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Un nuevo periodismo (I)

Arcadi Espada.



Hace un par de meses y con el objetivo de preparar una conferencia en Valencia hice una búsqueda hemerográfica en el archivo del diario El País. Elegí ese diario por su carácter de referencia intelectual para mi generación y porque los resultados se extendían desde el principio de la transición política española hasta nuestros días. Busqué una serie de nombres característicos de la cultura de letras y otros tantos de la cultura científica.
Entre los primeros estaban Gabriel García Márquez (2.156), José Saramago (1.943), Günter Grass (853), Graham Greene (491), Truman Capote (470), Marguerite Duras (345), Norman Mailer (328) y Doris Lessing (264). Entre los segundos, Richard Feynman (59), Richard Dawkins (95), Stephen Jay Gould (100), Mario Bunge (107), Francis Crick (130), Carl Sagan (159), Luc Montagnier (159) y Stephen Hawking (444).
El lector habrá adivinado que los números entre paréntesis reflejan el número de veces que cada uno de esos nombres aparecen citados en la hemeroteca digital del periódico. El resultado, aunque fiable, no debe considerarse exacto, porque las hemerotecas digitales distan de ser precisas. Debo añadir un par de líneas sobre los criterios de selección. Se observará un predominio de los nombres anglosajones. Esto se debe a las obligaciones impuestas por la ciencia, cuyos nombres más prestigiosos y populares ofrecen un claro dominio de las nacionalidades anglosajonas. De ahí que para equilibrarlo eligiera escritores de la misma área geográfica, aunque en las letras el dominio anglono sea tan evidente.
He de confesar que esperaba unos resultados decantados, pero no hasta ese punto. Baste comparar algunos de los más significativos. Que un científico de la talla y de la popularidad de Stephen Hawking consiga menos menciones que Truman Capote o Graham Greene y muchísimas menos que Gabriel García Márquez roza lo asombroso. Pero que el descubridor del ADN, Francis Crick, tenga la mitad de menciones que Doris Lessing roza lo grotesco. Los números de Richard Feynman, Richard Dawkins o Stephen Jay Gould son incomprensibles desde la perspectiva de una persona culta. Por no hablar de cómo se han traducido periodísticamente las aportaciones a la humanidad de Luc Montagnier, el descubridor del virus del sida.
Cometeríamos un error, sin embargo, si creyéramos que los resultados reflejan alguna particularidad específica del diario El País. La misma consulta en el archivo del New York Times ofrece resultados similares y el mismo décalageentre los hombres de letras y los hombres de ciencias. Y estoy convencido de que la consulta de Le MondeThe Guardian o La Repubblica no daría resultados distintos. Los motivos de esta abismal diferencia de trato no son específicos de ningún país y se insertan en lo más profundo de la cultura periodística. Es probable que alguno piense que en realidad se insertan en lo más profundo de la cultura a secas. Los tres milenios de civilización, contados a partir de la invención de la escritura, ofrecen una ventaja considerable a la cultura de letras, asociada inexorablemente con la religión y el mito. Durante todo este tiempo la ciencia ha sido un modo de conocimiento subordinado y absolutamente elitista. Pero la mención del periodismo tiene sentido contemporáneo porque la apreciación colectiva de la cultura, y ya no digamos el concepto de popularidad, son inseparables del desarrollo de los medios de comunicación de masas. Cuando Charles Percy Snow pronunció en 1959 su famosa conferencia sobre las dos culturas, donde abogó por la superación del foso abierto entre las ciencias y las letras, estaba aludiendo a un problema si no creado, al menos tremendamente amplificado, por el periodismo. En una próxima entrega veremos hasta qué punto la identificación del periodismo con la literatura no se limita a la onomástica, sino que nutre lo que podríamos llamar, aun incurriendo en el abuso, la epistemología periodística dominante.
(Muy Interesante, mayo de 2012)

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Víctimas, 12 de mayo: Ramón Baglietto Martínez y Máximo Antonio García Kleiner

Libertad Digital.



