Estado contra mercado, de Carlos Rodríguez Braun

Rodríguez Braun defiende en este breve ensayo (200 páginas aproximadamente) "la tesis de [...] que el Estado ha crecido excesivamente a expensas del mercado y ha usurpado derechos y libertades de los ciudadanos no sólo más allá de lo económicamente conveniente sino también de lo políticamente lícito y lo moralmente admisible." El texto tiene dos partes principales: Elogio al mercado y Crítica del Estado. Para los que piensen que el Estado puede sustituir al mercado en todo es bueno el recuerdo del autor de la experiencia comunista, que demuestra que eliminar el mercado y fiarlo todo al Estado acabó en pobreza y muerte.

Es el tercer libro que leo de Rodríguez Braun tras Panfletos liberales II y El liberalismo no es pecado. La economía en cinco lecciones (con Juan Ramón Rallo como coautor). De los tres he aprendido mucho. Éste explica el funcionamiento del mercado y analiza cómo el Estado ha ido evolucionando hasta alcanzar un tamaño enorme. No comparto todas las opiniones del autor, en general él ve más malicia y acaparamiento de poder, mientras que yo muchas veces veo estupidez y ganas de complacer. No obstante al final del ensayo el autor escribe el siguiente párrafo que ayuda a entender mejor cómo funcionan los Estados y por qué no todos son iguales:
"No se trata de desmantelar el Estado; ya vimos al comienzo de este ensayo que las condiciones de la civilización y el progreso económico reclaman el Estado de Derecho: la igualdad ante la ley, la justicia y el cumplimiento de los contratos, la libertad de comercio, la limitación del poder político y la defensa de los derechos humanos, en especial la seguridad personal y la propiedad privada. Es verdad que el moderno Estado intervencionista ha vulnerado algunos de estos principios fundamentales, pero no todos. Esto es muy importante y permite explicar la aparente paradoja de que economías muy intervenidas, como las europeas, hayan podido crecer y mejorar sus niveles de vida y bienestar, mientras que países con administraciones públicas relativamente más pequeñas se cuenten por docenas en el mundo subdesarrollado. Es evidente que no es lo mismo un Estado que otro, y que los elementos negativos del intervencionismo europeo, como los controles y los impuestos, han podido ser compensados porque sus laboriosos ciudadanos se han aprovechado también de sus ingredientes positivos, tales como la justicia y la defensa de los derechos humanos; en cambio, sucede con cierta frecuencia que ni esa justicia ni esos derechos son defendidos por los Estados de los países pobres, que a veces incluso conspiran descaradamente contra ambos."
Muchas veces se confunde liberalismo con anarquía total y falta de leyes; no debe ser así:
"El Estado, en el sentido de un orden derivado del imperio de la ley, es necesario. A pesar de algunas visiones distorsionadas del liberalismo, que lo identifican con la anarquía, creo que hay fronteras claras al progreso en una comunidad libre sin un orden, sin un grado de coacción, aunque, otra vez, dicho grado es objeto de interpretaciones y preferencias muy dispares; desde el punto de vista liberal, toda coacción más allá de la justicia es en principio cuestionable y su necesidad debe ser demostrada."
El nuevo equilibrio que pretende el autor entre Estado y mercado debe permitir afianzar "la libertad, la justicia, la igualdad, la democracia, los derechos humanos, la solidaridad y el crecimiento del nivel de vida y el bienestar de todos."

Lo anterior es muy importante porque en muchos debates se usan términos como neoliberal para intentar denigrar puntos de vista que no tienen nada que ver con el liberalismo.

Elogio del mercado

Conviene tratar de definir lo que es y no es el mercado:
"El mercado es el conjunto de relaciones que mantienen los seres humanos entre sí y que se concretan en las transacciones que llevamos a cabo para satisfacer nuestras necesidades. El mercado, así, es difícil de definir, pero desde luego no es un sitio ni una tienda. Es un marco institucional caracterizado, digámoslo una vez más, por reglas. Estas reglas del funcionamiento de una economía de mercado son también, y no por casualidad, las del Estado de Derecho: la igualdad ante la ley, la justicia y el cumplimiento de los contratos, la libertad de comercio, la limitación del poder político y la defensa de los derechos humanos, en especial la seguridad personal y la propiedad privada."
Las mismas reglas son necesarias para la existencia de la civilización, el mercado y el progreso; allí "donde los poderosos eliminaron la libertad de mercado también suprimieron las demás libertades."

