Mentes brillantes, pero desperdiciadas. Andrés Oppenheimer

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Andrew Almazán, el joven mexicano de 16 años que acaba de recibir su diploma en psicología y que planea terminar la carrera de medicina a los 18 años, me dijo algo en una entrevista días atrás que yo no sabía: millones de adolescentes excepcionalmente talentosos de Latinoamérica están siendo expulsados de las escuela públicas por falta de programas para estudiantes superdotados.

En una entrevista desde Ciudad de México, Almazán me dijo que cuando estaba en la escuela primaria se aburría en el aula, y tuvo problemas con los maestros por cuestionar lo que éstos decían en clase.


 

Mientras China, India y otros países en rápido crecimiento han creado una meritocracia educativa, que recompensa a las mentes más brillantes, casi todos los países latinoamericanos tienen programas especiales para los niños con desventajas, pero no para los superdotados. En su elogiable afán por expandir la educación a los menos privilegiados y a los discapacitados, muchos países han caído en el extremo opuesto: desalientan los cuadros de honor o cualquier otro medio de identificar y darle atención especial a sus mentes más brillantes.

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