Policías

Cristian Campos.



Me gustaría saber cuántos de esos estudiantes valencianos de 20 añitos largos que cortan la circulación de las calles de su ciudad para que les pongan calefacción; cuántos de esos patéticos maduritos con la crisis de los 40 a cuestas que se arriman a las quinceañeras en protestas estudiantiles que ni les van ni les vienen; cuántos de esos que creen estar viviendo en una dictadura fascista; cuántos de esos lectores del diario El País o Público que llaman a los policías “perros” o “descerebrados” o “nazis” o “paramilitares”; cuántos de esos votantes del PSOE y de IU que ponen en duda el monopolio de la violencia por parte del estado… cuántos de esos infantiloides, digo, tendrían los cojones de jugarse la vida para salvar la de un desconocido que se ahoga a unos pocos metros de la playa.
Yo, desde luego, no.
¿Demagogia? No, hombre, no: la policía está legitimada democráticamente para abrirte la cabeza a hostias por la misma razón por la que son ellos, no tú, los que tienen la obligación de tirarse a un mar criminal para salvar a un adolescente eslovaco que se ha echado un chapuzón a las 5:00 de la madrugada tras una noche de melopea descomunal. 
Pero una ciudadanía a la que hay que explicarle de dónde surgen las legitimidades democráticas y cuáles son las obligaciones que conllevan estas es una ciudadanía que se merece cualquier mierda que pueda caerle encima. El vacío existencial, de ideas y de proyecto, de la izquierda en este país sólo puede llenarlo un nuevo franquismo. Y ahí andan ellos, recibiendo mamporros con la vana esperanza de que el ruido de las porras al chocar con sus cráneos vacíos logre despertar la momia de Franco.
Me gustaría saber cuántos de esos estudiantes valencianos de 20 añitos largos que cortan la circulación de las calles de su ciudad para que les pongan calefacción; cuántos de esos patéticos maduritos con la crisis de los 40 a cuestas que se arriman a las quinceañeras en protestas estudiantiles que ni les van ni les vienen; cuántos de esos que creen estar viviendo en una dictadura fascista; cuántos de esos lectores del diario El País o Público que llaman a los policías “perros” o “descerebrados” o “nazis” o “paramilitares”; cuántos de esos votantes del PSOE y de IU que ponen en duda el monopolio de la violencia por parte del estado… cuántos de esos infantiloides, digo, tendrían los cojones de jugarse la vida para salvar la de un desconocido que se ahoga a unos pocos metros de la playa.
Yo, desde luego, no.
¿Demagogia? No, hombre, no: la policía está legitimada democráticamente para abrirte la cabeza a hostias por la misma razón por la que son ellos, no tú, los que tienen la obligación de tirarse a un mar criminal para salvar a un adolescente eslovaco que se ha echado un chapuzón a las 5:00 de la madrugada tras una noche de melopea descomunal. 
Pero una ciudadanía a la que hay que explicarle de dónde surgen las legitimidades democráticas y cuáles son las obligaciones que conllevan estas es una ciudadanía que se merece cualquier mierda que pueda caerle encima. El vacío existencial, de ideas y de proyecto, de la izquierda en este país sólo puede llenarlo un nuevo franquismo. Y ahí andan ellos, recibiendo mamporros con la vana esperanza de que el ruido de las porras al chocar con sus cráneos vacíos logre despertar la momia de Franco.

La lista de los horrores en Siria es detallada, pero las soluciones son a largo plazo

Jordi Pérez Colomé.



Siria ha dado cuatro noticias destacadas entre jueves y viernes: primero, Naciones Unidas publicó su segundo informe sobre los derechos humanos en el país; segundo, la Liga Árabe y Naciones Unidas nombraron al ex secretario general de la ONU Kofi Annan como su enviado especial para Siria; tercero, al bombardeo incesante de barrios de Homs desde hace tres semanas, se le añadió la muerte de dos periodistas y que algunos de sus colegas heridos no pueden salir de la ciudad; cuarto, hoy viernes se reúne en Túnez el grupo de naciones autodenominado “Amigos de Siria”.

Naciones Unidas confirma crímenes contra la humanidad

El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha publicado un nuevo informe sobre Siria. El primero fue en noviembre. El objetivo es doble: detallar las violaciones de derechos humanos que sufren los civiles sirios y descubrir quiénes son los responsables.

