Una teoría de la clase política española por César Molinas

El País.


En este artículo propongo una teoría de la clase política española para argumentar la necesidad imperiosa y urgente de cambiar nuestro sistema electoral para adoptar un sistema mayoritario. La teoría se refiere al comportamiento de un colectivo y, por tanto, no admite interpretaciones en términos de comportamientos individuales. ¿Por qué una teoría? Por dos razones. En primer lugar porque una teoría, si es buena, permite conectar sucesos aparentemente inconexos y explicar sucesos aparentemente inexplicables. Es decir, dar sentido a cosas que antes no lo tenían. Y, en segundo lugar, porque de una buena teoría pueden extraerse predicciones útiles sobre lo que ocurrirá en el futuro. Empezando por lo primero, una buena teoría de la clase política española debería explicar, por lo menos, los siguientes puntos:
1. ¿Cómo es posible que, tras cinco años de iniciada la crisis, ningún partido político tenga un diagnóstico coherente de lo que le está pasando a España?
2. ¿Cómo es posible que ningún partido político tenga una estrategia o un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis? ¿Cómo es posible que la clase política española parezca genéticamente incapaz de planificar?
3. ¿Cómo es posible que la clase política española sea incapaz de ser ejemplar? ¿Cómo es posible que nadie-salvo el Rey y por motivos propios- haya pedido disculpas?
4. ¿Cómo es posible que la estrategia de futuro más obvia para España -la mejora de la educación, el fomento de la innovación, el desarrollo y el emprendimiento y el apoyo a la investigación- sea no ya ignorada, sino masacrada con recortes por los partidos políticos mayoritarios?
En lo que sigue, argumento que la clase política española ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación. En este sentido forma una élite extractiva, según la terminología popularizada por Acemoglu y Robinson. Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las cajas de ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias. Estos procesos han llevado a España a los rescates europeos, resistidos de forma numantina por nuestra clase política porque obligan a hacer reformas que erosionan su interés particular. Una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario provocaría que los cargos electos fuesen responsables ante sus votantes en vez de serlo ante la cúpula de su partido, daría un vuelco muy positivo a la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural. Empezaré haciendo una breve historia de nuestra clase política. A continuación la caracterizaré como una generadora compulsiva de burbujas. En tercer lugar explicitaré una teoría de la clase política española. En cuarto lugar usaré esta teoría para predecir que nuestros políticos pueden preferir salir del euro antes que hacer las reformas necesarias para permanecer en él. Por último propondré cambiar nuestro sistema electoral proporcional por uno mayoritario, del tipo first-past-the-post, como medio de cambiar nuestra clase política.

La historia

Los políticos de la Transición tenían procedencias muy diversas: unos venían del franquismo, otros del exilio y otros estaban en la oposición ilegal del interior. No tenían ni espíritu de gremio ni un interés particular como colectivo. Muchos de ellos no se veían a sí mismos como políticos profesionales y, de hecho, muchos no lo fueron nunca. Estos políticos tomaron dos decisiones trascendentales que dieron forma a la clase política que les sucedió. La primera fue adoptar un sistema electoral proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas. El objetivo era consolidar el sistema de partidos políticos fortaleciendo el poder interno de sus dirigentes, algo que entonces, en el marco de una democracia incipiente y dubitativa, parecía razonable. La segunda decisión, cuyo éxito se condicionaba al de la primera, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la versión café para todos del Estado de las autonomías. Los peligros de una descentralización excesiva, que eran evidentes, se debían conjurar a partir del papel vertebrador que tendrían los grandes partidos políticos nacionales, cohesionados por el fuerte poder de sus cúpulas. El plan, por aquel entonces, parecía sensato.
Pero, tal y como le ocurrió al Dr. Frankenstein, lo que creó al monstruo no fue el plan, que no era malo, sino su implementación. Por una serie de infortunios, a la criatura de Frankenstein se le acabó implantando el cerebro equivocado. Por una serie de imponderables, a la joven democracia española se le acabó implantando una clase política profesional que rápidamente devino disfuncional y monstruosa. Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs “La gran máquina americana de hacer burbujas” comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible. Más adelante propondré un símil parecido para la actual clase política española, pero antes conviene analizar cuáles han sido los cuatro imponderables que han acabado generando a nuestro monstruo.
En primer lugar, el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas, ha creado una clase política profesional muy distinta de la que protagonizó la Transición. Desde hace ya tiempo, los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas. Este sistema ha terminado por convertir a los partidos en estancias cerradas llenas de gente en las que, a pesar de lo cargado de la atmósfera, nadie se atreve a abrir las ventanas. No pasa el aire, no fluyen las ideas, y casi nadie en la habitación tiene un conocimiento personal directo de la sociedad civil o de la economía real. La política y sus aledaños se han convertido en un modus vivendi que alterna cargos oficiales con enchufes en empresas, fundaciones y organismos públicos y, también, con canonjías en empresas privadas reguladas que dependen del BOE para prosperar.
En segundo lugar, la descentralización del Estado, que comenzó a principios de los 80, fue mucho más allá de lo que era imaginable cuando se aprobó la Constitución. Como señala Enric Juliana en su reciente libro Modesta España, el Estado de las autonomías inicialmente previsto, que presumía una descentralización controlada de “arriba a abajo”, se vio rápidamente desbordado por un movimiento de “abajo a arriba” liderado por élites locales que, al grito de “¡no vamos a ser menos!”, acabó imponiendo la versión de café para todos del Estado autonómico. ¿Quiénes eran y qué querían estas élites locales? A pesar de ser muy lampedusiano, Juliana se limita a señalar a “un democratismo pequeñoburgués que surge desde abajo”. Eso es, sin duda, verdad. Pero, adicionalmente, es fácil imaginar que los beneficiarios de los sistemas clientelares y caciquiles implantados en la España de provincias desde 1833, miraban al nuevo régimen democrático con preocupación e incertidumbre, lo que les pudo llevar, en muchos casos, a apuntarse a “cambiarlo todo para que todo siga igual” y a ponerse en cabeza de la manifestación descentralizadora. Como resultante de estas fuerzas, se produjo un crecimiento vertiginoso de las Administraciones Públicas: 17 administraciones y gobiernos autonómicos, 17 parlamentos y miles -literalmente miles- de nuevas empresas y organismos públicos territoriales cuyo objetivo último en muchos casos, era generar nóminas y dietas. En ausencia de procedimientos establecidos para seleccionar plantillas, los políticos colocaron en las nuevas administraciones y organismos a deudos, familiares, nepotes y camaradas, lo que llevó a una estructura clientelar y politizada de las administraciones territoriales que era inimaginable cuando se diseñó la Constitución. A partir de una Administración hipertrofiada, la nueva clase política se había asegurado un sistema de captura de rentas -es decir un sistema que no crea riqueza nueva, sino que se apodera de la ya creada por otros- por cuyas alcantarillas circulaba la financiación de los partidos.
En tercer lugar, llegó la gran sorpresa. El poder dentro de los partidos políticos se descentralizó a un ritmo todavía más rápido que las Administraciones Públicas. La idea de que la España autonómica podía ser vertebrada por los dos grandes partidos mayoritarios saltó hecha añicos cuando los llamados barones territoriales adquirieron bases de poder de “abajo a arriba” y se convirtieron, en la mejor tradición del conde de Warwick, en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. En este imprevisto contexto, se aceleró la descentralización del control y la supervisión de las Cajas de Ahorro. Las comunidades autónomas se apresuraron a aprobar sus propias leyes de Cajas y, una vez asegurado su control, poblaron los consejos de administración y cargos directivos con políticos, sindicalistas, amigos y compinches. Por si esto fuera poco, las Cajas tuteladas por los gobiernos autonómicos hicieron proliferar empresas, organismos y fundaciones filiales, en muchas ocasiones sin objetivos claros aparte del de generar más dietas y más nóminas.
Y en cuarto lugar, aunque la lista podría prolongarse, la clase política española se ha dedicado a colonizar ámbitos que no son propios de la política como, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, la CNMV, los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de la Competencia… El sistema democrático y el Estado de derecho necesitan que estos organismos, que son los encargados de aplicar la Ley, sean independientes. La politización a la que han sido sometidos ha terminado con su independencia, provocando una profunda deslegitimación de estas instituciones y un severo deterioro de nuestro sistema político. Pero es que hay más. Al tiempo que invadía ámbitos ajenos, la política española abandonaba el ámbito que le es propio: el Parlamento. El Congreso de los Diputados no es solo el lugar donde se elaboran las leyes; es también la institución que debe exigir la rendición de cuentas. Esta función del Parlamento, esencial en cualquier democracia, ha desaparecido por completo de la vida política española desde hace muchos años. La quiebra de Bankia, escenificada en la pantomima grotesca de las comparecencias parlamentarias del pasado mes de julio, es sólo el último de una larga serie de casos que el Congreso de los Diputados ha decidido tratar como si fuesen catástrofes naturales, como un terremoto, por ejemplo, en el que aunque haya víctimas no hay responsables. No debería sorprender, desde esta perspectiva, que los diputados no frecuenten la Carrera de San Jerónimo: hay allí muy poco que hacer.

