José Sabogal en la Historia del Perú. Por Andrés Zevallos de la Puente

Durante cinco fechas consecutivas, previas a la celebración de nuestras Fiestas Patrias, el diario El Comercio publicó a doble página una sucinta referencia a los acontecimientos que han venido jalonando nuestra historia desde la proclamación de la Independencia.

Entre esos acontecimientos en forma destacada aparece la figura de José Sabogal como promotor de un viraje decisivo en la trayectoria de nuestra cultura, concretamente en el campo de las artes plásticas.

Sin embargo, el acontecimiento más significativo en torno a la figura de Sabogal lo constituye la extraordinaria exposición que el MALI (Museo de Arte de Lima) ha abierto en su espacioso local del Parque de la Exposición en la capital. Dicha exposición fue abierta al público el pasado 10 de julio y permanecerá hasta los primeros días de noviembre próximo.

La noche anterior a su apertura, y en el marco de un exclusivo acto protocolar, una masiva asistencia de personajes de la política, funcionarios, diplomáticos, periodistas, empresarios y figuras de la sociedad limeña asistieron al cóctel de inauguración oficial bajo estrictas medidas de seguridad.

Para quienes de una u otra manera nos sentimos ligados a su memoria, aquella ceremonia ostensiblemente desbordaba respeto y admiración por lo que, pasado ya más de medio siglo, esta exposición significaba el reconocimiento a la obra y decisión de un hombre que soñó con una patria de auténtica peruanidad, pero que, como toda propuesta revolucionaria, chocó y fue combatida con ensañamiento desde sectores con intereses distintos.

A los cajamarquinos que desconocen aún el personaje y solamente lo tienen presente como el nombre de uno de los principales jirones de la ciudad, nos permitimos hacer una breve referencia a su trayectoria.

El apellido Sabogal proviene de Calabria Cantabria región del norte de España bañada por el Golfo de Vizcaya, donde se pescan sabogas utilizando las redes llamadas precisamente sabogales. De allí vino al Perú su padre Don Matías; su madre peruana tenía el apellido Diéguez.

A los 22 años de haber nacido en Cajabamba, con unas cuantas libras peruanas en el bolsillo, se embarcó por su cuenta y riesgo en un buque mercante que después de varias semanas de navegación lo desembarcó en un puerto italiano.

Desde muy niño había soñado con este viaje, tanto que a los 12 años se escapó del hogar y emprendió camino hacia la Costa donde sabía que iba a encontrar el mar que habría de cruzar para llegar a la tierra de “el Sanzio” el gran pintor que él trataba de imitar en sus dibujos infantiles. Pero unos amigos de don Matías que lo encontraron por el camino lo obligaron a volver con ellos. Esta aventura se repitió a los 16 años pero ya con la aquiescencia familiar. Varios años de trabajo en los cañaverales de La Libertad le permitieron juntar aquellas libras que por fin hacían posible aquel viaje soñado.

Deslumbrado por el arte de los maestros del Renacimiento , entre los cuales admiraba la sobriedad y el vigor de Masaccio, anduvo muchas veces, por los caminos de Florencia, Siena, Pisa, Roma y otras ciudades más para conocer y estudiar las obras que en ellas se atesoran.

Cuando se acabaron aquellas libras peruanas, empezó a alternar sus lecciones vespertinas de dibujo y pintura con trabajos ocasionales de ayudante de albañilería o de pintor de brocha gorda. Cuando esto le permitió ahorrar algo, cruzó el Mediterráneo para recorrer los países norafricanos antes de pasar a España donde, según lo manifestara más tarde, sentía bullir en las venas lo que quedaba de la herencia de sus ancestros cantábricos.

Un día, en el puerto de Cádiz, se enteró que, estando para partir rumbo a Buenos Aires, un velero requería con urgencia un grumete que le faltaba para completar su tripulación. En un vehemente arranque de aventura y recordando su juvenil dominio del deporte de barras y argollas, tomó la decisión de darse un paseo por “su” América.

En Buenos Aires, mientras se armaba el retorno a Cádiz, el improvisado grumete trabó amistad con jóvenes porteños algunos de los cuales tenían nexos con el arte. Allí se había fundado la Academia de Bellas Artes con lo cual la inquietud artística había despertado gran interés, ello determinó que Sabogal tomase la decisión de aprovechar la oportunidad para completar aquí su formación profesional.

Habiendo terminado los estudios, fue nombrado como profesor en la Escuela Docente de Jujuy, ciudad del noroeste argentino en el límite con Bolivia y Chile. Para entonces ya era conocido en los círculos artísticos y contaba con la amistad de pintores como Modesto Luccioni y Jorge Bermúdez.

Por entonces, en Argentina soplaban vientos de renovación que se inspiraban mayormente en los ideales de la llamada Generación del 98, en España, compuesta por notables figuras como Unamuno, Azorín, Ortega y Gasset, y que en pintura reflejaba la obra de Ignacio Zuloaga, Anglada Camarasa y Julio Romero de Torres, artistas de quienes en Buenos Aires ya se conocía su obra.