El gobierno no ha permitido la entrada en Siria a los encargados del informe ni les concedió entrevistas con sus funcionarios, aunque sí que ha entregado presuntos datos oficiales sirios.

La comisión no se ocupa solo de la violencia del régimen, también de la oposición. Las fuentes principales para el informe son entrevistas con refugiados, víctimas y desertores, tanto en otros países como por teléfono dentro de Siria. En total, han hecho 369 entrevistas. Además, han analizado fotos, vídeos e imágenes por satélite (en esta foto de AP se ve una explosión de un gasoducto en Homs el 15 de febrero vista desde un satélite; se distingue bien qué ocurre).


La conclusión del informe es evidente: “En los últimos meses, la crisis es cada vez más violenta y militarizada”. A finales de enero, tras la salida de los observadores de la Liga Árabe, que estuvieron del 24 de diciembre al 20 de enero, llegó la escalada: empezó el uso de armas pesadas, sin aviso previo a los civiles para que huyeran. En los últimos meses, el ejército ha llevado a cabo operaciones parecidas a gran escala en al menos cuatro provincias: rodea barrios enteros donde hay grupos antigubernamentales, los bombardea con armamento pesado sin preocuparse de los civiles.


Qué grande, Marlaska

Santiago González.



El diario ABC publica hoy una entrevista con el nuevo presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, Fernando Grande-Marlaska. Al leerla, me he ratificado en mi admiración por este hombre y en mi adicción a Montesquieu. Un hombre que respeta la sintaxis, esa cualidad del alma que Valery definía como un valor moral. Vaya en mi descargo que leí su primer auto al día siguiente de haber hecho lo propio con uno de Baltasar Garzón. Ustedes me entenderán. Por otra parte, la expresión de Spengler al mentar al pelotón de soldados que salvaba la civilización era manifiestamente mejorable: eran unos cuantos jueces, entre los que están, naturalmente, los magistrados del Tribunal Supremo y el nuevo presidente de la Sala de lo Penal de la AN.
Lean a título de ejemplo este par pregunta-respuesta:
—¿Es partidario de conceder un trato especial a los presos de ETA?
—No soy partidario de conceder un trato especial a nadie. Soy partidario de aplicar la ley a todos los imputados y condenados. De lo que no soy partidario es de aplicar la ley de una forma diferenciada, porque la ley no prevé esa diferenciación. [Se va a poner bueno el jurista Patxi López, autor de la teoría de la flexibilidad en la interpretación de la Ley para tratar de manera distinta a los terroristas presos que a los delincuentes sin graduación que cumplen condena, como si Valentín Lasarte mereciera -ya ha merecido- más consideración que el asesino de Olga Sangrador].
—¿Las víctimas están bien tratadas o tienen motivos para querer distinguir entre vencedores y vencidos?
—Déjeme que la segunda parte no la conteste y permanezca en mi intimidad. Sí me importa el tema de las víctimas. Soy vasco. He vivido en Bilbao el drama de las familias víctimas del terrorismo de ETA en los años 80. He visto cómo la Iglesia de San José estaba vacía durante los funerales, que casi se hacían en la clandestinidad. Y no me las voy a dar de que yo iba, porque yo tampoco iba. [Esta es una vivencia que tenemos muchos. Yo tampoco iba. Aquellos funerales de finales de los 70 y primeros 80, en los que los muertos eran policías y guardias civiles, a los que después se llevaba el furgón para enterrar en La Carolina (Jaén) y más abajo, ante una sociedad vasca ciega, muda y sorda. Así eran las cosas y el juez Marlaska tiene mirada y memoria de conocedor. Yo tampoco iba. Las cosas eran tan así, que pareció una excentricidad que el primer ministro del Interior del PSOE, José Barrionuevo, presidiera aquellos funerales y diera al final los gritos de Viva la Guardia Civil y Viva España. Lástima que, por decirlo con palabras de Celaya, se creyera obligado a tomar partido hasta mancharse. Ah, las víctimas. Tampoco los periodistas estuvimos a la altura. Fue José María Calleja el primero de nosotros que se tomó como propia la causa de las víctimas]. Luego, con movimientos como Gesto por la Paz, se empezó a generar una mayor implicación social, pero hasta hace muy poco las víctimas no han tenido el reconocimiento general que se les debía dar. Ellas han sido las protagonistas involuntarias de los hechos criminales durante 50 años y por eso debemos tener una especial fijación en garantizar sus derechos, en darles protección y en que se sientan amparadas. Estas víctimas han sido olvidadas hasta principios del siglo XXI.
Nota explicativa para los admiradores irredentos de Garzón: mi admiración por este hombre trae causa de sus hechos, de su pasado y su presente. Confío razonablemente que no serán desmentidos por el futuro, pero suponen bula. No he podido entender esos argumentos garzonistas, cómo se puede procesar al juez al que tanto le debemos en la lucha contra ETA, cómo al hombre que intentó procesar a Pinochet. Pues porque luego se comió las actuaciones del caso Faisán, pues porque  después de lo de Pinochet invitó a cenar a Kissinger, su inductor y patrocinador. (No es que esto sea ilegal, es que es un autorretrato moral). Por eso, llegado el caso, que yo espero que no, si yo invocara los méritos de Marlaska para tratar una hipotética trapacería suya, aféenmelo con toda la dureza que sepan.