Las burbujas

Los cuatro procesos descritos en los párrafos anteriores han conformado un sistema político en el que las instituciones están, en el mal sentido de la palabra, excesivamente politizadas y en el que nadie acaba siendo responsable de sus actos porque nunca se exige en serio rendición de cuentas. Nadie dentro del sistema pone en cuestión los mecanismos de capturas de rentas que constituyen el interés particular de la clase política española. Este es el contexto en el que se desarrollaron no sólo la burbuja inmobiliaria y el saqueo y quiebra de la gran mayoría de las Cajas de Ahorro, sino también otras “catástrofes naturales”, otros “actos de Dios”, a cuya generación tan adictos son nuestros políticos. Porque, como el gran calamar de Taibbi, la clase política española genera burbujas de manera compulsiva. Y lo hace no tanto por ignorancia o por incompetencia como porque en todas ellas captura rentas. Hagamos, sin pretensión alguna de exhaustividad, un brevísimo repaso de las principales tropelías impunes de las últimas dos décadas: la burbuja inmobiliaria, las Cajas de Ahorro, las energías renovables y las nuevas autopistas de peaje.
La burbuja inmobiliaria española fue, en términos relativos, la mayor de las tres que estuvieron en el origen de la actual crisis global, siendo las otras dos la estadounidense y la irlandesa. No hay duda de que, como las demás, estuvo alimentada por los bajos tipos de interés y por los desequilibrios macroeconómicos a escala mundial. Pero, dicho esto, al contrario de lo que sucede en EE UU, las decisiones sobre qué se construye y dónde se construye en España se toman en el ámbito político. Aquí no se puede hablar de pecados por omisión, de olvido del principio de que los gestores públicos deben gestionar como diligentes padres de familia. No. En España la clase política ha inflado la burbuja inmobiliaria por acción directa, no por omisión ni por olvido. Los planes urbanísticos se fraguan en complejas y opacas negociaciones de las que, además de nuevas construcciones, surgen la financiación de los partidos políticos y numerosas fortunas personales, tanto entre los recalificados como entre los recalificadores. Por si el poder de los políticos –decidir el qué y el dónde- no fuese suficiente, la transmisión del control de las Cajas de Ahorro a las comunidades autónomas añadió a los dos anteriores el poder de decisión sobre el quién, es decir, el poder de decisión sobre quién tenía financiación de la Caja de turno para ponerse a construir. Esto supuso un salto cualitativo en la capacidad de captura de rentas de la clase política española, acercándola todavía más a la estrategia del calamar vampiro de Taibbi. Primero se infla la burbuja, a continuación se capturan todas las rentas posibles y, por último, a la que la burbuja pincha… ¡ahí queda eso! El panorama, cinco años después del pinchazo de la burbuja, no puede ser más desolador. La economía española no crecerá durante muchos años más. Y las Cajas de Ahorro han desaparecido, la gran mayoría por insolvencia o quiebra técnica. ¡Ahí queda eso!
Las otras dos burbujas que mencionaré son resultado de la peculiar simbiosis de nuestra clase política con el “capitalismo castizo”, es decir, con el capitalismo español que vive del favor del Boletín Oficial del Estado. En una reunión reciente, un conocido inversor extranjero lo llamó “relación incestuosa”; otro, nacional, habló de “colusión contra consumidores y contribuyentes”. Sea lo que sea, recordemos en primer lugar la burbuja de las energías renovables. España representa un 2% del PIB mundial y está pagando el 15% del total global de las primas a las energías renovables. Este dislate, presentado en su día como una apuesta por situarse en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático, es un sinsentido que España no se puede permitir. Pero estas primas generan muchas rentas y prebendas capturadas por la clase política y, también hay que decirlo, mucho fraude y mucha corrupción a todos los niveles de la política y de la Administración. Para financiar las primas, las empresas y familias españolas pagan la electricidad más cara de Europa, lo que supone una grave merma de competitividad para nuestra economía. A pesar de esos precios exagerados, y de que la generación eléctrica tiene un exceso de capacidad de más del 30%, el sistema eléctrico español ostenta un déficit tarifario de varios miles de millones de euros al año y más de 24.000 millones de deuda acumulada que nadie sabe cómo pagar. La burbuja de las renovables ha pinchado y… ¡ahí queda eso!
La última burbuja que traeré a colación, aunque la lista es más larga (fútbol, televisiones…), es la formada por las innumerables infraestructuras innecesarias construidas en las últimas dos décadas a costes astronómicos para beneficio de constructores y perjuicio de contribuyentes. Uno de los casos más chirriantes es el de las autopistas radiales de Madrid, pero hay muchísimos más. Las radiales, que pretendían descongestionar los accesos a Madrid, se diseñaron y construyeron haciendo dejación de principios muy importantes de prudencia y buena administración. Para empezar, se hicieron unas previsiones temerarias del tráfico que dichas autopistas iban a tener. En la actualidad el tráfico no supera el 30% de lo previsto. Y no es por la crisis: en los años del boom tampoco había tráfico. A continuación ¿incomprensiblemente? el Gobierno permitió que los constructores y los concesionarios fuesen, esencialmente, los mismos. Esto es un disparate, porque al disfrazarse los constructores de concesionarios mediante unas sociedades con muy poco capital y mucha deuda, se facilitaba que pasara lo que acabó pasando: los constructores cobraron de las concesionarias por construir las autopistas y, al constatarse que no había tráfico, amenazaron con dejarlas quebrar. Los principales acreedores eran ¡oh sorpresa! las Cajas de Ahorro. Los más de 3.000 millones de deuda nadie sabe cómo pagarlos y acabarán recayendo sobre el contribuyente pero, en cualquier caso, ¡ahí queda eso!

