Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla (y VI)

Un magnífico ejemplo de lo que debe ser un libro electrónico, con vídeos, enlaces, audios, etcétera, que hacen que se vaya más allá del libro tradicional.

La investigación de la vida de una novia de Josep Pla, Aly Herscovitz, hace que se explique muy claramente la persecución de los judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El caldo de cultivo que se fue creando para la atrocidad que supuso el holocausto.

Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla (V)

Dispensado (Henri Bergson) de inscribirse en el registro en el que debían constar todos los judíos (era famoso y estaba muy enfermo) se presentó personalmente: “quise permanecer entre aquellos que mañana serán perseguidos”.

Vuelta al diario-ensayo de Sebastian, Desde hace dos mil años:
 «Me pregunto si tengo derecho, en nombre de mi soledad, de reírme del heroísmo barato de Marcel Winder, que cuenta también hoy con espectacularidad las palizas que recibe. Él charlatán, y yo sobrio, pero no es menos cierto que él afronta de cara la adversidad mientras yo le... doy la espalda. Será más elegante, ¿pero es también más justo?»

El Vel d’Hiv, donde sólo había un grifo de agua corriente; el lugar donde se encerró a ancianos, mujeres y niños sin comida; el lugar donde algunos suicidas, desesperados o clarividentes, se lanzaron desde las gradas superiores.

Olvidar, incluso llegaría a decir que los errores históricos, es un factor esencial para la creación de una nación; así, el progreso de los estudios históricos supone con frecuencia un peligro para la identidad nacional... La esencia de una nación es que los individuos tienen muchas cosas en común y también que han olvidado muchas otras". Ernest Renan.

"Nosotros, los superivivientes, no somos los auténticos testigos [...]. Somos [...] una minoría anómala: somos aquellos que mediante su evasivas, sus atributos o su buena suerte no tocaron fondo. Los que sí lo hicieron, los que vieron a la Gorgona, no han regresado para contarlo y si regresaron, estaban mudos". Primo Levi, The Drowned... and tbe Saved, Nueva York, Summit Books, 1988, pp. 83-84.

¿Cómo debe el mundo liberarse de Auschwitz, del peso del holocausto? No creo que esta cuestión pueda plantearse únicamente por motivos turbios. Es más bien un anhelo natural, pues los sobrevivientes tampoco anhelan otra cosa. No obstante, las décadas me han enseñado que el único camino practicable hacia la liberación pasa por la memoria.
Imre Kertész, ¿A quién pertenece Auschwitz?

«Cuando se utiliza el término "nazi" como simple sinónimo de "canalla", toda la lección de Auschwitz se ha perdido.» Tzvetan Todorov. Memoria del mal, tentación del bien.

Auschwitz nos enseña que es necesario mantener viva la memoria, y que la memoria es la facultad que tienen los seres humanos de instalarse en su trayecto temporal. La memoria es el recuerdo (y el olvido) del pasado, la crítica del presente y el anhelo del futuro. Auschwitz nos enseña que los que no hemos vivido el horror estamos éticamente comprometidos a transmitir su recuerdo. JC Mèlich, La lección de Auschwitz.

Los muertos no testimonian. No explican sus últimos momentos como lo hacen (respecto de los penúltimos) aquellos que lograron salvarse por el grueso de un cabello.

«Hasta el niño en la cuna debe ser pisoteado como un sapo venenoso... Vivimos en una época de hierro, en la que es necesario barrer con escobas de hierro.» HEINRICH HIMMLER, septiembre de 1941.

Otra de las matanzas más importantes acaecidas, en junio de 1941, fue la de !asi, donde 12.000 judíos murieron asesinados en apenas días. Fue uno de los pogromos más pavorosos de toda la Segunda Guerra Mundial, pues los judíos sufrieron vejaciones, torturas, crueles asesinatos e incluso mutilaciones en sus órganos genitales tras la matanza.

El exterminio de casi todos los judíos de la capital de Moldavia fue precedido por un clima de hostigamiento y ataque calumnioso en la prensa rumana contra este colectivo étnico; las autoridades rumanas alentaron el ataque y posterior pogromo sin tomar medidas para evitarlo, sino más bien lo contrario. No fue una acción espontánea y surgida del tradicional antisemitismo, como aseguraron algunos historiadores rumanos, se trató de una operación de aniquilamiento bien organizada y sincronizada.
Ricardo Angoso. Rumania, El holocausto silenciado.

Ante un fenómeno como Auschwitz, no llegaremos muy lejos con la lógica, por supuesto; según parece, en este caso la razón fracasa. Desde luego, este hecho nos viene, por así decirlo, de perillas. Cuanto más hincapié hacemos en su carácter irracional, tanto más apartamos de nosotros el fenómeno, tanto menos lo comprendemos, tanto menos queremos comprenderlo, porque ha sido declarado incomprensible. Imre Kértesz, Ensayo de Hamburgo.

