Comidas en Perú

Sábado: Pollo a la brasa, en la Granja Azul.

Domingo: Chita la sillao, en casa.

Lunes: Pizza a la leña, en el Antica.

Martes: Yuka rellena, en casa.

Si esto no es el paraiso debe estar cerca.

Adam Smith por Carlos Rodríguez Braun

Artículo de Carlos Rodríguez Braun sobre Adam Smith.


ARTÍCULO:

El filósofo y moralista escocés Adam Smith (1723-1790) es considerado el fundador de la economía y del liberalismo económico. Aunque ambas reivindicaciones son sumamente cuestionables, porque hubo pensamiento económico y liberal desde mucho antes, la convención tiene algún sentido porque la obra de Smith La riqueza de las naciones (1776) fue el punto de partida de la influyente escuela clásica de economía –con figuras como David Ricardo, Thomas Robert Malthus y John Stuart Mill– e incluyó ideas críticas del intervencionismo y defensoras de la libertad de mercado.

Adam Smith nació en Kirkcaldy, cerca de Edimburgo, en enero de 1723. Su padre murió poco antes de nacer él, y Smith, que nunca se casó, vivió siempre con su madre, a la que sobrevivió apenas seis años. Estudió primero en la Universidad de Glasgow y después en Oxford. A comienzos de la década de 1750 es nombrado catedrático de Filosofía Moral en Glasgow, recibe la influencia de la Ilustración escocesa y anuda una gran amistad con David Hume. En 1759 aparece su primer libro: La teoría de los sentimientos morales, a raíz del cual le ofrecen ser tutor del joven duque de Buccleugh; abandona la docencia y emprende con su pupilo un viaje por el continente europeo. De vuelta a casa en 1767, y con una generosa pensión vitalicia que le concedió el duque, dedica los nueve años siguientes a redactar la Riqueza. Dos nombramientos recibiría desde entonces: comisario de Aduanas de Escocia y rector de su alma mater, la Universidad de Glasgow. Adam Smith murió en Edimburgo en julio de 1790.

Nótese que, en una vida relativamente larga y apacible, el escocés publicó muy poco. De hecho, los dos que hemos mencionado fueron sus únicos libros aparecidos mientras vivió. En 1795 sus albaceas publicaron, con su autorización, Ensayos filosóficos, una colección de estudios sobre diversos asuntos relativos a la filosofía de las ciencias y las artes que prueba la amplitud de sus inquietudes intelectuales. Como Smith ordenó la destrucción de sus otros papeles y manuscritos, sus obras se reducen a estos tres títulos, disponibles todos ellos en castellano –Riqueza y Sentimientos morales, en Alianza Editorial, y Ensayos en Ediciones Pirámide–. Mucho tiempo después de su muerte fueron encontrados unos juegos de apuntes tomados por alumnos suyos, sobre filosofía del derecho y sobre retórica y bellas letras. Han sido publicados en inglés, en la cuidada edición de sus obras; y, en el primer caso, existe una traducción española de Lecciones sobre jurisprudencia, en la editorial Comares de Granada.

El principal problema económico para Smith es el crecimiento, y de ahí el título de su segundo libro. Se aparta de las nociones tanto del viejo mercantilismo –que valoraba los metales preciosos, el saldo exportador en el sector exterior y el fomento de determinadas empresas y actividades comerciales e industriales– como de sus contemporáneos los fisiócratas franceses, que circunscribían la productividad exclusivamente al sector agrícola. Para Smith, el fundamento de la riqueza es el trabajo humano en un marco institucional que promueva la propensión de todas las personas a mejorar su propia condición. Sostuvo que la clave de la prosperidad no estribaba en los recursos naturales sino en un contexto propicio, caracterizado por "paz, impuestos moderados y una tolerable administración de justicia".

Sólo en ese restringido marco institucional cabe el establecimiento de lo que llamó "sistema de libertad natural", en el que cada uno persigue su propio interés en un proceso competitivo que, a través de la "mano invisible" del mercado, fomenta la división del trabajo y los intercambios voluntarios y desemboca en un mayor bienestar general, porque en esas condiciones la riqueza se crea y la holgura de unos no equivale a la miseria de otros.

Se trata, por tanto, de algo muy lejano de la caricatura usual de Smith y del liberalismo como partidarios de un "capitalismo salvaje" sin freno alguno a su cruel explotación. El economista escocés defiende precisamente los frenos, y por eso aplaude la competencia y condena severamente a los empresarios que, con toda suerte de excusas, arrancan monopolios, subsidios y protecciones varias del poder político, a expensas del pueblo.

En ningún caso apoyó Adam Smith (ni ningún liberal) un sistema totalmente anárquico, sin leyes ni normas. Y en ningún caso creyó que el mercado era perfecto y funcionaba mágica y automáticamente, sin fallos ni interferencias. Con realismo admitió que un comercio plenamente libre era una utopía; sus temores ante los prejuicios e intereses que conspiran contra el mercado libre fueron confirmados a lo largo del tiempo, como se vio con el notable crecimiento del Estado registrado hasta nuestros días, en contraste con la prédica generalizada acerca de los peligros de un supuesto liberalismo hegemónico que no es sino una pura ficción.

Otra caricatura de Adam Smith y del liberalismo es su consideración del ser humano como frío artefacto asignativo, sólo preocupado por egoístas intereses materiales y desprovisto de ética alguna. A quien más sorprendería esto sería al propio Smith, que fue, como hemos dicho, catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow y cuyo primer libro, que le interesó hasta el fin de sus días, como lo prueban las importantes modificaciones que introdujo en sucesivas ediciones, fue La teoría de los sentimientos morales.

Jamás respaldó Smith el egoísmo y la inmoralidad. Al contrario, subrayó la preocupación de todos los seres humanos por la suerte del prójimo, y explicó cómo ese proceso de "simpatía" da lugar a principios morales y preceptos legales imprescindibles para la convivencia en paz y libertad. La atención al propio interés no es necesariamente egoísmo, porque es compatible con atender otros intereses, y tampoco es inmoral, puesto que puede cultivarse dentro de límites éticos. La moral, así, opera como freno a nuestra conducta, análogamente a como el mercado limita nuestras aspiraciones y nos fuerza a servir a los demás, a ajustarnos a sus demandas y servirlas si deseamos prosperar.

El pensamiento económico de Adam Smith, por tanto, es muy distinto del que vulgarmente se le supone, y difiere también de la ortodoxia económica ulterior, la teoría neoclásica, porque no enfatiza una asignación de recursos técnica a cargo de un homo economicus abstracto sino las condiciones concretas del crecimiento económico, condiciones históricas, institucionales, imperfectas y constreñidas por pautas morales y jurídicas.

Como sucede con varios de los demás integrantes de la Escuela Escocesa de Filosofía Moral –David Hume, Francis Hutcheson, Adam Ferguson y otros–, Adam Smith tiene una visión interesante para una época en la que supuestamente se idolatró la razón y se arbitraron mecanismos y doctrinas sobre un profundo cambio social. Los escoceses eran notablemente cautos al respecto. No tenían en muy alta estima las capacidades de nuestra razón a la hora de organizar la sociedad: Ferguson afirmó que las instituciones humanas brotaban más de la acción de las personas que de su designio preconcebido, y Adam Smith censuró en La teoría de los sentimientos morales a los arrogantes intelectuales que fantaseaban con que la sociedad era muy sencilla y con que se podía disponer de las personas como quien despliega las piezas en un tablero de ajedrez. En su libro sobre economía también desconfió de los políticos que pretenden actuar en pro del bienestar general: el escocés no pensaba que solían hacerlo, y se fijó más en las aportaciones de las personas corrientes, que con su trabajo silencioso y anónimo eran la genuina fuente de La riqueza de las naciones.

La atención a la gente común se observa también en el criterio que desde Smith emplearán los economistas para medir el desarrollo de un país: ya no será nunca más la opulencia de los príncipes o grandes potentados, sino la de los ciudadanos, cuyos intereses en tanto que consumidores era menester proteger de las usurpaciones de sus mandatarios, y de las de los grupos de presión de productores y comerciantes que medraban a su socaire, consiguiendo prerrogativas para limitar la libre competencia.

Aunque numerosos partidarios del capitalismo y el mercado lo esgrimen desde hace mucho tiempo en su apoyo, el liberalismo de Smith fue matizado, tanto que algunos liberales de nuestro tiempo, en particular miembros de la Escuela Austriaca de Economía, lo han acusado directamente de intervencionista. Y no les falta razón, puesto que Smith, aparte de defender una teoría objetiva del valor, fue capaz de admitir, como ya denunció en 1927 el destacado economista de Chicago Jacob Viner, un amplio abanico de intervenciones del Estado en la economía, incluso algunas de honda raigambre mercantilista, como las Leyes de la Usura, que fijaban los tipos de interés, y las Leyes de Navegación, que protegían a los barcos británicos de la competencia extranjera. No puede olvidarse, sin embargo, que los autores no suelen vivir en burbujas, y que su pensamiento debe por tanto ponderarse a la luz del de sus contemporáneos y predecesores. Y en ese caso el liberalismo de Smith y sus sucesores parece más articulado y sólido que el de buena parte de los economistas anteriores.

A lo largo del siglo XX se registró una creciente insatisfacción por los horizontes demasiado estrechos de la llamada "economía neoclásica", y parte de la reacción que eso produjo comportó una vuelta a Smith y a los clásicos. Así sucedió con la teoría del crecimiento económico y con otros aspectos micro y macroeconónicos donde el papel de las instituciones, como había intuido Smith, tenía interés y relevancia. También ejerció un impacto, como cabía esperar, la práctica social y política, puesto que el final de dicho siglo vio caer el comunismo, con lo que pudo comprobarse que, siendo el liberalismo un sistema claramente imperfecto, el intento de sustituirlo por el socialismo real había sido una catástrofe.

Que la crisis del comunismo –o, a otra escala, el abanico de deficiencias del Estado del Bienestar­– haya impulsado la relectura de Adam Smith y otros liberales más o menos radicales es algo que no debería sorprender.

Pet Shop Boys - Being boring


Me encanta esta canción.

El capitalismo en seis westerns de John Ford

Curioso artículo de Carlos Rodríguez Braun.


ARTÍCULO:

Ha escrito José Luis Garci: “La ideología de Ford es algo tan confuso como tratar de explicar tu propia vida”.[1] Es cierto que los artistas casi nunca exponen su visión del mundo de manera desarrollada y articulada, pero eso no significa que no la tengan o que sea indescifrable o carezca de interés. En John Ford no se da ninguno de esos casos, y sus películas revelan doctrinas económicas susceptibles de un análisis provechoso. Pretendo demostrarlo en las páginas que siguen, limitándome apenas a media docena de sus westerns y a un tema: el capitalismo. Ford cubre seis décadas de la historia del cine, filmó 125 títulos, y se ha escrito sobre él probablemente más que sobre ningún otro director. Aunque no he entrado a fondo en toda esa nutrida y nada uniforme bibliografía, sí me ha llamado la atención que haya despertado escasas reflexiones económicas. Por ejemplo, en la excelente revista de la que he extraído la cita de José Luis Garci, dedicada totalmente a Ford, con más de 300 páginas y más de 50 artículos, sólo encontré un par de párrafos acerca del mercado y la economía, y equivocados, porque errada es la interpretación de Ford como un crítico radical del capitalismo.

