La madre de Andrés Carrión teme por la vida de su hijo



LA HABANA, Cuba, 10 de abril. (Agencias,www.cubanet.org) –  Mirtha Álvarez Bestard, madre del hombre que el pasado 26 de marzo gritó “Abajo el comunismo” antes de comenzar la misa del papa Benedicto XVI en Santiago de Cuba, teme por la vida de su hijo, según declaraciones que hizo a Radio Martí.
“Lo vi desesperado, lo tienen pasando frío”, aseguró la señora de 54 años, quien recientemente pudo pasar 15 minutos con Andrés Carrión Álvarez durante una visita a la prisión donde está encarcelado.
Álvarez Bestard dijo que quedó sumamente preocupada por la integridad física y mental de su hijo. “Temo por la vida de él”, asegur’o y declaró que durante la visita lo notó desesperado y traumatizado.
La señora, residente de Jiguaní, en la oriental provincia de Bayamo, explicó a Radio Martí que se enteró al cabo de una semana de lo que estaba sucediendo con su hijo, pero aseguró que aún no ha visto, ni quiere ver, el video que muestra cómo era golpeado por protestar en la misa en Santiago.
La madre de Carrión aseguró que en estos momentos están buscando un abogado que represente a su hijo, pero hasta el momento la familia no ha conseguido a nadie.
Aunque en el expediente que le han abierto a Carrión, acusado de desordenes públicos, constan antecedentes penales, su madre asegura que es un hombre honesto, tranquilo, y sin problemas previos con las autoridades.
Las autoridades habían informado a la familia de Carrión que éste no sería procesado por el incidente en la Plaza Antonio Maceo, de Santiago de Cuba, cuando gritó “Abajo el comunismo” poco antes de comenzar la misa papal.
Pero días después un fiscal le aplicó la medida cautelar de prisión provisional por el delito de desorden público, según reportes de martinoticias.com.

Discurso de recepción del Premio Julián Marías 2011

Juan Ramón Rallo.



Este discurso fue pronunciado el 11 de abril de 2012 durante el acto de recepción del Premio Julián Marías 2011 a la categoría de investigadores menores de 40 años.
Es para mí todo un honor recibir este premio Julián Marías 2011 para investigadores del ámbito de las ciencias sociales menores de 40 años. Y lo es especialmente en unos momentos tan señalados y críticos como los que actualmente estamos atravesando. No en vano, el tema en el que he focalizado la gran mayoría de mis investigaciones y merced al cual he recibido el presente premio ha sido la teoría de los ciclos económicos, inserta ésta en la tradición liberal de la Escuela Austriaca de Economía, es decir, en los descubrimientos científicos que a lo largo de siglo y medio han edificado gigantes intelectuales tales como Carl Menger, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Ludwig Lachmann y, en España, mi apreciado mentor el profesor Jesús Huerta de Soto.
Es difícil comprimir en tan sólo unos minutos todas las contribuciones que este riquísimo marco teórico permite aportar a la muy complicada coyuntura actual, pero sí me gustaría compartir con ustedes dos de sus conclusiones centrales.
La primera es que la actual crisis económica no es fruto ni del mercado, ni de la desregulación, ni de la especulación, ni de la codicia, ni de la desigualdad, ni de una pérdida de valores, ni del euro, ni de la sobreexplotación ecológica del planeta. No, la actual crisis tiene unas causas muy bien tasadas: el excesivo intervencionismo estatal en el sector financiero, materializado en toda una serie de privilegios hacia la banca que le han permitido durante años expandir el crédito muy por encima del ahorro realmente existente en una sociedad. La respuesta frente a esa lacra que representa la recurrencia de los ciclos de auge artificial y depresión profunda que abaten al capitalismo desde hace décadas no pasa ni por intervenir ni por regular todavía más el mundo financiero, sino por someter a la banca a la competencia del mercado despojada de todos los privilegios que suponen la existencia de los bancos centrales monopolísticos, el dinero fiduciario inconvertible y los rescates estatales indiscriminados. No más Estado y menos mercado sino al revés: más libertad, más competencia y menos privilegios; en suma, más mercado y menos Estado.
La segunda reflexión que me gustaría transmitirles es que la solución a la crisis actual no pasa ni por impulsar el consumo, ni por estimular el gasto público, ni por subir los impuestos, ni por incentivar un mayor volumen de endeudamiento basado en tipos de interés artificialmente bajos, ni por abandonar el euro para poder devaluar nuestra divisa a placer, ni por crear ineficientes industrias y bancos públicos, ni por mantenerlas rigideces regulatorias de los mercados que bloquean la movilidad de los factores productivos. Al contrario, lo que necesitamos es un volumen muchísimo mayor de ahorro privado y público que, primero, les facilite a familias, empresas y bancos reducir su asfixiante endeudamiento y sanear su situación financiera; y, segundo, les permita a los empresarios más perspicaces de nuestro país ejecutar las oportunidades de inversión que vayan descubriendo en unos mercados mucho más libres que los actuales y que tomen la forma de nuevas industrias que sí generen realmente riqueza y que remplacen a ese cementerio de elefantes que era y sigue siendo el ladrillo. Lejos de posponer indefinidamente los ajustes y la austeridad que necesitamos con urgencia desde hace años, tal como han hecho hasta el momento los gobiernos de todo signo político, debemos acelerarlos y profundizar en ellos sin vacilación. Como en el caso anterior, la solución a la crisis no pasa por más desnortado intervencionismo de corte keynesiano, sino por más mercado y muchísimo menos Estado.
Desafortunadamente, estas dos contribuciones centrales de la ciencia económica al análisis de las crisis financieras suponen toda una afrenta contra el pensamiento estatista que ha colonizado a las sociedades y a la clase política occidental en el último siglo, tan renuentes ambas a dejar de gastar el dinero del prójimo y de teledirigir sus libertades. Por ello, lo más previsible es que no sólo no sean escuchadas, sino que incluso se termine avanzando en la dirección opuesta a las mismas, por mucho que esa obcecación anticientífica sólo nos conduzca, a corto plazo, a alargar innecesaria y dolorosamente la actual crisis y, a largo plazo, a seguir padeciendo los ciclos económicos maniacodepresivos que tantas penalidades y empobrecimiento generalizados provocan.
A los economistas, en medio de esta adversa coyuntura, sólo nos queda la amarga tarea de seguir repitiendo estas verdades básicas aun cuando casi nadie quiera escucharlas y aun cuando, de hecho, se nos critique por no aportar soluciones válidas contra los problemas que afectan al ciudadano. Al final, sin embargo, por la fuerza de la virtud o por la virtud de la fuerza, no cabrá otra alternativa que, cual gravitacional ley, darles la consideración que se merecen… a pesar de la frontal oposición de cuantos se niegan a abandonar el mundo del despilfarro redistributivo, el crédito barato, el Estado niñera, las redes clientelares y los privilegios regulatorios. Muchas gracias.