«Al rato escuché unos gritos desgarradores, golpes contra la puerta y gemidos y quejidos. La gente empezó a toser. Su tos empeoraba a cada minuto, señal de que el gas había empezado a actuar. Entonces el clamor empezaba a reducirse a varias voces en un estertor sordo, ahogado de vez en cuando por la tos. Diez minutos más tarde todo quedaba en silencio. Cuando se abrían las puertas, los cadáveres que estaban arriba se desmoronaban como el contenido de un camión sobrecargado cuando se abre la compuerta trasera. Eran los más fuertes los que, en su terror mortal, habían luchado instintivament...e por llegar a la puerta, la única salida, los que habían luchado por la remota posibilidad de salir (....) Los cadáveres que estaban debajo siempre eran de niños, ancianos y débiles, mientras que los altos y más fuertes quedaban siempre arriba. Sin ninguna duda los que estaban arriba habían trepado por los cuerpos que ya yacían en el suelo porque habían tenido la fortaleza de hacerlo y quizás también porque se habían dado cuenta de que el gas letal se extendía desde abajo hacia arriba (...) muchos tenían la boca abierta, con restos en los labios de saliva seca blanquecina. Muchos se habían azulado, y muchas caras estaban muy desfiguradas por los golpes. Casi todos ellos estaban mojados de sudor y orina, con manchas de sangre y excrementos, y muchas mujeres tenían las piernas manchadas de sangre menstrual. Entre ellas yacían los cuerpos de mujeres embarazadas, algunas de las cuales habían señalado la cabeza de su bebé justo antes de morir. (Filip Müller, Eyewitness Auschwitz).

(«—Parece que hoy iremos a comer a un restaurante de Auschwitz. —Sí, es casi cómico. ¡Un restaurante en Auschwitz! No sé, la verdad, no creo que coma; para mí es como una profanación, una cosa absurda. Por otra parte, hay que decirse que Auschwitz —Oswiecim en polaco— era y es todavía una ciudad donde hay restaurantes, cines y probabl...emente también un bar nocturno, como probablemente en toda Polonia; hay escuelas, hay niños. Hoy como ayer, paralelamente a este Auschwitz hay, cómo decir, un concepto: Auschwitz es el Lager. Pero en aquella época también existía un Auschwitz civil»).
[Entrevista a Primo Levi.]

Ese señorío sobre la vida y la muerte lo personificaba bien el ins­pector general de la «operación Reinhard», Christian Wierth, un personaje particularmente sangriento. Mató a su padre y adoptó a un niño judío obligado a acompañarle en todas sus crueldades.

Cuando le trasladaron a Italia se libró de él pegándole un tiro en la nuca delante de todo el mundo. No camuflaba sus fechorías ni la muerte en el cam­po. Al contrario: le gustaba exhibir un ahorcado a la entrada del campo para dejar claro que él era el señor de la vida y de la muerte. Murió en una emboscada, creo que en Istria, de un tiro en la espalda. No sé dónde he leído u oído que en su tumba se rinden honores militares todavía hoy.

De la cámara de gas de este campo sólo queda un muro que pronto será derribado y transformado en un moderno edificio.

Nos cuenta la historia de un conocido colaboracionista judío que poseía un par de restaurantes que eran los lugares de confianza de los nazis. Le habían prometido tratarle bien y lo hicieron: después de ejecutar a los 3.000 últimos supervivientes decidieron rematar la faena ajusticiándole también a él. Las condiciones de este campo eran particularmente du­ras. Los deportados tenían que manipular con sus propias manos la brea ardiente. Cuando lo vio Erich Bauer, jefe del campo de Sobibor, le dijo a Wierth que qué necesidad había de esa tortura. Wierth le cruzó la cara con el látigo, acusándole de blandengue. Vemos la casa del inspector general de los tres campos. Desde este modesto edificio se dirigía la barbarie con mano de hierro. Hitler debió de venir un par de veces por esta casa.
Del libro Por los campos de exterminio de Reyes Mate. Día 25, domingo. Lublin.

Me detengo ante una orden del campo en la que se notifica a los prisioneros que quien beba agua potable de los grifos será condenado a muerte. La sed la tenían que matar con la sopa de la comida, como los retretes debían ser usados en el mo­mento previsto y no cuando el cuerpo lo necesitara.

Viendo la disposición de las letrinas fuera de las barracas dormitorios y las severas medidas de su uso, obligado es pensar en la tortura a que estaba sometido el cuerpo del recluso. Antelme lo define como un tubo obsesionado por lo que podía entrar por él (sopa mayormente) y salir de él. El campo estaba diseñado para que las dos funciones fueran una tortura; más aún: estaba diseñado para que el prisionero redujera su vida a la satisfacción de esas dos funciones elementales. El mismo Antelme reconoce que el nazi quería expulsar al judío de la condición humana reduciéndole a me­ras funciones biológicas, es decir, animales. Ellos luchaban para guardar un gesto de dignidad. Lo que yo me pregunto es dónde se coloca la inhumanidad: ¿en el prisionero reducido a sus funciones vegetativas o en el otro que sólo ve en ese ser reducido un par de funciones vegetativas?, ¿en qué con­siste la pertenencia a la especie humana?

De eso se trata, de la vida de cada día. Fue la vida cotidiana, fue gente normal lo que explica que este horror, de proporciones tan gigantescas, haya sido posible.

Hay jóvenes polacos, nos dicen, que se están haciendo cargo de la memoria judía, ahora que ellos ya no están aquí. De la presencia judía quedan museos y sinagogas vacías. Los judíos ya no están en Polonia, como no lo están en España, su Sepharad, ni en Alemania, ni en ningún otro país europeo. Este pueblo, que durante milenios quiso vivir junto a otros pueblos como una minoría específica, ha sido expulsado de todos. Cuando hoy juzgamos tan severamente la violencia del gobierno israelí no deberíamos olvidar la responsabilidad que tenemos los europeos con el origen de la cuestión palestina. Del libro Por los campos de exterminio de Reyes Mate. Día 26, lunes.