Pasadas las nueve de la noche del 12 de mayo de 1980 la banda terrorista ETA asesinaba a tiros en el Alto de Azcárate a RAMÓN BAGLIETTO MARTÍNEZ, simpatizante de UCD y exconcejal de Azcoitia.
Ramón Baglietto fue asesinado cuando regresaba a su domicilio desde el establecimiento de muebles que regentaba en Elgóibar. Su automóvil, un Seat 124, fue ametrallado cuando circulaba por la carretera, a unos tres kilómetros de Elgóibar. A consecuencia de los disparos, Baglietto perdió el control del vehículo, que se estrelló contra un árbol. Según parece, los autores del atentado se acercaron al automóvil y, al comprobar que su propietario seguía con vida, lo remataron disparándole a bocajarro.
Un automovilista que pasó poco después dio aviso a la Policía Municipal de Elgóibar, creyendo que se trataba de un accidente. La Guardia Civil de Tráfico inició los trámites del atestado con la misma idea, hasta que se percataron de los orificios de bala en el cadáver, uno de ellos en un ojo. El cuerpo fue identificado poco después por un religioso, familiar de la víctima, que transitaba casualmente por el lugar y se acercó a interesarse por lo sucedido. La Policía recogió varios casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum, marca SK.
Ramón Baglietto era simpatizante de UCD, íntimo amigo de José Larrañaga Arenas, exalcalde de Azcoitia, que hacía unos dos meses había sido herido gravemente en un atentado en esa localidad. Larrañaga sería asesinado cuatro años más tarde, el 31 de diciembre de 1984, en otro atentado terrorista. Tras el asesinato de Ramón, Jaime Mayor Oreja, secretario general de UCD en Guipúzcoa, manifestó sentir impotencia "ante la sensación de que nos están cazando como a conejos".
Uno de los terroristas que asesinó a Ramón era Cándido Aspiazu. Lo trágico de esta historia es quea ese terrorista, cuando era un niño, lo salvó Baglietto de ser aplastado por un camión que se llevó por delante a su madre, María Nieves -la mujer del carpintero de Azcoitia-, y a su hermano, José Manuel, de 2 años.
Así lo contó en 2005 Pedro María Baglietto, hermano de Ramón, en la película Trece entre mil de Iñaki Arteta: "En el año 1962, mi hermano estaba precisamente aquí, en la puerta de la tienda que tenía, cuando se dio cuenta de que venía una señora con un niño en brazos y otro agarrado de la mano. Éste llevaba una pelota y, en un momento dado, se le escurrió de la mano, por lo que el niño salió corriendo. En ese momento venía un camión pesado y la madre, instintivamente, fue a proteger al chaval. Mi hermano, perplejo, no tuvo tiempo nada más que de quitarle el niño que llevaba en brazos y de observar con horror cómo la madre y el niño morían aplastados por el camión". Ese niño a quien Ramón salvó la vida fue el que, dieciocho años después, lo remató con un tiro en la sien. Como contó Pedro María, su hermano tenía la impresión de que le seguían desde hacía varios días e, incluso, le contó a su mujer, Pilar Elías, que sabía quién le estaba siguiendo.
El día del atentado "cuando se dio cuenta de que Cándido [Aspiazu] venía detrás, en el coche, aceleró y le sacó una gran ventaja". Pero en la siguiente curva de la carretera, otros dos terroristas ametrallaron el coche, alcanzándole en el pecho y provocando que el coche chocara contra un árbol. "Entonces Cándido aparcó tranquilamente, empuñó una pistola (...) apuntó fríamente a la sien de mi hermano y disparó. Era el 12 de mayo de 1980. Eran las nueve de la noche. Llovía torrencialmente".
Cinco días después, el 17 de mayo, detenían a Cándido Aspiazu Beristain y a su amigo Juan Ignacio Zuazolazigorraga Larrañaga. En 1981 la Audiencia Nacional les condenó a sendas penas de 49 años de prisión mayor, de las que sólo cumplieron 12. Salieron de prisión en 1995 al serles aplicadas las redenciones de condena previstas en el Código Penal de 1973. Además, se tuvo en cuenta que, supuestamente, se habían desvinculado de la banda terrorista, cosa que posteriormente se demostró que no era verdad. 
En 2004, Cándido Aspiazu abrió un negocio de cristalería junto a la casa de la viuda de Baglietto,Pilar Elías, lo que le obligaba a cruzarse con el asesino de su marido a diario, cada vez que entraba o salía de su domicilio. No era una casualidad. Así lo piensa Pilar: "Yo nunca lo he visto como casualidad. Es una forma de incordiarme. De acobardarme. Él era carpintero, como su padre, y trabajaba en una tienda de decoración de Azpeitia. Y de la noche a la mañana se convierte en cristalero".
