Cuanto CO2 hay por Antón Uriarte

Sigo este blog de vez en cuando y buceando he descubierto este artículo.

Destaco esto:

Debido a las emisiones humanas esta concentración de CO2 aumenta cada año unas dos partes por millón. También, debido a la oxidación del carbono que se produce al producir y emitir CO2, la cantidad de O2 en la atmósfera disminuye. Pero, ante tanto oxígeno como hay, esa disminución es despreciable. Una ligera humidificación del aire o una ligera disminución de la presión, de 1 milibar por ejemplo, supone que en términos absolutos haya menos oxígeno por metro cúbico que todo el que se ha perdido por nuestra "culpa" en 200 años. Y 1 milibar es lo que desciende la presión cuando subimos a un tercer piso (9 metros).

Cruce de Vías por Arcadi Espada

Arcadi Espada sobre el atropello de "un grupo de jóvenes inmigrantes".

A destacar este párrafo:

Otra cosa, que se dice en este artículo y en otros muchos artículos. El legítimo derecho al ejercicio de la soberanía individual, es decir, a cruzar vías. En absoluto. El mismo caso que el del cinturón de seguridad. Mi libertad de no llevarlo. En absoluto. Porque es muy probable que su tetraplejia deba pagársela yo.



COMENTARIO:

El hecho de que los 12 muertos de Castelldefels fueran inmigrantes ha provocado un gran malestar en aquellos que habrían preferido que fueran de la tierra, y así evitarse problemas. Que sean inmigrantes resulta de lo más natural.

Para empezar porque los inmigrantes son numerosos.

Para seguir porque van más en tren que en limousine.

Para acabar porque cumplen menos las normas.

Este punto es mucho más especulativo que los otros dos. Pero se puede atemperar su carácter de alguna manera.

Sí se dice, por ejemplo, que los jóvenes cumplen menos las normas.

Sí se dice, por ejemplo, que en el norte de Europa se cumplen más las normas que en el sur.

Sí se dice, por ejemplo, que los ricos cumplen más las normas que las pobres.

O quizá todo esto lo empeore. En fin, me da lo mismo.

8 de los 12 muertos (a falta de saber la edad de uno de ellos) no pasaban de los 25 años.

9 de los 12 muertos eran varones.

12 de los 12 eran inmigrantes.

A esos datos se ha de añadir otro. Esencial. Se trataba de un grupo. La dinámica de grupos, exactamente.

Veamos algo interesante sobre la dinámica de grupos en el grupo de los heridos.

Hay 10 heridos hospitalizados.

Las edades no presentan variación respecto de los muertos.

Tampoco las nacionalidades.

Pero en el sexo hay una variación llamativa.

De los 10 heridos 7 son mujeres.

Es decir la inversión casi calcada de los muertos, 9 de 12 eran varones. Es fácil ver a las mujeres un paso atrás. (Aunque debo advertir que a día de hoy es imposible dar por indiscutibles el sexo y el número de los heridos, tal la multiplicidad de fuentes. El periodismo sigue prefiriendo los adjetivos a las cifras.)

Desconozco el número de los ilesos (es decir el grupo de los que consiguieron atravesar la vía): entre 30 y 40 dice hoy el periódico. Pero me jugaría una pinta a que había más hombres que mujeres.

Otra cosa, que se dice en este artículo y en otros muchos artículos. El legítimo derecho al ejercicio de la soberanía individual, es decir, a cruzar vías. En absoluto. El mismo caso que el del cinturón de seguridad. Mi libertad de no llevarlo. En absoluto. Porque es muy probable que su tetraplejia deba pagársela yo.

En fin. A lo que íbamos.

Doce muertos, al atropellar un tren a un grupo de jóvenes inmigrantes.