La teoría

Termino aquí la parte descriptiva de este artículo en la que he resumido unos pocos “hechos estilizados” que considero representativos del comportamiento colectivo, no necesariamente individual, y esto es importante recordarlo, de los políticos españoles. Paso ahora a formular una teoría de la clase política española como grupo de interés.
El enunciado de la teoría es muy simple. La clase política española no sólo se ha constituido en un grupo de interés particular, como los controladores aéreos, por poner un ejemplo, sino que ha dado un paso más, consolidándose como una élite extractiva, en el sentido que dan a este término Acemoglu y Robinson en su reciente y ya célebre libro Por qué fracasan las naciones. Una élite extractiva se caracteriza por:
"Tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio".
"Tener el poder suficiente para impedir un sistema institucional inclusivo, es decir, un sistema que distribuya el poder político y económico de manera amplia, que respete el Estado de derecho y las reglas del mercado libre. Dicho de otro modo, tener el poder suficiente para condicionar el funcionamiento de una sociedad abierta -en el sentido de Popper- u optimista -en el sentido de Deutsch".
"Abominar la 'destrucción creativa', que caracteriza al capitalismo más dinámico. En palabras de Schumpeter "la destrucción creativa es la revolución incesante de la estructura económica desde dentro, continuamente destruyendo lo antiguo y creando lo nuevo".  Este proceso de destrucción creativa es el rasgo esencial del capitalismo.”Una élite extractiva abomina, además, cualquier proceso innovador lo suficientemente amplio como para acabar creando nuevos núcleos de poder económico, social o político".
Con la navaja de Occam en la mano, si esta sencilla teoría tiene poder explicativo, será imbatible. ¿Qué tiene que decir sobre las cuatro preguntas que se le han planteado al principio del artículo? Veamos:
  1. La clase política española, como élite extractiva, no puede tener un diagnóstico razonable de la crisis. Han sido sus mecanismos de captura de rentas los que la han provocado y eso, claro está, no lo pueden decir. Cierto, hay una crisis económica y financiera global, pero eso no explica seis millones de parados, un sistema financiero parcialmente quebrado y un sector público que no puede hacer frente a sus compromisos de pago. La clase política española tiene que defender, como está haciendo de manera unánime, que la crisis es un acto de Dios, algo que viene de fuera, imprevisible por naturaleza y ante lo cual sólo cabe la resignación.
  2. La clase política española, como élite extractiva, no puede tener otra estrategia de salida de la crisis distinta a la de esperar que escampe la tormenta. Cualquier plan a largo plazo, para ser creíble, tiene que incluir el desmantelamiento, por lo menos en parte, de los mecanismos de captura de rentas de los que se beneficia. Y eso, por supuesto, no se plantea.
  3. ¿Pidieron perdón los controladores aéreos por sus desmanes? No, porque consideran que defendían su interés particular. ¿Alguien ha oído alguna disculpa de algún político por la situación en la que está España? No, ni la oirá, por la misma razón que los controladores. ¿Cómo es que, como medida ejemplarizante, no se ha planteado en serio la abolición del Senado, de las diputaciones, la reducción del número de ayuntamientos…? Pues porque, caídas las Cajas de Ahorro -y ante las dificultades presentes para generar nuevas burbujas- la defensa de las rentas capturadas restantes se lleva a ultranza.
  4. Tal y como establece la teoría de las élites extractivas, los partidos políticos españoles comparten un gran desprecio por la educación, una fuerte animadversión por la innovación y el emprendimiento y una hostilidad total hacia la ciencia y la investigación. De la educación sólo parece interesarles el adoctrinamiento: las estridentes peleas sobre la Educación para la Ciudadanía contrastan con el silencio espeso que envuelve las cuestiones verdaderamente relevantes como, por ejemplo, el elevadísimo fracaso escolar o los lamentables resultados en los informes PISA. La innovación y el emprendimiento languidecen en el marco de regulaciones disuasorias y fiscalidades punitivas sin que ningún partido se tome en serio la necesidad de cambiarlas. Y el gasto en investigación científica, concebido como suntuario de manera casi unánime, se ha recortado con especial saña sin que ni un solo político relevante haya protestado por un disparate que compromete más que ningún otro el futuro de los españoles.
La teoría de las élites extractivas, por lo visto hasta aquí, parece dar sentido a bastantes rasgos llamativos del comportamiento de la clase política española. Veamos qué nos dice sobre el futuro.