Nótese que la hostilidad hacia el mercado y el capitalismo es característica del arte y en particular del cine. Así como Charles Dickens hizo mucho por petrificar la disparatada idea de que el capitalismo arruinó la vida de los trabajadores en la Inglaterra victoriana, cuando la verdad fue justamente la contraria,[2] el lector encontrará dificultades para recordar una película procapitalista, donde el empresario sea un héroe en tanto que empresario –por eso no vale el Schindler de la lista–, y donde el beneficio del capitalista sea un beneficio para la sociedad. (Entre paréntesis, tampoco vale The Fountainhead, porque la película de King Vidor destaca el carácter individualista, más que liberal, de los héroes de Ayn Rand.[3]) La norma del cine es asociar mercado con deshumanización y corrupción, manipulación y explotación de las empresas, alabanza de los sindicatos (a pesar de Kazan y su On the Waterfront), e ignorancia del papel que las instituciones del mercado, las leyes y las costumbres, cumplen al orientar los esfuerzos individuales en aras del propio interés en la dirección de resultados sociales deseables. Es normal, por ejemplo, que un crítico llegue a afirmar seriamente en el primer periódico de España que El Padrino es “una lúcida radiografía de la sociedad norteamericana”.[4]

El arte ha considerado siempre más, y siempre más benévolamente, a personas concretas (incluidos líderes y autoridades) y la colaboración consciente de pequeños órdenes presociales, que a las consecuencias plausibles y no deseadas de la “mano invisible”.[5] La contribución visible, en cambio, ha sido retratada con maestría una y otra vez; uno de mis ejemplos favoritos es la construcción del granero en Único testigo, romántica muestra de cooperación que permite comprender lo peliagudo que resulta filmar la otra cooperación, la de personas que no se conocen, la del mercado y los “órdenes extensos” hayekianos, infinitamente más útil y productiva que si nos limitamos al cerrado mundo de los amish.

Esto tiene que ver con los westerns, porque el Lejano Oeste refleja el paso hacia el orden moderno, la creación de una sociedad y un Estado de Derecho, y tiene interés porque los protagonistas no son las Administraciones Públicas sino los colonos. Estamos en un mundo prepolítico, en el que la presociedad civil prima. Ello explica, por ejemplo, el mito de la violencia, que por supuesto existió, pero ha llegado hasta nosotros sumamente exagerada por el cine, que ha transmitido la equivocada idea de que como no había Estado el Oeste americano tuvo que ser un sitio sustancialmente más brutal que allí donde sí lo había.[6] Estos matices están presentes en la obra de Ford, que debe ser interpretada económicamente teniendo en cuenta que no habla del capitalismo sino de las condiciones del capitalismo, porque en realidad no habla de la sociedad sino de las condiciones de la sociedad.

Stagecoach (La diligencia, 1939)

La diligencia es la metáfora de la sociedad en construcción,[7] lo contrario de la sociedad es la soledad, y soledad es lo que vemos, sobre todo al principio y al final, asociadas al ejército, un protagonista del que no sólo se destacan, y esto se repetirá, la disciplina y la obediencia, sino también la nobleza de carácter, en los militares y en las personas asociadas a la institución, como Mrs. Mallory.

Es un mundo peligroso, pero cuyos riesgos son conocidos. Todos (los hombres) están armados. Los malos son el jugador, cuya caballerosidad no lo salva de la muerte final, y el peor de todos es el banquero Gatewood, que se roba el dinero y tiene un discurso al parecer capitalista, porque pide menos impuestos y exige que los políticos sean hombres de negocios, justamente al revés del discurso liberal, que reclama lo contrario: que los políticos dejen en paz a los hombres de negocios. Es un empresario malo no en tanto que empresario –veremos negociantes inobjetables en estas películas– sino porque viola la moral y los sentimientos de familia y comunidad, precisamente los que Ford asocia a los empresarios buenos.[8]

La ausencia de familia justifica avatares personales; “things happen”, comenta el médico sobre Ringo, que ha escapado de la cárcel para vengar a su padre y hermano muertos. Tanto Ringo como la prostituta Dallas son huérfanos. La traición, acaso más que la violencia, de los indios es reprochada, como en el caso de la mujer del cantinero mejicano. Pero no hay duda del peligro que representan; Robin Wood llama la atención sobre las tres postas de la diligencia a medida que se acercan a los indios: son cada vez más primitivas, en la primera no hay indios, en la segunda los supuestamente amigables indios se fugan durante la noche, y en la tercera han llegado antes y han masacrado a todos.[9] La sociedad es también reprochada por prejuiciosa, pero su ejemplo, Mrs. Mallory, se convierte ante la nobleza profunda de personajes marginales, el médico borracho y la prostituta.

Así como queda claro el papel sobresaliente de la defensa –que para los liberales desde Adam Smith es, con la justicia, más importante que la economía– también hay aquí organización empresarial, presente en las paradas de la diligencia: el sistema de postas, en condiciones previsiblemente hostiles, funciona bien, hay (normalmente) caballos de repuesto, comida, etc.

Ejemplo de lo presocial es el funcionamiento precario de la justicia y la ley. Ante una ofensa que le puede significar un año de cárcel, sólo un año, el comisario deja en libertad a Ringo, pero en realidad no lo restituye a la comunidad sino que lo destierra para que reinicie su vida y forme una familia. Es verdad que Ringo se toma la justicia por su mano, pero eso es reprochable hoy, no en una fase primitiva sin una justicia que merezca ese nombre. Ringo mata a los Plummer, pero no los asesina a traición, y gana la simpatía del sheriff, y de los espectadores, aunque no sale indemne sino segregado.

Es ejemplo de justicia privada el duelo, porque Ford se preocupa en destacar que no es ninguna matanza irrestricta. Al contrario, tiene reglas; el doctor consigue que uno de los tres –tres contra Ringo, nótese– deje en la cantina la escopeta de cañones recortados, con la amenaza de que si la emplea eso no será un duelo, y él lo acusará de asesinato. También hay reglas de decisión, y son democráticas: en Dry Ford Station se vota para continuar el viaje sin protección.[10]

Dice Gallagher que ningún western de Ford “pronuncia un veredicto más cínico sobre la noción del Oeste como una síntesis de naturaleza y civilización”. En Liberty Valance, Stoddard tarda años en enterarse de que la civilización también corrompe: “El idealismo, progresismo e ilustración compartidos por virtualmente todo el mundo en la Shinbone de Liberty Valance está totalmente ausente en las malolientes Lordsburg y Tonto –sucias, descuidadas y plagadas de gente egoísta, intolerante y agresiva”. De esa sociedad sólo pueden escapar gentes como Dallas o Ringo, los demás no. “Como sucede siempre con Ford, la felicidad sólo pertenece a los bobos o los simples, y si fantaseamos con Ringo es solamente porque la esperanza prima sobre el realismo”.[11] Para Lehman, aunque las comunidades del Oeste que Ford saluda fueron parte de la economía capitalista, el director adjudica al dinero y al capitalismo un papel “en el mejor de los casos desagradable y en el peor, pérfido”, y el personaje del banquero lo demuestra, porque es el único que no tiene ni un lado bueno, y está por eso enlazado con los perfectos malvados como los Futterman de The Searchers y Uncle Shiloh de Wagon Master.[12]

Sin embargo, en toda esta romántica visión anticapitalista de John Ford hay un asombroso olvido de uno de los viajeros de la diligencia ¡y eso que son muy pocos! Se trata de Mr. Peacock, un comerciante. Reveladoramente, los críticos y expertos en la obra de Ford han hecho lo mismo que hacen los ocupantes de la diligencia, que lo desdeñan y no son capaces de pronunciar correctamente su apellido. Pero ahí está, un hombre aparentemente gris que afronta los peligros del Oeste junto con los personajes más brillantes e inolvidables, y también testimonia una organización económica que no sólo funciona sino que sentará las bases para la futura sociedad civilizada. No morirá como el jugador, ni será arrestado como el banquero, ni marchará al destierro como Ringo y Dallas. Es moralmente impecable y John Ford lo sienta, a un comerciante, a un capitalista, en el panteón de los héroes. Nadie se da cuenta de que existe, es verdad, ¡pero no por culpa de Ford!

My Darling Clementine (Pasión de los fuertes, 1946)

El mismo escenario, pero con más movimiento económico, de personas y de animales –aparece el ganado. Hay mezcla de gentes, del Este y del Oeste, de culturas, y se habla español, como en virtualmente todas estas películas. Es la historia de Wyatt Earp, y hay otra vez una búsqueda de justicia originalmente personal. También aparece la empresa en el sistema de transportes: el famoso duelo tiene lugar en un corral de, aquí también, la Wells Fargo. Y hay más señales de prosperidad económica: ¿cómo, si no, iba a crecer el pueblo, y a sufragar a personajes tan notables como el actor shakespeariano?

Hay, a pesar de todo, orden. El sheriff le advierte a Doc Holliday que no tiene ningún derecho a echar a nadie del pueblo. Lo puede hacer el sheriff, como de hecho lo hace al final con Clanton, que podría haber vivido de no haber tenido la típica reacción traidora. Otra vez, vemos un perdón por parte de la autoridad. Pero no puede matar a Clanton a sangre fría, como éste hizo con su padre y sus hermanos. La separación entre vida pública y privada es interesante; el duelo es “a family affair”, y Earp se guarda la estrella en su bolsillo. Antes del duelo le ofrece a Clanton, que no acepta, la posibilidad de entregarse, de un juicio por el asesinato de los Earp. También está el tema del futuro, un futuro sin crímenes, dice Earp ante la tumba de su hermano James: “When we leave this country, kids like you will be able to grow up and live free”.

En un mundo inseguro de transición, ese futuro está indicado: el pueblo levanta la Iglesia, incluso antes de que haya ningún predicador, y en el horizonte de ese pueblo sin orden antes del sheriff (“what kind of a town is this?”, pregunta varias veces Earp al principio) hay una escuela y una maestra. Puede que Earp vuelva o no; él promete que lo hará cuando se despide –“I sure will m’am” – y podemos confiar en que un personaje así cumple con su palabra, aunque la canción no invita al encuentro: “you are lost and gone forever, dreadful sorry, Clementine”, y se ve un largo camino hacia el exterior más allá de la frontera.