Visual 42

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The whims of nature


… is from page 29 of Tomas Sedlacek’s 2011 book Economics of Good and Evil (original emphasis):
The entire history of culture is dominated by an effort to become as independent as possible from the whims of nature.  The more developed a civilization is, the more an individual is protected from nature and natural influences and knows how to create around him a constant or controllable environment to his liking.  Our menu is no longer dependent on harvests, the presence of wild game, or the seasons….
Nowadays we usually perceive unspoiled nature as an ideal of beauty and purity, but most Western-type people would not survive for long in nature’s untouched locations.  It is not a world of people.


Source: Cafe Hayek. 

The Cost Of Creativity

Jonah Lehrer.


The best part of book tours are the questions. After spending years with the same ideas and sentences – they become old friends – it’s invigorating to see how people react, to keep track of which concepts spark their curiosity. It’s also fun to consider questions that never occured to me while writing the book. For instance, I was recently stumped by a seemingly obvious query that I hadn’t really considered. It was asked by a 4th grader: “What,” he wanted to know, “is the downside of creativity? Isn’t it possible that humans are too creative?”

I muttered something incoherent about nuclear weapons and human ingenuity creating the seeds of its own destruction. I’m pretty sure I quoted Einstein. But I could tell he wasn’t satisfied, that my answer struck him as facile and trite, which it was. So here’s my attempt to give him a better answer, because I think the absurd success of human creativity comes with a real cost.
One of the scientists I spend a lot of time with in Imagine is Geoffrey West, a brilliant theoretical physicist at the Sante Fe Insititute. (He has done a lot of intriguing work on cities, trying to figure out why cities are “the most important invention in the history of human civilization” and why some cities are so much more innovative than others, at least measured by per capita production of patents.) Although West celebrates the inventiveness of cities – all those knowledge spillovers leads to new knowledge – he is quick to point out that our creativity has its disadvantages. New ideas, after all, have a disturbing tendency to become new things, and things aren’t free.
West illustrates the problem by translating the modern human lifestyle – and we live surrounded by our own inventions – into watts. “A human being at rest runs on 90 watts,” he told me. “That’s how much power you need just to lie down. And if you’re a hunter-gatherer and you live in the Amazon, you’ll need about 250 watts. That’s how much energy it takes to run about and find food. So how much energy does our lifestyle [in America] require? Well, when you add up all our calories and then you add up the energy needed to run the computer and the air-conditioner, you get an incredibly large number, somewhere around 11,000 watts. Now you can ask yourself: What kind of animal requires 11,000 watts to live? And what you find is that we have created a lifestyle where we need more watts than a blue whale. We require more energy than the biggest animal that has ever existed. That is why our lifestyle is unsustainable. We can’t have seven billion blue whales on this planet. It’s not even clear that we can afford to have 300 million blue whales.”
The historian Lewis Mumford described the rise of the megalopolis as “the last stage in the classical cycle of civilization,” which would end with “complete disruption and downfall.” In his more pessimistic moods, West seems to agree: he knows that nothing can trend upward forever, that eventually our creativity will make life utterly unsustainable. In fact, West sees human history as defined by this constant tension between expansion and scarcity, between the relentless growth made possible by our creativity and the limited resources that hold our growth back.
Of course, the only solution to the problem of human innovation is more innovation. After a resource is exhausted, we are forced to exploit a new resource, if only to sustain our craving for growth. West cites a long list of breakthroughs to illustrate this historical pattern, from the discovery of the steam engine to the invention of the Internet. “These major innovations completely changed the way society operates,” West says. “It’s like we’re on the edge of a cliff, about to run out of something, and then we find a new way of creating wealth. That means we can start to climb again.”
But the escape is only temporary, as every innovation eventually leads to new shortages. We clear-cut forests, and so we turn to oil; once we exhaust our fossil-fuel reserves, we’ll start driving electric cars, at least until we run out of lithium. Although human creativity has generated a seemingly impossible amount of economic growth, it has also inspired the innovations that allow the growth to continue. So here’s the paradox: creativity is the only solution to the very real problem of creativity.
There is a serious complication to this triumphant narrative of cliff edges and innovation, however. Because our lifestyle has become so expensive to maintain, every new resource now becomes exhausted at a faster rate. This means that the cycle of innovations has to constantly accelerate, with each breakthrough providing a shorter reprieve. The end result is that our creativity isn’t just increasing the pace of life; it is also increasing the pace at which life changes. “It’s like being on a treadmill that keeps on getting faster,” West says. “We used to get a big revolution every few thousand years. And then it took us a century to go from the steam engine to the internal-­combustion engine. Now we’re down to about 15 years between big innovations. What this means is that, for the first time ever, people are living through multiple revolutions.”
Needless to say, such revolutions aren’t fun. They’re unsettling and disruptive. But they appear to be the inevitable downside of our ceaseless ingenuity, for creativity comes with a multiplier effect: new ideas beget more new ideas. The treadmill is going fast. And it’s getting faster.

El termostato planetario

Félix Ares.



