bien. Pero de esto ya hablaré otro día.

Grandes criminales del siglo XX: Pol Pot

Mario Noya.



De Saloth Sar, alias Khmaer Da'em, alias Pol Pot, hombre mediocre, sólo se puede escribir usando superlativos negativos, que diría S. J. Lec. Fue el Superestalin, el Megamao, el Hiperasesino del siglo XX. Gran Exterminador, igual murió con la conciencia tranquila.

No es fácil rastrear los orígenes de este bárbaro abominable, "señor de las tinieblas" que "toda su vida trató de mantenerse oculto" –al punto de que,según se cuenta, su hermano Saloth Neap se enteró de que era el formidable Hermano Número Uno al ver su cara en un afiche de su comuna–. Así, si unos te dicen que nació el 19 de mayo de 1925, otros apuntan al mismo día pero del año 28, y otros –la BBC– ni siquiera se atreven a dar una fecha. Lo que sí parece claro es que el lugar que tuvo la mala suerte de verlo nacer fue la aldeúca de Prek Sbauv (provincia nororiental de Kompung Thom) y que su familia tenía relaciones con la Monarquía; muy estrechas incluso, si es cierto que una de sus hermanas fue concubina del rey Sisovath Monivong –y esposa una de sus primas–. También él acabó entrando en palacio, como aprendiz de marquetería y a instancias de su hermano Loth Suong, que trabajaba en cuestiones relacionadas con el protocolo. "A lo largo de aquella etapa de contacto con el mundo extremadamente clasista de la servidumbre palaciega –informa Vicente Romero en su biografía del personaje–, el joven Pol Pot no se interesó jamás por la política ni mostró preocupación social alguna".


Su "poco refutable mediocridad" intelectual (Jean-Louis Margolin, en El libro negro del comunismo, dixit) quedó patente en todos y cada uno de los centros educativos que lo acogieron. Tras seis infructuosos cursos, de la pagoda budista en que lo metió Loth Suong le mandaron de vuelta a la granja familiar sin el preceptivo certificado de aprovechamiento. Tampoco aprobó el bachillerato. Si acaso, de los años escolares sacó una gran amistad con Lon Non, hermano del futuro dictador Lon Nol. Más le hubiera valido no conocerle: Lon Non, que andando el tiempo llegó a general, fue ejecutado por los jemeres rojos en cuanto éstos accedieron al poder; por lo que hace al pueblo del que eran originarios los Lon, fue desalmado el 17 de abril de 1977, segundo aniversario de la revolución libertadora: vivían en él 350 familias.


Por esas cosas estupefacientes que pasan, en 1949 este pésimo estudiante consiguió que le becaran para estudiar radioelectricidad en Francia. Claro que no le aprovechó (de hecho, le acabaron quitando la beca), pero esos tres años y tres meses en la metrópoli le sirvieron para descubrir a Stalin, orbitar en torno al Partido Comunista Francés y conformar el denominado Grupo Estudiantil de París, con alimañas humanas como Ieng SaryKhieu SamphanSon Sen y Huo Yuon, tan culpables como él del holocausto camboyano.


De vuelta a Indochina, aprendió a odiar a los vietnamitas luchando con ellos contra la dominación francesa. "Se sintió minusvalorado –escribe Romero–, ya que se le encargaron tareas tan secundarias como cuidar pollos, recoger estiércol, limpiar letrinas...". "Sar fue un recluta más", pero él, Khmaer Da'em, me llaman Camboyano Auténtico, no podía serlo. En 1960, el Grupo de París se hace con el control del Partido Revolucionario del Pueblo de Kampuchea, lo transforma en el Partido de los Trabajadores de Kampuchea y corta los hilos que lo mantenían unido a los comunistas de Vietnam. (Un inciso: Kampucheaes la palabra jemer para Camboya). Tres años después, tras la desaparición en extrañas circunstancias de Tou Samouth, Pol Pot es aupado a la Secretaría General de la formación.