Verano de 1942:

«De los más de 10.000 prisioneros de guerra rusos que iban a proveer la principal fuerza de trabajo para construir el campo de prisioneros de guerra en Birkenau, sólo unos pocos cientos seguían vivos para el verano de 1942. [Nota al pie del editor: El 18 de agosto de 1942 —es decir, tras la huida masiva referida más abajo—, sólo 163 prisioneros de guerra soviéticos estaban registrados en Auschwitz. De ellos, 96 sobrevivieron hasta el final.].

Aquellos que quedaron fueron los mejores. Eran trabajadores espléndidos y eran empleados como cuadrillas móviles para cualquier cosa que tuviera que acabarse rápidamente. Pero nunca me abandonó la sensación de que aquellos que habían sobrevivido lo habían hecho sólo a expensas de sus camaradas, porque eran más feroces y faltos de escrúpulos, y generalmente «más duros».

Fue, creo, en verano de 1942, que tuvo lugar una fuga masiva de los rusos restantes. Una gran parte de ellos fue fusilada, pero muchos lograron esfumarse. Aquellos que fueron recapturados dieron como motivo de la fuga los temores de que iban a ser gaseados, porque se les había dicho que iban a ser transferidos a un sector del campo recién construido. Entendieron que esta transferencia era sólo una medida engañosa. Sin embargo, nunca se tuvo la intención de que estos rusos fuesen gaseados. Pero es cierto que sabían de la liquidación de los politruk y comisarios rusos. Temían que fueran a sufrir el mismo destino. [Nota al pie del editor: De los 10.000 prisioneros de guerra rusos que fueron a Auschwitz, unos 300 fueron declarados comisarios o fanáticos comunistas por una Comisión Especial de la Oficina de la Gestapo, Kattowiz, en noviembre de 1941. Éstos fueron separados de los otros y ejecutados.]

Rudolf Höss. Commandant of Auschwitz.


Sólo pido una cosa: los que sobrevivís a esta época no olvidéis. No olvidéis ni a los buenos ni a los malos. Reunid con paciencia los testimonios de los que han caído por sí y por vosotros. Un día, el hoy pertenecerá al pasado y se hablará de una gran época y de los héroes anónimos que han hecho historia. Quisiera que todo el mundo supiese que no ha habido héroes anónimos. Eran personas con su nombre, su rostro, sus deseos y sus esperanzas y el dolor del último de los últimos no ha sido menor que el del primero, cuyo nombre perdura. Yo quisiera que todos ellos estuviesen cerca de vosotros, como miembros de vuestra familia, como vosotros mismos.
Los nazis han exterminado a familias enteras de héroes. Amad por lo menos a alguno de ellos, como si fuese un hijo o una hija, y sentíos orgullosos de él como de un gran hombre que ha vivido para el futuro.
Julius Fučík. Reportaje al pie de la horca.


Al llegar a Auschwitz

«Una vez en Auschwitz, Goldenzwag y Tselnick fueron matriculados, respectivamente, con los números 55293 y 56599. Tselnick sigue contando:

"Cuando el tren por fin paró y se abrieron las puertas del vagón, fue un poco como una liberación, sobre todo porque no hubo este día SS abalanzándose sobre nosotros a culatazos para que bajáramos, ni perros mordiéndonos las piernas. No parecía que la intención de esta gente fuera aterrorizarnos, sino más bien calmarnos. Bajamos al andén, para ser precisos al propio suelo bordeando los raíles, lugar llamado en lo sucesivo 'la rampa', no muy lejos del campo, del que se vislumbraban los barracones, mientras unos altavoces nos invitaban precisamente a calmarnos y a ponernos en orden. Luego nos pusimos en marcha en dirección a un grupo de oficiales que nos interrogaban de forma sucinta, preguntándonos casi siempre únicamente nuestra edad. Conmigo había unos 'viejos': sesenta, sesenta y tres y sesenta y ocho años; los SS los obligaron a meterse en un grupo situado junto a varios camiones que estaban allí esperando; los jóvenes, de los que yo formaba parte —tenía treinta y dos años—, fueron colocados en otro grupo, excepto un joven visiblemente enfermo y tres jóvenes embarazadas que los SS enviaron con los viejos. Después, el grupo de viejos con los enfermos y las mujeres embarazadas subió a los camiones, que se pusieron en movimiento hacia campo, mientras que el grupo de jóvenes hizo lo propio a pie. Debo decir que en aquel momento lamenté no tener aspecto de enfermo, puesto que, con los miembros anquilosados, andaba con dificultad y habría preferido que me hubieran metido en el camión. Como es evidente, todavía no sabía que los camiones los llevaban a la cámara de gas.»

Auschwitz, Polonia

El 21 de junio, Bernard Epstein, detenido el 16 junto a su padre, sale de Drancy hacia Alemania:

"Éramos cerca de 90 por vagón y disponíamos de dos cubos; uno que estaba lleno de agua para beber y cuya última gota fue enseguida agotada, y un segundo cubo que hacía las veces de orinal. Por suerte, seguía estando en familia, mi padre, mi madre, mi hermana, su prometido, Siegfried Friedman, y yo. Pero mi padre se encontraba cada vez peor. Ya ni siquiera podía respirar. Debido al calor y a la promiscuidad, en el vagón reinaba una peste tremenda y no podíamos vaciar el orinal.

Aun así, el tren paró en dos ocasiones. La primera cerca de una cantera en desuso; las puertas se abrieron y dos personas por vagón, bajo la vigilancia de SS apuntándoles con sus ametralladoras, fueron autorizadas a ir a por agua. La segunda ocasión fue en una estación."