El mecanismo por el que la Tierra se ha mantenido a la temperatura que permite la existencia de agua líquida.  Hay un mecanismo que ha permitido que la temperatura media de la superficie terrestre esté en el intervalo que permite la existencia de agua líquida. Dicho mecanismo se basa en que al aumentar la temperatura también lo hace la erosión de las rocas, cuyo calcio, al llegar al mar, estimula la creación de rocas calizas que secuestran el CO2 de la atmósfera.
Todas las estrellas similares a nuestro Sol, tienen una vida parecida. Empiezan siendo unas estrellas poco brillantes, y lentamente van aumentando su brillo, hasta que ya muy mayores se hacen gigantescas…
Nuestra estrella tiene unos 5 000 millones de años y nuestra Tierra unos 4 500. Lo sorprendente es que cuando la Tierra nació el sol era un 30% menos brillante que ahora, sin embargo, prácticamente durante toda su historia la temperatura de la superficie ha sido bastante constante, permaneciendo casi siempre en la zona que permite agua líquida: es decir, mayor de cero grados y menor de cien. De ese modo la vida terrestre, uno de cuyos requerimientos es la existencia de agua líquida, pudo desarrollarse.
Cuando todos estos datos se dieron por contrastados, entre los científicos surgió una pregunta: ¿cómo es posible que cuando la Tierra era joven no fuera una bola de hielo? Debemos tener en cuenta que del Sol recibía un 30% menos de energía. En 1981 se publicaba un artículo cuyo autor principal era J. C. G. Walker en el que proponían que el que la Tierra se mantuviera en esas temperaturas era porque tenía un termostato. Ya sabemos que un termostato, por ejemplo el que tenemos en un equipo de aire acondicionado, mantiene la temperatura estable. El termostato de la Tierra era tremendamente complicado y se basaba en dos ingredientes principales: la tectónica de placas (el movimiento de los continentes) y el llamado ciclo carbonato-silicato que lo que hace es quitar y poner CO2 en la atmósfera. Veamos las ideas clave de su funcionamiento. Cuando la Tierra era muy joven y el Sol brillaba poco, lo que permitió que la Tierra no fuera un bloque de hielo es que tenía una gran concentración de CO2 en la atmósfera. Como muy bien sabe, el CO2 es el gas de efecto invernadero que está produciendo el calentamiento global. Mucho gas, mucho calor. Poco gas, mucho frío.
La atmósfera está recibiendo permanente un aporte de CO2 procedente de los volcanes.
Walker, Hays y Kasting se dieron cuenta de algo muy importante: que al aumentar la temperatura aumenta la erosión. Un 95% de la corteza terrestre está formada por silicatos, cuya erosión aumenta con la temperatura. Los silicatos, además de Silicio, como su nombre sugiere, también tienen otros elementos tales como magnesio o calcio. Que no se nos olvide este último: calcio. Con la erosión parte del calcio se libera y va al mar.
Vayamos al mar. En el suelo oceánico es habitual que se formen rocas calizas, bien por reacciones químicas a la adecuada temperatura y presión, bien por las conchas de los seres vivos. El nombre de caliza sugiera que uno de sus componentes es el calcio y es cierto. Para que se forme la roca se necesita calcio y carbono; el carbono puede obtenerse del CO2 de la atmósfera; hay abundancia de él. No es el elemento limitante. El elemento que limita la cantidad de caliza que se produce es el calcio. Si hay calcio se produce caliza.