Lo que sí es seguro es que en Tombstone estará Clementine Carter, y las personas como ella, que se quedan, a afianzar la civilización. Los desenlaces, en cualquier caso, son imprevisibles, porque se mezclan las personas y sus peculiaridades, el cumplimiento del deber, las venganzas personales justificadas. Las dudas de estos mundos están simbolizadas en el monólogo de Hamlet que, por dudar, incluye la duda del propio actor, que no puede acabarlo.[13] Pero la que no duda del progreso es Clementine.[14]

Esta alegoría sobre la civilización es un western, con toda la violencia “requerida”, pero tiene nombre de mujer.[15] Quizá sea apropiado reflexionar sobre el papel crucial de la mujer en estas películas, que suele ser encarnar la civilización. Subraya Studlar que las mujeres no representan enemistad frente a los héroes, unos héroes que, aquí y en otras películas de Ford, vemos que saben bailar, son corteses y aprecian las flores. Las mujeres señalan los itinerarios, como Mrs. Jorgensen en este manifiesto fordiano de The Searchers: “Now Lars, we just happen to be Texicans. A Texican is nothing but a human man way out on a limb, this year and next, maybe for a hundred more, but I don’t think it’ll be forever. Someday this country’s going to be a fine, good place to be. Maybe it needs our bones in the ground before that time can come”. Studlar lo resume con precisión y delicadeza cuando dice que en Ford lo que hay entre hombres y mujeres no es un choque de culturas sino “una humanidad tranquilamente compartida”. La fuerza de las mujeres es incuestionable: Clementine se adapta al Oeste mucho mejor de Doc Holliday, y Mrs. Mallory mejor que Hatfield; Ford nos hace admirar a mujeres con pasados difíciles sobre los que apenas nos informa (aunque sabemos o se nos sugiere que son huérfanas), como –por hablar sólo de dos ciudades…– Dallas en Stagecoach y Denver en Wagon Master; la primera es como una virgen cuando nos enseña el niño recién nacido de Mrs. Mallory.[16]

Pero la civilización y la prosperidad vienen después de la seguridad, que reclama hombres como Earp, que ordenen el pueblo, y lo hagan bien, como pacifica a Indian Joe, sin disparar. Varias veces este pistolero aparecerá sin armas, acicalándose, poniéndose trajes nuevos y prestando atención a su indumentaria. Y bailando, claro. La civilización ha de aprenderse, como el barbero ha de aprender a utilizar su nuevo sillón, recién llegado de Chicago. Es un proceso, una construcción, como los pisos para los bailes, que se construyen en varias de estas películas, como fundamentos sobre los que anudar una sociedad.

Esta sociedad mezclará a través del comercio al campo y la ciudad; estamos lejos de los conflictos entre propietarios, aunque es claro que Ford idealiza a los más pequeños: vemos que los pobladores del campo son los que se acercan a ocuparse de la construcción de la Iglesia y protagonizan la escena de su “inauguración”, el símbolo de la comunidad del futuro.[17]

Fort Apache (Fuerte Apache, 1948)

No cambia el escenario; el ejército es el protagonista, una institución también presocial pero que opera como microcosmos de una sociedad. De entrada vemos que permite el ascenso social, en el caso del joven O’Rourke. Recuerda Torres-Dulce que para Ford el Ejércido es “un melting pot, un cruce de caminos en los que las ideologías, las religiones, las pasiones individuales, se miran desde la idea de servicio, una idea por lo general desgarradora tanto individual como colectivamente, un crisol de problemas cuyo referente principal es el Ejército concebido como refugio, una suerte de familia en la que todo el mundo tiene acogida aun cuando ésta, a veces, no sea ciertamente muy benevolente”. Frente al ejército están los indios, que reciben de Ford en este film un “primer homenaje…concediéndoles la palabra, el honor y el mérito de la victoria militar”.[18] Su palabra, por cierto, aparte de en su idioma nativo, es en un correctísimo español.

Igual que en Liberty Valance, se destaca la desviación de la historia por motivos institucionales, pero esta vez los periodistas son ingenuos, mientras que en Liberty comprenden la necesidad de falsificar la historia; había que salvar al ejército, y por tanto Thursday será homenajeado a pesar de sus defectos y su enloquecida y suicida acción final. Y todo por la institución, the regular army.

Aparecen ritos y características sociales, desde los bailes hasta las clases, las ilusiones de los inmigrantes, el cuidado de formas y hábitos: el sargento O’Rourke termina de leer su párrafo de la Biblia antes de levantarse a abrazar a un hijo que no ve desde hace cuatro años y que le ha dado todo lo que el padre espera de la vida. El regimiento es lo que cuenta, y por eso todos saben al final que morirán. Y van. Por eso Mrs. Collingwood no llama a su marido a pesar de que ha llegado la tan ansiada promoción a West Point –y está claro que vislumbra su muerte. Por eso el teniente O’Rourke llama a su hijo como su suegro, que sacrificó a su padre. Y por eso se falsifica la historia.[19] La continuidad de las instituciones es importante pero no necesariamente agradable, como se ve en la escena final, donde el capitán York no sólo sucede al teniente coronel Thursday en el cargo sino también en la ropa y en la actitud. Ramírez Berg observa que la explicación de esta misteriosa transformación es la lealtad a la institución, pero no una fiesta: de hecho, no nos gusta ese final y eso es justo lo que Ford desea, que veamos el papel complicado, aunque indispensable, de las instituciones en la construcción de una sociedad, y en especial una institución incompleta, el ejército, que nunca puede ser la civilización misma.[20]

Como hemos dicho, en Fort Apache se aprecia a los indios como una cultura y una gran nación, y no sólo como una amenaza. De hecho, los indios atacan porque los blancos, en su ambición, encarnada en Thursday, rompen un contrato y los engañan. No obstante, los indios aquí no se integran, no pueden lidiar con un sinvergüenza, al que aludiremos en seguida, y por eso Cochise se lleva a su gente de la reserva, lo que desata el drama violento, que combinado con la ceguera de Thursday lleva al desastre.[21] El personaje de Thursday (o Custer) será honrado por el futuro, pero sabemos que es ambicioso, racista, snob, maleducado, ignorante de las normas de la hospitalidad y ¡no baila bien![22]

Hay un único personaje más siniestro que Thursday, y guarda relación con la economía. Veamos con cuidado a Mr. Silas Meacham, a primera vista un “comerciante”, pero en realidad un burócrata estafador. Buscar la gloria no es malo, y buscar el beneficio tampoco. El reproche a Thursday en su afán egoísta de gloria no es completo porque de alguna manera cumple órdenes, sigue reglas, y representa una institución que debe continuar. La búsqueda de beneficio en el caso de Meacham no es rescatable. Ante todo, es una especie de funcionario del Estado, a cargo de la reserva india; es un monopolista, los indios deben comprarle y él los engaña con whisky adulterado y corrompe con armas de venta prohibida. Todo el entorno de Meacham es malo: desde la bandera que no está bien desplegada, hasta su propio local, una sórdida madriguera. El que denuncia todo esto es Thursday, lo hace con ejemplar rigor y es una de las pocas veces que parece bueno,[23] pero ni vemos una tienda ni está a su frente un comerciante.

The Searchers (Centauros del desierto, 1956)

Esta película tan bella como estremecedora alude a la vida fuera de la familia, una vida terrible y en realidad incomprensible, alude a los misteriosos motivos, como se pregunta su tema musical, por los cuales un hombre se aparta de las lealtades más primarias: “What makes a man wander, and turn his back from home”. Como dijo el propio Ford, el film es “una suerte de epopeya psicológica”.[24]

El peso de la familia hace que las instituciones, como el ejército, cumplan aquí un papel inútil, o cruel, o ridículo. Estamos en una etapa anterior, donde prima la autodefensa y el solapamiento de roles sociales, como el del capitán/cura. Aparecen otra vez los inmigrantes, los nórdicos Jorgensen, y ellos señalan la sociedad que aún no existe. “This country killed our boy”, se lamenta el marido, pero la mujer –no por azar, como ya hemos apuntado– es la que tiene la visión de largo plazo: este sitio va a mejorar, reflexiona, aunque quizá haya que esperar a una generación ulterior.

Si Ethan es un hombre sin familia, nunca la conseguirá, y es por ello un hombre capaz de los actos más violentos y brutales,[25] también está ligado aquí al dinero, y no por buenos lazos. Nos enteramos al final, por Clayton, que la emboscada que tendió a Futterman y los suyos no fue brillante: todos estaban muertos por la espalda, y al hombre que le había dado la pista sobre Debbie no sólo le faltaba el dinero que le había dado Ethan como anticipo sino también una moneda de oro, que revolea por el aire Clayton cuando le pide que le entregue su arma.

Dice Lehman: “Las monedas de Ethan aparecen cinco veces: primero, cuando se las arroja a Aaron, segundo, cuando hace lo mismo con Futterman, tercero, cuando las extrae del cadáver de Futterman, cuarto, cuando se ofrece a pagar a Figueroa a cambio de información, y por último cuando el Reverendo Capitán Clayton agita una moneda frente a Ethan al intentar arrestarlo por robar y asesinar a Futterman”. Para Lehman, la propiedad de la tierra está asociada con la virtud y los valores familiares, pero el comercio y el dinero con la codicia y la inmoralidad: “en la visión fordiana del capitalismo no hay lugar para el beneficio”.[26] Esta interpretación, que contiene al capitalismo en los límites de la comunidad,[27] ignora que en The Searchers, justamente, no hay comunidad. En todo caso, existen análisis mucho peores, como cuando Katherine Lawrie habla de los valores “cuasi socialistas” de Martin Pawlie, y sostiene que Ford, al enturbiar la personalidad de Ethan y mejorar la de Martin, rechaza “aspectos de la ideología capitalista, específicamente la codicia económica, el racismo y la noción de violencia excusable”.[28]

Una y otra vez Ford nos señala la crucial ausencia de la comunidad, a la que en realidad todo el mundo está buscando, aunque parece que Mrs. Jorgensen es la única que se da cuenta de ello.[29] Aquí no hay pueblos sino casas aisladas, presas fáciles de los indios –los peores son, como corresponde antropológicamente, los nómadas de Scar. Es verdad que aquí Ford presenta a unos indios crueles, que matan por matar, pero la violencia está por doquier; en otros contextos, precisamente cuando prevalece la comunidad, los indios serán sumamente civilizados, e inofensivos ante tengan armas, como en Wagon Master. A Scar unos blancos le mataron sus hijos. Ethan termina comportándose como un indio, y le corta la cabellera a Scar. Y un modelo para Ford, el ejército, aquí mata a mujeres y a niños, y a latigazos encierra en un barracón a hombres y mujeres de la tribu.[30] Aprovechemos para indicar que Ford fue amigo de los indios y reconocido por ellos; tontamente acusado de fascista y racista, declaró: “Políticamente soy un claro socialista democrático –siempre a la izquierda. Para mí el comunismo no es el remedio que este mundo enfermo está buscando. He observado el experimento ruso con gran interés. Temo que, al igual que la comuna francesa, desembocará en otro Bonaparte”.[31]

La falta de comunidad es lo que explica la asociación entre dinero y mal. Tiene lógica, en ese contexto es difícil acumular dinero si no es mediante el robo, el fraude y la violencia. Es interesante, asimismo, que los que subrayaron el papel siniestro del dinero en esta película no hayan observado la importancia que se le da a la propiedad privada, discutida legalmente entre Ethan y Martin, cuando el primero hace testamento.