La tensión entre mercado y Estado es evidente, el primero tiende más al orden espontáneo y a la generación de relaciones de manera natural, mientras que el segundo tiende a la intervención directa para conseguir los objetivos perseguidos:
“La no racionalidad de las reglas es importante, pero no quiere decir que sean arbitrarias y mucho menos irracionales, sino que surgen evolutivamente, por ensayo y error, a lo largo de un curso complejo que no responde a un designio de la inteligencia humana. Corolarios de esta idea son la modestia y la cautela: modestia porque no sabemos bien cuál es el origen y cómo es el funcionamiento de estas instituciones básicas, y cautela, por tanto, a la hora de intentar reformarlas o incluso destruirlas a partir de postulados intelectuales. En esta cautela late un principio de la acción humana, largamente reconocido: el de las consecuencias no previstas ni deseadas. La complejidad de la vida social hace que estas consecuencias existan en todos los órdenes, para bien y para mal. Ni la modestia ni la cautela caracterizan al rechazo intervencionista del mercado: éste se basa en la soberbia de que es posible comprender intelectualmente a la sociedad de modo cabal, y en la imprudencia de creer que se puede jugar con esas reglas e instituciones gratuitamente.”
Para la productividad ha sido fundamental la división del trabajo, es decir, dedicarnos cada uno a tareas especializadas y aprovecharnos del trabajo de otros. El mercado es "un complejo proceso social de descubrimiento y transmisión de información sobre oportunidades". Así surgen, "con más inteligencia e iniciativa que dinero", grandes multinacionales a partir de pequeñas empresas.

"El mercado es un sistema de reglas que no se pliega necesariamente a los deseos individuales." No distingue entre ricos y pobres, "la competencia es ciega, igual que la justicia". ¿Por qué no intervenir para que desaparezcan los pobres? "Las personas de verdad condenadas en el mercado, las que no tienen ningún recurso ni pueden tenerlo, son una ínfima minoría de enfermos y minusválidos profundos que pueden ser protegidos a un coste pequeño. Para el resto, el mercado es una oportunidad, nunca una amenaza." Muchas personas lo perciben justo al revés. El cambio no suele gustar porque hay que aprender cosas nuevas y dejar atrás otras que nos ha costado mucho adquirir; la estabilidad es muy valorada y el mercado provoca cambios que perturban dicha estabilidad.

La pobreza económica puede ser consecuencia de otro tipo de problemas que acucian a las personas, "desde la violencia y la ausencia de libertad y justicia hasta la falta de responsabilidad, iniciativa y confianza en sí mismos".

El mercado no es un juego de suma cero, es decir, uno no gana lo que pierde otro. "La división del trabajo en el mercado ha provocado, gracias al comercio y a la acumulación del capital, un salto sin precedentes en el nivel de vida que ha alcanzado por vez primera en la historia a grandes masas de la población." Quizá antiguamente sí era un juego de suma cero, y eso ha generado "el rechazo al mercado desde la religión hasta la literatura y el arte."

Es curioso que se argumente que el mercado fomente el egoísmo y el engaño cuando esas dos características harán más difícil trabajar en él. Además, "la experiencia prueba que los países que más límites imponen a los mercados no se destacan por su espiritualidad y elevación moral."

La paradoja es que "la competencia es, en rigor, el gran disolvente de los privilegios, y por eso son legión los grupos de presión que intentan, y muchas veces consiguen, limitarla." De ahí "lo absurdo que resultan los llamamientos a volver a una suerte de edad de oro sin mercados ni comercio ni dinero. Si mañana mágicamente todo ello desapareciera, también lo haría, por inanición, el grueso de la humanidad."