Los intrincados caminos de Dios por Arcadi Espada

Arcadi Espada da en la diana:

El libro de Lehrer, Proust y la neurociencia. Muy desigual. Su capítulo sobre Stravinski y la música, esta madrugada. Formidable. Pero ayer su irritante coda, casi pueril. Por lo demás, perfectamente expuesto este camelo metafísico que he visto otras veces.

Estas frases soporíferas:

«Nunca sabremos cómo la mente convierte el agua de nuestras células en el vino de nuestra conciencia».

«Hoy día sabemos lo suficiente como para saber que nunca lo sabremos todo».

La paráfrasis bíblica muestra casi con obscenidad. Hay un tipo de laicos que no atreviéndose a proclamar la existencia de Dios se refugian en la imposibilidad de saber. Se trata de idéntica metafísica.

Decir no sabremos es decir Dios.


Esa es la clave, la frase final.

La derrota total por Arcadi Espada

Análisis de Arcadi Espada de las declaraciones del Ministro de Justicia Caamaño.

Le envié mi opinión sobre el asunto (los links no están habilitados en esta transcripción):

Buenas Don Arcadi.

Escuché el otro día donde Herrera al Sr. Caamaño, y también su intervención. Más tarde leí su autocrítica. Me acorde de lo leído en el libro de Michael Shermer, Why People believe weird things. Transcribo la parte que me vino a la cabeza (Está en el capítulo dedicado a la evolución y el creacionismo):

“If confronted by a creationist, we would be wise to heed the words of Stephen Jay Gould, who has encountered creationists on many an occasion:

Debate is an art form. It is about the wining of arguments. It is not about the discovery of truth. There are certain rules and procedures to debate that really have nothing to do with establishing fact-which they are very good at. Some of those rules are: never say anything positive about your own position because it can be attacked, but chip away at what appear to be the weaknesses in your opponent’s position. They are good at that. I don’t think I could beat the creationists at debate. I can tie them. But in courtrooms they are terrible, because in courtrooms you cannot give speeches. In a courtroom you have to answer direct questions about the positive status of your belief. We destroyed them in Arkansas. On the second day if the two-week trial, we had our victory party! (Caltech lecture, 1985)”.

Mi opinión es que usted estuvo en su sitio, cada uno se retrató.

Algún día sabremos de dónde sacan nuestros políticos estas “ideas”, quizás sus asesores. Para escribir un libro.

Berlanga, Los Hermanos Marx, y otros han tenido muchos seguidores.

Un saludo.

Manuel Álvarez López

Los Medios Matan por Arcadi Espada

Reflexión de Arcadi Espada sobre la influencia de los medios y las decisiones de las personas.

Muy interesante el comienzo:

Echando un vistazo a la imprescindible Arts&Letters Daily encuentro este artículo de Baggini. Y este párrafo, en concreto:

«El problema es que la gente suele ser por lo general muy mala tomando decisiones racionales sobre el riesgo. Por escoger uno de muchos ejemplos, muchos americanos evitaron los aviones tras el 11-S y, en su lugar, viajaron por carretera. Como resultado, un equipo de investigadores de la Universidad de Cornell estimó que había habido al menos 1.200 muertos más en las carreteras de América. Alrededor de 1.200 personas murieron porque estaban evitando lo que ellos percibían como una forma de transporte más arriesgada, 954 personas más de las que murieron en los aviones usados para los ataques terroristas. Pero los gobiernos tienen que elegir en nuestro nombre a qué riesgos deberíamos exponernos».

Estas son las cosas de que no hablan jamás los gobiernos. Y también un ejemplo exacto del costoso peso de la superstición.

Sobre guillotinas y catedrales por Arturo Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte con un artículo sobre la enseñanza de la religión con el que estoy totalmente de acuerdo.