The man who shot Liberty Valance (El hombre que mató a Liberty Valance, 1962)

Aquí tenemos una doble visión del capitalismo, en sus orígenes y una vez consolidado. Como dice Torres-Dulce, “el western es la construcción dura y azarosa de una nación”.[32] La película empieza y termina con el tren y la evolución de un pueblo a mejor. Hay varias referencias al ferrocarril como sinónimo de progreso; el revisor al final dice con orgullo que alcanzarán una velocidad de 25 millas por hora; al comienzo, cuando conversan Hallie y Link, ella le habla de cómo ha avanzado el pueblo –iglesias, escuelas, tiendas– y Link responde: “Well, the railroad done that. Desert’s still the same”. Es una película urbana, la protagonista es la ciudad, no la llanura; como dice Gallagher, subraya la civilización, la palabra (ley y educación) frente a la pistola.[33]

Las armas, en efecto, quedan atrás; cuando Stoddard ordena al hombre de la funeraria que le ponga a Doniphon el cinturón con su revólver, le dicen que no lo había usado desde hacía mucho tiempo.[34] Pero en el pasado resultó imprescindible, como nos enteramos más tarde. Era un pasado violento: “I’ll teach you law, Western law”, grita Liberty Valance al principio cuando aporrea a Stoddard y, como observa éste más tarde, el mensaje de Tom Doniphon es el mismo: la importancia del revólver, la ley del más fuerte, “A man settles his own problems”, dice Tom. Eso desaparecerá cuando triunfe lo que vemos precariamente: los libros y la educación, y la democracia. Pero también el comercio.[35]

Aparece un conflicto económico clásico, ganaderos contra agricultores, pero aquí, como fue característico de la Ilustración Liberal, los malos son los ganaderos, que quieren tener todo el campo para ellos, o para nadie, mientras que los agricultores están asociados a los cercados y la propiedad privada, pero también, y esto queda muy claro en la película, al progreso, al ferrocarril, al comercio, a las ciudades. Y ganan los buenos; de hecho, Liberty Valance no puede ni manipular la primitiva elección de representantes. Es patente que la propiedad privada bien definida, clave del capitalismo, protege especialmente a los pobres y los humildes. Valance es un pistolero a sueldo de los ganaderos, no de los capitalistas.[36]

Esta película aborda temas sociológicos y políticos interesantes, como la complejidad de la civilización, sus costes y beneficios, la idealización de la historia y su cinismo –“print the legend” –, la visión de ese “algún día” de paz y prosperidad que Wyatt Earp musita ante la tumba de su hermano, y que Mrs. Jorgensen vislumbra en The Searchers.[37] Pero no olvidemos que durante una parte apreciable de la historia ¡estamos viendo funcionar una empresa!

Un lugar esencial en el film es el negocio de los Ericson –nuevamente, inmigrantes nórdicos. Típicamente, su cocina se presenta como un hogar familiar; el matrimonio Ericson adopta a Hallie como hija, y en realidad los adoptan a todos, empezando por Stoddard y Doniphon, que entran por la puerta trasera, con la confianza de ser de la casa.

Pero lo que tienen los Ericson es un negocio, y se equivoca Lehman cuando afirma que la imagen fordiana del capitalismo es tal que “en el mundo real los buenos capitalistas como los Ericson quiebran rápidamente”.[38] No tiene ningún motivo para sostener semejante cosa, porque los datos que nos da Ford apuntan en sentido opuesto. El restaurante de los Ericson está repleto: allí comen hasta los malos. Y por lo que se ve, es indiscutible que los Ericson son dos honrados empresarios, la comida es buena y su precio asequible. Si podemos pronosticar algo a partir de lo que Ford enseña es justo lo contrario de lo que imagina Lehman: los Ericson prosperarán y contribuirán a edificar el progreso futuro, donde sabemos que habrá más comerciantes como ellos.

En economías primitivas no hay bancos, pero en el restaurante de los Ericson hay crédito: el sheriff come sin pagar, y Mrs. Ericson apunta en una pizarra los filetes que debe. Para Lehman es una pizarra ridícula, porque el sheriff nunca los va a pagar, y deduce que los Ericson son buenos capitalistas porque regalan las cosas. Nueva equivocación: no es normal exhibir ante el receptor de un “regalo” una pizarra donde apuntamos de mala gana los “regalos” que le hacemos. No, los Ericson no obsequian con filetes a nadie. Nótese, en cambio, que el sheriff es el único empleado público que vemos, con lo que sus filetes bien pueden ser interpretados como impuestos. Y si nunca los pagará –sus servicios son (entonces) de muy poca monta– ello equivale a la reacción del ciudadano libre y responsable, y del capitalista competitivo, ante el Estado: jamás recupera de él todo lo que le cobra, pero al menos Mrs. Ericson no padece anestesia fiscal y tiene siempre a la vista, colgada en la pared, su “declaración de Hacienda”.

Wagon Master (Caravana de paz, 1950)

Dice Pérez Perucha que Wagon Master “significa el retorno a un primigenio mundo en equilibrio”.[39] Es una película poética sobre la sociedad, en la que un grupo de mormones se salvan por su esfuerzo y su fe, y llegan a un valle bíblico tras vadear un río. A ese mundo nuevo de espíritus puros, reflejado en el pequeño potrillo que accede a él en primer lugar, se llega tras un viaje incierto; en una de las secuencias más simbólicas de este film, la comunidad debe literalmente dedicarse a hacer el camino hacia su tierra prometida.

Esta película, que ha sido considerada equivocadamente anticapitalista, contiene más elementos religiosos que las demás, siendo su director poco afecto a la jerarquía eclesiástica: en ninguna de las seis hay un cura, salvo uno al 50 % en The Searchers, y en varios films de Ford se subraya la hipocresía del clero. Ford “un cineasta profundamente cristiano”, repite aquí el viejo himno metodista Shall we gather at the river, y alude al mensaje divino en el cuerno que sopla Sister Ledeyard, que consigue la segunda vez atraer a Travis y a Sandy; la providencia divina es la que hace aparecer el arma exactamente cuando se necesita (de la mano de un niño), y la que une a Travis y a Denver a través de los malos Clegg, llamados “serpientes”, que viajan, como en la vida, mezclados con los buenos, pero no integrarán la nueva sociedad. Y hay agua por todas partes, ríos para cruzar y suministros para ahorrar en afeitados, baños, etc., y siempre peregrinos, siempre en movimiento. Pero en todo esto hay también economía, porque el valle de San Juan, nos recuerda Wiggs, no les ha sido reservado por Dios para pasear: deberán “plough it and seed it and make it fruitful in His eyes”. Para ello necesitarán capital, representado aquí por las semillas, más importantes que el oro, como veremos.[40]

La comunidad y la responsabilidad hacia ella son básicas en Wagon Master. Ese sentimiento es el que impulsa a Travis y a Sandy, que han rechazado el ofrecimiento de trabajar para guiar la caravana, a sumarse a ellos cantando “I left my gal in old Virginie”, como si no fuera necesario explicar su conducta. Ford dijo: “Me gusta hacer películas sobre personas sencillas, que empiezan a sentir que la sed de autoestima crece dentro de ellas, y que se dan cuenta de que pertenecen a una comunidad”; y se comprende que haya declarado que Wagon Master “es lo más cercano a lo que yo aspiraba a lograr…el western más puro y sencillo que he filmado”.[41]

Hay un episodio de violencia, indispensable, y que Travis lleva a cabo a regañadientes. Se trata en puridad de un acto de defensa propia, porque los Clegg pretenden robar las semillas, o sea, el futuro de la comunidad. Los indios no sólo no son malos sino claramente buenos, pacíficos, responsables (nótese, armados), que invitan a los peregrinos a bailar; y éstos respetan principios y resuelven la agresión a la mujer india castigando al infractor. Los malos son blancos, hombres, “familias” siempre sin mujeres, incapaces de acatar reglas.[42]

En Wagon Master hay elementos económicos claros al principio: Sandy y Travis son tratantes de caballos, discuten precios y conocen los trucos del oficio. El dinero les atrae, pero también al criminal Uncle Shiloh, que al final dice: “Did someone mention gold? Gold always interests me”. Torpemente, Lehman unifica a todo lo cercano al dinero como capitalista y enlaza, conforme a una vieja patraña antiliberal, la violencia con el comercio, como si fueran la misma cosa; para él, Sandy y Travis se salvan del horror capitalista porque se unen a la caravana de mormones, no por negocio sino por humanitarismo, y ello los redime del dinero y el comercio.[43] Esto es absurdo. Los héroes de Ford valoran mucho los objetos. Lo que Elder Wiggs dice justo antes de la mencionada intervención de Shiloh Clegg es: “That grain is more valuable to us than gold itself”. Es decir, valora el oro, y valora las semillas aún más, lo que está lleno de sentido: en el valle adonde se dirijen se dedicarán, como ya he señalado, a trabajar y a cultivar la tierra, no a la vida contemplativa. Nada impide pensar que Travis y Sandy, y los demás, acabarán negociando sus productos en algún pueblo cercano, igual que como empieza la película. Pero para eso falta tiempo. Como son los primeros pobladores, lo más importante son las semillas, identificables con la noción de capital. ¿Cómo es posible que los personajes sean malos si les interesa el oro, pero buenos si les interesan objetos que claramente pretenden utilizar como inversión de capital para producir aún más objetos? No es el interés por los bienes lo que distingue a los mormones del artero Shiloh, que incluso tratará de asesinar a Travis simulando estar afligido por la muerte de sus hijos. No es el culto al propio interés lo que marca a Shiloh sino ese culto sin ninguna atención a nada más, a ninguna regla, a ningún principio, a ninguna comunidad. Y en una película tan religiosa, es razonable que los malvados idolatren al becerro de oro, que además es una vieja imagen de la maldad desde el auri sacra fames de Virgilio. Pero hay que recordar que los héroes honrados, laboriosos y comunitarios aquí son capitalistas dispuestos a morir, y a matar, por su capital.

Conclusión

No hemos analizado a un economista ni a un filósofo social, sino a un artista. Sin embargo, sus ideas económicas no son simplemente sugerentes sino más profundas que las de numerosos intelectuales. Ford era un poeta, sin duda, pero un poeta de la civilización, sistemática e inteligentemente interesado en sus condiciones de existencia.[44] Es una cuestión intrincada y no cabe esperar que Ford la despeje de modo tajante. Stowell cataloga su pensamiento como “una mezcla entre un romanticismo progresista y un humanismo conservador”. La tensión que todo ello suscita se ve en los componentes ambiguos de la ponderación fordiana del presente y el pasado, en su aprecio a la libertad y rechazo a la autocracia, que lo tornan liberal, y en su aplauso a la autoridad democrática, a la que no está claro que estuviese dispuesto a poner demasiados límites, por ser tan fácilmente asimilable a una rousseauniana voluntad general de la comunidad. Acierta, pues, Stowell cuando subraya la “profunda ambivalencia” de Ford entre cambio y estabilidad, pasado y futuro, libertad y restricción, individuo y comunidad, barbarie y civilización.[45] Siendo esto cierto, no cabe olvidar que Ford presenta todos los elementos de la libertad –diría Constant, de los antiguos y también de los modernos–, incluida la libertad económica, el capitalismo y el mercado. Esos elementos están mezclados, confusos si se quiere, pero están. Cuando vemos el cine que se hizo después, donde es tan arduo detectar esos valores, hay que saludar a Ford porque su imprecisa composición al menos alberga los ingredientes liberales.