Víctima, 25 de febrero: José San Martín Bretón

Libertad Digital.



A las tres menos veinte del 25 de febrero de 1992 ETA asesinaba al guardia civil JOSÉ SAN MARTÍN BRETÓN cuando se dirigía a su domicilio en la casa cuartel de Algorta, del municipio vizcaíno de Guecho. Juan Carlos Iglesias Chouzas,alias Gadafi, le disparó un tiro en la cabeza y después lo remató en el suelo. Iba acompañado por Javier Martínez Izaguirre, también integrante del grupo Vizcaya de ETA. Al menos dos testigos presenciales coincidieron en afirmar que, tras el asesinato, uno de los etarras gritó "¡Gora ETA!".
El etarra que les pasó la información sobre los movimientos de la víctima fue José Manuel Fernández Pérez de Nanclares. Éste solía coincidir en el tren con la víctima cuando ambos se desplazaban a su trabajo desde Guecho a Bilbao. Además, tras el atentado, los etarras se refugiaron en el domicilio del propio Fernández Pérez de Nanclares y de su esposa, María Ángeles Pérez del Río.
El atentado se produjo a unos 200 metros de la casa cuartel. Segundos después, los asesinos se introdujeron en un vehículo y huyeron del lugar, abandonando el coche en una calle cercana. El Gobierno Civil atribuyó el atentado a los dos liberados del grupo Vizcaya de ETA que aún permanecían en activo.
Los terroristas abandonaron el vehículo cerca de la plaza donde asesinaron a José. Posteriormente fue inspeccionado por equipos de desactivación de explosivos del Cuerpo Nacional de Policía para comprobar si contenía algún artefacto, aunque no hallaron nada.
Pasadas las 15:45 horas, la jueza que se desplazó a la plaza de Villamonte para instruir las primeras diligencias ordenó el levantamiento del cadáver. En el lugar donde cayó el cuerpo del guardia civil había un enorme charco de sangre.
Javier Martínez Izaguirre fue condenado por este asesinato en 1995 y Juan Carlos Iglesias Chouzas,Gadafi, en 2007. También en 1995 fueron condenados como cómplices José Manuel Fernández Pérez de Nanclares y su esposa, María Ángeles Pérez del Río.
Desde enero de 2010 José Manuel Fernández Pérez de Nanclares gozaba de un régimen de semilibertad pocos meses después de haber rechazado la violencia. La medida se vio confirmada el10 de febrero de 2012, cuando el Ministerio de Interior concedió a José Manuel Fernández Pérez de Nanclares el tercer grado penitenciario, lo que supone un régimen de semilibertad que le permitiría salir diariamente del centro penitenciario en el que cumple condena con la única obligación de ir a prisión a dormir. El etarra había sido condenado a un total de 41 años de cárcel como colaborador del grupo Vizcaya de ETA, condena que, gracias a la aplicación de la doctrina Parot, estaba cumpliendo en la prisión de Basauri. La medida supone la confirmación de la apuesta del ministro de Interior del Partido Popular, Jorge Fernández Díaz, por impulsar la llamada Vía Nanclares. Según el Ministerio de Interior, el asesino de la banda estaba completamente desvinculado de la organización terrorista y habría cumplido con los requisitos para obtener el tercer grado. Así lo manifestó en un comunicado remitido a los medios de comunicación en el que se señalaba que Fernández Pérez de Nanclares había "dado muestras de una evolución positiva cumpliendo las exigencias legales establecidas en la legislación penitenciaria, entre ellas: la desvinculación de la organización terrorista, la petición de perdón expreso a las víctimas y la disposición a la reparación del daño". Sin embargo, fuentes cercanas a la familia del agente asesinado aseguraron al diario El Mundo que ni el etarra ni nadie de su entorno se había puesto en contacto con ellos para pedirles perdón (El Mundo 11/02/2012).
Por su parte, la mujer de Fernández Pérez de Nanclares, la etarra María Ángeles Pérez del Río,obtuvo el tercer grado en enero de 2003, que le fue concedido por la juez Ruth Alonso contra el criterio de la Junta de Tratamiento Penitenciario de Martutene.
José San Martín Bretón era del pueblo riojano de El Redal, donde fueron inhumados sus restos mortales. Tenía 49 años cuando fue asesinado y llevaba quince destinado en el País Vasco. Trabajaba en las oficinas de la Comandancia de la Guardia Civil en La Salve (Bilbao). Estaba casadocon Mari Carmen Calvo y tenía dos hijos, uno de ellos, Fernando, guardia civil; el otro hijo, Luis, estaba en Cádiz cumpliendo el servicio militar en el momento del atentado. Su mujer, delicada del corazón, tuvo que ser ingresada cuando supo lo que había pasado.
En septiembre de 2009 contó al digital soitu.es cómo fue su vida desde entonces. Para Mari Carmen, la "alegría se perdió aquel fatídico martes. Se terminaron las Navidades, los cumpleaños, la alegría de las bodas de mis hijos o de las comuniones de las nietas...".
Un año después del asesinato de José se plantó en el Ministerio para pedirle a José Luis Corcueraque hiciese algo ante su delicada situación. Hacía un año que no recibía ningún ingreso ni cobraba ninguna pensión de viudedad. La conversación con el ministro fue tan tensa que Mari Carmensufrió ahí mismo un infarto:
Allí apareció una doctora, que curiosamente era paisana de Ezcaray, y que recriminó con dureza la actitud del ministro: "ETA les mata a los maridos y tú, las rematas". Así que imagino que no fui la primera a la que trató así.
Fernando, el hijo mayor, se enteró del asesinato de su padre viendo la televisión mientras hacía guardia en el cuartel —"tuvo que dejar el Cuerpo al caer en una depresión"—; y el pequeño, Luis, viajó engañado desde Cádiz, donde se acababa de alistar en la Armada, y delante de los periodistas apostados en el domicilio familiar, le comunicaron la triste noticia.
La obsesión de los dos fue verle, incluso Luis se encaró con un superior para que le abrieran el ataúd y poder besarle. Yo, en cambio, como estaba tan malita del corazón, me quedé sin poder despedirme.
La familia no permaneció mucho tiempo en Guecho, porque les dijeron que su hijo Luis había aparecido en unos papeles de ETA como posible objetivo. Así que decidieron irse a Logroño. Mari Carmen termina la entrevista en soitu.es diciendo:
El perdón es imposible. ¿Qué consiguieron matando a José San Martín Bretón? Nada. Ni la liberación de ningún pueblo oprimido, ni la construcción de una Euskadi independiente... Sólo dejar una familia totalmente destrozada, a unos hijos sin el cariño de su padre y a una mujer sola, muy enferma y más débil de lo que estaba.