Destaco sobre todo el párrafo final:

"Así que llámenla como quieran: Religión, Historia de la Religión, Historia religiosa de España, o de Europa. No sólo me alegro de que la estudien en los colegios, sino que, en mi opinión, debería ser obligatoria en todo plan escolar. Pero no como asignatura relacionada con la moral católica, ni la espiritualidad. El pecado, la salvación del alma y otros territorios adyacentes son cosa de cada familia, o del chico mismo, si tiene edad para elegir. Del interesado en el asunto. Allá cada cual con sus dioses y sus cíclopes. Yo hablo de equipaje lúcido. De cultura."



ARTÍCULO:

Acabo de enterarme de que entre siete y ocho de cada diez alumnos de los colegios españoles cursan la asignatura optativa de Religión: en Primaria por decisión de sus padres, y en Secundaria por iniciativa propia. Y no saben ustedes cómo me alegro. Pero ojo. Mi gozo no estriba en el aspecto espiritual del asunto. Cualquiera que se haya asomado a esta página pecadora en los últimos diecisiete años, sabe que no es con un cardenal o un obispo con quien yo me iría de copas. Y que, los días que se me va la pinza y me levanto jacobino y cabreado, lamento que una cuchilla afilada y oportuna no aligerase un poco el paisaje de sotanas a finales del siglo XVIII, cuando el ingenioso invento del doctor Guillotín no tenía la mala prensa que tiene ahora.

Sé de qué hablo. Tengo uso de razón, he viajado y leído libros. Soy, además, natural de una tierra históricamente enferma, con un alto porcentaje de hijos de puta por metro cuadrado. Sé que aquí, en los últimos diecisiete o dieciocho siglos, siempre hubo un confesor diciéndole a una señora lo que podía hacer con su marido, y a un rey lo que debía hacer con sus súbditos. Señalando a quién premiar y a quién dar garrote. Eso no descarta, naturalmente, a infinidad de hombres y mujeres justos: sacerdotes y monjas empeñados en dignísimas obras sociales, misioneros que se dejan la piel. Pero la existencia de esa fiel infantería, tan alejada de palacios arzobispales y despachos vaticanos, no borra el estrago secular, la manipulación de conciencias, la resistencia a la modernidad alentada desde los púlpitos, el sabotaje –sangriento, en ocasiones– de cuantos intentos hubo por airear la oscura sacristía en la que, durante tanto tiempo, estuvimos recluidos. Sigo creyendo que en el concilio de Trento España se equivocó de camino: mientras la Europa moderna apostaba por un Dios práctico, emprendedor, aquí fuimos rehenes de otro Dios reaccionario y siniestro, que nos hizo caminar en dirección opuesta al futuro mientras sus ministros proponían quemar, fusilar, prohibir, desterrar costumbres, libros, ideas y hombres. Mientras saboteaban constituciones, bendecían a generales carlistas o levantaban el brazo junto a caudillos paseados bajo palio. Y ahí siguen. Mezclando a Dios con las cosas de comer. Disputando arrogantes y pertinaces, a estas alturas de España, cualquier conquista del sentido común, la libertad y la vida.

Sin embargo, todo eso también nos hizo. Para bien y para mal, la Europa que aún responde a ese nombre no puede explicarse sin la historia del Cristianismo y la Iglesia Católica. Para comprendernos, para concluir que somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos, es preciso conocer la historia de tanto daño causado; pero también la historia de lo grande y lo luminoso, la base intelectual de una civilización largamente construida sobre Grecia y Roma, la Biblia y los Evangelios, el Islam mediterráneo, San Isidoro, la latinidad medieval, los monjes copistas y los monasterios, las bibliotecas, el Renacimiento, el apasionante camino recorrido y el papel fundamental, sólo discutible por los sectarios y los imbéciles, que la Iglesia tuvo en todo ello. Independientes de las creencias de quien camine bajo sus bóvedas, las catedrales europeas son museos vivos, libros de piedra con la memoria genética de lo que –algunos, todavía– llamamos Occidente. Sobre todo, en esta España que se cuajó a sí misma, imperfecta y violenta, precisamente en una guerra civil de ocho centurias contra el Islam, con una cruz como bandera, y que se arruinó en los siglos XVI y XVII a causa, entre otras muchas, de esa misma cruz. Por eso el símbolo que corona nuestras iglesias y tumbas nos explica y justifica. Sobre todo en tiempos revueltos, confusos como éstos, de estupidez política y orfandad cultural. Conocerlo todo, familiarizarse desde niños con la memoria de esa vieja y rezurcida Europa a la que, pese a la globalización, la barbarie y el olvido, seguimos perteneciendo, y a la que nuevas generaciones llegan en busca de una nueva y mejor vida, es bueno para todos. Permite que un chico se eduque sabiendo quién es, de dónde viene y a dónde llega. Amuebla y explica el mundo a su alrededor.