En su visión del capitalismo es lógico que podamos señalar tensiones en estos seis westerns, y no sólo porque tales tensiones son inevitables en los socialdemócratas, desde John Stuart Mill hasta el pensamiento único hoy en inquieto remolino en torno al Estado del Bienestar y otros símbolos intervencionistas. En el Lejano Oeste de John Ford no es el capitalismo el que gana abiertamente sino las familias y las pequeñas comunidades, más preocupadas por la tierra que por el dinero, más por la seguridad que por el comercio. Y, en tales circunstancias, con toda razón. Por eso hemos dicho que Ford no piensa en el capitalismo sino en las condiciones del capitalismo.

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[1] José Luis Garci, “Ford Apache”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, pág. 69.

[2] Carlos Rodríguez Braun, “La economía como ‘ciencia lúgubre’. Un mito perdurable”, Claves, Nº 112, mayo 2001.

[3] Carlos Rodríguez Braun, “La novela de una novelista”, Expansión, 29 mayo 2000.

[4] Miguel Ángel Palomo en El País, 19 octubre 2002, pág. 70.

[5] Laurence S. Moss, “Film and the transmission of economic knowledge: a report”, Journal of Economic Literature, Vol. XVII, septiembre 1979.

[6] Bruce L. Benson, Justicia sin Estado, Madrid, Unión Editorial, 2000, págs. 359-69. Carlos Rodríguez Braun, “Internet y el Far West”, Expansión, 15 enero 2001.

[7] Joan Dagle, “Linear patterns and ethnic encounters in the Ford western”, en Gaylyn Studlar y Matthew Bernstein (eds.), John Ford made Westerns. Filming the legend in the sound era, Indiana University Press, 2001, págs 102-8.

[8] “La obra entera de Ford descansa sobre la idea de la comunidad”. Francisco Llinás, “Lazos de sangre”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, pág. 178. Nótese que el banquero roba fondos comunitarios; Peter Lehman, “How the West wasn’t won. The repression of capitalism in John Ford’s Westerns”, en Gaylyn Studlar y Bernstein, op.cit., pág. 134.

[9] Robin Wood, “Shall we gather at the river? The late films of John Ford”, en Studlar y Bernstein, op.cit., pág. 29.

[10] Se ha dicho que Ford busca el origen de las instituciones democráticas norteamericanas. Rafael Utrera, “La Diligencia. De la literatura al cine”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, pág. 117.

[11] Tag Gallagher, John Ford. The man and his films, University of California Press, 1986, pág. 161.

[12] Lehman, op.cit., págs. 140-41, 149.

[13] El propio Ford duda de la historia, y la revisará dieciocho años después en Cheyenne Autumn. Gallagher, op.cit., págs. 224, 226. Lindsay Anderson, About John Ford, Londres, Plexus, 1999, págs. 13-5, 22, 74, 198.

[14] Wood, op.cit., pág. 23-4, 31-2, 36.

[15] Anderson, op.cit., pág. 222.

[16] Gaylyn Studlar, “Sacred duties, poetic passions. John Ford and the issue of feminity in the Western”, en Studlar y Bernstein, op.cit., págs. 45-8, 50-5..

[17] Peter Stowell, John Ford, Boston, Twayne Publishers, 1986, págs. 55, 57, 102.

[18] Eduardo Torres-Dulce, “Jinetes en el cielo”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, págs. 276, 279.

[19] Gallagher, op.cit., pág. 253.

[20] Wood, op.cit., págs. 27, 33. Charles Ramírez Berg, “The margin as center. The multicultural dynamics of John Ford’s Westerns”, en Studlar y Bernstein, op.cit., págs. 85-87.

[21] Dagle, op.cit., págs. 110-7.

[22] Studlar, op.cit., pág. 60.

[23] Lehman, op.cit., págs. 141-2.

[24] Gallagher, op.cit.,, pág. 333.

[25] Esto se ve desde el principio, cuando dispara sobre el indio muerto; ha sido por ello comparado con el propio indio, condenado a vagar para siempre entre los vientos. Charles Ramírez Berg, op.cit. pág. 96. Para Ramírez el personaje de Ethan prueba que el Oeste necesitó a toda clase de gente valerosa, pero también brutal.

[26] Lehman, op.cit., págs. 137, 139.

[27] Jonathan Jones, “The final frontier”, The Guardian, 17 junio 2002.

[28] “Hero, text and ideology in John Ford’s The Searchers”, Queen’s University Film Studies, diciembre 1995. Aquí una muestra del pensamiento (?) de esta autora: “El único caso en el que Martin no rechaza el valor material es cuando negocia con los indios. Sin embargo, la condena del capitalismo en la película se mantiene, porque el trato es un trueque (no hay dinero), y la operación se frustra, dado que Martin no consigue una manta sino una mujer”.

[29] Anderson, op.cit., págs. 152-60.

[30] Gallagher, op.cit., págs. 329-30.

[31] Javier Marías, “El siglo de Ford”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, págs. 64-5; Gallagher, op.cit., págs. 341-3.

[32] Eduardo Torres-Dulce, “Jinetes en el cielo”, op.cit., pág. 278.

[33] Gallagher, op.cit., pág. 385.

[34] El funeral, recuerda Anderson, es modesto porque está pagado con fondos públicos; op.cit., pág. 180.

[35] Jos Oliver, “De Las uvas de la ira a Liberty Valance”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, pág. 173.

[36] De ahí el error de interpretar a Ford en la clave rooseveltiana de la necesidad de la coacción política para salvar a la democracia del capitalismo, al estilo de Grapes of wrath. Antonio Drove, “El hombre que mató a Liberty Valance”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, pág. 299. Por cierto, la escena de la idílica finca estatal, en claro contraste con las oprobiosas propiedades privadas, es caricaturesca, pero, por lo que yo sé, nadie ha conjeturado que Ford estuviese ahí parodiando nada.

[37] Stowell, op.cit., págs. 19, 110. Gallagher, op.cit., pág. 161, Anderson, op.cit., pág. 82, Robin Wood, op.cit., pág. 25.

[38] Lehman, op.cit., págs. 145-6.

[39] Julio Pérez Perucha, “John Ford. El hombre del Oeste”, Historia del Cine, Madrid, Diario 16, 1986-1987, Vol. 1, pág. 296.

[40] Gallagher, op.cit., págs. 262-3, 268, 381. Eduardo Torres-Dulce, “Homero en Texas”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002, pág. 57. Kathryn Kalinak, “The sound of many voices. Music in John Ford’s Westerns”, en Studlar y Bernstein, op.cit., pág. 175.

[41] Studlar, .op.cit., págs. 62-3. Es la única de las seis películas cuya acción transcurre antes de la Guerra Civil, y también la única que no fue un éxito de público ni de crítica; Anderson, op.cit., pág. 79. Véase también Miguel Rubio, “Wagonmaster”, Nickel Odeon. Revista Trimestral del Cine, Nº 26, primavera 2002.

[42] Llinás, op.cit., pág. 178. Gallagher, op.cit., pág. 266.

[43] Lehman, op.cit., págs. 143-4, 147.

[44] Wood, op.cit., pág. 31. Ramírez Berg, op.cit., pág. 96.

[45] Stowell, op.cit., págs. 109, 147, 150.

She wore a yellow ribbon

Magnífica película de John Ford, titulada en español La legión invencible. Honor, humor, amistad, muerte, indios, amor, el Ford clásico y magistral. Imperial John Wayne y el resto del elenco, destacando el personaje interpretado por McLagen.

Entrevista a Carlos Rodríguez Braun

Magnífica entrevista a Carlos Rodríguez Braun en el programa Café para 3 de Onda Cero.

Israel-Gaza: alto a la desinformación de Bernard-Henry Lévy

Razonable artículo de Bernard-Henry Lévy sobre el conflicto en Israel.


Artículo:

Evidentemente, no he cambiado de posición. Como dije ese mismo día en Tel Aviv, durante un acalorado debate con un ministro de Netanyahu, la forma en que se desarrolló el asalto, frente a las costas de Gaza, del Mavi Mármara y su flotilla me sigue pareciendo "estúpida".

Y si me hubiera quedado la más mínima duda de ello, el abordaje, este sábado por la mañana y sin violencia alguna, del séptimo navío habría terminado de convencerme de que había otras formas de actuar para evitar que se cerrase así, es decir, con un baño de sangre, la trampa táctica y mediática que le tendieron a Israel los provocadores de Free Gaza.

Una vez dicho esto, tampoco se puede aceptar, no obstante, el raudal de hipocresía, mala fe y, por si fuera poco, desinformación que parecía no esperar sino este pretexto para, como siempre que el Estado judío da un traspié, inundar los medios de comunicación del mundo entero.

Desinformación: la fórmula, machacada ad náuseam, del bloqueo impuesto "por Israel", cuando la más elemental honestidad exigiría que se precisara: "por Israel y por Egipto", conjuntamente, por ambas partes, por los dos países idénticamente fronterizos con Gaza. Y esto con el beneplácito apenas disimulado de todos los regímenes árabes moderados, encantados de ver a otro contener, en interés y para satisfacción de todos, la influencia de ese brazo armado, de esa avanzadilla y, un día, tal vez, de ese portaaviones de Irán en la región.

Desinformación: la idea misma de un bloqueo "total y despiadado" (Laurent Joffrin, en su editorial del diario francés Libération del 5 de junio) que convierte "en rehén" (ex primer ministro Dominique de Villepin, en Le Monde del mismo día) a la "humanidad en peligro" de Gaza. El bloqueo, no nos cansaremos de recordarlo, solo atañe a las armas y a los materiales que sirven para fabricarlas, y no impide que pasen desde Israel entre 100 y 120 camiones diarios cargados de víveres, medicamentos y material humanitario de toda clase. La humanidad no está "en peligro" en Gaza. Decir que en las calles de la ciudad de Gaza se "muere de hambre" es mentir. Podemos discutir si el bloqueo militar es o no la mejor opción para debilitar y, un día, derribar al Gobierno fascislamista de Ismail Haniyah, pero lo que es indiscutible es el hecho de que los israelíes que sirven, día y noche, en los puestos de control entre ambos territorios son los primeros en hacer la elemental pero esencial distinción entre el régimen (que hay que intentar aislar) y la población (a la que se cuidan mucho de confundir con ese régimen y, aún más, de penalizar, pues, lo repito, la ayuda nunca ha dejado de llegar).