La parada en esta estación resultará inolvidable.
 
"Era una estación en una ciudad alemana de la parte oeste, puesto que hacía poco que estábamos en Alemania, y me pareció importante —cuenta Bernard Epstein—. Viniendo de Drancy, el tren se había parado porque en nuestro vagón se había bloqueado un freno, la rueda se había calentado hasta ponerse al rojo vivo y había riesgo de incendio. Los SS habían abierto las puertas para obligarnos a todos a bajar y distribuirnos entre los demás vagones. Nuestro convoy estaba aparcado junto al andén y, nada más bajar, al dejar atrás la oscuridad, nos hallamos de golpe y porrazo frente a personas que, en el decorado de una estación alemana, esperaban sin duda un tren. Empezaba a caer la noche y habían encendido las luces. Todo estaba limpio, todo era bonito, y había flores frente a las ventanas, letreros encima de cada puerta, flechas indicadoras. Había un montón de gente: mujeres, niños, algunos ancianos nobles y canos, uno de los cuales —me acuerdo porque me sorprendió— llevaba un sombrero tipo tirolés, como en L’Auberge du Cheval Blanc . También había militares, una enorme diversidad de uniformes de paño de distintos colores y de gorras. En un extremo del andén, unas enfermeras estaban apoyadas en una suerte de carrito en el que se alineaban botellas, vasos y jarras. Nosotros, saltamos de los vagones y nos quedamos un instante pasmados con ese espectáculo apacible y confortable. Estábamos en la penumbra, al principio sólo debían de distinguirnos de forma confusa, debían de ver únicamente nuestras miradas brillantes en la sombra, nuestras siluetas. Pero enseguida comprendieron lo que éramos, al divisar sin duda nuestras estrellas de seis puntas. Y entonces fue espantoso. Se aglutinaron al borde del andén, apretujándose de tal modo que estuvieron a punto de caer, y, habiéndose juntado los de dentro de la estación con los demás, empezaron a insultarnos y a lanzarnos invectivas, tildándonos de asesinos, de ladrones, de bandidos, de perros de cerdos , de malditos judíos. En las primeras filas, los niños nos amenazaban con el puño, nos sacaban la lengua. Nunca olvidaré mientras viva los ojos llenos de odio que clavaban en nosotros.

Conocía el alemán y entendía los insultos. No sentía vergüenza alguna. Tenía diecisiete años y sabía que jamás había hecho nada malo ni cometido ningún crimen, ni mi padre, ni mi madre, ni mi hermana, que estaban conmigo. Era judío, pero esto carecía para mí de significado particular. No entraba en mi cabeza que alguien tuviera algo que reprocharme por una cosa de la que no era responsable y que, además, no me parecía en modo alguno censurable. Era tan evidente que, hasta aquí, había conservado cierta esperanza; pero, al ver esa escena, empecé a desesperar."

Albert Tselnick, por su parte, también ha guardado, como todos los deportados, un recuerdo de pesadilla del largo viaje que lo llevó hasta Polonia:

"Es difícil encontrar palabras para narrar lo que fue el viaje de Drancy a Auschwitz. Y eso que mucha gente ha hecho ya el relato de viajes como este. Por más horrible que sea, para mí siempre está por debajo de la verdad. Hay que haberse muerto de sed, por ejemplo, para saber qué es la sed. También estaba el calor sofocante, las mujeres que se escondían detrás de un viejo vestido para aparentar que se aseaban, la falta de ventilación que hacía que nos releváramos frente a la mínima grieta, entre las tablas del vagón, para atrapar algo de aire, y estaba también el olor, porque permanecimos dos días, hombres, mujeres y niños, sin salir, haciendo nuestras necesidades en el mismo cubo, en un rincón del vagón. Dos días diciéndonos: '¡Esto no puede durar! ¡Este tren tendrá que parar algún día! ¡Volveremos a respirar aire puro! ¡No puede haber nada peor que lo que estamos respirando en estos momentos!'"

Durante esos dos días, dejándose traquetear, trata de no pensar, porque la imagen de su mujer y sus tres hijos se vuelve obsesiva, y teme enloquecer como otros a su alrededor, que hablan solos o permanecen con el rostro azorado en la penumbra del vagón. Goldenzwag está en el mismo tren que Tselnick; conoció la misma angustia, con la consolación, al menos, de viajar junto a su hijo, el de dieciocho años. ¿Es una consolación ver a un hijo correr semejante suerte? Hoy no sabría qué contestar; su hijo no volvió; también se acuerda de que, en el vagón donde se hallaba, pese a la sed, pese a la falta de aire, pese al olor, pese al profundo abatimiento de la mayoría, la esperanza seguía presente, no obstante, en el corazón, por más debilidad que tuviera, la esperanza que llevaba a decir a cada uno, al ritmo alucinante del tren que agitaba las cabezas: "¡Esto no puede durar! ¡Esto no puede durar!..." Y algunos llegaban incluso a atribuir la incomodidad del viaje a la penuria de vagones.»

La grande rafle, Claude Lévy y Paul Tillard.


Rudolf Aschenauer, abogado defensor de nazis, compiló las memorias de Adolf Eichmann, custodiadas por su mujer. Hay poca información sobre Aschenauer en español. Alguna cosa puede leerse en este magnífico blog. Las memorias de Eichmann se publicaron por primera vez en 1980 y se tradujeron al español dos años después. Hay un capítulo dedicado a las deportaciones de judíos desde Francia, y otro dedicado a la creación de Theresienstadt, surgido de una idea del propio Eichmann.