Con éstos antecedentes, en Argentina se gestaba también un movimiento cultural que devino en llamarse “nativismo”. Imbuidos de estos ideales Sabogal y sus amigos se dieron a pintar motivos netamente argentinos. En el caso de nuestro pintor, el asunto caló más hondo todavía pues en aquel rincón fronterizo con Bolivia, Sabogal encontró evidentes similitudes con lo peruano ya que aquella región había sido parte del Imperio Incaico. Todo esto determinó su decisión de volver al Perú dejando atrás su proyecto de retorno a Europa.

Entrando por Bolivia se encontró con la mágica belleza del lago Titicaca; pero su deslumbramiento culminó al llegar al Cusco, cuyos paisajes urbano y rural así como la gente que los habita, coparon seis meses de intenso trabajo artístico. Nunca se había imaginado encontrar tanta belleza de auténtica originalidad. Además allí encontró también gente imbuida de una inquietud de renovación política y cultural que venía a afirmar su convicción de que el Perú independiente tenía que optar por una cultura acorde con su herencia histórica.

Con noventa cuadros bajo el brazo, Sabogal emprendió viaje a Lima, anhelante de sentir el impacto que producirían en el público capitalino.

El 15 de julio de 1919, se inauguró la exposición en los salones de la Casa Brandes, causando verdadera sensación en un público dividido en pro y en contra. Teófilo Castillo el crítico más influyente del periodismo se declaró abiertamente a favor resumiendo de esta manera: “Yo sostengo que Sabogal es lo más fuerte y verdadero que en temas de arte serio y de los jóvenes háse visto en Lima”.

Años más tarde Sabogal escribiría: “Cayó esta muestra como si fuera motivo de exótico país; el medio limeño aún permanecía entre los restos de sus murallas virreinales con más conocimiento de mar afuera que de mar adentro”.

Esta muestra de José Sabogal marcará un hito en la plástica peruana. Otro suceso que coadyuvó en ello fue la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1918, para dirigir la cual se llamó al pintor Daniel Hernández, residente en París.

No obstante la disparidad de conceptos y métodos, quizá movido por el éxito de la exposición, el director de la Escuela invitó al joven Sabogal a formar parte del plantel de profesores.

A la llegada del nuevo profesor, en la Escuela empezaron a soplar vientos de renovación. Había que olvidarse de los viejos postulados del arte europeo, en especial de la temática cuya visión había que volverla hacia el hombre y el paisaje peruanos, tema que había sido ignorado en un país lleno de originalidad. Solía arengar a sus alumnos diciéndoles: “Olviden los Apolos y las Venus. Miren hacia dentro, dibujen y pinten nuestro paisaje. Métanse en las pupilas los cerros, los desiertos y las selvas del Perú así como nuestros cholos y negros. Todo eso somos nosotros”.

Prédicas como esta calaron hondo en los jóvenes artistas que luego conformaron el grupo “Indigenista”, mote con el cual bautizaron sus oponentes al movimiento comandado por Sabogal desde la dirección de Bellas Artes, cargo que había asumido a la muerte de Hernández. Los componentes de ese grupo eran Julia Codesido, Teresa Carvallo, Alicia Bustamante, Camilo Blas, Enrique Camino Brent, Cota Carvallo y Raúl Pro. La mayoría de ellos luego conformarían la plana docente de la Escuela.

Aclaremos aquí que, si bien el sentimiento y práctica de la inquietud llamada “indigenismo” era adjudicada exclusivamente a este grupo, marginalmente se desarrollaba una actividad similar por varios pintores desligados de la influencia sabogalina. Entre ellos Manuel Pantigoso y Francisco Gonzáles Gamarra ,en Cusco; Jorge Vinatea Reinoso, en Arequipa; Alejandro Gonzáles Trujillo “Apurímak”, en Lima; y Juan Villanueva “Bagate” en Cajamarca, cada uno haciéndolo a su manera. El caso de Mario Urteaga fue similar, pero desde cuando fue descubierto y dado a conocer por los indigenistas, se le ha considerado como tal.

La consolidación del “Indigenismo” en una institución oficial, enardeció los ánimos de sus oponentes aduciendo la oficialización del culto a lo feo, la exaltación del indio y sus costumbres y un intento retrógrado de volver al pasado incaico. Estas exageraciones, acompañadas de denuestos, eran machacadas en influyentes periódicos como La Prensa y La Crónica. Sin embargo, de otro lado, la propuesta de Sabogal había sido plenamente aceptada en los círculos políticos de izquierda; José Carlos Mariátegui había saludado la exposición de 1919 escribiendo en la revista AMAUTA lo siguiente: “José Sabogal señala ya con su obra un capítulo de la historia del arte peruano. Es uno de nuestros valores signos (…) es, ante todo, el primer pintor peruano; severo con los demás pero severo también consigo mismo, como todo creador auténtico tiene Sabogal la probidad artística de esos maestros pre-renacentistas que le son tan queridos. No se encuentra en su obra concesiones al mercado, ni coqueterías con la frivolidad del ambiente. Trabaja para realizarse libre y plenamente. Por eso su obra pertenece ya a la historia, mientras otras no pasaran de la crónica”.