Como tal, en 1965 viaja a Hanoi, donde la gente de Ho Chi Minh le reprocha el virulento nacionalismo del PTK y le pide que deje de lado la lucha armada en Camboya hasta que los norteamericanos abandonen Vietnam. No le gusta nada ese viaje. Qué distinto será el que le lleve el año siguiente a China, la China de Mao, la China de la Revolución Cultural salvajísima, que pudo cobrarse la vida de hasta un millón de personas.
Durante varios años, China, una de las civilizaciones más antiguas del mundo, se vio asolada por bárbaras hordas a las que se había enseñado a tratar todo aquello que escapaba a su comprensión como algo merecedor de ser destruido. En el apogeo de este movimiento, todas las escuelas se cerraron, y no circulaban libros salvo los de texto y las propias obras de Mao. Se prohibieron los conciertos de música occidental. Los guardias rojos agredían a los intelectuales y los obligaban a humillarse públicamente, y torturaron y mataron a muchos de ellos.
(Richard Pipes, Historia del comunismo, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 167).
Ése era su modelo, el comunismo más despiadado y brutal, la aniquilación del pasado y del presente conflictivo, el terror extremo hacia fuera y hacia dentro. Guerra de exterminio contra la civilización para, desde la más estricta barbarie, empezar de cero y "asegurar la perennidad de la raza jemer", como dejó escrito este Hitler aceituno en el periódico oficial de su partido, Tung Padevat ("bandera revolucionaria").
La sangre roja y centelleante cubre la tierra, la sangre vertida para liberar al pueblo: la sangre de los obreros, los campesinos y los intelectuales; la sangre de los adolescentes, los novicios y los jóvenes. La sangre se arremolina y asciende suavemente al cielo, transformándose en una bandera roja revolucionaria. ¡Bandera roja! ¡Bandera roja! ¡Ondula ahora! ¡Ondula ahora! Oh, amados amigos, perseguid al enemigo, golpeadle y destruidle. ¡Bandera roja! ¡Bandera roja! ¡Ondula ahora! ¡Ondula ahora! No dejéis con vida a ningún imperialista reaccionario: echadles de Kampuchea. ¡Movilizaos y golpead, movilizaos y golpead, y conquistad la victoria, conquistad la victoria!
(Letra de la canción "Bandera roja", reproducida en Bernard Bruneteau, El siglo de los genocidios, Alianza, Madrid, 2009, pp. 289-289).
El Horror se instala en la ya machacadísima Camboya (por la guerra de Vietnam, la guerra civil, la dictadura, las injerencias extranjeras sin cuento, la cleptocracia...) el 17 de abril de 1975, cuando los jemeres rojos del Partido Comunista de Kampuchea (nombre del PTK desde 1966) toman Phnom Penh. El alivio de los habitantes de la capital (más de 3 millones, entre residentes habituales y desplazados por el conflicto) apenas dura unas horas: no podían saber que con el final de la guerra llegaba lo peor como un ciclón de saña:
Se los empujó hacia la campiña circundante. La violencia comenzó a las 7 de la mañana con ataques dirigidos contra las tiendas chinas, y después hubo un saqueo general. Las primeras muertes sucedieron a las 8,45 de la mañana. De los 20.000 heridos que estaban en la ciudad, hacia la caída de la tarde todos estaban en la jungla. (...) Se vaciaron todos los hospitales (...) Fueron destruidos todos los documentos y archivos. Los libros fueron arrojados al río Mekong o quemados en las orillas. Se procedió a incinerar el papel moneda de la Banque Khmer de Commerce. Los automóviles, las motocicletas y las bicicletas fueron [confiscados]. Los [jemeres rojos] dispararon cohetes y bazucas sobre las casas en las que se advertía movimiento. Hubo muchas ejecuciones sumarias. Se dijo al resto: "Salgan inmediatamente de aquí o los mataremos a todos". Hacia la medianoche se cortó el suministro de agua.
(Paul Johnson, Tiempos modernos, Vergara, Barcelona, 2000, pp. 802-803).
"Lo que confería al episodio su horror peculiarmente kafkiano era la ausencia de autoridad visible", explica Johnson. "Los soldados campesinos se limitaban (sic) a matar y aterrorizar; obedecían órdenes e invocaban los mandatos de la Angka Loeu". La Angka Loeu, la Organización Superior, o simplemente Angkar, la Organización, era la plana mayor del Partido Comunista: Pol Pot, ¡Hermano Número Uno!, y sus camaradas igual de tenebrosamente anónimos: Hermano Número Dos (Nuon Chea), Hermano Número Tres (Ieng Sary)... Pero eso no se sabía. Y siguió sin saberse hasta septiembre del 77. Sólo se sufría.