El escándalo que suscitó esta situación hizo que la Audiencia Nacional ordenase la subasta del negocio del asesino para hacer frente a las indemnizaciones que la sentencia de 1981 le había impuesto (10 millones de pesetas más los intereses desde 1981). En 2008 se procedió a la subasta, quedándose la mujer de Aspiazu con el negocio y abonando al Estado una cantidad que no cubría el total de esa indemnización. Por otra parte, en 2006 Tele5 realizó un reportaje con cámara oculta que demostró que los dos asesinos de Ramón seguían apoyando al entorno proetarra.
Ramón Baglietto Martínez tenía 42 años y había nacido en Bilbao, aunque su familia se instaló en Éibar poco después. Propietario de un establecimiento de muebles en Elgóibar, residía con su mujer, Pilar Elías, y sus dos hijos, de 13 y 9 años, en Azcoitia. En el momento del atentado colaboraba con UCD, partido en el que militaban dos de sus hermanas. Ramón Baglietto era íntimo amigo del ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja. Su viuda, Pilar, recuerda a Ramón como un hombre "bromista, juerguista también. Maravilloso en todos los sentidos. Jamás, jamás, yo creo que no encontraré a otro como él. Él tenía 42 años y yo tenía 37. En lo mejor, en lo mejor, en lo mejor, me lo quitaron... Menos mal que me quedaron dos hijos maravillosos". Pilar, siguiendo el compromiso político de su marido, fue elegida concejal por el Partido Popular años después. Mujer valiente, se ha convertido en un símbolo de la resistencia al terror. En 2001 encontró un paquete sospechoso en el buzón de su casa; era un libro bomba. Sus hijos le pidieron que lo dejara todo y se marchara de allí, pero ella decidió quedarse. También lo contó en el documental Trece entre mil: "Yo no me marcho de aquí... Por José, por Ramón y por muchos compañeros que se han ido, por todos ellos vamos a luchar".
Poco antes de la medianoche del 12 de mayo 1985 es asesinado en San Sebastián el policía nacional MÁXIMO ANTONIO GARCÍA KLEINER. El agente salía a esa hora vestido de paisano de un bar próximo a su domicilio en el paseo Larracho de la capital donostiarra. Cuando se encontraba a pocos metros del portal de su casa, fue abordado por tres etarras. Uno de ellos se acercó a la víctima por la espalda y le disparó en la nuca. Cuando el cuerpo de Máximo cayó al suelo, el etarra le disparó otros dos tiros en la cabeza. A continuación, los tres se dirigieron a un turismo ocupado por un cuarto terrorista y se dieron a la fuga.
Nada más conocerse el atentado, se personó en el lugar el gobernador civil de Guipúzcoa, Julen Elgorriaga. En la zona del atentado y en las carreteras próximas a la capital donostiarra se establecieron fuertes controles policiales para intentar localizar a los autores del asesinato.
El funeral por Máximo García se celebró al día siguiente en San Sebastián. Al mismo asistió el ministro del Interior, José Barrionuevo. Al terminar, tuvo que salir corriendo a Mondragón, donde esa misma tarde un convoy de la Guardia Civil sufrió otro atentado, en el que resultó herido gravemente el agente Francisco Arias Cuadrado.
En 1987 fueron condenados a sendas penas de 29 años Ramón Zapirain Tellechea y José Ángel Aguirre Aguirre. Fue Zapirain Tellechea el que tiroteó al policía nacional. Ambos formaban parte del grupo Oker de ETA, junto a Idoia López Riaño y Arturo Cubillas Fontán. López y Cubillas fueron los encargados de cubrir a Zapirain mientras asesinaba al policía. Aguirre les esperaba en el vehículo en el que, tras cometer el atentado, huyeron del lugar de los hechos. López Riaño fue condenada en 2002 por los mismos hechos y a las mismas penas, tras ser extraditada desde Francia. Por su parte, Cubillas Fontán no ha sido juzgado. Fue uno de los once etarras que en mayo de 1989 se trasladó de Argel a Venezuela. En ese país residía cuando se dictó sentencia por el asesinato de García Kleiner. Diferentes gobiernos han solicitado, sin éxito, su extradición a España.
Máximo Antonio García Kleiner era natural de la localidad de Cortes (Navarra). Tenía 29 años y estaba soltero. Tras el funeral, su cuerpo fue trasladado en avión desde Fuenterrabía hasta Sevilla. Ahí esperaban el cadáver de su hijo los padres de Máximo, residentes en el pueblo de Los Rosales.  