La predicción

La crisis ha acentuado el conflicto entre el interés particular de la clase política española y el interés general de España. Las reformas necesarias para permanecer en el euro chocan frontalmente con los mecanismos de captura de rentas que sostienen dicho interés particular. Por una parte, la estabilidad presupuestaria va a requerir una reducción estructural del gasto de las Administraciones públicas superior a los 50 millardos de euros, un 5% del PIB. Esto no puede conseguirse con más recortes coyunturales: hacen falta reformas en profundidad que, de momento, están inéditas. Se tiene que reducir drásticamente el sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase política. Por otra parte, para volver a crecer, la economía española tiene que ganar competitividad. Para eso hacen falta muchas más reformas para abrir más sectores a la competencia, especialmente en el mencionado sector público empresarial y en sectores regulados. Esto debería hacer más difícil seguir creando burbujas en la economía española.
La infinita desgana con la que nuestra clase política está abordando el proceso reformista ilustra bien que, colectivamente al menos, barrunta las consecuencias que las reformas pueden tener sobre su interés particular. La única reforma llevada a término por iniciativa propia, la del mercado de trabajo, no afecta directamente a los mecanismos de captura de rentas. Las que sí lo hacen, exigidas por la UE como, por ejemplo, la consolidación fiscal, no se han aplicado. Deliberadamente, el Gobierno confunde reformas con recortes y subidas de impuestos y ofrece los segundos en vez de las primeras, con la esperanza de que la tempestad amaine por sí misma y, al final, no haya que cambiar nada esencial. Como eso no va a ocurrir, en algún momento la clase política española se tendrá que plantear el dilema de aplicar las reformas en serio o abandonar el euro. Y esto, creo yo, ocurrirá más pronto que tarde.
La teoría de las élites extractivas predice que el interés particular tenderá a prevalecer sobre el interés general. Yo veo probable que en los dos partidos mayoritarios españoles crezca muy deprisa el sentimiento “pro peseta”. De hecho, ya hay en ambos partidos cabezas de fila visibles de esta corriente. La confusión inducida entre recortes y reformas tiene la consecuencia perversa de que la población no percibe las ventajas a largo plazo de las reformas y sí experimenta el dolor a corto plazo de los recortes que, invariablemente, se presentan como una imposición extranjera. De este modo se crea el caldo de cultivo necesario para, cuando las circunstancias sean propicias, presentar una salida del euro como una defensa de la soberanía nacional ante la agresión exterior que impone recortes insufribles al Estado de bienestar. También, por poner un ejemplo, los controladores aéreos presentaban la defensa de su interés particular como una defensa de la seguridad del tráfico aéreo. La situación actual recuerda mucho a lo ocurrido hace casi dos siglos cuando, en 1814, Fernando VII – El Deseado- aplastó la posibilidad de modernización de España surgida de la Constitución de 1812 mientras el pueblo español le jaleaba al grito de ¡vivan las “caenas”! Por supuesto que al Deseado actual –llámese Mariano, Alfredo u otra cosa- habría que jalearle incorporando la vigente sensibilidad autonómica, utilizando gritos del tipo ¡viva Gürtel! ¡vivan los ERE de Andalucía! ¡visca el Palau de la Música Catalana! Pero, en cualquier caso, las diferencias serían más de forma que de fondo.
Una salida del euro, tanto si es por iniciativa propia como si es porque los países del norte se hartan de convivir con los del sur, sería desastrosa para España. Implicaría, como acertadamente señalaron Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos en EL PAÍS el pasado mes de junio, no sólo una vuelta a la España de los 50 en lo económico, sino un retorno al caciquismo y a la corrupción en lo político y en lo social que llevaría a fechas muy anteriores y que superaría con mucho a la situación actual, que ya es muy mala. El calamar vampiro, reducido a chipirón, sería cabeza de ratón en vez de cola de león, pero eso nuestra clase política lo ve como un mal menor frente a la alternativa del harakiri que suponen las reformas. Los liberales, como en 1814, serían masacrados –de hecho, en los dos partidos mayoritarios, ya se observan movimientos en esa dirección.
El peligro de que todo esto acabe ocurriendo en un plazo relativamente corto es, en mi opinión, muy significativo. ¿Se puede hacer algo por evitarlo? Lamentablemente, no mucho, aparte de seguir publicando artículos como éste. Como muestran todos los sondeos, el desprestigio de la clase política española es inmenso, pero no tiene alternativa a corto plazo. A más largo plazo, como explico a continuación, sí la tiene.