Se vaciaron literalmente las ciudades. Se confinó a la población en comunas agrarias. Se abolió la propiedad privada. Se abolió el dinero. Se cerraron los medios de comunicación. Se suprimió el correo. Se cortó el teléfono. Se prohibió hablar cualquier lengua distinta del jemer. Se prohibió el uso de las gafas. Se prohibió lucir el menor adorno en la vestimenta.
Se prohibió la relación sexual; el adulterio o la fornicación eran castigados con la muerte (...) Se prohibía a los miembros de las parejas casadas [mantener] conversaciones prolongadas, pues se afirmaba que eso era "discutir", y [la reincidencia] se castigaba con la muerte (...) Cuando el hambre y la epidemia se difundieron, los viejos y enfermos y los muy jóvenes, sobre todo [los] huérfanos, fueron abandonados. Se ejecutaba en público y se obligaba a mirar a los parientes mientras el hermano, la madre o el hijo eran sometidos al garrote vil o decapitados, apuñalados, muertos a golpes o (...) a hachazos. A veces se ejecutaba (...) a (...) familias enteras. (...) un docente llamado Tan Samay, que desobedeció la orden de enseñar a sus alumnos únicamente el trabajo de la tierra, fue ahorcado; sus propios alumnos, de ocho a diez años, tuvieron que realizar la ejecución mientras gritaban: "¡Maestro incapaz!". La terrible lista de crueldades es interminable.
(Johnson, ob. cit., p. 804).
No encuentro las palabras; sí los números insoportables del martirio camboyano. Entre 1,5 y 2,2 millones de muertos por hambre, fatiga extrema, enfermedades derivadas del sometimiento a las peores condiciones de vida, asesinato. Entre el 20 y el 30% de la población del momento, pues (7,5 millones). La mortalidad entre los mandos del régimen republicano alcanzó el 83% en la oficialidad, el 67% en la policía y el 60% en el funcionariado. De los 550 magistrados existentes en 1975, sólo cuatro seguían con vida en 1979. De los 60.000 monjes budistas existentes en 1975, sólo 1.000 seguían con vida en 1979. Las tres provincias más urbanizadas del país perdieron el 40% de su población. Desaparecieron 402 de los 450 médicos con que contaba el país, y el 51% de los licenciados universitarios; y el 29% de quienes sólo habían cursado estudios primarios, y el 19% de los campesinos pobres, y el 17% de la gente sin profesión conocida. Y el 34% de los musulmanes cham, y el 49% de los católicos, y el 38% de los miembros de la minoría china, y el 37% de los miembros de la minoría vietnamita. Y el 50% de los propios afiliados al partido comunista ("Una cifra incomparablemente superior a la de los peores momentos del terror estalinista", apunta Bernad Bruneteau, a quien he tomado los datos precedentes). Por la infernal cárcel de Tuol Sleng(antes fue una escuela) pasaron más de 16.000 presos: sólo siete salieron vivos.
La mortalidad fue terrorífica en todas las edades, pero sobre todo entre los jóvenes adultos (un 34% de hombres de 20 a 30 años, un 40% [de hombres] entre los 30 y los 40) y entre las personas de ambos sexos de más de 60 años (el 54%). (...) desde 1945, ningún país se ha visto afectado hasta ese punto. En 1990 aún no se había alcanzado el número de habitantes de 1970. Y la población se hallaba muy desequilibrada: 1,3 mujeres por cada hombre. Entre los adultos de 1989, encontramos la bagatela (¡sic!) de un 38% de viudas, frente a un 10% de viudos. También vemos un 64% de mujeres entre la población adulta, y que el 35% de [los] cabezas de familia son madres. [...] En 1979, el 42% de los niños eran huérfanos, tres veces más de padre que de madre; el 7% había perdido a sus dos progenitores. En 1992, la situación de aislamiento resultaba más dramática entre los adolescentes: un 64% de huérfanos.
(Jean-Louis Margolin, "Camboya: en el país del crimen desconcertante"; en VVAA, El libro negro del comunismo, Planeta-Espasa, Barcelona, 1998, pp. 662 y 713).
El multimillonario Noam Chomsky, gurú de la siniestra izquierda estupenda, hozó como un pobre cerdo en el ya será menos y en la versión más degenerada del salomonismo: las culpas, que se las repartan los jemeres rojos y, ¡bingo!, los Estados Unidos de América, que de todas formas no se cubrieron de gloria y sí de mierda por aquellos años en aquellas tierras.


