Globalización y reducción de la pobreza. Xavier Sala i Martín

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Destaco:

La mayor parte de los ciudadanos de Nigeria se hace cada vez más pobre. Nigeria es el país más grande de África en términos de población con 120 millones de habitantes. El promedio de la renta es cada vez peor. Han pasado 40 años de crecimiento negativo en este país, que tiene grandes recursos naturales. Pero los recursos naturales son –paradójicamente– negativos, porque crean corrupción, ya que son fáciles de robar, mientras que los recursos humanos no se pueden robar, ¡porque la gente se rebela! Los economistas lo calificamos como la «maldición de los recursos naturales», ya que el «dinero fácil» procedente de la venta de los recursos naturales acaba perjudicando al país. En Nigeria, el 20% de los ricos cada día está mejor, y no tienen ningún incentivo para hacer reformas. Éste es uno de los dramas de África, por más que se lo digamos desde fuera.

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Claramente, la pobreza es un mal. Yo quiero que haya un mundo sin pobres. Sin embargo, no sé qué pensar sobre las desigualdades. Depende de dónde vengan, de las causas, del nivel de desigualdad. Dos personas con el mismo dinero pueden consumir de manera diferente, según sus apetencias, pero ser igual de felices. Pero los expertos dicen que la felicidad es importante pero no se puede calcular, mientras que sí podemos calcular la renta. Si quisiéramos un mundo igualitario con las dos personas felices ya estaría bien. Pero como sólo observamos la renta vemos unas grandes desigualdades. Así que si ponemos un impuesto elevado al que trabaja y se lo damos al que no trabaja, vamos a crear desigualdades de bienestar, que no igualdades de renta. Es decir, que hay desigualdades de renta que pueden surgir, pero que no son malas.

Otra desigualdad se produce, por ejemplo, en China, donde los pobres, la gente con renta más baja, ven aumentada su renta en un 10% y la gente más rica en un 20%. ¿Es esto mejor o peor? Los pobres han mejorado en un 10% y los ricos en un 20%, con lo que las desigualdades han subido. Hay gente a la que le puede molestar que haya desigualdades, pero ya necesitamos hablar de qué es lo que nos gusta. Necesitamos explicitar cuáles son nuestras preferencias sobre las desigualdades.

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Antes de la Revolución Industrial, casi todos los ciudadanos del mundo eran iguales, es decir, igual de pobres. Había un rey, había un césar, había un burócrata chino, había gente rica, pero eran poquísimos. La mayor parte de la gente, la mayor parte de los ciudadanos del planeta eran agricultores, en China, en América y en Europa, y vivían en niveles de subsistencia. Comían, se vestían y se morían. Es decir, estaban al nivel de subsistencia. Por lo tanto, en todo el planeta la gente era más o menos igual de pobre.

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La Revolución Industrial tiene dos características. La primera es que la gente se hace rica y la segunda es que se produce una tasa de crecimiento explosiva, es decir, que se hace cada año más rica. De manera que en la Inglaterra de hoy, los ciudadanos de a pie viven mucho mejor de lo que vivía el César o los reyes en el siglo XV. Tienen cosas que antes no tenían. Tienen dentistas, gafas, tienen calefacción, CDs, helados de vainilla y muñecas Barbie. Todo lo que antes no existía. Y esto empieza primero en Inglaterra. Si lo comparamos con la población de hoy, la situación previa a la Revolución Industrial sería la equivalente a la de 6.000 millones de personas igual de pobres. De repente, los ingleses, que son pocos, empiezan a crecer. La distancia va creciendo. Luego se apuntan los norteamericanos, el resto de Europa, Australia, Japón. Las diferencias van subiendo y, en términos de la población mundial, había 1.000 millones de ciudadanos –la OCDE, esencialmente– creciendo sin parar y 5.000 millones de personas pobres como ratas, viviendo en niveles de subsistencia. Esta es la historia del siglo XIX y de casi todo el siglo XX.

Pero en 1980 pasan cosas fantásticas. 1.300 millones de chinos empiezan a crecer. 1.100 millones de indios empiezan a crecer. 300 millones de indonesios empiezan a crecer. 50 millones de malayos, tailandeses, también. Más de la mitad de la población del planeta, de repente, empieza a crecer. Y lo hace al 6, al 7, al 10%. Es decir, que la mitad de los que estaban «abajo» convergen rapidísimamente hacia nuestros niveles. Y esto es lo que causa que las desigualdades empiecen a bajar. Porque la mayor parte del planeta se ha apuntado a la Revolución Industrial y sus rentas por primera vez en la historia convergen con las nuestras.

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En 20 años Asia ha hecho un milagro. Salir de la pobreza, por tanto, se puede conseguir. Mucha gente decía que era imposible, que con la cultura asiática era imposible, que su religión les llevaba a la sumisión, que eran gente que, a diferencia de los cristianos, y sobre todo de los protestantes, que perseguimos el bien material, los chinos estaban allí flotando con su religión mística y que nunca jamás serían gente emprendedora, y que no podrían salir del pozo. Esto nos los decían en el año sesenta. Hoy en día, los chinos están creciendo.

Y hoy estamos escuchando los mismos mensajes respecto de África: que los africanos no tienen iniciativa, que son tontos, que los emprendedores en África son siempre extranjeros, que la gente rica y los que tienen negocios en el África negra son indios o chinos, o libaneses, todo para demostrar que la raza africana es una raza inferior. Las mismas tonterías que se decían antes de China. Lo importante es que China lo ha conseguido y lo ha conseguido igual que lo hemos conseguido nosotros.

¿Cómo lo hemos conseguido? ¿Con la «tasa Tobin», con la renta básica, con la caridad del 0,7%, con la condonación de la deuda, con la antiglobalización? La respuesta es no. La respuesta es que lo hemos conseguido con la economía capitalista de mercado. Así es como lo hemos conseguido nosotros, así es como lo ha conseguido China y así es como lo conseguirán los africanos. Abriendo las fronteras a la globalización que todavía no ha llegado.

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