Cambiar el sistema electoral

La clase política española, como hemos visto en este artículo, es producto de varios factores entre los que destaca el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas confeccionadas por las cúpulas de los partidos políticos. Este sistema da un poder inmenso a los dirigentes de los partidos y ha acabado produciendo una clase política disfuncional. No existe un sistema electoral perfecto -todos tienen ventajas e inconvenientes- pero, por todo lo expuesto hasta aquí, en España se tendría que cambiar de sistema con el objetivo de conseguir una clase política más funcional. Los sistemas mayoritarios producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios. Como consecuencia, las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional y la representatividad que dan de las urnas está menos mediatizada. Hasta aquí todo son ventajas. También hay inconvenientes. Un sistema proporcional acaba dando escaños a partidos minoritarios que podrían no obtener ninguno con un sistema mayoritario. Esto perjudicaría a partidos minoritarios de base estatal, pero beneficiaría a partidos minoritarios de base regional. En cualquier caso, el rasgo relevante de un sistema mayoritario es que el electorado tiene poder de decisión no solo sobre los partidos sino también sobre las personas que salen elegidas y eso, en España, es ahora una necesidad perentoria que compensa con creces los inconvenientes que el sistema pueda tener.
Un sistema mayoritario no es bálsamo de Fierabrás que cure al instante cualquier herida. Pero es muy probable que generase una clase política diferente, más adecuada a las necesidades de España. En Italia es inminente una propuesta de ley para cambiar el actual sistema proporcional por uno mayoritario corregido: dos tercios de los escaños se votarían en colegios uninominales y el tercio restante en listas cerradas en las que los escaños se distribuirían proporcionalmente a los votos obtenidos. Parece ser que el Gobierno “técnico” de Monti ha llegado a conclusiones similares a las que defiendo yo aquí: sin cambiar a una clase política disfuncional no puede abordarse un programa reformista ambicioso. Y es que, como le oí decir una vez a Carlos Solchaga, un “técnico” es un político que, además, sabe de algo. ¿Para cuándo una reforma electoral en España? ¿Habrá que esperar a que lleguen los “técnicos”?
César Molinas publicará en 2013 un libro titulado “¿Qué hacer con España?”. Este artículo corresponde a uno de sus capítulos.

Víctimas, 9 de septiembre: Manuel Ávila García y Federico Carro Jiménez

Libertad Digital.


Un día después del asesinato del subteniente de la Guardia Civil Cristóbal Martín Luengo de un tiro en la nuca en Bilbao, la banda terrorista ETA asesinaba en Guernica (Vizcaya) a otros dos guardias civiles mediante la explosión de un coche-bomba. Pocos minutos antes de las diez y media de la noche del 9 de septiembre de 1987, el cabo FEDERICO CARRO JIMÉNEZ y el guardia MANUEL ÁVILA GARCÍA, que patrullaban vestidos de paisano en un vehículo oficial, pero sin distintivo alguno, se acercaron a un automóvil, un Ford Fiesta de color rojo que les resultó sospechoso. Cuando se disponían a inspeccionarlo, se produjo la explosión del mismo mediante un mando a distancia accionado por el asesino Juan Carlos Balerdi, miembro del grupo Éibar de ETA.
La explosión provocó la muerte en el acto del guardia Manuel Ávila y heridas gravísimas al cabo Federico Carro, con pérdida del setenta por ciento de masa encefálica, falleciendo mientras se le trasladaba al Hospital de Cruces. A mitad de camino, a la altura del puente de Balmasín, la ambulancia sufrió una avería y tuvo que ser asistida por una dotación de la Cruz Roja de Baracaldo, que completó el traslado.
El coche-bomba estaba estacionado a unos cincuenta metros de la casa cuartel de la Guardia Civil, a las afueras de Guernica -en la carretera que conduce a Lequeitio-, en un camino vecinal y junto a una chabola. Los guardias civiles asesinados se ocupaban del reconocimiento del itinerario que separa la fábrica de armas Astra, Unceta y Cía. del acuartelamiento.
La onda expansiva del artefacto alcanzó a la chabola próxima al coche bomba, que ardió completamente. El fuego alcanzó también unos cables de electricidad de alta tensión, por lo que algunos barrios de Guernica quedaron sin suministro eléctrico durante varias horas. Asimismo, las casas colindantes al cuartel sufrieron diversos desperfectos, como rotura de cristales. La casa cuartel, sin embargo, no resultó afectada, pero el apagón de luz, que afectó a calles y carreteras colindantes, provocó algún accidente y añadió confusión a la situación.
Tras producirse el atentado, efectivos de la Guardia Civil, a los que se unieron miembros de la Policía Municipal de Guernica y de la Ertzaintza, paralizaron el tráfico e hicieron discurrir la circulación por una ruta alternativa, mientras varios centenares de vecinos se congregaron en el lugar de los hechos para enterarse de lo ocurrido. Asimismo, miembros del equipo de desactivación de explosivos de la Guardia Civil rastrearon los alrededores con perros adiestrados en previsión de que pudiera haber sido colocada alguna otra bomba.
La capilla ardiente con los restos mortales de los guardias civiles asesinados se instaló al día siguiente por la mañana en el Gobierno Civil de Vizcaya. A las siete de la tarde se celebraron los funerales en la parroquia de San José de los Padres Agustinos de Bilbao.
César Milano Manso, gobernador civil de Álava y delegado del Gobierno en el País Vasco en funciones, manifestó tras el atentado, en declaraciones a Antena 3, que el Ejecutivo no iba a cambiar la estrategia de la lucha antiterrorista y que seguiría "con las medidas policiales y las medidas políticas". Milano hizo un llamamiento a los ciudadanos para que ayudasen a todos los poderes públicos "a acabar con esta lacra", y calificó el atentado de una nueva venganza del "sindicato del crimen". "ETA pretende poner en tensión a la sociedad para conseguir sus objetivos, si es que los tienen claros y si, por otro lado, fueran alcanzables". Milano recordó que él había calificado el asesinato del subteniente de la Guardia Civil Cristóbal Martín Luengo el día anterior de venganza de ETA por la desarticulación del grupo Barcelona, y dijo que este nuevo atentado, en sólo cuarenta y ocho horas, era una nueva venganza por el mismo motivo.
La Asociación por la Paz en Euskadi fue la primera formación en condenar el doble asesinato y convocó para el día siguiente concentraciones silenciosas en diversas localidades del País Vasco.
Al día siguiente, la banda terrorista ETA atacó con granadas el acuartelamiento de la Guardia Civil en Ordicia (Guipúzcoa), causando sólo desperfectos materiales. Sólo uno de los cinco proyectiles impactó en la fachada principal del cuartel. Otra granada estalló en el aparcamiento de la Compañía Auxiliar del Ferrocarril, colindante al acuartelamiento, dañando varios de los vehículos estacionados.
En 1994 la Audiencia Nacional condenó a Jesús María Ciganda Sarratea, Juan Carlos Balerdi Iturralde, alias Eneko, Fermín Urdiain Ciriza, alias Txiki, Iñaki Zugadi García y Miren Josune Onaindia Susaeta a más de 62 años de cárcel a cada uno de ellos. Pese a estas condenas, y a otras impuestas por otros asesinatos cometidos como integrante del grupo Éibar de ETA, Fermín Urdiain fue puesto en libertad en enero de 2006, tras haber cumplido sólo 16 años y 9 meses de prisión. En el atentado que acabó con la vida de Manuel Ávila y Federico Carro también participó el etarra Cándido Zubikarai Badiola, que fue quien trasladó a los etarras hasta Guernica para colocar el coche-bomba y los escondió posteriormente en su domicilio en Ondárroa.
En relación con este atentado la Policía detuvo al día siguiente en Bilbao por su presunta relación con el doble asesinato a un agente de la Ertzaintza y a su esposa. Se trataba de Pedro Gamecho Léniz y de Lidia Zabala. La infiltración de etarras y proetarras en la Policía Autonómica vasca, o su captación posterior por la banda terrorista, ha sido un problema grave en este cuerpo policial. La mayoría de los ertzainas detenidos por sus vinculaciones con ETA pertenecían a las primeras promociones, cuando los sistemas de selección no contaban con los filtros que se desarrollaron posteriormente. Hasta once ertzainas han sido detenidos por formar parte de la quinta columna de ETA en la Policía Autonómica vasca desde la creación del cuerpo, tal y como informaba el diarioABC en su edición del 19 de julio de 1993.
Manuel Ávila García, guardia de 22 años, soltero, era natural de Alcalá la Real (Jaén). Había ingresado en el Instituto Armado el 1 de febrero de 1984 y llevaba destinado en el acuartelamiento de Guernica desde el mes de febrero de 1987. Al entierro de Manuel Ávila García el 11 de septiembre en la localidad de Mures (Jaén) asistieron unas 2.000 personas.