Desinformación: el silenciamiento prácticamente total, en el mundo entero, de la increíble actitud de Hamás, que, ahora que el cargamento de la flotilla ha cumplido su función simbólica; ahora que ha servido para incitar al Estado judío al error y para reactivar con más fuerza que nunca la mecánica de su demonización (Libération, de nuevo, publicaba un terrible titular: Israel, Estado pirata, que, si las palabras aún significan algo, solo puede entenderse como una deslegitimación del Estado hebreo); ahora que, en otras palabras, son los israelíes quienes, una vez llevada a cabo la inspección, deciden encaminar la ayuda hacia sus supuestos destinatarios, se silencia, decía, la actitud de un Hamás que bloquea la mencionada ayuda en el paso fronterizo de Kerem Shalom y deja que se pudra tranquilamente: ¡al diablo las mercancías que pasaron por las manos de los aduaneros judíos!, ¡a la basura los "juguetes" que han hecho llorar a tantos y tan caritativos europeos, pero que se han vuelto impuros tras las horas demasiado largas pasadas en el puerto israelí de Ashdod! Para el gang de islamistas que, hace tres años, tomó el poder por la fuerza en la franja, los niños de Gaza nunca han sido otra cosa que escudos humanos, carne de cañón o reclamos mediáticos; sus juegos o deseos son la última cosa que les preocupa, pero ¿quién lo dice?, ¿quién se indigna por ello?, ¿quién se arriesga a explicar que si hay alguien en Gaza que toma rehenes, si alguien se aprovecha fríamente y sin escrúpulos del sufrimiento de la gente, y de los niños en particular, en resumen, si hay un pirata allí, no es Israel sino Hamás?

Más desinformación: irrisoria, pero teniendo en cuenta el contexto estratégico, desinformación al fin y al cabo: el discurso en Konya, en el centro de Turquía, de un primer ministro que encarcela a cualquiera que ose evocar públicamente el genocidio armenio y tiene la desfachatez de denunciar el "terrorismo de Estado" israelí ante miles de manifestantes exaltados que vociferan eslóganes antisemitas.

Y aún más desinformación: los lamentos de los tontos útiles que cayeron, antes que Israel, en la trampa de esos extraños "activistas humanitarios" que son, la IHH turca (Humanitarian Relief Foundation en sus siglas en inglés, Insani Yardim Vakfi en sus siglas en turco), por ejemplo, adeptos a la yihad, fanáticos del apocalipsis antiisraelí y antijudío, hombres y mujeres que, en algunos casos, pocos días antes del asalto afirmaban que querían "morir como mártires" (The Guardian del 3 de junio, Al Aqsa TV del 30 de mayo). ¿Cómo un escritor del temple del sueco Henning Mankell ha podido dejarse engañar así? ¿Cómo, cuando dice estar considerando la posibilidad de prohibir la traducción de sus libros al hebreo, puede olvidar la sacrosanta distinción entre un Gobierno culpable o estúpido y toda esa multitud que no se identifica en absoluto con este? ¿Cómo ha podido asociar a uno y otro en el mismo insensato proyecto de boicot? ¿Cómo una cadena de salas de cine (Utopia) puede, en Francia de nuevo y exactamente de la misma forma, desprogramar el estreno de una película (A cinco horas de París) solamente porque su autor (Leonid Prudovsky) es ciudadano israelí?

Desinformadores, finalmente, los batallones de tartufos que lamentan que Israel eluda las exigencias de una investigación internacional cuando la verdad es, de nuevo, mucho más simple y más lógica: lo que Israel rechaza es la investigación solicitada por un Consejo de Derechos Humanos de la ONU en el que campan a sus anchas esos grandes demócratas que son los cubanos, los paquistaníes y otros iraníes; lo que Israel no quiere es una dinámica como la que desembocó en el famoso informe Goldstone, encargado tras la guerra de Gaza por la misma simpática Comisión y con ocasión del cual pudimos ver a cinco jueces, de los que cuatro nunca han ocultado su antisionismo militante, reunir en unos días 575 páginas de entrevistas de combatientes y civiles palestinos llevadas a cabo (¡herejía absoluta y sin precedentes en este tipo de trabajo!) bajo la atenta mirada de los comisarios políticos de Hamás. Lo que Israel ha hecho ha sido advertir (¿cómo reprochárselo?) que no se prestará al simulacro de justicia internacional que representaría una investigación chapucera, con unas conclusiones conocidas de antemano y que solo apuntaría, como de costumbre, a sentar, de forma perfectamente unilateral, a la única democracia de la región en el banco de los acusados.

Un último apunte. Para un hombre como yo, para alguien que se honra de haber contribuido a inventar, junto con otros, el principio de este tipo de acciones simbólicas (Un barco para Vietnam; Marcha por la supervivencia de Camboya en 1979; boicots antitotalitarios varios; o, más recientemente, violación deliberada de la frontera sudanesa para romper el bloqueo al abrigo del cual se perpetraban las masacres en masa de Darfur), para un militante, en otros términos, de la injerencia humanitaria y del ruido que conlleva, hay en esta epopeya miserable una especie de caricatura, una mueca lúgubre del destino. Razón de más para no ceder. Razón de más para rechazar esta confusión de géneros, esta inversión de signos y valores. Razón de más para resistirse a esta tergiversación que pone al servicio de los bárbaros el espíritu mismo de una política que fue concebida para combatirlos. Miseria de la dialéctica antitotalitaria y de sus virajes miméticos. Confusión de una época en la que se combate a las democracias como si se tratara de dictaduras o Estados fascistas. Israel está en el centro de este torbellino de odio y locura, pero al mismo tiempo, no lo olvidemos, algunas de las conquistas más preciadas, en la izquierda sobre todo, del movimiento de las ideas de los últimos 30 años se ven así en peligro. A buen entendedor...

Bernard-Henri Lévy es filósofo francés. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Arcadi Espada sobre la Piratería

Don Arcadi sobre la piratería en el programa de Isabel Gemio en Onda Cero.

Atleta sexual

Encontré esto navegando por el blog de José Antonio Montano.

Es hilarante, vomitivo, sexual, excitante, insultante, estúpido...Me desconcierta.


TEXTOS:

Y tras los pasos perdidos, los primeros pasos. Como dice Eliot en sus Cuatro Cuartetos: "Están presente y pasado presentes/ tal vez en el futuro, y el futuro/ en el pasado contenido./ Si está eternamente presente el tiempo/ todo, todo el tiempo es irredimible". Eso es, unredeemable: como la pescadilla que se muerde la cola o el autofelante románico de la ilustración. He sacado de mis archivos los primeros textos de ese personaje deleznable e irresistible que es (¡que fue!) Atleta Sexual y recuelgo diecisiete de aquellas joyitas pestíferas:

* * *

Carta de presentación (23-X-2004)

Tengo ganas de contar mi vida salvaje, puesto que la considero ejemplar en grado sumo. El dato decisivo es este: mi polla es tan notable como mi cerebro, y por eso follo a tope y pienso a tope. No hago distingos entre los “coitos” y los “cogitos”: me patrocinan tanto Descartes como John Holmes o Rocco Sifredi (o, si descendemos al ámbito hispánico, tanto Eugenio Trías como Nacho Vidal). En este blog fluirán y bullirán las eyaculaciones y las reflexiones con el mismo ímpetu pornográfico. Va a ser, literalmente, la leche. Agárrense que vienen curvas!


Mi yoga chachi (24-X-2004)

Lo primero que hago cada mañana es una "salutación a mi polla", equivalente a la yóguica "salutación al sol". Y ciertamente mi polla comparte algo con el sol: el descomunal tamaño, la fogosidad y esa virtud curiosa de que los planetas giren en torno. La "salutación a mi polla" consiste, como era fácil imaginar, en una paja de lo más gratificante. Empezar el día haciéndose una paja es toda una declaración de intenciones. Y, sobre todo, una declaración de sobreabundancia seminal. Había un poeta que cada 31 de diciembre quemaba uno de sus poemas escritos en el año; con ello quería proclamar la confianza en su capacidad creativa: la desaparición de ese poema sería insignificante en comparación con los muchos poemas que se sentía capaz de escribir el año siguiente. A mí me pasa lo mismo con mis erecciones y eyaculaciones. Empiezo el día con una paja porque así ratifico mi capacidad genésica: eyaculo nada más despertar, pero sé que si se me presentan cuarenta zorras a lo largo del día, eyacularé otras cuarenta (¡u ochenta: dos por cada!) veces. Yo soy mi polla y sus circunstancias.


Divina costra (25-X-2004)

Cuando desvirgo a una virgo (y ya llevo varias en mi cuenta), me gusta dejarme la costra de sangre en la polla. Mear con la polla así rojiza es un gustazo. Y es más gustazo aún metérsela después a una zorra experimentada, para que le llegue al chocho un poco de sangre virginal como hacía siglos que no tenía. Es, literalmente, una transfusión de sangre virgen vía polla.


Un toque sádico (25-X-2004)

Este mediodía ha estado en casa Andrea, una italiana a la que abordé la otra tarde en el metro. Le dije: "Yo sé hacer unas pizzas fabulosas, te invito a comer un día". Y ese día ha sido hoy. Quedó en pasarse a las tres, y como yo quería que la pizza estuviera calentita, no llamé al Telepizza hasta las tres menos veinte. La mala fortuna quiso que coincidieran en el ascensor ella y el marginal del niki rojo. Andrea iba a afearme la conducta, pero eché mano de mi encanto retórico y al final logré no sólo contener su enfado, sino hacerle pagar la cuenta. Nos comimos la pizza en cuatro bocados y luego, obviamente, nos fuimos a follar. Le eché cuatro polvos que fueron en sí divertidos, pero luego ella tuvo que estarse media hora en el bidet tratándose de quitar la mozzarella del chocho. No hay que ser Colombo para averiguar el camino recorrido por la mozzarela: su boca, mi pene, su chumino. Luego, como todas las zorras, quiso cepillarse los dientes. Y yo, que soy perro viejo, le di el cepillo rosa que tengo para tales ocasiones. Lo saco ceremoniosamente de un estuche y le digo: "Es nuevo". Y ella se cepilla poniendo sonrisa de gato de Chershire (o como se escriba), ignorante de que cuatrocientas mil petardas se han cepillado ya con ese mismo cepillo de dientes. Me gusta que queden unificadas así, no sólo vía mi pene, sino también vía ese cepillo de dientes rosa. Es como si ellas mismas, todas las que me he follado en casa, se besasen en la boca y se mordiesen los dientes. Como si se pasasen en buchitos, unas a otras, todo el semen que me mamaron o los pelitos de mis cojones que se quedaron pegados en sus gargantas. Es un toque sádico. Mi poesía secreta, como quien dice.


Mis atributos (26-X-2004)

Para la correcta comprensión de las historias que estoy contando, conviene que el lector (¡y la lectora!) tenga una imagen nítida de mis atributos. La cuelgo no por presumir (¡aunque podría!), sino por una mera cuestión de honestidad intelectual.