Fue la criminal dictadura comunista de Vietnam la que, en 1979, puso fin a la genocida dictadura comunista de Camboya: ocupó el país e instauró la República Popular de Kampuchea, que dejó a cargo del exjemer rojo Heng Samrin. Pol Pot y su yunta de hermanos numerados huyeron a la jungla, donde siguieron a lo suyo: odiar, aniquilar, matar a modo.


"La revolución es una obra propia de Dios, demasiado colosal para simples humanos", dicen (Romero) que dijo un día. Pero luego llegó otro, el del juicioa que le sometieron sus propios cuervos no por el holocausto que perpetró contra su propio pueblo sino por mandar asesinar a su exministro de Defensa Son Sen, a su esposa y a sus nueve hijos ("también mandó aplastar sus cadáveres bajo las ruedas de un camión"; de nuevo Romero), y entonces se reveló un miserable cobarde, qué chivato y acusica:
Dijo que sabía que muchos habitantes del país le odiaban y le consideraban responsable de las matanzas. Dijo que sabía que muchas personas habían encontrado la muerte. Al decir esto, casi se derrumbó y se echó a llorar. (...) Dijo que él era como un amo de casa que ignoraba lo que hacían sus hijos, y que había confiado demasiado en las personas. (...) Le decían cosas que no eran verdaderas, que todo iba bien, pero que tal o cual persona era un traidor. En última instancia, los verdaderos traidores eran ellos. El principal problema eran los mandos formados por los vietnamitas.
(Margolin, ob. cit., p. 708).
Ese juicio filfa se celebró el 25 de julio de 1997, en el último reducto de los jemeres rojos, un pedazo de selva en la frontera camboyano-tailandesa. "El bizarro tribunal, en lo que parecía más un exorcismo de sus propios demonios que un acto de justicia, dictó pena de cadena perpetua (...). Pero, dados el estado de salud y la edad del reo Saloth Sar, se le permitió cumplir la sentencia en su domicilio", vulgo choza (Vicente Romero, Pol Pot, el último verdugo, Planeta, Barcelona, 1998, p. 10). Ni siquiera entonces mostraron, pues, compasión por los exterminados.


Al poco, por no pasar no pasó un año, Saloth Sar, Khmaer Da'em, Pol Pot, Hermano Número Uno devenido Último de la Fila, murió. El 15 de abril de 1998. Del corazón que no tuvo. O lo mataron:
Las noticias sobre la muerte de Pol Pot se producen sólo horas después de que oficiales del Jemer Rojo dijeran estar dispuestos a entregar a su antiguo líder para así poner fin a la lucha contra las tropas del Gobierno camboyano [...] En las últimas semanas el Jemer Rojo ha sufrido una ola de deserciones [...] Miles de guerrilleros hastiados están dispuestos a abandonar la lucha [...] Según el corresponsal de la BBC en la región, Enver Solomon, la muerte de Pol Pot podría resultar extremadamente conveniente para el núcleo duro de lo que queda de las guerrillas. Podrían tratar de prepararse un papel político para sí mismas, libres ya de un hombre que es tenido por uno de los líderes más brutales de todos los tiempos.
("Pol Pot dead"BBC News, 16 ABR 1998).
(...) su fallecimiento se produjo en un momento muy oportuno, cuando el presidente norteamericano Bill Clinton había iniciado trámites diplomáticos para que fuese capturado y juzgado. Y entre la clase dirigente de Camboya no interesaba a casi nadie que el Hermano Número Uno viviese para declarar sobre el reparto de responsabilidades históricas ante un tribunal internacional.
(Romero, ob. cit., p. 11).
La pira fúnebre para nada fue sobria sino sórdida, astrosa, directamente cutre. Tablones, neumáticos, una manta, el colchón, la silla desequilibrada.Una pira mendiga. Pero no le faltaron las flores. Que, es claro, no le pusieron aquellos de sus sirvientes "ejecutados bajo la acusación de sabotaje tras producirse fallos en los servicios de agua y electricidad de alguna de sus residencias" (Romero, p. 21. "Sus cocineros y camareros eran objeto de especial vigilancia"). Tampoco su primera mujer, la fanática Khieu Ponnary, de la que se divorció en los 80, estando ya ella mentalmente desquiciada. Igual sí la segunda, la campesina Mia Som, a la que sacaba treinta años y con la que tuvo una hija (Set Set), y que tuvo a bien informarnos de lo feliz que había sido ese despojo palúdico en sus últimos días (Romero, p. 24). Quiso además que constara que "fue un buen esposo y un excelente padre".