Si nos hubiésemos tenido que limitar en Francia a nuestra propia documentación, sin echar mano del trabajo previo que la policía francesa había realizado antes de nuestra entrada en el país, registrando y clasificando a las personas y a las organizaciones judías, nosotros nada hubiésemos logrado allí. En las cercanías de París había un gran campamento de prisioneros y la policía francesa internaba allí a los judíos detenidos, de donde eran evacuados. El responsable de todo ello era un comisario francés, que más tarde me fue presentado.
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La policía francesa no precisaba instrucciones, ni tampoco las hubiese aceptado, porque velaba temerosamente en defensa de su soberanía, mucho más que la gendarmería húngara. El gobierno vigilaba en Francia con mucha más severidad sobre todo. El campo de prisioneros de Drancy fue puesto a nuestra disposición, completamente lleno, y sin tener necesidad de realizar grandes negociaciones, incluyendo al propio comisario.
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No me es posible describir, actualmente, cuáles fueron las circunstancias: Günther, mi Hauptsturmführer y entonces jefe de la central para la emigración judía de Praga, del que dependían los asuntos referentes a la realización y tramitación de los mismos para Theresienstadt, había comprobado que algunos judíos habían maquinado algo prohibido. Él se lo comunicó al comandante jefe de la Sipo [Sicherheitspolizei] y del SD, por ser éste la autoridad oficial competente para Theresienstadt. Los culpables fueron ahorcados públicamente por el comandante en jefe de la Sipo y del SD, para escarmiento e intimidación.

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Cuando llegué allí, en un rápido viaje, los funcionarios judíos me acosaron, pero tuve que defender delante de ellos la medida que había adoptado el comandante jefe de la Sipo y del SD, explicándoles —con toda la verdad por delante— que yo no podía hacer nada si los judíos transgredían las leyes y el comandante jefe local los castigaba.
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El Reichsführer siempre acogía con benevolencia las sugerencias relacionadas con Theresienstadt. Dio su aprobación, inmediatamente, al exponerle yo en cierta ocasión, por ejemplo, que sería conveniente que los judíos dispusiesen en Theresienstadt de un teatro propio, de una guardería infantil y de otras instituciones culturales porque Theresienstadt no tenía por qué ser un campo de concentración, sino una judería o una especie de asilo para ancianos.


Los planos de Auschwitz

Von RALF GEORG REUTH

Son los documentos del horror. Delineados con precisión. Mapas, planos y vistas de edificios, todos en papel amarillento, la mayoría en escala 1:100. Son los planos del campo de exterminio nacionalsocialista de Auschwitz.


Con motivo del 70º aniversario de la Noche de los Cristales Rotos (9 de noviembre de 2008) Bild ha hecho públicos los documentos originales, encontrados al parecer en el desmantelamiento de una casa berlinesa. Corresponden a los años 1941 a 1943 y Bild los expone públicamente ahora.

Los documentos constan de 28 planos en papel de gran formato. Muestran entre otras cosas la tristemente célebre puerta de entrada situada al final del muelle del ferrocarril.

Barracones para los internados. Una «zona de despiojamiento» con «cámaras de gas». Un crematorio y planos generales de las «zonas especiales» de las SS.

Algunos de los planos fueron personalmente firmados con bolígrafo verde por el «Reichsführer» de las SS y jefe de la organización de la masacre, Heinrich Himmler.

El director del Archivo Federal de Berlín, el Dr. Hans Dieter Kreikamp, considera que el hallazgo de los documentos tiene un significado extraordinario: «Los planos son los verdaderos testimonios de la planificación sistemática del exterminio de los judíos europeos».

Los documentos desvelan algo más: cualquiera que haya tenido que ver con los planos y la construcción del campo de concentración sabía que allí se había de gasear a seres humanos de forma industrial. Asimismo, los documentos refutan también a los negacionistas.
 
Los documentos más conmovedores del horror: el plano de la «zona de despiojamiento». Desde un «vestuario» donde quitarse la ropa, se abren las puertas a una zona de ducha y lavado y de allí a otro «vestuario» donde vestirse de nuevo.


Pero desde este último vestuario se abren otras puertas a dos «vestíbulos» y a través de «esclusas» se accede a la «cámara de gas». Aparece literalmente escrito en el plano: «CÁMARA DE GAS».

Se debe considerar como más que probable que en la gran «Cámara de gas», de 11,66 por 11,20 metros no se despiojaran las ropas con ácido cianhídrico, sino que se gasearan seres humanos. El plano, delineado en Auschwitz por el «Prisionero nº 127», se creó el 8 de noviembre de 1941. En ese momento el comandante del campo, Rudolf Höß, experimentaba en Auschwitz con el producto de ácido cianhídrico «Zyclon-B», con el que asesinaba a prisioneros enfermos y prisioneros de guerra rusos.

Pero lo más reseñable del plano, que fue un encargo del «Departamento de Obras de la Policía y Waffen-SS», es otra cosa: prueba una vez más que el asesinato industrial de los judíos europeos no se decidió inicialmente en la llamada Conferencia de Wannsee en enero de 1942, sino mucho antes.


Se desconoce si la zona de despioje de Auschwitz-Birkenau se construyó tal y como aparece diseñada en los planos. Lo que se sabe con seguridad es que el gaseamiento masivo de los judíos europeos en Auschwitz comenzó a primeros de 1942 en una granja conocida como la «Casa Roja».