Las pellejas (28-X-2004)

Cuando tengo muchas ganas de follar pero muy pocas ganas de currármelo, recurro a las pellejas. PELLEJA: Dícese de toda mujer a partir de los 35 años, caracterizada porque se le caen las carnes y se le endurecen y arrugan hasta formar pellejos. Contra lo que pudiera parecer, a mí las pellejas me ponen. Y no sólo porque, al fin y al cabo, sean mejor que la masturbación, sino porque realmente follan muy bien. Las pellejas saben que cada polvo que echan puede ser el último, y por eso se vuelcan con un frenesí apoteósico. Suelen ser, por ello, bastante guarras, se dejan dar por el culo, la chupan fenomenal y dejan que te corras en su cara y en sus tetas. Ahora sí, hay que tener cuidado, porque se te enganchan que da gusto. Mi política es: “pelleja follada, pelleja largada”. Una sesión por pelleja y a por otra, que hay más pellejas que botellines.


Una guarrona (29-X-2004)

Inaudito. Anoche, poco después de colgar el post "Las pellejas", recibo un mail: "Soy una de esas pellejas y quiero que me folles... si es que esa foto de tu polla es verdad". Me dejaba su número de teléfono y la llamé enseguida. Quería venir a mi casa, pero me negué. La verdad es que nunca había pensado en este blog como un lugar de contactos. Es más, pensaba que mi franqueza espantaría a las tías. Pero no. Se ve que a algunas les va la marcha. Tomé un taxi ya a las tres de la madrugada y fui a Plaza de España. Resulta que la tía vive en la Torre de Madrid. Subo al piso veintiuno, llamo al timbre de la puerta correspondiente, pero nadie responde. Al ir a golpear en la propia puerta, veo que ésta cede: estaba abierta. La empujo y entro, cerrando a mis espaldas. El interior estaba oscuro, ni siquiera llegaban luces de fuera, porque las cortinas estaban echadas. "A tu izquierda, en el suelo, hay una linterna. Cógela, pero no la enciendas aún. ¡Ni avances ni un paso!". Obedecí a la voz femenina que surgía de la oscuridad (esto parece una novela mala: pero ocurrió así). "Bájate los pantalones y empieza a tocarte la polla hasta que se te ponga tiesa. Una vez que esté tiesa, alúmbratela con la linterna. Si es la de la foto, podrás entrar a follarme. Si es más pequeña, sal corriendo porque te estoy apuntando con una pistola. Y no hay nada que yo odie más que un tipo que presuma de polla grande y la tenga chica." Acojonado, empecé a hacerme una paja. Pero estaba tan asustado que la cosa no funcionaba. La tía se impacientó al cabo de unos minutos: "¿Qué pasa? ¡Si la tienes chica, sal corriendo ahora mismo y no me hagas perder más el tiempo, cabrón!". Traté de concentrarme en algo que me pusiera a cien. "Comerle el coño a Susana Griso por debajo de su mesa, mientras presenta el telediario. Me imaginé sus pelitos rubios, su apertura rosada, y un borboteo de flujo caliente anegando mi boca mientras allá arriba ella daba las cifras del hambre en el Tercer Mundo". ¡Dios, qué erección! Encendí la linterna, me alumbré la polla y del otro lado de las tinieblas escuché: "¡Mierda!". Sin más preámbulo la tía se abalanzó sobre mi polla y empezó a chupármela con frenesí. Después nos tiramos follando toda la noche, hasta hace un rato. Sólo al despertar me he dado cuenta de que era una auténtica pelleja, y además de las feas. Pero francamente me lo pasé pipa. Y algún día, lo dejo aquí escrito para que se sepa, conseguiré colarme bajo la mesa de Susana Griso, vaya que sí, y cumpliré mi fantasía. Porque, como decía William Blake: "Quien desea y no actúa, engendra pestilencia". ¡Permanezcan atentos a la pantalla!


Una hora antiestatal (31-X-2004)

Me toca mucho la polla esa hora que el Estado nos regala paternalistamente cada otoño. Hoy, dentro de un rato, habrá que hacerlo otra vez: retrasar el reloj y su puta madre. Yo me lo monto siempre igual: antiestatalmente. Me busco una actividad antiestatal que llevar a cabo durante esa hora, y así le devuelvo al Estado en forma de bofetada su palmadita paternalista. Lo que tengo preparado para hoy es meneármela con fotos de embarazadas. Llevaba unos meses recortando fotos de embarazadas (Ana Duato, por ejemplo) y bajándome de la Red fotos porno de embarazadas, e incluso comprándome revistas alemanas (¡guarrísimas!) de embarazadas, para pasarme toda esta hora estatal del modo más antiestatal posible. Con todo mi material gráfico a mano empezaré a cascármela en el minuto uno de esta hora estatal que se avecina, convirtiéndola así en hora antiestatal, y minuto tras minuto seguiré meneándomela sin pausa, antiestatalmente. Durante toda la hora estatal yo mantendré una erección absolutamente abominable y antiestatal, ocasionada por las fotos de las embarazadas, y mantendré mi erección antiestatal justo hasta el minuto último de esta hora estatal, eyaculando antiestatalmente en el preciso instante en que las campanadas anuncien que la hora estatal se ha terminado, no habiendo podido ser estatal ni un solo segundo, sino únicamente antiestatal.


Follarse a un muerto (1-XI-2004)

Como mi sexualidad se rige últimamente por el calendario, hoy tocaba follarse a un muerto... Pero, tras sopesarlo unos minutos, he descartado la idea. Algún día lo haré, pero cuando se presente la ocasión. Por ejemplo, si estoy casado con Cristina Aguilera y se me muere, le echaría un último polvo antes de llamar a la policía. El tema de la necrofilia tiene su morbo, y su gracia. Dicen que, una vez, un gracioso que asistía a uno de los famosos seminarios de Lacan, le hizo la siguiente pregunta: "¿Qué posibilidades tiene de curación el elemento pasivo en una relación necrófila?". Y el verborreico Jacques se lanzó a responder... y no fue hasta pasada media hora de discurso cuando cayó en la cuenta de que el "paciente" en cuestión era el muerto.


Heidegger para frivolizar (3-X-2004)

A veces, para relajar un poco la tensión (¡de altísimo voltaje!) que me azota continuamente el intelecto, leo a Heidegger. Leo a Heidegger como quien lee un tebeo: Heidegger me sirve para frivolizar. Estos días he estado con La pregunta por la cosa, un libro que me recuerda mi infancia, porque todo lo que dice es justo lo que pensaba yo a los cinco años. Por ejemplo (abro al azar): "La esencia de la verdad, es decir, la estructura de la proposición verdadera, nos proporciona una prueba inequívoca para la verdad de la determinación que se atribuye a la estructura de la cosa". Yo leo esto y, como me sobra tanto cerebro, me voy haciendo una paja. Avanzo por el pensamiento de Heidegger (tedioso para mí, por conocido) al tiempo que me la voy cascando. Y eyaculo con frecuencia, porque son muchas las pajas que me hago leyendo a Heidegger. Por eso mis ejemplares de Heidegger están todos llenos de manchas blanquecinas. O sea, que si fuera por mí sus obras completas estarían en la Sonrisa Vertical; porque, como decía Berlanga, son libros que leo "con una sola mano".


Cómo montárselo con Bush (4-XI-2004)

Si por algo me satisface la victoria de Bush, es por la carita que se le ha quedado a la (patética) progresía de este (patético) país. Lo mejor que he escuchado sobre el resultado electoral, no ha sido ni en la televisión ni en la radio, sino en el bar de obreros adonde voy a tomarme mis bocadillos de calamares. Un albañil que parecía recién sacado de una película de Alfredo Landa, decía salpicando chistorra: "Anda, Kerry, ahora a casita. A ver si tu mujer se llena el chocho de ketchup y así puedes tirarte todo el mes follando con tomate". En fin, cuando uno duda de la Humanidad, siempre le queda el pueblo español para consolarse. Pero mi noche electoral fue maravillosa. Intuyendo más o menos lo que iba a pasar, tiré de agenda y quedé con mi amante más progre. Es una veinteañera muy parecida a Silke, con el mismo cuerpo y la misma cara; aunque ha leído más libros (exactamente tres). Se vino a casa, pusimos la tele... Yo había comprado champán para disimular, porque en realidad había quedado con ella, ladinamente, con la idea de celebrar la victoria de Kerry: "Vente esta noche a mi casa, que me he comprado unas botellas de champán del bueno para celebrar que Bush se va a tomar por culo". Se apuntó entusiasmada, sin saber que yo había comprado ese champán para brindar por Bush. Cuando los resultados electorales iban inclinándose por el entrañable carnicerito de Texas, mi amiga se echó a llorar. "No puede ser, no puede ser: cuatro años más de fascismo". "Bueno, tenemos el champán. ¿Por qué no nos emborrachamos para olvidar las penas?" Dercorché una, y nos la bebimos. Cuando íbamos por la mitad de la segunda, ella se desnudó, se fue a la bañera y me pidió que le echase champán ("mucho champán, océanos de champán") por encima. Ahí ya se me puso tiesa la polla. En fin, ¿para qué contar detalles? El sexo siempre es lo mismo: coños, pollas, triquitraca. Al mediodía regresó a su casa con la ideología por los suelos, y con el coño más destrozado que Bagdad.


XXL (6-XI-2004)

Al fin una película sobre la problemática de los tíos con pollones. He ido a esa sórdida sesión de las cuatro de la tarde y en la sala nos encontrábamos sólo diez tipos, distribuidos de tal forma que había la mayor distancia posible entre todos nosotros. Di por hecho que todos tenían (teníamos) pollones y que acudíamos al cine para ver algo de nuestras propias vidas. Y sí que lo vimos. La maravillosa amoralidad del personaje, ese dionisíaco Fali que haría las delicias de Nietzsche (es, de hecho, un genuino ángel nietzscheano), las reacciones de asombro de las mujeres que le van viendo la polla, cómo las gatas saltan como locas, huyendo, en cuanto nos la ven, la insaciabilidad de nuestras vecinas, en fin, todo lo que constituye el dulce transcurrir de nuestra cotidianeidad. A la salida me paré con la excusa de que se me habían soltado los cordones del zapato y fui fijándome en el paquete de los que salían. En efecto, a todos les abultaba el bultaco. Los nueve asistentes se fueron cada uno por una dirección distinta, y yo me alejé también por la que quedaba libre, pensando en nuestro destino de lobos esteparios, en cómo nuestros pollones nos empujan a la cópula, y copulamos mucho de hecho, pero en los largos lapsos en que no tenemos ensartado ningún chocho, nuestra soledad es insondable como la de los ascetas de la Tebaida.