Federico Carro Jiménez, cabo de la Guardia Civil de 29 años y soltero también, era natural de León. Había ingresado en el Cuerpo el 2 de febrero de 1982 y ascendió a cabo en octubre de 1986. Estaba destinado en Guernica desde el 1 de abril de 1987. Su padre, Federico Carro Villagómez, era coronel de aviación, ya retirado en el momento en que asesinaron a su hijo. Carro Jiménez fue enterrado en Burgos. En abril de 2010 el Ayuntamiento de León decidió, tras una propuesta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), cambiar el nombre de la calle Víctimas del Terrorismo por el de Federico Carro.

Countless Wonders. Free Markets Let Entrepreneurs Help Everyone

by Donald Boudreaux.

On a recent drive through an affluent San Francisco neighborhood boasting truly spectacular homes, I did what almost every ordinary person does in such circumstances: I wondered to myself, “What can I do to earn enough money to be able to afford such a home?” My thinking continued: “To earn such wealth requires that I produce a product that lots of people value more than it would cost me to produce. Okay! Good! I’ve identified the general formula. Now all I need to do is to think of a product for which people will pay a price higher than my cost of production.”
“What can I produce? . . . What can I produce? . . . What creative idea can I come up with that will earn me a bundle? . . . What can I produce?.’.. Think, Don: think, think, THINK!”
Melancholy engulfed me as I drew a blank—the same embarrassing blank that I drew on each of the thousand-and-one previous occasions when I tried to think of a new product or service that consumers would value.
Fact is, I possess absolutely no such entrepreneurial creativity. None. Zippola.
And yet, despite my mind’s barrenness on this front, how fortunate I am! How amazingly, breathtakingly fortunate—and wealthy—I am!
My good fortune is that I live in a society in which I benefit immensely and directly from other people’s creative ideas-no one of which I would have dreamed up in several lifetimes. The distinguishing feature of a depoliticized free-market economy is that it not only inspires creative people to create, but it also inspires these creative people to create things and processes that benefit even me and others who are hopelessly non-creative.
Here’s what I mean. I’m writing these words somewhere over the State of Utah as I hurtle toward New York City at a speed of 600 miles per hour. Less than a foot from my arm the air temperature is 50 degrees Fahrenheit below zero. And yet I’m cozy, comfortable, and safe as I sip complimentary gourmet coffee. Two hours ago I was in California; three hours from now I’ll be in New York. My thoughts are being recorded (with help from my fingers) on a laptop computer that has more computer power than was on Apollo 11. I can check my e-mail messages by plugging my laptop into the telephone nestled in the seat in front of me.
Each of these wonders—and they are wonders!—is made possible by countless creative ideas of people whom I don’t know and who don’t know me. I am responsible for none of the ideas that enable me to write on a computer as I fly safely across the continent. But here I am, the happy beneficiary of these astonishing creations.
What’s more, I’m an ordinary American. I’m not rich by modern American standards. But so what? In truth, I’m astoundingly wealthy. I (like nearly all other Americans) can acquire these luxuries in exchange for just a tiny fraction of my work time.
Let’s tally up the cost to me, today, of the luxuries that I identify above. The round-trip coach airfare is $338. My new laptop, complete with modem and all of the requisite software for word processing and for e-mailing, costs a total of $2,000. Because I’ll probably keep this laptop for at least two years, the daily cost to me of this laptop is no more than $2.74 (which is $2,000 divided by the 730 days that there are in two full years). To check my e-mail will cost me about $35 in telephone charges—a figure calculated on the assumption that I’ll be on the air-phone for ten minutes (which is far more connect time than I’ll probably need).
So what do we have? All told, it costs me a paltry $375.74 to fly from New York to California and back and to write this column en route and to check my e-mail. $375.74—that’s all! A mere $375.74 is all that I paid to do what twenty years ago no one at all could do, and what only four or five years ago only the wealthiest of the wealthy could do.
Yet today laptop computing on a jetliner is so common in Western society that we take it for granted. My fellow passengers are no more astonished to see me typing on my laptop than they would be to spot a pigeon in Central Park.
The 1997 annual report of the Federal Reserve Bank of Dallas is entitled Time Well Spent: The Declining Real Cost of Living in America. I encourage you to read this remarkable document. (Note: The Dallas Fed is something of a renegade among government agencies. Its leadership and staff of economists rank among the most free-market-oriented group of scholars in America today.) The report’s authors—W. Michael Cox and Richard Alm—document how the real cost of living in America has fallen dramatically over the past century, and how it continues to fall. Cox and Alm measure cost of living by using work time—the amount of time the typical American worker must labor to purchase various goods and services.
Almost any good or service you can name costs less work time today than it cost just a few years ago. For example, in 1984 the typical American worker had to work 435 hours to purchase a personal computer. Today, a vastly more powerful computer is available for only 76 hours of work by the typical American worker. A cell phone in 1984 cost 456 hours of the typical American’s work time. A much better cell phone today costs a mere nine hours.
Of course, many goods and services that we today take for granted could ten years ago be purchased at no price whatsoever—such as checking e-mail from a commercial jetliner.
The marvels to which we each have daily access are the product of millions of creative minds figuring out how better to please consumers—by producing new or improved products and by reducing the costs of producing existing products. Many of these creative people earn (and deserve) millions of dollars; some earn (and deserve) billions of dollars; most earn handsome but not princely sums. Everyone, however, in industrial society profits greatly from every market entrepreneur’s creativity.
I need not lament that I, personally, have no creative, productive ideas. I have the great good fortune to live in a society that encourages truly creative people to share the fruits of their creativity with me. My blessings are literally too great to count.
Donald J. Boudreaux