El mercado no está exento de defectos que tantas veces se destacan más que sus virtudes. Entre ellos figuran el monopolio, las externalidades, la equidad, y la información incompleta. Los economistas usan externalidad "para referirse a los efectos de las transacciones del mercado sobre el bienestar de las personas que no forman parte de dichas transacciones."

El autor señala que grande no es sinónimo de monopolista, no obstante es algo que se confunde muchas veces. También señala que un monopolio provocará un "elevado tipo de beneficio que [...] opera como un acicate para que la competencia de otros empresarios acabe con el monopolio." Los que sí perduran son "los monopolios asegurados por el Estado", precisamente los más defendidos por la gente que se opone al mercado.


Quiero detenerme en una frase: "los mercados abiertos son beneficiosos siempre, incluso cuando los gobiernos de algunos países cierran los suyos." Aprendí de un buen profesor que las frases con siempre, o nunca, son peligrosas. Tiendo a pensar como el autor en este punto, y parece que las sociedades más abiertas son las que más han prosperado, pero quizá no es siempre. Se podría perjudicar a una pequeña o gran parte de la población con una apertura total, y eso podría desestabilizar al país convirtiendo los potenciales beneficios en perjuicios graves.


Se confunde competencia con número de compañías, en realidad "no hay forma de saber cuál es el número suficiente para que haya de verdad competencia en el mercado. [...] En realidad, puede haber muy pocas compañías y seguir habiendo competencia; en teoría puede haber sólo una y seguirla habiendo, en la medida en que siempre pueda entrar un competidor."


Respecto a las externalidades, el autor las vincula a los bienes públicos, es decir, aquellos que no se agotan por el consumo de una persona ni se puede impedir el disfrute de ellos por parte de todos, por ejemplo, un faro para guiar barcos a puerto. Aclara que, según algunos economista, "los denominados fallos del mercado, como las externalidades, no eran en realidad del mercado sino de los costes de transacción o de la indefinición de los derechos de propiedad." La clave está en que, por ejemplo, "la defensa del medio natural no sea sinónima de proteccionismo y cierre de los mercados."


El tema de la equidad es difícil de discutir; se suele confundir desigualdad con pobreza, "así, se dice que países ricos son injustos no porque su renta per cápita sea baja sino porque hay mucha desigualdad; no cuenta el nivel de vida de los pobres sino sólo ese nivel con relación al nivel de vida de los ricos." El autor analiza dos puntos importantes sobre este tema; el primero es que si se quiere medir bien la riqueza de los ciudadanos no se debe ignorar el gasto público, para reflejar todos los ingresos percibidos vía trasferencias del Estado. El segundo es la movilidad, es decir, la capacidad de las personas para moverse entre distintos grupos de riqueza. Si hay alta movilidad la desigualdad es una situación momentánea que no informa adecuadamente sobre la realidad; además, si todos, incluidos los más pobres, aumentan su riqueza, todos mejoramos aunque aumente la desigualdad. Hay un estupendo artículo de Nassim Taleb, Inequality and Skin in the Game, que trata este tema y en el que, entre otras cosas, distingue entre desigualdad tolerable (la que se consigue por medio del esfuerzo y el talento) y la intolerable (la que se consigue por medio de privilegios). Según Taleb la clave está en que los más adinerados asuman sus riesgos por estar en lo alto de la pirámide de riqueza. Rodríguez Braun advierte que las intervenciones del Estado para garantizar la igualdad pueden provocar graves distorsiones.


Cuando la información ni es suficiente ni está repartida por igual entre todos se habla de información incompleta y es una de las justificaciones para la intervención del Estado. El problema está resuelto en muchos casos por el propio mercado; por ejemplo Uber ha resuelto eso; la plataforma permite moverse por las ciudades en vehículos particulares de otras personas; la propia plataforma permite conocer las opiniones de otras usuarios sobre el chófer y las de los chóferes sobre los usuarios. Se han generado problemas con los taxis que tenían el monopolio del trasporte de particulares por medio de las limitadas licencias dadas por el Estado; de esta manera comprobamos lo complicado que es quitar privilegios antes concedidos. La siguiente reflexión del autor ayuda a entender qué es la información y cómo funciona en el mercado: "Es equivocado creer que la información es sólo un dato o un insumo del mercado; es fundamentalmente un producto del mismo, y el mercado crea información igual que crea recursos, que nunca están dados. El cumplimiento de las reglas y del Estado de Derecho es lo que garantiza que las informaciones asimétricas no den lugar a inmensas conspiraciones de explotación y fraude, sino todo lo contrario. El mercado resuelve la escasez informativa y no depreda debido a sus asimetrías."