Desnudos

Odelín Alfonso Torna.

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -Imagino cuantos cubanos, opuestos o no al gobierno, deban sentirse ofendidos al leer el artículo de Manuel E Yepe, titulado “Humillación sexual como tortura en EE.UU.”, publicado en el diario oficial Granma, el viernes 20 de abril. Yepe nos advierte sobre las leyes del “enemigo” histórico, específicamente una aprobada recientemente por la Corte Suprema de los Estados Unidos, sobre la obligación de desnudarse para ser registrado.
El periodista se apoya en un ensayo publicado por la escritora y consultora política norteamericana, Naomi Wolf, titulado: “Como EE.UU. usa la humillación sexual (ponerse de cuclillas, toser y separar las nalgas) como instrumento político para el control de las masas”.
Manuel E Yepe debe saber que este tipo de humillación es frecuente en Cuba, y ni siquiera está comprendido en la Ley de Procedimiento Penal. Además, si de requisar o desnudar a personas se trata, poco les importa a las autoridades cubanas el sexo o la edad del detenido, ni el lugar donde se realice el registro.
Para hablar de humillaciones Yepe no necesasita hurgar en las disposiciones legales de otros gobiernos, menos hacerse eco de lo que publicó Naomi Wolf, una escritora comprometida con las necesidades políticas y de derecho constitucional de sus conciudadanos. Basta con que consulte sobre estas prácticas en las prisiones y comisarías de nuestro país. Aunque, obviamente, no lo hará.
¿Sabe Manuel E Yepe que el domingo 12 de febrero del año en curso, cuatro Damas de Blanco de la provincia de Pinar del Río fueron desnudadas dentro de un auto de la Seguridad del Estado?
Debería indagar sobre esta humillación que sufrieron Yaima Cordero Fernández, Yamilis Valdés Rodríguez, Yamilka Ledesma Santana e Irina Caridad León Valladares. Para desnudar a ninguna de estas víctimas medió orden judicial alguna, tampoco existió la privacidad debida, algo que no preocupó en lo más mínimo a las ejecutoras de la humillación, dos mujeres oficiales, vestidas de civil.
Yepe nunca escribiría sobre el recluso Lázaro Campos Marella, un enfermo mental que permaneció desnudo por varias semanas en una celda colectiva del Combinado del Este, el reclusorio más poblado de Cuba. Seguro desestimaría conocer historias como la de Jacqueline Cutiño Leyte, vecina de Parcelación Moderna, en Arroyo Naranjo. Ella podrá contarle cómo fue humillada, en agosto de 2007, en la unidad policial de C y 21, en el Vedado, donde la obligaron a desnudarse para quitarle 92 pesos convertibles, que nunca le devolvieron.
Sobre la humillación, pudriera contarle uno de los periodistas habituales de esta página, José Antonio Fornaris, quien fue avergonzado en dos ocasiones. La primera, en el cuartel general de la Seguridad del Estado, conocido como Villa Marista, en 1991. La otra, en el baño de la terminal de ómnibus interprovinciales de Ciego de Ávila, en 1996.
Según interpreta Yepe, ex diplomático devenido periodista habitual del diario Granma, “Forzar a la gente a desnudarse es el primer paso para romper su sentido de individualidad y dignidad, reforzando su impotencia”.
¿Se puede hablar de respeto a la individualidad y la dignidad en otro país, en el periódico oficial de un gobierno que suele desnudarnos de manera improcedente y humillante? ¿Acaso siquiera existe en Cuba una Corte Suprema capaz de llevar a votación nuestros derechos más elementales?
En el capitulo X, de la Ley de Procedimiento Penal, aparecen redactados los diferentes tipos de registros. Sin embargo, nada se dice sobre cómo, dónde y bajo qué condiciones se puede obligar a desnudarse a un detenido.
Manuel E. Yepe se siente ofendido con las disposiciones legales norteamericanas. Es una lástima que no quiera –o no pueda- mirar las humillaciones continuas que ocurren en el mismo país en que vive.

San Sebastián

Fotografías de María Jesús Martín Villar.