Precisamente en los inicios de AMAUTA, Sabogal había tenido una participación determinante ya que propuso el nombre de la revista y asumió su original diagramación e ilustración artística.

Tarea muy importante en la obra de Sabogal lo constituye el descubrimiento, estudio y divulgación del arte popular al que dedicó muchos viajes por distintas regiones de nuestro país, de los que escribió varios libros, como por ejemplo “El toro en las artes populares”, “El pintor mulato Pancho Fierro”, “El retablista López Antay”, “Los mates burilados”, “Del arte en el Perú”, “El desván de la imaginería”, etc.

En 1922, en compañía de la escritora María Wiesse con quien acababa de contraer matrimonio, Sabogal realizó un fructífero viaje a México, lo cual se repitió en 1942, por extensión del que realizara a Estados Unidos a invitación del Departamento de Estado. Ambos viajes reafirmarían la amistad y admiración que siempre lo vinculó a Rivera, Orozco y Siqueiros, los maestros del muralismo mexicano.

Dichos viajes le habían hecho concebir ambiciosos proyectos de obras por realizar, sobre todo relacionadas con el muralismo. Pero el Perú de la época de Manuel Prado no era el de Vasconcelos en México y aquellos proyectos chocaron con la indiferencia y la oposición; más todavía, mientras su ausencia habían recrudecido los ataques dando paso a la confabulación. Esta dio los resultados apetecidos cuando desde el Gobierno le tendieron una celada que determinó su alejamiento de la dirección de Bellas Artes.

Esto produjo una conmoción en la gente adicta a Sabogal, especialmente en el grupo de los profesores indigenistas que renunciaron a sus cargos; de igual manera, muchos de los alumnos allegados al maestro también se alejaron de la Escuela y formaron un taller independiente donde ocasionalmente recibían orientación de sus antiguos profesores.

En el caso de Sabogal, Julia Codesido, Teresa Carvallo y Camilo Blas, ellos fueron convocados para asumir tareas en el recientemente creado Instituto de Arte Peruano, dependencia del Ministerio de Educación cuya dirección ejercía nada menos que Luis E. Valcárcel, aquél viejo amigo cuzqueño de idéntica inquietud peruanista. Esto permitió a Sabogal y los suyos ahondar en el estudio sistemático de las artes populares, lo que dio paso a la formación el Museo de Arte Popular.

Durante la segunda mitad de los años 40 y primeros de los 50, el maestro alternaba sus investigaciones con su obra personal, con la certeza de estar cumpliendo su propósito. En su discurso de agradecimiento al homenaje que se le tributó, expresó lo siguiente:

“Los avances son difíciles, estorbados y, con frecuencia, vapuleados. Este es el destino de la marcha hacia los ideales de superación; pero en este remanso episódico, volviendo hacía el año 19, vemos con satisfacción de que nuestra cabeza de puente de peruanismo artístico, ha consolidado posiciones y sus filas se hacen más fuertes y templadas”.

Pero José Arnaldo Sabogal Diéguez, en el fondo de su corazón, también guardaba un profundo sentimiento de amor por Cajabamba, su inolvidable patria chica y por extensión Cajamarca, lugares que en un impulso premonitorio visitó por última vez en los meses de setiembre y octubre de 1956.

Aquí, en Cajamarca, visitó en forma especial el Conjunto Monumental de Belén y el Cuarto del Rescate, recinto este que le hizo concebir un muy importante proyecto de restauración el que, con el título de “El memorial Atahualpa” fue dado a conocer a los medios de prensa en Lima.

Y aquí llegamos al episodio final de una vida de intensa lucha en pro de ideales íntimamente ligados con el destino del Perú. Intempestivamente, cuando menos se esperaba, el 15 de diciembre de 1956, a los 68 años, fallecía en su hogar de Miraflores, víctima de una afección de inusitada virulencia.

Hace más de medio siglo, cuando la oposición a su propuesta creía haberla hecho desaparecer junto con su muerte física, estaba muy lejos de admitir que el tiempo y la razón iluminarían de nuevo aquella propuesta.


Hoy, cuando el Perú está tomando un rango importante dentro del acontecer mundial, el hecho de lucir caracteres propios de una nación con identidad cultural nos da orgullo y nos hace olvidar nuestro pasado pesimista. José Sabogal es uno de los personajes que lo han propiciado, gracias Maestro.

En el Cuarto del Rescate, Cajamarca. 1953. Archivo José Sabogal, Lima. (*)


India del Collao. 1925. Óleo sobre tela. (*)


Junto a Walt Disney en su taller de Lima. 1942. (*)


Músicos Huancas. Ca 1930. Xilografía. (*)


(*) Fotografías e ilustraciones tomadas del libro:
SABOGAL, de Natalia Majluf y Luis Eduardo Wuffarden
© 2013 de la Edición Asociación Museo de Arte de Lima – MALI.