Finaliza su análisis del mercado indicando que no por ser imperfecto se justifica que se ataque al mercado o que se recorten libertades. Todo lo creado por el ser humano es imperfecto. "El mercado no presupone ninguna sabiduría, pero en cambio sí retribuye las soluciones acertadas y anima la iniciativa individual para abordar los problemas sociales." El liberalismo "es un humanismo que no se limita a respaldar al mercado sino que defiende la libertad de elección y la responsabilidad de las personas."


Crítica del Estado

La coacción es un signo distintivo del Estado. "El argumento según el cual como los hombres se mataban unos a otros se pusieron de acuerdo para crear el Estado es mucho menos obvio de lo que parece. Entre otras cosas, es contradictorio desde su misma base, porque si las personas son capaces de llegar a un acuerdo para crear un ente coercitivo, ¿por qué no lo son de llegar a otros acuerdos pacíficos y libres sin necesidad de ninguna coerción? No estoy criticando de momento la acción del Estado, incluso puedo aceptar que la imposición del Estado pueda ser algo bueno, algo mejor que lo que las personas puedan acordar libremente; lo que desde luego no es aceptable es que dicha imposición pueda ser denominada el único contrato social racionalmente concebible en libertad."

El Estado ha evolucionado en términos de seguridad, pasando de la seguridad física a añadir "la salud, la educación, el retiro, la vivienda, etcétera;" en términos de libertad porque antes "el poder se abstenía de inmiscuirse en las vidas y propiedades de sus súbditos", pero "la libertad ya no constituye un freno ante el poder, puesto que la propiedad privada debe complementarse con otros factores para conseguir un óptimo social;"; y en términos de justicia se pasó de darle a cada uno lo suyo a "darle lo que 'merece' según unos criterios de difícil definición y que estipula el poder."


Aunque muchos defienden que el estado de bienestar es "un convenio firmado por todos los ciudadanos," y "un contrato intergeneracional"; el autor pone el ejemplo de "las pensiones, que simplemente fueron arrebatadas por los políticos de las manos de los trabajadores" disfrazándolo "como una benevolente alianza entre generaciones".


Muy interesante cómo se ha evolucionado de "los derechos tradicionales sobre los que se edificó el Estado" a los llamados "'segunda generación de los derechos del hombre', proclamados por las Naciones Unidas en 1948. [...] El énfasis antes no radicaba en los derechos, sino en las libertades." Conviene definir los derechos (que precedieron al Estado): "Principios, preceptos y normas a que están sometidas las relaciones humanas en toda sociedad civil, y a cuya observancia pueden ser compelidos los individuos por la fuerza"; y la libertad: "Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres". Las libertades clásicas (religiosa, de opinión o de prensa, por ejemplo) tienen según el autor tres características que armonizaban con tres principios fundamentales del liberalismo:

1. Son iguales para todos. Principio: Limitación del poder.
2. Su ejercicio por parte de un individuo no requiere la usurpación de la libertad de ningún otro individuo, ni la violación de ningún derecho de nadie. Principio: Respecto a los derechos y libertades individuales.
3. El papel del Estado resulta necesariamente contenido, porque esas libertades demandan que no intervenga. Principio: No discriminación entre ciudadanos.

Con los nuevos derechos (salud, educación y vivienda, por ejemplo) se rompe lo anterior porque "si cumplo con determinadas condiciones, tengo derecho a que 'alguien' me dé salud, educación y vivienda sin conminarme a que las pague." Por lo tanto da lugar a que:

1. El derecho no es igual para todos.
2. Mi disfrute de ese derecho requiere que otra persona sea obligada a pagar por mí.
3. El papel del Estado resulta necesariamente expandido, porque esos derechos exigen que intervenga; sólo él puede ejercer la coacción sobre los ciudadanos para conseguir los ingresos necesarios.