El Gran Bazooka: BCE y Deuda Soberana

por Xavier Sala i Martín.


El Gran Bazooka: BCE y Deuda Soberana
El Gran Bazooka
Finalmente el Banco Central Europeo ha marcado paquete y ha enseñado su gran bazooka. La expresión “gran bazooka” forma parte de la jerga financiera desde que el secretario del tesoro norteamericano, Hank Paulson, defendió ante el congreso y pidió que éste multiplicara la cantidad de dinero disponible para rescatar de Freddie Mac y Fannie Mae ante los ataques especulativos:“si tienes una pistola de agua en el bolsillo y alguien te reta, seguramente la tendrás que sacar. Pero si tienes un gran bazooka, y todo el mundo sabe que lo tienes, puede que no lo tengas que sacar. Al aumentar el miedo que infundes, reducirá la probabilidad de tener que usarlo”
El papel de los Bancos Centrales
Los bancos centrales fueron diseñados a finales del siglo XIX y principios del XX como los primeros gran bazookas financieros. Durante el siglo XIX los sistemas bancarios de todo el mundo estaban sujetos a “pánicos” recurrentes: de repente corría el rumor de que el banco X se había quedado sin dinero y la gente corría a sacar sus depósitos por miedo a perderlos. Al perder depósitos, el banco quebraba y tenía que cerrar. Es decir, la rumorología y los pánicos irracionales podían hacer que bancos perfectamente sanos y solventes se volvieran insolventes y tuvieran que cerrar(*).
Para evitar ese problema, las autoridades crearon el “banco central”: un banco de bancos con la capacidad de imprimir dinero y llevarlo rápidamente a cualquier banco comercial. Los diseñadores de esa idea pensaron que si algún día se desataba el rumor irracional de que el banco X no tenía suficiente dinero, el banco central acudiría con todo una montaña de billetes. Al ver que los billetes están ahí, el pánico desaparecería, el banco no quebraría y el banco central podría llevarse de nuevo todos los billetes para casa. Fijaos que el simple hecho de que haya un banco central con capacidad de imprimir cantidades ilimitadas de dinero y dispuesto a acudir a los bancos disuadiría a los especuladores en estado de pánico. Sólo con enseñar el gran bazooka se soluciona el problema sin necesidad de usarlo.
Notad que el Banco Central no va a evitar que los bancos insolventes quiebren. Y tamposo es esa su misión. Los bancos inviables deben cerrar con o sin banco central. El Banco Central, sin embargo, evita que los bancos solventes se vuelvan insolventes por culpa de los rumores infundados.
El BCE y la propuesta de comprar deuda soberana Española e Italiana
En la reunión de hoy, 6 de setiembre de 2012, el BCE ha decidido dotarse de la capacidad de comprar deuda de los gobiernos europeos con problemas para hacer bajar la prima de riesgo que tienen que pagar países como España o Italia. La idea es simple: España e Italia son países solventes (es decir, si los tipos de interés son razonables, podrían hacer frente a sus deudas con recaudaciones futuras) pero no tienen liquidez para afrontar sus pagos a corto plazo. Debido a los pánicos que vienen de la situación griega y la posible desintegración del euro, los mercados exigen unos tipos de interés cada vez mayores. Y si los tipos de interés pasan a ser demasiado elevados, llegará un punto en que toda la recaudación del estado irá a pagar intereses y la deuda será insostenible. Para evitar esos pánicos, el BCE ha decidido comprar deuda soberana española e italiana a unos tipos de interés “razonables”. Al hacerlo, se espera que los tipos bajen y se impida que España e Italia sean insolventes. Dado que el BCE una capacidad casi ilimitada de generar recursos (ya que tiene una máquina de imprimir dinero), los mercados van a bajar los tipos de interés a los que prestan a España e Italia sin necesidad de que el BCE compre toda la deuda: Solo con enseñar el gran bazooka, esperan, se solucionará el problema. Y de hecho, desde que el pasado 23 de Julio Mario Draghi anunció que compraría un bazooka y lo pondría a disposición , las primas de riesgo han caído en picado... y eso que todavía no ha comprado ni un euro de deuda. Solo con mencionar (creíblemente) al bazooka ha calmado a los mercados durante un mes y medio.
Disciplina
¿Es bueno que el BCE compre deuda soberana? Si y no. O no necesariamente. En la medida que los tipos de interés que los mercados utilizan para España o Italia son irracionalmente altos (es decir, en la medida de que la prima de riesgo no está justificada por los fundamentales sino por los pánicos de los inversores) la compra de bonos por parte del BCE es buena. Pero en la medida que esos tipos reflejan el riesgo de que España e Italia sean justificadas por los fundamentales, no. La razón es que los tipos de interés deben reflejar el riesgo de impago. Y si existe riesgo real de impago porque, por ejemplo, la deuda italiana es demasiado alta o el déficit español no se está corrigiendo por falta de reformas serias, es bueno que los tipos de interés lo reflejen y reducciones artificiales de esos tipos por parte del BCE son una mala idea. De hecho, son las subidas de los tipos de interés las que han hecho que España abandonara su locura expansiva y la locura del despilfarro que llevaron a los extravantes déficits de 2010 y 2011. Cuando Berlusconi se vio contra la pared en julio de 2011, anunció reformas de todo tipo. Cuando el BCE intervino para aliviar la prima de riesgo en agosto del mismo año, Italia abandonó las reformas de inmediato.
