Alrededor de los libros (y otros ensayos filosóficos), de David Cerdá

En tres ensayos y unas 80 páginas, David Cerdá reflexiona sobre los libros, las falacias y la muerte; es una obra que me ha hecho pensar y que volveré a leer.

El primer ensayo, dedicado a los (buenos) libros, analiza la actitud que hay que tener frente a éstos, y frente al conocimiento en general; conviene abrirse y evitar las ideas preconcebidas porque "los buenos libros nos proporcionan más pixels; tras su adecuada lectura somos capaces de visionar la realidad con una mayor resolución"; añadiendo que la lectura "desatenta y superficial de un libro no lleva a ninguna parte". La cultura no sólo está en los libros pero éstos permiten "pararse a pensar". Descartes escribió que "la lectura de todos los buenos libros es como una conversación con los mejores ingenios de los pasados siglos", y si eso se completa con intercambios de ideas con personas inteligentes aumentará nuestra lucidez. Depende de cada uno lo que se saque de un buen libro; el objetivo debe ser "saquear ideas". Acierta Álvaro Mutis al afirmar que "la lectura debe causarnos placer"; sino sería imposible sumergirnos en la lectura y sacar algo de provecho. Acierta cuando escribe que "si la realidad fuera tan simple, ciertamente una imagen valdría más que mil palabras; no es el caso"; en esto coincide con Nassim Taleb sobre los peligros de la excesiva simplificación. Muy inteligente la reflexión sobre la experiencia, ya que ésta "es la puerta de entrada a cualquier pensamiento de largo recorrido". Para pensar lo escrito por C. S. Lewis: "Nuestro proceso de crecimiento debe valorarse por lo que ganamos, no por lo que perdemos". Aunque el autor afirme que “leer puede ser un medio efectivo para canalizar la violencia, la impulsividad”; matiza que “pensar que a más lectura tolerancia, como si de un silogismo se tratase, no es de recibo”. Efectivamente, aunque gente como Steven Pinker han afirmado que la lectura masiva ha permitido reducir la violencia, está por demostrarse que esa relación sea directa.

Mi pasión por aprender influye en que los buenos libros me parezcan unos instrumentos estupendos. No me refiero a su formato (físico o electrónico) sino a lo que son, es decir, obras reposadas y reflexionadas en las que se muestran los conocimientos humanos. Sin duda, como afirma David: “para ser más libre, más justo, más feliz, las lecturas no son una condición sine qua non, sino un apoyo, por muy efectivo que sea”. Un gran apoyo.

El segundo ensayo es un repaso de falacias en las que incurrimos al confrontar ideas con otras personas; puede ser de manera inconsciente o como estrategia. Sería bonito que "todo intercambio de argumentos" fuera "una búsqueda cooperativa de la verdad", pero muchas veces se convierte en una maraña de ideas inconexas en las que se incluyen las falacias mencionadas. Se repasan las falacias formales, en las que se incurre "más por torpeza que por mala fe", las falacias informales ("mundo ad"), falacias denominadas por el autor, y las divulgadas por Schopenhauer. No es sencillo combatir estas falacias, ya que "un diálogo se fragua no solo a base de constataciones empíricas, sino también de persuasión. Cuenta no tanto lo que se sabe, como lo que se logra hacer saber". Por lo anterior conviene "saber entrar en aquellos diálogos en los que llegaremos a aprender algo, y tratar de escabullirse de aquellos en los que no". 

El tercer ensayo se centra en la muerte. Escribe sobre Esparta y su manera de vivir comunal, todo por los demás, ejemplificado en la supuesta respuesta dada por Leónidas a su esposa cuando ésta le pregunta qué hacer ante la casi segura muerte de éste: "cásate con otro hombre valiente y dale hijos valientes". Incluye también una frase de Atticus Finch, personaje de la magnífica novela y aún mejor película Matar a un ruiseñor, dirigida a su hijo: "uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase". Reflexiona David: "Si no muriésemos, ¿qué desafío nos propondríamos? Una vida sin muerte sería como una obra musical, literaria o fílmica, inconclusa. Sin la muerte, arrancada de raíz toda relevancia, la vida sería una broma cansina, y nosotros todos, unos Sísifos torturados". Me encantaría ser inmortal y considero que la vida tiene suficientes interrogantes y tantas cosas por descubrir que es sencillo imaginarme aprendiendo por miles de años. Otra reflexión acertada es la referida a los deportes de equipo y el bien que hace el practicarlos desde edades tempranas, quizá estoy sesgado porque yo jugué al baloncesto desde los 12 años, hasta casi los 35 años, y me ha ayudado mucho. Acierta nuevamente cuando escribe que "el tiempo, al pasar, ofrece oportunidades, si bien no acumula sabiduría como un hecho seguro". "El verdadero horror proviene del dolor que carece de sentido"; la anterior afirmación enlaza con el imprescindible libro de Viktor Frankl, El hombre en hombre en busca de sentido (que ya comenté aquí): "el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido"; y "¿tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la pena de ser vivida". David sigue escribiendo: "los humanos podemos soportar prácticamente cualquier cosa si creemos haber averiguado su porqué". Muy en la tesis de Frankl. No seré yo el que ponga en duda todo lo anterior, tener un propósito, o autoengañarse creyendo que se tiene, es sin duda un combustible poderoso para seguir adelante. Casi todos vamos a sufrir y ahí se ve de qué pasta estamos hechos.