Evidentemente lo anterior "contradice los tres principios fundamentales del liberalismo."

La intervención pública pasó de intervenir "con objeto de impedir el daño a los individuos" a "intervenir para asegurarles su bienestar." Por lo tanto "¿qué sentido tiene limitar un Estado que procura el bienestar del pueblo y que además es un Estado democrático, elegido y controlado por el pueblo?"

La intervención por parte del Estado nos ha dado múltiples ejemplos desastrosos a lo largo de la historia, por ejemplo, "cuando en España durante los años noventa se proclamó la necesidad de democratizar las cajas de ahorros, el significado era muy claro: que mandaran allí los políticos." Lo anterior ha provocado una sangría de dinero público para el rescate de esas cajas tras la última crisis de 2007.


Dos riesgos de todo lo anterior es que ya "no hay deberes específicos hacia nuestros semejantes específicos, que son los que caracterizan la moral" y que habrá un incentivo para que los ciudadanos voceen "sus reclamaciones a la hora de cobrar", pero se escondan "a la hora de pagar."


El autor afirma que "la expansión del Estado produce un extraño resultado y es que la convivencia pacífica, objetivo para el cual presuntamente fue inventado, resulta difícil de lograr y lo que se impone es la lucha por obtener recursos coactivamente extraídos por el Estado a otras personas o grupos." No se ha dado eso en las democracias europeas, Estados Unidos, Japón y Australia, por ejemplo. Parece que se ha aceptado la presencia del Estado como asegurador de cierta parte del bienestar a cambio de unos altos impuestos.


Sí parece que la acción del Estado ha afectado a la mala desigualdad, la que se debe a privilegios. "Si en una competencia libre yo pierdo, estaré quizá molesto, pero nunca estaré legitimado para dar rienda suelta a mi envidia, porque he sido derrotado en buena ley. En cambio, en un mundo donde la competencia es suprimida o sumamente condicionada por la intervención política, la situación cambia radicalmente. No está claro que los ganadores se lo merezcan: pueden haber obtenido un subsidio, un favor."


Sobre la globalización económica, Rodríguez Braun defiende que no vaya acompañada de "una globalización política sino un marco legal, lo que no es lo mismo".


No estoy de acuerdo con lo afirmado por el autor: "La democracia actual no es un idílico gobierno del pueblo sino una lucha cruda por el poder protagonizada fundamentalmente por los políticos, una lucha en la que parece convenirles la demagogia, el engaño, las medias verdades y las promesas irrealizables. Del lado de los votantes, el peso de cada uno en el resultado final es tan pequeño que para ellos lo racional es despreocuparse, descansar en ideologías y abstenerse de cualquier tipo de contacto desinteresado con la política". En los países democráticos ha habido partidos que han intentado proponer medidas liberales y no han recibido el apoyo de millones de personas, es más, los partidos tradicionales suelen permanecer en el poder muchos años incluso después de mentiras y resultados económicos mediocres. Mucho tiene que ver la población. Me remito al último párrafo del artículo de Benito Arruñada, La culpa es nuestra, en el que escribe:

"El incentivo individual es la base de nuestros campeones, ya sean empresariales, deportivos o artísticos: esos españoles no triunfan porque abdiquen de sus valores, sino porque trabajan en contextos con reglas estables que les retribuyen por rendimiento. El modelo es aplicable a todo tipo de actividades; pero somos los ciudadanos los primeros que nos resistimos a adoptarlo. No solo las élites."
Lo anterior no invalida la tesis de Rodríguez Braun, por la cual los políticos, los grupos de presión y otros se aprovechen del Estado y buscan su propio beneficio a costa de los demás.

Sí se está cumpliendo que "los gastos, los impuestos y la deuda pública aumentan con facilidad pero disminuyen con notoria dificultad." La última crisis disparó los déficits, es decir, se gastaba más de lo que se ingresaba; lo que provocó el incrementó espectacular de la deuda de muchos países democráticos. Mientras los ingresos caían debido a la crisis los gastos no se podían ajustar en la misma proporción.