Dicho de otro modo, el anuncio de la compra de deuda soberana por parte del BCE es buena y le va a permitir a España e Italia ganar tiempo para que las reformas surjan sus efectos. La intervención del BCE, sin embargo, no es un substituto para la austeridad fiscal.
Lógicamente el BCE lo sabe y es por ello que ha anunciado que, antes de intervenir, los países que lo quieran deberán firmar un Memorandum of Understanding (MoU), un contrato con los fondos de rescate en el que se comprometerán a seguir con la austeridad y no hacer la pirula de Berlusconi. El MoU no será un rescate total como los de Irlanda, Grecia o Portugal. Será un “programa preventivo” que se aplicará a países que todavía tienen acceso a los mercados financieros. Eso es importante porque los programas de rescate totales aplicados hasta ahora solamente se aplican cuando el país ha perdido toda fuente de financiación. Y eso tiene incentivos perversos ya que hace que los países se esperen a pedir ayuda hasta que ya es demasiado tarde.
¿Qué parte de la prima de riesgo es riesgo real y que parte es paranoia especulativa? Difícil de saber. El Banco Central de Italia estima que unos 200 puntos básicos son especulativos (es decir, si la prima es de 5%, 3% corresponde a riesgo real y 2% a sobreprima especulativa). Goldman Sachs, por su lado, estima que solo entre 100 y 150 puntos básicos son especulativos. En cualquier caso, el BCE no ha anunciado un objetivo oficial de reducción de la prima de riesgo. Es decir, no ha dicho que "actuarán hasta que la prima de riesgo sea solo del 3%". Ha dicho que la prima de riesgo tiene que reflejar el riesgo fundamental. Esperemos, pues, una prima de riesgo menor aunque no nula.
Subordinación
Un aspecto importante anunciado por el BCE es que sus créditos tendrán la misma prioridad o “seigniority” que los créditos privados. Es decir, no serán preferentes. Eso también es importante porque si la deuda del BCE pasara a ser sénior, automáticamente el resto de la deuda pasaría a ser subordinada y los acreedores actuales exigirían primas de riesgo superiores con lo que el programa podría tener las consecuencias contrarias a las deseadas. Como pasa en las películas cómicas, a veces el malo coge el bazooka al revés y, tras apuntar a un objetivo que tiene delante, el tiro le sale por atrás.
Política Interna Alemana
La decisión de hoy refleja otro hecho importante: las diferencias que hay entre las autoridades europeas a la hora de afrontar la crisis. Alemania no tiene una posición unificada en contra de la intervención del BCE porque la impresión de dinero puede causar inflación (a pesar de que el BCE ha dicho que las compras serán "esterilizadas") y porque piensan que es necesario de imponer programas de austeridad a rajatabla. De hecho, hay rumores cada día más sonoros de que Angela Merkel está está extraordinariamente irritada con el fundamentalismo del Bundesbank y de su gobernador, Jens Weidman que ha votado en contra de la propuesta del BCE. Fue el único voto en contra dentro del BCE. Es interesante señalar que Alemania tiene dos representantes en el consejo del BCE. Eso quiere decir que el otro representante alemán, Jorg Asmussen, ha votado a favor de la intervención del BCE y en contra de la posición de Weidman. Todo esto indica que la posición de Angela Merkel parece ser un poco más flexible que la de sus compatriotas del Bundesbank (e incluso más flexible que la de su propio ministro de Finanzas, Wolfgang Schauble). Por un lado piensa que si la teoría del gran bazooka es correcta, el BCE no va tener que imprimir demasiado dinero y no se va a crear demasiada inflación: solo con mostrar que el bazooka ya va a ser suficiente. Por otro lado, Merkel piensa que, dado que el rigor y la austeridad son necesarios y que, por más necesaria que sea a medio plazo, esa austeridad tiene efectos negativos sobre el crecimiento a corto, es necesario compensar la política fiscal restrictiva con la política monetaria expansiva. Por eso permite la intervención de las autoridades monetarias para salvar el euro. A diferencia de Weidman, Angela Merkel se enfrenta a unas elecciones dentro de un año y no parece tener muchas ganas de hacer campaña electoral habiendo sido la responsable de la desintegración del euro. Esperemos, pues, más flexibilidad por parte de Alemania en los próximos meses.
Conclusión
De momento, la reacción de los mercados ha sido la de euforia. De hecho, la euforia que se desató el 23 de Julio ha seguido y ha culminado en el día de hoy. Hay espacio para el optimismo pero debemos seguir siendo cautelosos. La intervención del BCE va a hacer que las primas de riesgo bajen. Pero hasta que el crédito no fluya a las empresas, el “credit crunch” va a seguir ahogando a la economía española. Y sin crecimiento, no hay salvación. El anuncio del BCE de hoy no garantiza el crecimiento. Es un gran bazooka. Si. Pero es solo un gran bazooka.


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