Poderes fácticos. Arcadi Espada

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Extractos:

De la Transición recordarás un asunto francamente molesto que llevaba por título Los poderes fácticos. Durante varios años la actividad pública española estuvo regida por aquel susurro escandaloso. En síntesis el susurro decía que, aunque fueran perfectamente justas y democráticamente posibles, determinadas decisiones no podían tomarse a causa de que esos poderes, identificados con el Ejército y en menor medida con la Iglesia y la Banca, lo impedirían. Durante bastante tiempo el poder fáctico actuó como una premisa muy desmoralizadora, fuera sobre la legalización del Partido Comunista, la organización de las autonomías, la reforma fiscal o la Ley del Divorcio. Su legitimidad era inexistente y su razón, nula. Y la plausibilidad de hacerle frente, fantasmal como su propia naturaleza.


Lo único que faltaría ahora es un referéndum donde se preguntara a los españoles si quieren endeudarse y que estos contestaran que sí, pero con la condición de que la deuda la pague otro. ¡Como que son tontos los españoles!

El problema es el perfil de irresponsabilidad con que el Partido Socialista, actor principal pero no único, se exhibe respecto a sus decisiones. Así los verdaderos autores de ésa y las otras medidas económicas serían una masa fáctica informe donde apenas se adivinan, yendo de lo más concreto a lo más abstracto, la ministra Merkel y el presidente Sarkozy, el Banco Central Europeo y los Mercados, ontológica y gastronómicamente insaciables. Los poderes fácticos. 


Otro mundo es posible: sin duda. «Otro» es el máximo detalle.


La Transición acabó por desnudar a los poderes fácticos. Ni la legalización del PC acabó con la democracia ni la reforma fiscal implantó el comunismo ni el divorcio liquidó la familia. Se demostró que los poderes fácticos eran sólo impostura.

La impostura de hoy es hacer creer que esos poderes fácticos existen. La izquierda de entonces tenía alternativas al matrimonio católico, a la democracia orgánica y a la España centralista. Pero hoy no tiene ninguna alternativa a la política que ella misma está ejecutando, al parecer con tanta repugnancia. Es inútil que trate de hacer tragar la vil especie de que aquélla no es su política, sino la de unos entes fantasmales, tan despiadados como obligatorios. No. Al otro lado no hay nada. La izquierda no tiene alternativas a lo que llama los Mercados, con un inimitable deje de fracaso y de desdén. Aplica esa política porque después de la catástrofe comunista ha sido incapaz de levantar un edificio conceptual y práctico que no pase por China, por Chávez o por el abuelito Hessel. La constatación es dolorosa, mucho más cuando entre las grandes victorias generacionales de la izquierda estuvo la de hacernos creer que fuera de ella no sólo había frío moral, sino una desoladora ausencia de inteligencia.

Comprendo su situación. En realidad, la izquierda percibe con demoledora claridad que la vida social puede organizarse perfectamente sin ella. Que su actual papel en el mundo se reduce a poco más que una mueca.

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