Insiste el autor en que "los políticos intentarán maximizar el número de votos, lo que los llevará a ceder ante determinados grupos de presión si creen que haciéndolo el saldo de votos les será favorable." Añado que no hay que olvidar que el grueso de los votantes deben estar de acuerdo con las pretensiones de esos grupos de presión.


El Estado provoca distorsiones en la sociedad; la fiscalidad distorsiona el mercado de trabajo, el ahorro, la inversión y otros; además fomenta que haya engaños para que las personas sean "elegibles para los diferentes servicios y prestaciones"; los ciudadanos "consumirán exageradamente todo lo que tenga, gracias a la intervención política, un coste inferior al precio de mercado, tanto da que sea sanidad o agua de riego"; se provoca el efecto de no "respetar el viejo principio de la igualdad ante la ley, sino de reemplazarlo por un principio radicalmente nuevo: la igualdad mediante la ley, es decir, una igualdad forzada por la intervención política"; la competencia se ve afectada ya que el Estado crea enormes provisiones públicas en determinados servicios (sanidad y educación) que condicionan a la empresas privadas; y una de las peores es que las personas piensas que "todos recibimos una ilimitada atención del Estado del bienestar [y eso] es imposible."


La moral y su ataque por parte del Estado son un tema recurrente en el libro; por ejemplo, "es revelador que este Estado que se vanagloria de encarnar la justicia social termine siendo hostil hacia tres componentes básicos de una sociedad libre: la familia, la propiedad y el ahorro. Desde la fiscalidad hasta la relativización del contrato matrimonial y los deberes recíprocos entre esposos, padres e hijos, la familia ha visto drenadas a favor del Estado facetas cruciales de la ética social, y ésta es una de las razones por las cuales el intervencionismo deviene moralmente devastador."


Respecto a la drogas el autor ha cambiado de idea (algo inevitable al tener nuevas experiencias); en el ensayo que estoy comentando (publicado en 2000) argumenta que:

"Las drogas son un ejemplo particularmente dramático de los efectos perjudiciales provocados por la intervención pública, en especial entre la juventud. Criticar dicha intervención no equivale a afirmar, por supuesto, que las drogas sean buenas; al contrario, igual que el tabaco y el alcohol, son sustancias peligrosísimas, insalubres y adictivas. De lo que se trata es que el Estado empeora lo que ya está mal. La prohibición, en efecto, no ha disminuido el consumo de las drogas. Lo que sí ha hecho es aumentar su precio y ensanchar considerablemente la brecha entre ese precio y el coste de producción, es decir, ha ampliado el beneficio del narcotráfico, volviéndolo una actividad copiosamente rentable. Este hecho, unido a la particularidad de que hay personas que desean consumir drogas, convierte a dicho negocio en inerradicable. Y el resultado final es que no sólo se invierten cuantiosos recursos de los contribuyentes en un combate inútil, sino que ese combate estimula el delito y la inseguridad ciudadana, corrompe instituciones y gobiernos, arrasa países enteros y atiborra las cárceles de todo el mundo. Y todo esto es debido no a las drogas en sí, que ya son malas, sino a la prohibición, que es peor. Se han repetido, multiplicadas, las consecuencias de la famosa Ley Seca de Estados Unidos, que no acabó con el consumo de alcohol, pero creó la mafia y fomentó sus actividades criminales."
Mientras que en Panfletos liberales II (2010), el autor cambió sus ideas. A continuación, parte del comentario que escribí en su momento:
"El autor [Rodríguez Braun] está de acuerdo con la tesis de Anthony Daniels, "médico y escritor inglés que publica bajo el seudónimo de Theodore Dalrymple", en la que razona su oposición a la legalización de las drogas, para lo cual Rodríguez Braun analiza el libro de Theodore Dalrymple, Romancíng Opiates. Pharmacological Lies and the Addiction Bureaucracy (2008). Dalrymple rechaza que la drogadicción sea una enfermedad y que las drogas tomen a las personas, el autor afirma: "requiere voluntad hacerse drogadicto, no es un accidente". Además afirma que: "se puede dejar la droga y los síntomas en la desintoxicación son menos graves que en el caso del alcohol". También niega la relación entre adicción y delincuencia. Se opone a que la única solución para resolver la drogadicción sea con la lucha del sector público, y critica el uso de la metadona. Critica la ficción de que los drogados son personas intelectualmente dotadas: "un borracho es un borracho, pero un adicto a la heroína es un filósofo". Pero tras condenar "el intervencionismo burocrático en las drogas y la basura intelectual del progresismo con todos sus tópicos antiliberales", el autor no defiende la legalización. Aunque está de acuerdo en que se acabaría con que "la liberalización acabara con las mafias del narcotráfico, mejoraría la calidad de las drogas (las muertes por sobredosis suelen serlo en realidad por deficiencias en la calidad) y arrebataría a ese mundo la aureola de atractivo que para algunos confiere la prohibición". Pero argumenta que la "prohibición probablemente disuade a algunas personas de la opción de drogarse", eso me parece una conjetura porque podría ser lo contrario, que la prohibición incite a algunas personas a drogarse. Y duda de la inelasticidad de la demanda de las drogas, argumentando que la demanda del alcohol sí es elástica. También duda de que haya "una relación mecánica entre legalización y fin de la violencia". Dalrymple aboga por "liquidar la burocracia y cerrar todas las clínicas que tratan a los adictos: 'esto acabaría con la nociva pretensión de que los drogadictos son enfermos que necesitan tratamiento' -sólo habría que tratarlos por las consecuencias físicas más graves de su adicción-. 'Los drogadictos deberían hacer frente a la verdad. Independientemente de su pasado, ellos son responsables de sus actos igual que los demás'". Aunque el razonamiento es bueno, y el autor tiene "experiencia como médico en una prisión británica", no acaba de convencerme como Rodríguez Braun puede apoyar esa tesis, al fin y el cabo la libertad es un bien supremo, más allá de otras consideraciones."
Otro tema interesante es el de las privatizaciones para la gestión pública; será complicado que funcione la privatización trabajando con "funcionarios y burócratas, con el puesto de trabajo asegurado para toda la vida, y con una remuneración que virtualmente será la misma tanto si trabajan bien como si lo hacen mal o no lo hacen en absoluto." Los incentivos son muy distintos en el mercado. Añado que lo importante no es tanto la gestión privada o pública como la liberalización para permitir la competencia.

Un grave problema al que se enfrentan los países que tienen pensiones públicas es el envejecimiento de la población, ya que como hemos comentado será muy difícil recortar (monto de la pensión, jubilaciones más tardías, y otros) mientras que cada día hay más jubilados y menos trabajadores. Será interesante ver qué hacen los Estados mientras estos gastos crecen sin parar. ¿Hasta cuánto subirán los impuestos? ¿De dónde recortarán? ¿Obligarán a completar con ahorros privados?

No todo debería ser posible con la democracia:
"El Estado tiene importantes funciones que cumplir, pero en realidad sólo puede hacerlo si está limitado, y esta noción es la base de la doctrina liberal. De ahí su defensa de los derechos humanos, del mercado, de la libertad de comercio, de un sistema monetario no manipulado políticamente, de la igualdad ante la ley, de la limitación del gasto público. La forma concreta que adopte el Estado no puede servir de excusa para violentar esos principios, ni aunque esa forma sea la democrática."
Termino con el párrafo en el que se demuestra la diferencia entre las sociedades abiertas y las dictaduras: 
"El objetivo, por supuesto, nunca puede ser debilitar y mucho menos eliminar la democracia, sino fortalecerla y protegerla contra los intervencionistas, que procuran hipertrofiarla escudados tras el viejo lema utilitarista, 'la mayor felicidad para el mayor número'. Lo cierto es que las modernas sociedades abiertas no pueden ser unificadas en torno a muchos objetivos comunes, tal como sucede con las dictaduras o las hordas primitivas. Cabe censurar en este sentido el uso constante del término cohesión para justificar una mayor interferencia pública; las tribus son cohesionadas, las sociedades abiertas no."