Baile y sueño (17-XI-2004)

Tiene guasa la cosa. El lunes fui a la presentación de la segunda parte de Tu rostro mañana, la estupenda novela de Javier Marías cuya primera parte ya me deslumbró hace dos años. Mientras me dirigía al Círculo de Bellas Artes, pensaba: "Menudo coñazo de blog. Otro acto cultural, y el sexo lo tengo olvidadísimo. Mis lectores se van a aburrir". Embutido en estos pensamientos melancólicos, llegué a la sala y ocupé mi asiento. Salieron Marías y el presentador, Agustín Díaz Yanes. Comenzó el acto. Todo iba superagradable, pero cuando me lo empecé a pasar realmente bien fue cuando descubrí que Javier Marías era un muñeco de José Luis Moreno. Sí: era justo el muñeco de un ventrílocuo. Todo encajaba: su cabeza grande, como de madera, la enorme apertura de la boca, sus mandíbulas hiperarticuladas, el torso como relleno de serrín y las dos piernecitas que caían como si no hubiese nada en los pantalones. Me quedé tan impactado, que quise comunicar mi noticia. Entonces, al girarme, descubrí que a mi derecha había una señora solitaria. Tendría unos cincuenta años, elegancia de catedrática de Historia del Arte en la Sorbona, con una piel ya arrugadilla pero apetitosa y unos, llamémoslos así, tremendos melones. Le revelé mi descubrimiento, y entonces me dijo: "Pensé que nunca te ibas a atrever. Anda, vamos al servicio a follar". Nos levantamos y salimos, justo cuando Marías estaba diciendo: "Tal vez el tercer tomo tenga otras cuatrocientas, o quizá quinientas páginas..." Lo del servicio fue prodigioso. Me hizo una mamada que, fuese lo que fuese madame, la hacía digna de la Sorbona. Luego me dio la espalda, se apoyó en el lavabo, se levantó la falda, se bajó el tanguita (¡llevaba un tanguita!) y me dijo: "Fóllame, superpollón". Se la metí y me agité a sus espaldas como un jabalí epiléptico, agarrándome de sus enormes tetas, hasta la eyaculación cosmonáutica que nos mandó a los dos a la luna. Nos quedamos luego varios minutos jadeando felices, sin poder hablar. Y en cuanto nos volvió la ratio adecuada de pulsaciones, ella dijo: "Javierín seguirá aún. Vamos a verle terminar". Y allá que volvimos. ¡Viva la cultura!


La caquita (20-XI-2004)

Siempre me ha llamado la atención la habilidad con que los gays eluden el tema de la caquita. Sí, sí: la caquita. Son todos (los gays) muy elegantes y empolvados, finísimos, middle-class, pero inevitablemente, a la hora de follarse los unos a los otros, tiene que salirles la caquita en la punta de la polla. El sexo anal no es lo que más me interesa, pero cuando he tenido que encalomarme a alguna pibita per agostam viam, siempre ha salido caquita en la polla. No digo yo que mucha caquita, pero sí alguna caquita, aunque sea una caquita microscópicamente testimonial. Y no pasa nada: es la Madre Naturaleza, que pone caquita en las pollas cuando éstas se introducen en los orificios que están hechos para cagar. Lo que a mí me sorprende no es el hecho de la caquita en sí, sino el hecho de que los gays siempre han eludido el tema. Ninguno, que yo sepa, ha hablado jamás de la caquita. Pero la caquita será una presencia constante en sus vidas, ¿no? Al menos en las vidas de los más folladores. Si algún gay lee esto, que me diga algo, por favor. ¿Qué ocurre cuando, en pleno éxtasis amoroso, en la habitación perfumada de rosas, entre el vapor de los inciensos y las velas y el Adagio de Albinoni, el dante saca la polla y aparece, en la punta, esa natita marrón? ¿Se la elude simplemente, y se recitan en su lugar poemas de Luis Antonio de Villena, o se hace alguna mención más o menos humorística, como cuando la sempiterna mosca de la tele atraviesa una tertulia? Pregunto.


La III República la traderá la derecha (23-XI-2004)

He estado follándome esta tarde a una redactora de El País (no diré su nombre, pero la chupaba de miedo) y me ha estado poniendo al día de las últimas arremetidas contra el Rey de Jiménez Losantos (el Stephen Hawkins del liberalismo español; del mismo modo que Ludolfo Paramio es, o era, el Stephen Hawkins del socialismo). Reconozco que no estaba al tanto, porque últimamente siempre que abro el periódico es sólo para ver las últimas noticias sobre Nicky (Gran Hermano). Me he quedado barruntando, mientras la chica me la chupaba (me lo había contado antes, mientras yo le hacía el cunnilingus, con las orejas abiertas) y de pronto exclamé: "¡Qué fuerte! ¡Al final la III República la traerá la derecha!". ¿Para qué diría nada? La redactora, sin duda excitada en sus instintos prisáicos, me pegó un involuntario mordisco. Por fortuna, mi instrumento es sólido como una barra de hierro, con lo que apenas sentí daño. Ella se quedó alucinada, porque va a ser exactamente así. A los de izquierdas (y yo soy de izquierdas, a pesar de todo: estoy más solo que la una, pero soy de izquierdas) nos cae más o menos simpaticote este Rey. Por supuesto que abrazar a Ibarretxe es sucio, porque el euskonazismo es sucio; pero un Rey tiene que hacer esas cosas. Y Losantos y todos los demás lo saben. Lo que llama la atención no es la crítica en sí, sino el encono. Como cuando Peñafiel se mete con la deliziosa Letizia. Así que la derecha nos traerá la República... Yo, que pensaba suicidarme un día de estos, ya no lo haré, en espera del espectáculo. Y es que Gil de Biedma tenía una vez más razón: "la vida nos sujeta porque precisamente/ no es como la esperábamos". También le dije esta cita a mi querida redactora, y entonces (ya estábamos follando) me hizo otra ofrenda lírica: apretó por dentro sus músculos vaginales, haciendo que mi férrea polla se contorsionara como un espaguetti.


Atentado metafórico (4-XII-2004)

Ya había colocado los esquíes en el Jeep Cherokee, camino de mi deporte metafísico favorito, que comparto con Heidegger, cuando la ETA ha vuelto a hacer el ganso una vez más y he tenido que quedarme en casa. En esta ocasión no han matado a nadie, pero se han cargado la Operación Salida. Creo que en esto hay una evidente indicación metafórica. Se cargan la Salida del puente (¡el puente de su tan denostada Constitución, no lo olvidemos!) como metáfora de que se cargan la Salida del, así llamado por ellos, conflicto vasco. Lo del conflicto vasco tiene miga. Según ellos, "el conflicto vasco existe". Y es cierto: el conflicto vasco existe. Pero sólo porque ellos existen para afirmar que el conflicto vasco existe. Es decir: ellos son el conflicto vasco. Igualito a cuando Al Capone llega a un establecimiento y lo ametralla mientras le dice al dueño: "Tienes un problema". Pero en fin, yo ahora normalmente me estaría follando a alguna tía con estatus, de esas que se acumulan en los hoteles lujosos de las estaciones nevadas. Suele ser bonito follar ahí, y lo que más me gusta es quitarles los calcetines de lana a esas zorritas. La posterior "introducción del pene en la vagina" no está mal, pero a esas alturas la considero ya un mero trámite. Pero la triste realidad es que estoy en casa. Inicialmente me mentalicé para soportarlo, para soportar una noche solitaria hasta mañana, en que pueda por fin partir en el Jeep Cherokee camino de mi deporte metafísico favorito, que comparto con Heidegger. Sobre esto, sobre la cualidad metafísica del esquí, basta leer un memorable poema de Moreno Villa en que compara el descenso por la blanca ladera ("en un fino deslice sin roce y sin cesura") con la paz de la muerte. Pero mi polla pedía comida (comida o nido), así que he tirado de agenda para llamar a alguna amiguita sin estatus, de esas que se habían tenido que quedar en Madrid de todas formas, a pasear por el Retiro, comer kikos y tal. Llegará en media hora (yo la invitaré al taxi, como siempre), y trataré de follármela igual que si esquiase. Le quitaré los calcetines y luego me despeñaré por su cuerpo "en un fino deslice sin roce y sin cesura". Será una noche bonita, de calor mutuo (¡y cojonudo, con el frío que hace!). Pero mañana a primera hora la mandaré de nuevo a casita. La invitaré a otro taxi, o quizá yo mismo la lleve a su portal en el Jeep Cherokee, camino definitivamente de mi deporte metafísico favorito, que comparto con Heidegger.


Desde la estación de esquí (5-XII-2004)

Aunque las golfas de lujo se me agolpaban en la puerta de la suite, he preferido dormir hoy solo. Y no solamente porque la sesión folladora de anoche con mi amiga sin estatus fue intensa (¡cuatro le eché!), sino porque esta misma tarde me he follado a dos amigas con estatus, de las que andan petardeando por aquí: a una en los servicios de la cafetería calefactada, a la otra tras unos matorrales (no calefactados) nada más bajarnos del telesilla. Hace un rato, además, me ha venido una imagen a la mente del ser de mi vida mientras me duchaba y he tenido que meneármela. En veinticuatro horas cuento siete eyaculaciones: me merezco un descanso. Ya estoy metidito en la cama con mi portátil, en este hotel de maravilla donde puedes enchufarte a internet. A veces me siento un Juan Cueto (aunque yo sí pasaría un control antidopping). Miro la prensa. En el Babelia sigue sin aparecer el amigo Echevarría, y hoy se cumplen ya los tres meses; pero la verdad es que me la suda. Esto otro me abochorna: "Paco Ignacio Taibo II y el Subcomandante Marcos escriben juntos una novela negra". A los que estamos por una izquierda seria e ilustrada, una izquierda crítica y antiboba, nos toca muchísimo la polla el espectáculo sensiblero del Subcomandante Comechorizos y toda su cohorte de palmeros más o menos bigotudos. Qué triste la deriva de esta izquierda panfilota que ha renunciado a pensar y cuya única carta de naturaleza parece ser la de mostrarse como una mera opción estético-sentimental, sin operatividad alguna (sin operatividad que no sea totalitaria y nefasta, se entiende)... La izquierda se ha convertido en un refugio de cúrsiles aprovechados, en un patético almacén de llorones retros; en una, por decirlo claramente, película de Garci. Y cuánta culpa tuvo en ello el desaparecido Montalbán, con aquellas ristras de chorizos que transportó sudorosamente por la selva para el estomagante Subcomandante, en plan Fitzcarraldo lacandón. Si la izquierda está fundamentada en el gracejo y simpatía de su presunto líder universal, ¿qué pasa con todos aquellos a los que ese idiota enmascarado no nos hace ninguna gracia ni nos resulta simpático? Pero bueno, tampoco es plan lamentarse por la decadencia de la izquierda en una suite de lujo. Le pediré al mozo unas ostras acompañadas de Möet-Chandom, para que mis enemigos puedan seguir acusándome de facha, actividad que parece ser el único entretenimiento de sus pichiblandescas vidas... Y luego a lo mejor hasta le abro la puerta a alguna de esas golfas.

Arcadi Espada con Julia Otero en Onda Cero

Siempre un buen análisis de la actualidad por parte de Arcadi Espada.