Misrata Calling

Alberto Arce.



Las familias pudientes de Misrata colaboran con la rebelión proporcionando a los desarrapados de primera línea de todo lo necesario para la guerra. Dinero, espacio, hombres, conexiones a internet, comida, coches, armas, traductores para los extranjeros y gasolina. Son el vértice sobre el que pivota el levantamiento, aunque ignoro si serían capaces de conseguirnos una cerveza.

El lugar al que nos llevan no se ve desde la carretera. Una vez franqueado el portón de entrada, custodiado por dos hombres armados, intuimos una casa inmensa, protegida por muros y árboles de miradas indiscretas, y poco a poco empezamos a comprender el lugar. Si esto fuese la oficina de una multinacional habría un cartel que rezaría Departamento de Coordinación y Logística & Alojamiento para periodistas freelance. Una vez traspasada la puerta nos encontramos más bien con una mezcla de loft bélico de Google y sala debrokers en pleno pánico bursátil: antenas de transmisión por satélite, cajas de comida, cajones con armas y una inmensa pantalla de Mac, todo enlazado por una red de cables que atraviesan los pasillos, abarrotados de gente armada que no para de moverse de una habitación a otra. Hay un gran recibidor lleno de sacos de dormir, todos ocupados por jóvenes que no se separan de su arma ni de sus ordenadores, permanentemente conectados a Facebook y Twitter.

