De género, de Arcadi Espada


Dispusieron una notable cantidad de instrumentos para medir el heroísmo de Ignacio Echeverría, el joven español que murió asesinado en Londres mientras trataba de defender a una mujer herida por terroristas islámicos. Se utilizaron hechuras mitológicas y se glosó la acción en todos los subgéneros que nutren la épica, la lírica y el drama. Recuerdo que alguien incluso se puso flamenco y preguntó si cabe el heroísmo en una acción no premeditada. Me interesaron esas taxonomías pero lamenté que nadie aludiera a lo que Teresa Giménez, mi querida compañera en labores críticas, ha llamado “heroísmo de género”. O sea, la posibilidad de que Echeverría muriera por ser un hombre. La relación entre la violencia y la masculinidad la conocemos por el lado sombrío. Los asesinos, en su inmensa mayoría y en cualquier cultura, son hombres. Hombres que matan a hombres y también a mujeres y niños; y que lo hacen, entre otras razones, por su inexorable sumisión a los patrones biológicos y, en particular, al flujo testosterónico. Naturalmente, solo una minúscula parte se convierten en asesinos y la gran mayoría no tienen comportamientos violentos, por lo que resulta grotesca e infame la corresponsabilización de género que algunas mujeres practican cada vez que un hombre mata a una mujer. El patrón masculino general es, justamente, el que siguieron los compañeros de Echeverría. El patrón de la huida. Algunos hombres, sin embargo, escapan de esa regla general de conducta y temen menos que otros hombres y que casi todas las mujeres acudir a la violencia en defensa de sus propósitos, sean los que sean. Las páginas de los diarios están llenas de la descripción de esos propósitos, siempre vinculados con el mal. Habría sido una idea excelente celebrar al hombre cuando ha mordido al perro y ha puesto su testosterona y su vida al servicio del bien.