Así que llámenla como quieran: Religión, Historia de la Religión, Historia religiosa de España, o de Europa. No sólo me alegro de que la estudien en los colegios, sino que, en mi opinión, debería ser obligatoria en todo plan escolar. Pero no como asignatura relacionada con la moral católica, ni la espiritualidad. El pecado, la salvación del alma y otros territorios adyacentes son cosa de cada familia, o del chico mismo, si tiene edad para elegir. Del interesado en el asunto. Allá cada cual con sus dioses y sus cíclopes. Yo hablo de equipaje lúcido. De cultura.

Editores fotocopiados por Arcadi Espada

Volviendo al tema de los editores españoles Arcadi Espada da nuevas muestras de la innovación de nuestros editores.

La negrita es mía.


ARTÍCULO:

A mediados de julio los editores españoles pondrán en marcha una plataforma de edición digital. Es una buena noticia. En inglés y en francés llevan ya tiempo funcionando. Por lo que leo estos editores van a echar mano del escaner. Otra buena noticia, porque revivirán muchos libros descatalogados. No veo, sin embargo, ninguna palabra propia de editor en las comparecencias que han tenido en los medios. Estos editores van a convertirse en editores digitales. Deben de creer que para su nueva identidad basta con un escáner. Y no. Escanear es una forma de distribución antes que de edición. Para escanear no hacen falta editores. Basta con que alguien escriba y otro, o él mismo, lo distribuya. Es probable que con el advenimiento digital muchos editores adviertan que distribuir era su vocación auténtica. Otra buena noticia, ¡y ya son cascada! Pero los que aspiren a ser editores habrán de pensar en lo que realmente supone la edición digital. Es decir: la perturbadora posibilidad de editar libros como nunca se habían editado. Libros donde el texto pueda ser también imágenes o voces; libros donde la unidad libro, o su carácter cerrado, sean materia opinable.

Y el que no, a hacer fotocopias.

Sobre la prohibición del burka y las religiones

Interesante debate el planteado en torno a la prohibición del burka en espacios públicos, por un lado Arcadi Espada y por otro Fernando Savater. Aquí Arcadi hace una crítica al artículo de Savater.

Estoy del lado de Arcadi Espada.

Arcadi:

"...para que todas las convicciones quepan en el espacio público es preciso que no se muestren".

"En cualquier caso la dignidad es un asunto resbaladizo. Mejor la legalidad".

Y Savater:

"Como ha señalado Sánchez Ferlosio, no hay disparo más peligroso que el de quien se ha cargado de razón".

Personal Copyright por Arcadi Espada

Artículo en el que Arcadi Espada analiza la relación entre ficción y realidad.

Destaco estos dos partes del texto, la primera por cómica: 

Dougar tiene una franca relación con los tópicos: hay por ahí otro momento de sus justificaciones en el que dice, sin rubor, que ella no quería escribir esta historia pero que «la historia la eligió a ella» para ser contada. Ya sabes: mesas que se mueven.