"Nadie rezó por él. Tampoco nadie en el mundo lloró su muerte", mintió Romero; para acto seguido estar en lo cierto:
Pero nadie en Camboya conseguirá olvidarle.

Elogio del olvido

Sebastiaan Faber.



¿Cabe definir el recuerdo colectivo como un deber moral? ¿Hallamos situaciones en las que sería preferible no saber qué ocurrió hace años? ¿Por qué no podría haber paz sin justicia? Las preguntas que plantea el ensayista neoyorquino David Rieff son fundamentales y de gran importancia para sociedades que, como la española, lidian con un pasado conflictivo y traumático. En junio de 2010, Fernando Savater publicó un artículo en El País en la que recomendaba este breve libro a sus compatriotas “para enriquecer su perspectiva”. Pero por más provocadores e importantes que sean los interrogantes que aborda Rieff, en su libro apenas  logra clarificarlos, ni responderlos de una forma que hagan justicia a su complejidad.

El tema principal de Against Remembrance —título de intención panfletaria que se puede traducir como “contra el recuerdo” tanto como “contra la conmemoración”—es lo que se ha dado en llamar la memoria colectiva o memoria histórica, es decir, las representaciones que las comunidades humanas elaboran y manejan sobre su pasado compartido—. El punto de partida es sencillo: ¿Es siempre bueno —se pregunta Rieff— recordar los eventos del pasado, rendir homenaje a sus víctimas y héroes? Bien mirado, ¿no hay muchos casos en los que, desde una perspectiva moral y política, resulta más recomendable el borrón y cuenta nueva? Las reflexiones que desarrolla el autor al respecto tienen su origen en su experiencia personal como periodista en la antigua Yugoslavia, donde vivió los terribles efectos de odios avivados por “recuerdos” colectivos de pasados mitificados y arteramente manipulados por políticos e intelectuales. “Con demasiada frecuencia”, extrapola, “la memoria histórica colectiva, tal y como ha sido entendida por comunidades, pueblos y naciones (…) ha llevado a la guerra más que a la paz, al rencor más que a la reconciliación, y a la determinación de buscar revancha más que al compromiso con la dura labor del perdón” (27-28). “No veo” —concluye— “por qué la noción nietzscheana del olvido activo es menos viable o menos moral, una vez que han muerto los sobrevivientes de un grave crimen y sus descendientes inmediatos, que la terca adhesión a la memoria como imperativo categórico” (127).

David Rieff nació en Boston en 1952. Es hijo único del matrimonio precoz entre Susan Sontag y el sociólogo Philip Rieff (cuando se casaron Sontag tenía 17 años; se divorciaron ocho después). En los años ochenta David fue editor en Farrar, Straus & Giroux, donde trabajó con Joseph Brodsky, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Desde comienzos de los noventa se ha venido perfilando como ensayista y comentarista de cierta prominencia en el ámbito anglófono. Es colaborador frecuente de The Nation, The New York Times, The New Yorker y, desde hace varios años, “contributing editor” del New Republic. (En 2008 se reveló como inteligente memorialista con Swimming in a Sea of Death, una reflexión personal sobre los últimos nueve meses de vida de su madre, que murió de cáncer en diciembre de 2004). 



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