“Bienvenidos. Podéis dormir aquí”. Rompiendo el laconismo que parece caracterizarles, nos llevan hasta una especie de habitación de albergue. Varios colchones amontonados, la persiana bajada, algunos cristales rotos y una bombilla que alumbra precariamente la habitación. No estamos solos. Hay una mochila y ropa extendida sobre el único colchón que parece usado. Lo ocupa Marie Colbin, corresponsal del Sunday Times. Una institución a la que tardaríamos días en conocer. Un fotógrafo francés, que no se mueve del sofá y administra las palabras como si fueran sus últimos ahorros, nos da la bienvenida y poco más. Es uno de los supervivientes de los morteros que mataron a Tim Hetherington y Chris Hondros y ahora solo piensa en irse de Misrata. El corresponsal de la RAI, un tunecino simpático que, por supuesto, habla árabe, charla con varios combatientes con la misma calma con la que se tomaría un café en una terraza de Roma. Nos ayudaría bastante al principio.

Siempre es un lujo para el periodista dormir junto a los combatientes. Cuanto más cerca de la información, mejor. Además, en Misrata no hay hoteles. La Lonely Planet a la basura. Hay comida y colchones de sobra. Se lo contamos a Javier Espinosa, corresponsal de El Mundo, que está durmiendo solo en un gimnasio y en seguida se nos suma a Ricardo y a mí. En Misrata, las estrellas de los alojamientos dependen de la cercanía a los que mandan.

Ahmed, Soheib y Alí hacen las veces de anfitriones y se nos presentan. Son adolescentes y universitarios. Los dos primeros estudiaban inglés en la Universidad de Misrata antes del 17 de febrero, y llevan combatiendo desde el mes de marzo.
Alí ha venido desde Bengasi. Trabajaba junto al cuarto en discordia, Mohammad, en una tienda de material deportivo propiedad suya. En Misrata aprenderemos a distinguir dos tipos de combatientes: los que te enseñan fotos de escenas bélicas en el móvil y quienes prefieren mostrarte apacibles postales de su vida anterior. Alí y Mohammad pertenecen a esta última categoría. En vez de asegurarnos que llegaremos a Trípoli en caravana triunfal, su conversación me recuerda a la de dos comerciantes en una feria textil. “Importábamos la mercancía desde Italia y teníamos la mejor tienda de deportes de todo el este de Libia”. Después de la charla nos ofrecen “macarrones con algo de carne”. Tampoco lo sabíamos entonces, pero ese sería el menú del mes. Durante la cena nuestros anfitriones se ofrecen a mostrarnos el vídeo de la muerte de los periodistas Tim y Chris, de la que ellos fueron testigos. Y, como si buscaran justificar su macabro ofrecimiento, añaden: “Todo en Misrata es objetivo militar. Vosotros también”.

Antes de comenzar a hablar y relatarme las escenas de los combates de la calle en Trípoli, Ahmed se lía un peta. Hachís del bueno. Va a ser cierto lo que decía Gadafi respecto a los drogadictos y borrachos que se han levantado contra el guía de la revolución. Eso, o que normalidad es tener 24 años y fumarse un porro antes de dormir.

Si el relato de Ahmed es desganado, el de Soheib es confuso. Le apartaron del frente después de que mataran a un amigo suyo y él perdiera su arma. O las dos cosas al mismo tiempo. Ni siquiera es capaz de explicarse. Lo único que queda claro de su historia es que quiere un arma para regresar lo antes posible al frente. Es más infantil y está igual de desubicado que Ahmed, pero a diferencia de éste, Soheib se hace el valiente, aunque no sea necesario. A nosotros no tiene que convencernos. Quizás trata de convencerse a sí mismo.

Alí es cojo y no combate con armas. Lleva una pequeña cámara de fotos y con ella graba vídeos para la cuenta de Youtube del movimiento 17 de febrero. Siempre va más allá que los fotógrafos y los cámaras extranjeros. No lo hará mejor, quizás no, pero sí desde más cerca. Su desprecio por la vida es total. Su sonrisa, inmensa.

“Si Allah decide que muera aquí, mi vida será un éxito”, nos cuenta. “Yo soy periodista y combatiente. Yo soy libio, vosotros no. Vosotros necesitáis salir de aquí con vida. A mí me da igual. Pero pasad por el salón antes de comer”.