Y la segunda por rotunda:

Como sabes bien yo soy un hombre caracterizado por el sentido práctico y todas las cartas que te escribo aspiran a tenerlo. Después de muchos años dedicado al examen de estos avatares de la fiction y la faction ha llegado la hora pragmática. Estarás de acuerdo en que yo no puedo escribir en un periódico que Ana Frank mantuvo relaciones sexuales durante su cautiverio. El titular provocaría una airada petición de explicaciones. E incluso algún problema judicial: no se puede mentir impunemente en un periódico. Imagínate lo que sucedería si yo escribiera que el ministro Pedro Solbes (una persona viva y coleando) mantuvo relaciones sexuales en un Consejo de Ministros. El derecho al honor y mil etcéteras. Dirás que la diferencia radical está en el género: no es lo mismo escribir en un periódico que en una novela. La objeción habitual.

Pues bien, no. Ya no.

La exigencia de veracidad del nombre propio no debe verse afectada por la circunstancia retórica en que se exhiba el nombre. Es decir, por el hecho de que el nombre figure en un periódico o en una novela. La nitidez de esas circunstancias es mucho menos intensa que el nombre propio y sus etiquetas asociadas, es decir, Ana Frank, Ámsterdam, ocupación nazi, cautiverio. Por lo tanto cualquier utilización de los nombres propios en una ficción deberá someterse a las mismas exigencias de veracidad que se darían en el caso de aparecer en un periódico. Y con las mismas consecuencias, en el caso de falseamiento. El nombre propio corrompe la ficción e instala un automático pacto de veracidad.



ARTÍCULO:

Querido J:

En octubre saldrá a la venta la novela Annexed: The Incredible Story of the Boy Who Loved Anne Frank (Andersen Press), de Sharon Dougar, una escritora británica especializada en adolescentes. En su novela Dougar utiliza la retórica del falso diario, atribuyéndoselo al joven Peter van Pels, que compartió escondite con Ana Frank. El eje de la atención publicitaria del libro es el enamoramiento y el petting (de la edición final se suprimió un coito) de Ana y Peter. En Gran Bretaña ha provocado una cierta atención polémica. El único pariente vivo de Ana Frank, su primo Buddy Elias, se queja de que las caracterizaciones de los personajes no son fidedignas. Y ha añadido que no se debería hacer ficción con «su horrible destino». La Fundación Ana Frank, por su parte, ha acusado a Dogar de querer hacer dinero a costa de la memoria de la joven y le reprocha que no haya sido capaz de crear personajes desde cero.

La escritora afirma haber tenido las mismas dudas y se ha defendido apelando a la «sensibilidad» con que ha escrito el libro. También ha dicho que en los diarios de Ana Frank la sexualidad ocupa un espacio mayor que en su novela. Y ante los que la acusan de haber incurrido en el anacronismo (es decir de haber materializado la atracción de Ana y Peter, ignorando que en la sociedad de la época la materialización sentimental era mucho más improbable que en nuestro tiempo), se remite a la biología: lo único que han cambiado son las costumbres; porque las hormonas de los adolescentes de hace sesenta años eran las mismas que ahora.

Comprenderás, dados mis gustos, que estas cuestiones hayan armado también la habitual polémica en mi cabeza.

Empecemos por despejar el campo en la medida en que se pueda. Es obvio que el primo Elias se adentra en territorios pantanosos. No parece que sólo los destinos felices puedan ser materia de las ficciones. La Fundación no debería aludir al dinero. Mucha gente en el mundo hace dinero con la memoria. ¡Si lo sabremos en España! El problema no es la falsa moneda, sino la falsa memoria. En cuanto a hacer personajes desde cero, la réplica es sencilla: no hay personajes, ni siquiera vivos, que estén hechos desde cero. Las ficciones, como ya dijo Christophe Donner hace años, no sólo se alimentan de lo que pasa, sino de lo que no pasa y debiera pasar: «Si tengo sed, imagino que bebo». Y en cuanto a la «sensibilidad» que garantiza la novelista no es más, dicho de un modo benevolente, que el pacto sexual al que parece haber llegado con sus editores, no yendo más allá del petting. Dougar tiene una franca relación con los tópicos: hay por ahí otro momento de sus justificaciones en el que dice, sin rubor, que ella no quería escribir esta historia pero que «la historia la eligió a ella» para ser contada. Ya sabes: mesas que se mueven.