Al producirse la caliza, se consume CO2. Pero recordemos que si aumenta la temperatura de la superficie, aumenta la erosión y aumenta la cantidad de calcio que llega al mar. Es decir, que al aumentar la temperatura se crea más caliza y esta absorbe más cantidad de CO2. Es decir, al aumentar la temperatura se inician los mecanismos que hacen disminuir el contenido de CO2 de la atmósfera y al hacerlo, el efecto invernadero es menor y la temperatura decrece.
Aquí está el termostato: al aumentar la temperatura aumenta la erosión, que aumenta la cantidad de calcio disponible para crear caliza, que disminuye el CO2 de la atmósfera y por lo tanto disminuye la temperatura.
Por el contrario, si la temperatura es muy fría, hay poca erosión, hay poco calcio disponible y el CO2 no se secuestra en la caliza. Y como los volcanes aportan una cantidad constante de CO2 la temperatura de la Tierra crece.
Tenemos un buen termostato.
La Tierra vista desde el Apollo 17. Gentileza NASA
La Tierra vista desde el Apollo 17. Gentileza NASA
Termostato y CO2
En estos momentos todos somos conscientes de que el aumento de temperatura en la Tierra es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos. Podríamos pensar que al aumentar la temperatura, aumentara la erosión que llevase el calcio al mar y que allí se secuestraría el CO2 en nuevas rocas calizas. Y no nos equivocaríamos. Pero si no hiciéramos algo para atajar el problema cometeríamos un grave error.
El termostato de la Tierra funcionará, pero demasiado tarde. El problema lo tenemos para los próximos 50-100 años y el termostato terrestre funciona en plazos de millones de años, muchos millones de años.
No debemos hacernos ilusiones. El termostato funciona, pero no nos sirve de nada para solucionar los problemas actuales. Tenemos que hacer algo para evitar que el contenido de CO2 de la atmósfera siga creciendo. Hoy la concentración de CO2 está en el orden de las 380 partes por millón. Los datos paleontológicos nos dicen que al llegar a las 1 000 partes por millón el daño para la vida en la Tierra –incluyéndonos a nosotros– es brutal. Estaríamos ante una de las mayores extinciones de la historia de la Tierra.
Venus. Un planeta que es un horno. En eso se convertiría la Tierra sin su termostato. Gentileza NASA.
Venus. Un planeta que es un horno. En eso se convertiría la Tierra sin su termostato. Gentileza NASA.
Erosión de la caliza
La cáscara de huevo no es nada más que caliza. Vamos a ver que al descomponerse desprende CO2.
Necesitamos un huevo, un vaso y vinagre.
En el vaso ponemos el huevo y echamos suficiente vinagre para que quede totalmente sumergido. Recuerda que el vinagre es un ácido.
Unos minutos después veremos que toda la cáscara está rodeada de burbujas de distinto tamaño. Cuando el vinagre reacciona con la caliza se produce CO2.
Lo mismo ocurriría si en vez de poner un huevo pusiéramos un trozo de caliza. Pero hemos creído que un huevo era más fácil de conseguir.
Uno de los problemas de la llamada «lluvia ácida» es que, como su nombre indica, es ácida; por lo tanto, cuando cae sobre las rocas calizas reacciona con ellas y se desprende  CO2, lo mismo que en nuestro experimento con la cáscara de huevo y el vinagre. Es decir, la lluvia ácida, producida por la contaminación atmosférica, entre otros muchos males también provoca un aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre, contribuyendo al cambio climático y al aumento de la temperatura en nuestro planeta.
Un huevo metido en vinagre produce burbujas de CO2. Foto de eureka! Zientzia museoa.
Un huevo metido en vinagre produce burbujas de CO2. Foto de eureka! Zientzia museoa.