El comandante del campo de concentración Höß, ejecutado en Auschwitz en 1947, dijo durante su juicio: «Cuando llegaban tenían que desvestirse: entraban primero muy tranquilamente a las dependencias… algunos se sorprendían y hablaban de exterminio y de asfixia: entonces se desataba inmediatamente una especie de pánico. Entonces se empujaba rápidamente a los que quedaban fuera y se cerraban (las puertas)».

Continúa Höß: «Para los siguientes transportes se buscaba desde el principio a aquéllos de espíritu inquieto y no se les perdía de vista. Cuando hacían notar esa inquietud se les apartaba discretamente detrás de la casa y allí, con un arma de pequeño calibre, se les mataba para que los otros no se dieran cuenta.»

En 1942 los judíos asesinados fueron primeramente quemados en fosas. Ya en octubre del año anterior se consideró la posibilidad de construir un gran crematorio. En noviembre se iniciaron los primeros esquemas. El plano descubierto por Bild muestra los primeros borradores con vistas laterales y planos, de nuevo en escala 1:100.

Especialmente revelador: el dibujo de la planta del sótano. Muestra el zócalo para el horno crematorio que entregaría más tarde la empresa de Erfurt «Topf und Söhne» [Topf e hijos].

En el plano también está esbozado el «L.Keller» [Leichenkeller: depósito de cadáveres]. Tiene una anchura de ocho metros. Los diseñadores de las Waffen-SS no establecieron la longitud. Puede leerse: «Longitud de acuerdo con las necesidades».
 
En total se levantaron cuatro grandes crematorios en el campo de exterminio. La gran mayoría de asesinados en Auschwitz —se calcula un millón de personas, aproximadamente— fueron incinerados aquí, después de que a los cadáveres se les cortara el pelo y se les arrancaran los dientes de oro.


Lo que nos queda de ellos son sólo sus nombres en los «Totenbüchern» [libros de muertos] y el recuerdo en la memoria.

(Bild, 8 de noviembre de 2008)

U.S. data, then & now by Donald J. Boudreaux

What I'm about to confess will pretty much kill my chances of getting dates with fun-loving women, but here goes: I often entertain myself by poring over "Historical Statistics of the United States."

A compilation of data from Colonial times to the mid-20th century on everything from agricultural output to working conditions, this U.S. Census Bureau publication has much to teach anyone who studies it. For example, did you know that:

• In 1790 -- the year of the first U.S. census -- America's population was 3,929,214? Today's population is just shy of 312,000,000.

• In 1790, there were 700,000 slaves and 60,000 free blacks?

• In 1790, 3,727,559 Americans lived on farms? That was 95 percent of the population. So back then, it took 19 Americans to feed themselves plus one other American. Today, every 19 Americans working on farms feed themselves plus 931 other people.

• The decade in which the number of Americans working at nonagricultural jobs first exceeded the number of Americans working at agricultural jobs was the 1870s?

• As recently as 1940, nearly one in every six Americans worked on farms?

• In 1870, there were all of 55 residents of the United States classified as Japanese?

• In 1820, Americans' median age was 16.7? By 1940, it had risen to 29.0. Today, Americans' median age is 36.8. This figure has more than doubled in less than 200 years because we're living longer and longer.

• For most of the 19th century and the first half of the 20th century, the median age for American women was lower than for American men? Today, in contrast, women's median age is 38.1 while men's is 35.5. Giving birth is now a lot less deadly than it was just a few generations ago.

• In 1920 (the earliest year for which such data are reported), 15.2 percent of the U.S. population was foreign-born? Today, it's about the same, at 15.5 percent.

• In 1915, 99.9 of every 1,000 live-born children died before reaching their first birthday? By 1945, this figure had fallen to 38.3. Today, it is 6.8 -- a decline of 93.2 percent in less than a century.

• In 1915 in America, 6.1 women died for every 1,000 live births? By 1945, that figure was down to 2.1. Today, it is 0.08 -- a decline of 99 percent in the maternal mortality rate in less than 100 years.

• In 1900, tuberculosis was responsible for 194.4 of every 100,000 deaths in America? By 1945, this figure had fallen to 40.1. Today, tuberculosis is responsible for 37.7 of every 100,000 deaths in America.

• In 1890, there were 100,180 practicing physicians in the U.S.? That was one M.D. for every 628 Americans. Today, there are 788,000, which is one practicing physician for every 396 Americans.

• In 1909, each American annually ate, on average, 137.9 pounds of fresh fruit? By 1945, Americans were each annually eating, on average, 143.8 pounds of fresh fruit. Today, Americans each annually eat, on average, 102 pounds of fresh fruit -- or 29 percent less fresh fruit than we ate at the end of World War II.

• In 1860, the average American worked at his job 11 hours a day?

• In a mere 36 years -- from 1909 to 1945 -- U.S. farm productivity rose by 45 percent?

• In 1890, the typical American household housed 4.93 persons? By 1945, this figure was down to 3.73 persons. Today, the typical American household houses 2.57 persons.

• In 1830, America had a total of 23 miles of railroad tracks? By 1835 -- one year before the death of James Madison -- it had 1,098 miles of tracks. The year the Civil War began, there were 31,286 miles of tracks -- a number that expanded, by 1890, to 208,152 miles of tracks. In 1945, America had 398,054 miles of railroad tracks. Today, this number is down to approximately 233,000 miles.

