El último verano por John Müller‏

Müller sobre el enfrentamiento entre los controladores aéreos y el Ministerio de Fomento.

Destaco:

Más frustrante aún para los controladores es comprobar que la batalla que se libraba en la conciencia y los corazones de los españoles ha caído del lado del ministro José Blanco y de Aena. Sus argumentos, que podían haber sido expresados con mesura e inteligencia, no han superado el contraste con la realidad y una y otra vez han dejado de manifiesto que son un cuerpo privilegiado.

En esta crisis, Fomento dio con la receta precisa: más competencia y liberalización. Y de momento ha acertado.


AJUSTE DE CUENTAS

«Somos el único colectivo capaz de derrocar a un gobierno». Recuerdo como si fuera ayer este titular de nuestro suplemento MERCADOS del 11 de enero de 2009. La frase la pronunció José María García Gil, presidente de la Unión Sindical de Controladores Aéreos (Usca), que negaba a nuestra compañera Marisa Recuero que hubieran hecho una «huelga de celo» en la Navidad de 2008 que todos los usuarios habíamos padecido.

Gil culpaba «al administrativo de recursos humanos de Aena que hizo unos turnos de trabajo… sin tener en cuenta una serie de circunstancias». No creo que sea el mismo administrativo que ha hecho los turnos de los que se quejan lastimeramente ahora.

La paradoja es que la Usca convocó ayer una huelga contra un decreto que los mismos controladores piden que se aplique de inmediato. Así, dicen, se nos concederán «al menos, seis días libres al mes». Efectivamente, seis días es el número mínimo de jornadas que debe descansar un controlador cada mes en el caso de que haga 200 horas, que es el máximo posible. Si todos los meses hicieran 200 horas, completarían su cupo anual de 1.670 horas de trabajo en poco más de 8 meses. O sea, que a ese ritmo se podrían ir de vacaciones más de tres meses cada año.

Esta incongruencia -votar una huelga contra un decreto cuya aplicación se exige «sin dilación»- es la última con la que nos ha sorprendido este gremio que, acostumbrado a imponer su voluntad con la amenaza del derrocamiento, carece de cintura negociadora.

Más frustrante aún para los controladores es comprobar que la batalla que se libraba en la conciencia y los corazones de los españoles ha caído del lado del ministro José Blanco y de Aena. Sus argumentos, que podían haber sido expresados con mesura e inteligencia, no han superado el contraste con la realidad y una y otra vez han dejado de manifiesto que son un cuerpo privilegiado.

Ahora, ejerciendo sus derechos, han aprobado ir a la huelga, pese a que sus últimas tres demandas (que se les garantice un salario medio de 200.000 euros hasta 2013, que puedan cambiar turnos y que Aena cubra su seguro médico) han sido aceptadas por la Administración. Lo han hecho porque saben que este verano es el último en el que podrán utilizar a los viajeros como rehenes de sus «huelgas de celo». Es el canto del cisne de un sindicato. El próximo año ya les será muy difícil ejercer esa presión derrocadora: si Fomento cumple con sus planes, en 2011 habrá aeropuertos donde las torres de control estarán gestionadas por operadores privados, y habrá otras que seguirán el ejemplo de La Gomera (donde había turnos claramente excesivos de cinco controladores para un número pequeño de operaciones) y que estarán automatizadas con alta tecnología.

En esta crisis, Fomento dio con la receta precisa: más competencia y liberalización. Y de momento ha acertado.

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