Un reportaje en el Guardian ofrece también el punto de vista de John Boyne, autor de la célebre novela El niño con el pijama de rayas. Sus opiniones sobre el papel pedagógico de la ficción proyectada sobre asuntos como el Holocausto me parecen razonables, o al menos pueden discutirse. Y Boyne dice, como ya dijo nuestro Pombo: «Coloquemos un personaje de ficción en un marco histórico y ese mundo se habrá corrompido.» Creo que le darás la razón, desde luego. Pero no, justamente, si la sentencia se aplica al caso que nos ocupa: Ana Frank no es un personaje de ficción. Y la cuestión clave es, precisamente, si la ficción puede corromperla. No conozco el libro de Dougar y no sé en qué medida sus tesis y sus estética narrativa necesitan de Ana Frank. Más bien me inclino a pensar que son sus derechos de autor los que necesitan a Ana Frank. Aunque ya te he dicho que la cuestión no es el dinero: sólo la forma de ganarlo.

La estrategia de Dougar no es distinta de aquella que utilizó Donald McCaig para escribir la continuación de Lo que el viento se llevó. Un asunto muy interesante: McCaig negoció su proyecto durante doce años con los herederos de Margaret Mitchell, la autora de la novela original. Dougar, en cambio, no ha necesitado del asentimiento de los herederos de Ana Frank: es la diferencia entre las personas y los personajes. Las personas no tienen copyright. Al parecer nadie impide que un novelista invente los besos de Ana Frank. Pero si se trata de los besos de Rhett Butler (¡y no de los de Clark Gable!) habrá de pagar. Debe de ser aquél tributo a la verdad poética que hacen flamear los aristotélicos.

Como sabes bien yo soy un hombre caracterizado por el sentido práctico y todas las cartas que te escribo aspiran a tenerlo. Después de muchos años dedicado al examen de estos avatares de la fiction y la faction ha llegado la hora pragmática. Estarás de acuerdo en que yo no puedo escribir en un periódico que Ana Frank mantuvo relaciones sexuales durante su cautiverio. El titular provocaría una airada petición de explicaciones. E incluso algún problema judicial: no se puede mentir impunemente en un periódico. Imagínate lo que sucedería si yo escribiera que el ministro Pedro Solbes (una persona viva y coleando) mantuvo relaciones sexuales en un Consejo de Ministros. El derecho al honor y mil etcéteras. Dirás que la diferencia radical está en el género: no es lo mismo escribir en un periódico que en una novela. La objeción habitual.

Pues bien, no. Ya no.

La exigencia de veracidad del nombre propio no debe verse afectada por la circunstancia retórica en que se exhiba el nombre. Es decir, por el hecho de que el nombre figure en un periódico o en una novela. La nitidez de esas circunstancias es mucho menos intensa que el nombre propio y sus etiquetas asociadas, es decir, Ana Frank, Ámsterdam, ocupación nazi, cautiverio. Por lo tanto cualquier utilización de los nombres propios en una ficción deberá someterse a las mismas exigencias de veracidad que se darían en el caso de aparecer en un periódico. Y con las mismas consecuencias, en el caso de falseamiento. El nombre propio corrompe la ficción e instala un automático pacto de veracidad.

Estoy seguro de que te parecerá perfectamente razonable esta propuesta. Has dado muestras repetidas de ser un hombre cabal. Pero lo que espero, sobre todo, es que les parezca razonable a todos esos aniñados que están todo el día jodiendo la marrana a propósito de la imposibilidad de distinguir entre realidad y ficción y entre personas y personajes. A su campo me he pasado, y con sus propias armas y bagajes. Yo tampoco distingo. La Ana Frank de la ficción no existe.