• In every year from 1891 through 1926, at least 143 passengers were killed annually in railroad accidents? The average number of railroad-passenger deaths for these 36 years is 281 persons. Compare these fatality figures from railroads of a century ago to commercial airline travel today: In 2007 and 2008, not a single person was killed in a U.S. commercial airline accident. Since 1970, an average of only 52 persons -- passengers and crew members -- have died annually in the U.S. as a result of commercial airline accidents.
If, after having read the above thrilling digest of data, any single women would like me to elaborate further in person, my cell phone number is ...

Treinta días viviendo como un cubano por Patrick Symmes

Un muy buen artículo que describe la realidad en Cuba.

Destaco:

En Cuba el salario medio es de 20 dólares al mes. Los médicos pueden ganar 30; mucha gente gana solo 10. Decidí premiarme con el salario de un periodista cubano: 15 dólares al mes, los ingresos de un intelectual oficial. Yo siempre había querido ser un intelectual, y 15 dólares era sustancialmente más que los 12 dólares que ganaban los muchachos que construían paredes de ladrillo o cortaban caña, y casi el doble de los 8 dólares recibidos por muchos jubilados. Con ese dinero tendría que comprar mi ración básica de arroz, frijoles, papas, aceite de cocina, huevos, azúcar, café y cualquier otra cosa que necesitara.

Cuando llegué a mi habitación, los sándwiches se habían desintegrado en mis bolsillos y se habían convertido en una masa de migajas, mantequilla y algo parecido al queso, pero me los comí lentamente, prolongando la experiencia. Siempre me había reído de los cubanos que halagaban el régimen a cambio de un bocadillo, pero al segundo día yo ya estaba dispuesto a denunciar a Obama a cambio de una galleta.

Erróneamente, había dado por hecho que podría comprar la comida que necesitara durante ese mes. Pero, como americano, no tenía derecho al racionamiento, gracias al cual el arroz cuesta un penique el medio kilo. Como “cubano” viviendo con 15 dólares, no podía permitirme comprar la comida fuera del sistema, en las caras tiendas que aceptaban dólares.

Los pantalones son uno de los artículos no comestibles que se distribuyen mediante racionamiento, y eso solía significar un par al año.

¿Cuánta hambre tenías que pasar antes de convertirte en la chica adolescente que paseaba por una acera del Vedado esa tarde y que, sosteniendo a un bebé contra su cadera, se volteó y me dijo: “¿Quieres una chica sucky sucky?

Me quedé observando los Ladas que pasaban y tratando de ver cuántos de ellos tenían tapa en el depósito. Con unos tubos y una jarra podía conseguir cinco litros de gasolina y venderlos a través de un amigo en el Barrio Chino. Pero todos los coches en Cuba tenían tapas de depósito con llave o pasaban la noche encerrados. Demasiados hombres más duros que yo se dedicaban ya a eso. No es una isla para ladrones amateurs.

A partir de entonces, pude comprar todo lo que quise. Con Jesús de mi lado, no me hicieron preguntas. Nunca necesité una libreta de racionamiento para los alimentos básicos, y durante el resto del mes pagué el mismo precio que los cubanos por la misma comida de mierda.

Me seguían dos mujeres que agitaban una gigantesca lata de salsa de tomate y gritaban “¡15 pesos! ¡Para nuestros hijos!” Seguí pero después me di cuenta de que había cometido un error. Por 15 pesos, el bote de salsa de tomate para restaurantes habría sido un buen negocio. La comida robada era la comida más barata. Y nada podía ser más normal que pasear por ahí con una inmensa lata de algo.

“Lo llaman cuaderno de suministros, pero es un sistema de racionamiento, el más antiguo del mundo. Los soviéticos no tuvieron racionamiento tanto tiempo como Cuba. Ni siquiera los chinos han tenido racionamiento tanto tiempo.” Las carencias empezaron poco después de la Revolución; un sistema para la distribución controlada de bienes básicos se estableció en 1962.

Después de cincuenta años de Progreso, el país estaba en bancarrota. En 2009, los chícharos y las papas habían sido eliminados del racionamiento, y las comidas baratas en los lugares de trabajo se redujeron a porciones del tamaño de un aperitivo.
 
Así era como Cuba salía adelante: en las tiendas de racionamiento trabajaban vecinos que robaban y revendían los ingredientes, que después eran convertidos en productos acabados y vendidos a esos mismos vecinos.
 
Pero al anochecer del día anterior había esperado cerca de la tienda de huevos de mi vecindario y establecido contacto visual con una anciana que había salido de ella con treinta huevos, la asignación mensual de tres personas. Ella los había comprado por 1.5 pesos la pieza y me vendió diez por dos pesos cada uno. Inmediatamente se gastó el dinero en más huevos y consiguió así un beneficio de tres huevos y unas cuantas monedas.
 
Era arroz vietnamita de poca calidad y era llamado “criollo”, “feo” o “microjet”, esto último en burlona alusión a uno de los planes de Fidel para aumentar la producción agrícola mediante riego por goteo.
 
Ya nadie podía permitirse tazas y platos. Se robaban de empresas estatales cuando era posible y se vendían en el mercado negro. La ropa tenía que comprarse usada, en reuniones de trueque llamadas troppings en burlona alusión a los shoppings para divisa fuerte. Los que se quedaban sin comida la rebuscaban en contenedores o se convertían en alcohólicos para calmar el dolor, dijo.
 
“Esto no es Haití o Sudán –dijo–. La gente no se desmaya en las calles, muerta de hambre. ¿Por qué? Porque el gobierno garantiza dos kilos o tres de azúcar, que tiene muchas calorías, y pan cada día, y suficiente arroz. El problema de Cuba no es la comida ni la ropa. Es la falta total de libertad civil, y por lo tanto de libertad económica, que es la razón por la que tienes que tener libreta.”