Alí se muere de risa como actitud vital pero no deja que nadie se equivoque. Es un tipo serio. Para muestra, su frase lapidaria.

–Y si después de la guerra no sobrevivo, mejor. Así no me pueden engañar tres veces.
–¿Alí? –le miro sorprendido.
–Lo que has oído. 

En la otra esquina del gigantesco salón vemos a una docena de hombres discutiendo en grupos en torno a Ridaa. Además de venir a buscarnos al puerto no sólo es el jefe de todo esto, sino que lo parece. Barbudo, de unos 50 años bien llevados, tocado con una gorra que luce los emblemas de la rebelión, maneja, sentado en el suelo sobre cojines, entre cartones de Marlboro y los ceniceros repletos de colillas, dos pantallas de ordenador permanentemente conectadas a Skype, una radio y varios teléfonos vía satélite. Saluda casi sin mirarnos, con esa actitud de quien no se dirige nunca a ti y te obliga a preguntarle dos veces antes de reconocer que te ha oído. Actitud de jefe.

Ofrece café, tabaco y la clave para utilizar internet. “¿Para quién trabajáis?”. Para medios españoles, contestamos con la boca pequeña. “Aquí duermen también varios compañeros vuestros. Ya los conoceréis. Cualquier cosa que necesitéis, me la pedís. Comida, coche, traducción. Estamos a vuestra disposición. Gracias por venir a Misrata. Mañana podréis salir. Los chicos os llevarán donde les pidáis y cuidarán de vosotros”.

Es de noche, después de la batalla, cuando los rebeldes hablan y se comunican con el mundo a través de Skype. Los hombres reunidos en esta casa son, también, pluriempleados de guerra, que cada día reciben la llamada de todo tipo de medios. Son los comentaristas sobre el terreno que intervienen en CNN, Jazeera, Arabiya, BBC, Rusia Today. Todos hablan inglés y tenían profesiones liberales antes de que empezase la guerra. Algunos continúan trabajando en el hospital y estas conexiones con el mundo exterior son su único momento de relax. Antes de las entrevistas se realiza un resumen de la situación y se discute qué decir y cómo decirlo. No les oigo cocinar mentiras, sino compartir información. Pero tengo, todavía, poca información para estar seguro de esto.

En el salón, aprendiendo y escuchando entre portavoces, combatientes que toman té sin desprenderse de sus armas, jóvenes que chatean en Facebook y el sonido constante de las actualizaciones que llegan del frente a través de la radio, un hombre simpático que no llega al metro y medio y tiene una voz de pito que cuesta tomarse en serio, se levanta y se nos presenta. Dice que es ingeniero.

Pide que nos descalcemos y nos sentemos con él. Sirve café y abre la pantalla de su ordenador. “¿Conocéis este programa? Se llama Google Earth”. Nos muestra un mapa en visión satélite, atravesado por rayas de todos los colores. Se trata de un hombre mayor que juega a utilizar el Photoshop. “Os voy a explicar dónde se encuentran en estos momentos nuestras barricadas y las tropas de Gadafi. Así podréis moveros con información y decidir dónde queréis ir”. Tira de radio y comienza su ronda de preguntas, que traduce inmediatamente en líneas y puntos. “Aquí, en el este, avanzamos a la altura de este cruce de carreteras, al final de Karzaz, después de la mezquita. Por el oeste, los combatientes están a las puertas de Burueya, quieren conquistar Zuryeq. Y si miras por la costa han avanzado un par de kilómetros más, pero han decidido retroceder porque son dunas y la posición es mala para pasar la noche. Estamos esperando visores nocturnos, pero no nos llegan. En el sur de la ciudad seguimos sin poder acercarnos al aeropuerto a partir de este puente. ¿Ves estas calles? Hay francotiradores y no podemos acercarnos aún. Pero es cuestión de pocos días”.

No se trata sólo de simpatía ni de hospitalidad, se trata de transparencia. Nos acaban de mostrar su... sala de situación, creo que las llaman.
  

Este texto es el capítulo sexto de Misrata Calling, que la semana que viene publicará la editorial Libros del K.O.

  

Otras piezas sobre Misrata en Fronterad: 
Misrata, desde la ciudad sitiada, por Guillermo Cervera y Adiós a Gadafi. Los últimos de Misrata, por Eduardo del Campo.