El tribunal de la historia por Arcadi Espada

Artículo de Arcadi Espada sobe las reacciones políticas a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. Centrándose en las fantasías de Zapatero y Montilla.

Montilla, un demócrata: Te preguntarás si entre las mentiras de la gran semana pueden contarse las de don José Montilla. Sus palabras de aquella tarde: «Nos hemos sentido maltratados en este proceso pero, ahora, en ningún caso nos sentimos vencidos. Todo lo contrario. No hay tribunal que pueda juzgar ni nuestros sentimientos ni nuestra voluntad. Somos una nación.»


ARTÍCULO:

Querido J:

Hemos tenido una gran semana de mentiras. Culminaron con la apoteósica confesión del presidente del Gobierno: «El objetivo se ha cumplido.» Nuestro comentarista Sinova empezaba ayer su columna con estas palabras sobre la apoteósica: «El argumento que ha divulgado el Gobierno tras la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña niega la realidad.» Sinova es como nosotros: un hombre mayor. Él es del tiempo clásico en que las palabras tenían un autor, un significante y un significado. Hoy el autor lo es todo. Veamos los hechos, a lo Sinova. El Tribunal Constitucional ha impugnado 41 artículos del Estatuto. Afectan a cuestiones importantes como el bilingüismo, la justicia, las cajas de ahorro, o el reparto de la inversión. Todas las correcciones están guiadas por un doble objetivo: limitar la discriminación entre ciudadanos españoles e impedir el desarrollo en Cataluña de un Estado propio.

Desde una perspectiva constitucional lo que cabe reprochar a la sentencia es su tardanza, que ha contribuido a la degradación del sistema político y que, aliada con la irresponsabilidad manifiesta de la Generalitat (gobierno y Parlamento), ha permitido un desarrollo legislativo que ahora deberá ser pesadamente revisado. Pero no se le puede exigir a la sentencia que corrija lo que de ella no depende. Por ejemplo, el asunto de la nación catalana. La ridícula noticia que los legisladores catalanes incluyeron en el preámbulo del Estatuto (toda nación legisla a partir de esa condición, sin más preámbulos) no tenía tratamiento jurídico fácil: a pesar de ello la sentencia se esfuerza en darle al término nación el sentido constitucional (bien peculiar, es cierto) de nacionalidad. En segundo lugar está la Lengua. He leído que las correcciones del Constitucional no van a impedir los planes lingüísticos de los nacionalistas. Por supuesto que no. Esos planes lingüísticos (el catalán como lengua vehicular, las sanciones lingüísticas a los comercios y las cuotas del doblaje) no sólo se hicieron con el Estatuto de 1979. Se hicieron con la Constitución. Más de una vez el Constitucional ha validado el modelo lingüístico catalán. Los cambios del nuevo Estatuto perseguían hacer del catalán «lengua preferente» de la Administración y a exigir su uso a los jueces destinados en Cataluña. La sentencia los ha derogado.

El presidente del Gobierno ha sufrido una grave derrota política con la sentencia. El Estatuto no fue obra, tan sólo, de los legisladores catalanes; tuvo el apoyo de la mayoría socialista, incluido el presidente de la Comisión Constitucional, Alfonso Guerra, que tanto celebra ahora, como el peculiar ministro Caamaño, sus errores de apreciación. Una y otra vez durante estos cuatro años el eco socialista repetía que el Estatuto era plenamente constitucional. No lo ha sido. En absoluto. La tramitación de la reforma estatutaria ha ido a parar al mismo pozo negro de la negociación con ETA o la gestión de la crisis económica, es decir, los otros dos grandes ejemplos del enfrentamiento entre el adánico presidente y la realidad. Ahora bien: si el presidente se atreve a convertir su nuevo desastre en un objetivo cumplido no es, tan sólo, por su cinismo naïf o su alienación congénita. Le ha facilitado la tarea aquella parte de la opinión periódica claramente desengañada porque la sentencia no derogaba Cataluña y la circunspecta (por electoralista) reacción del único y gran vencedor del proceso, es decir, el Partido Popular: como los niños y los expresidentes son los únicos que dicen la verdad ha tenido que ser José María Aznar el miembro de la oposición que se haya referido a lo obvio: «Por fortuna, el Tribunal Constitucional ha rechazado la idea de que la Constitución expresa el deseo de la nación española de poner fin a su propia existencia».