No, me explicó mi amigo, el acceso “privilegiado” a los abastecimientos significaba simplemente que había más que robar.

A diferencia de la mayoría de los funcionarios cubanos, Leal había conseguido mejorar la vida de la gente. Él reconstruyó los viejos hoteles; mis amigos consiguieron más de 250 kilos de cemento para su nuevo búngalo turístico. Él restauró un museo; ellos robaron láminas metálicas para los tejados. Él mandó camiones de madera al vecindario; ellos hicieron que desapareciera la mitad de la madera.

El Estado era propietario de todo. La gente se apropiaba de todo. Un sistema de racionamiento al revés.

Otra cosa que yo tenía en común con casi todos los cubanos era que no trabajé absolutamente nada en mis treinta días. Es decir, trabajé mucho y frecuentemente en mis propios proyectos –cargué cemento y moví grava a cambio de dinero, y escribí mucho– pero no era trabajo estatal, ese trabajo que se cuenta en las columnas de la Cuba oficial, en la que más del 90 por ciento de la población es empleada del Estado. ¿Por qué iba a buscar trabajo? Nadie más se tomaba el suyo en serio, y el chiste más viejo de La Habana sigue siendo el mejor: Ellos simulan pagarnos, nosotros simulamos trabajar.
 
Los cubanos que ignoran las llamadas al trabajo oficial pueden ser acusados de “peligrosidad”, una vaga acusación que se puede castigar hasta con cuatro años en la cárcel. La peligrosidad es “precrimen”, dijo Elizardo Sánchez: la policía corta de raíz tu mala actitud antes de que tengas la oportunidad de cometer un verdadero delito. Hay campañas regulares para detener a jóvenes que tratan de evitar el trabajo o el reclutamiento, y este año ha sido particularmente implacable, señal de nerviosismo. “No es fácil ocultarse del gobierno –me dijo Sánchez–. Los niños deben registrarse por sí mismos para el servicio militar a los quince. A veces cambian su dirección, pero eso no funciona. Es muy difícil para un joven ocultarse. Cuba es una sociedad de expedientes. Desde el primer curso en adelante, la policía detiene a los niños y les pide la identificación. Pueden comunicarse por radio y conseguir cualquier cosa.”

Con todo, no puedo comparar mi situación con el hambre de verdad. Como señala Hugo: “Tras el arte de vivir con poco está el arte de vivir con nada.”

La mañana siguiente encontré a una mujer rebuscando en mi basura. Quería botellas de cristal o cualquier cosa de valor: le di mis pantalones rotos. Tenía ochenta y cuatro años, la misma edad que mi madre, y vivía con una pensión de 212 pesos al mes, un poco más de 8 dólares.

Pero el estómago y la mente se ajustan con una aterradora facilidad. La primera semana había estado asustado y muerto de hambre. La segunda, dolorido y hambriento. Ahora, en mi tercera semana, comía menos que nunca pero estaba bien física y mentalmente.

“Es imposible”, dijo de mi intento de ser oficialmente cubano. Para sobrevivir, todo el mundo tenía que tener “un extra”, algún ingreso fuera del sistema. Su marido alquilaba una habitación a un turista sexual noruego. Su vecina vendía comida a los trabajadores que habían perdido el almuerzo gratuito de las cantinas. Su madre vagaba por las calles con jarras de café y una taza, vendiendo dosis de cafeína. Su amigo de la esquina robaba el aceite de cocina y vendía a 20 pesos el medio litro. Otro vecino robaba pollo molido y vendía a 15 pesos el medio kilo. (“Buena calidad, a muy buen precio, deberías comprar”, y lo hice.)

Yo tenía por costumbre decir que un 10 por ciento de todo era robado en Cuba, para ser revendido o reutilizado. Ahora creo que la cifra real es un 50 por ciento. El delito es el sistema.

“La paradoja es que los trabajadores son la gente más pobre de Cuba. Todos estamos peor que el tipo que vende perritos calientes en la gasolinera de la esquina (una empresa de divisa fuerte).” [...] “No digo que todo en Cuba sea malo, o terrible. Porque tenemos planes de distribución para alimentar a los pobres, para dar beneficios. Pero hay otra forma de dominación, mantener a la gente eternamente pobre. Si me liberan las manos, abriré una empresa y me alimentaré por mí mismo.”
 
“Un salario... es igual a pobreza –dijo–. Todos tienen que robar al sistema para sobrevivir. Es la tolerada corrupción de la supervivencia.” Una pequeña clase media había emergido: “Hombres de negocios, la mayoría ex funcionarios, gente que lleva restaurantes. Todos gente del régimen. La mayoría ex militares o del Ministerio de Exteriores, y demás. Todos tienen conexiones. Todos están dentro del sistema. Son intocables.” Y había un tercer grupo, increíblemente pequeño pero “indescriptiblemente” rico en el interior del liderazgo, “con grandes casas, viajes al extranjero, todo. El pueblo cubano sabe que este grupo existe, pero nunca los verás, es imposible”.

Mis gastos totales en comida fueron durante todo el mes de 15.08 dólares. Al final había leído nueve libros, dos de ellos de unas mil páginas, y escrito la mayor parte de este artículo. Había estado viviendo con los ingresos de un intelectual cubano y, de hecho, siempre escribo mejor, o al menos más rápido, cuando estoy en la ruina.