Te preguntarás si entre las mentiras de la gran semana pueden contarse las de don José Montilla. Sus palabras de aquella tarde: «Nos hemos sentido maltratados en este proceso pero, ahora, en ningún caso nos sentimos vencidos. Todo lo contrario. No hay tribunal que pueda juzgar ni nuestros sentimientos ni nuestra voluntad. Somos una nación.» Fascistas, sí. Técnicamente fascistas. La señora Cospedal tiene razón, aunque ella fue algo más suave: «Muy fascista», dijo, atribuyéndole, benevólamente, gradación al fascismo. Voy a lo técnico. Apunta y fuego: «No son ustedes, señores, quienes nos juzgan. Esta sentencia la dicta el eterno Tribunal de la Historia. Ese tribunal nos juzgará, al jefe supremo del antiguo ejército, sus oficiales y soldados, como alemanes que sólo querían lo mejor para su pueblo y su patria, que querían luchar y morir. Pueden declaramos culpables un millar de veces, pero la Diosa del eterno Tribunal de la Historia sonreirá y romperá en pedazos la sentencia de este tribunal. Porque ella nos absuelve.» Hitler, el 27 de marzo de 1934 1924, ante el tribunal de Munich. De paso aprenderás quién absolvió a Fidel Castro.

Pero don José Montilla no miente. Es inútil tratar de encarar con la verdad cualquier cosa que haya dicho en estos últimos cuatro años. Corre una caracterización de don José Montilla como converso. Es muy ingenua. ¡Converso! Eso significaría creer y haber creído. Todo lo que ha hecho don José Montilla está orientado a ganarse día a día a Esquerra Republicana de Cataluña y conseguir que no cambie por Convergència su actual alianza de gobierno. Esa manifestación, un sábado de julio y de Mundial, por ejemplo. Dadas las defecciones de Carmen Chacón, Javier Sardà y Joan Manuel Serrat el único socialista que asistirá a ella es don José Montilla. ¡Desde luego! Pero qué le importará a don José Montilla encabezar una manifestación independentista. ¡Como si él hubiese convocado una manifestación para el pueblo! El sólo ha convocado al consejo de administración del tripartito. Y ya se verá. En cuanto a Esquerra todo depende, como en los 30, del caviar.

Los años 30. El pasado. No pienses que don José está absorto en esa épica. Es cierto que muchos rasgos de la grotesca Cataluña que abandonaste pueden explicarse sólo por el peso del pasado. Esos fantasmas (no sólo políticos, también periodistas y demás ralea) que vagan por el escenario sin un seis de octubre que llevarse a la boca, sin una quema de conventos, sin una maldita guerra civil, sin hechos de mayo, ni de junio, ni de diciembre; con la jubilación a la vista y sin más adoquín levantado que el de su cabeza, sin más Cu-cut que el que les da la vaina cada mañana en sus chalecitos adosados. Pero don José nada sabe de esto ni le importa. La decantación hitleriana debió de proponérsela un Enric Marín i Tresserras, fantasmal experto en comunicación social. Don José es otra cosa. Se quejaba el otro día Duran Lleida de que un presentador de televisión cobre más que él. Ese es el verdadero elemento de comparación. ¡Quia Companys! Don Carlos Sobera. Épicas, habiendo tele y caviar.

Don José no miente. Que nunca la misma mentira se oyó decir que mintió.